viernes, 22 de julio de 2011

REBECA ÁLVAREZ CASAL DEL REY [4.230]


REBECA ÁLVAREZ CASAL DEL REY 


(Madrid, 1976) 

Ha publicado los poemarios Permanecer (Tigres de Papel, 2015) y  Suponiendo la cicatriz como posibilidad de la herida (Amargord, 2010). Ha participado en las antologías Blanco Nuclear (Sial, 2011), In absent(i)a (Nanoediciones, 2011), Poetrastos (LVR, 2011), 12+1 (Endymion, 2012 y El quirófano ediciones, 2014), Erosionados (Origami, 2013) y Antología de poesía iberoamericana contemporánea en griego (Vakxikon, 2013).
Puso en marcha y coordinó durante un tiempo la colección Candela de poesía en la editorial Amargord. Ha colaborado con poemas y reseñas literarias en diversas publicaciones y, actualmente, prepara un taller de poesía para impartir a través del banco de tiempo de Tabacalera. http://lanochedeperfil.blogspot.com.es/




PROFILAXIS

Presérvate
de la descendencia y de la mortalidad
prematura.
Ponte la distancia y comprueba
(cada cinco minutos)
que sigue ahí,
que no ha sido engullida
ni se ha deteriorado.
Nunca te falla el cronómetro
para reponerla en el transcurso de las eternidades.
¡Eso, tú sigue interrumpiendo!
(no vaya a ser
que se produzca el contacto).

Ella no tiene frenos, abróchate
bien fuerte el cinturón.

Haz una pausa
durante el intercambio de salivas y las pieles
siamesas. Ordénale
desnudarse y alinea sus zapatos, dóblale
la ropa en el armario
y las rodillas.

Mírala en contrapicado, poderoso
y protegido,
que en el centrifugar de los juncos no se desprenda
la juntura del monstruo bicéfalo.
¡Sí, imponte!
Ella también prefiere el látex
(para fregar los platos a los que tú
sacas brillo).

¿O es que la consideras
corrosiva?
¿tal vez babilónica?
Pero no, los restantes orificios
no te inquietan, ¿no acostumbran
conllevar alianza?
¿O tal vez temes
ser parido hacia dentro, pasto
de su voracidad?

Con suspiro,
ella encoge los hombros.
¿Qué duda cabe?
¡te alaba la razón y te la envidia!
(aunque a menudo termine
maldiciéndola a voces y a portazos).
Pero algunas veces
necesitaría abrasarse en el abandono
de pausas, esterilizaciones y prudencias.
Derretirse. Puenting. Grito. Sobrepasar al vértigo.

Aunque si compartir estropajo es
demasiada proximidad para tu aguante,
en algo estáis de acuerdo:
para ser dos se necesita
un poco de distancia.




CUERVO

Hay un resto de noche junto al día que empieza.

Hay un resto de noche de perfil,
próximo a la piscina. Su ojo
es el punto de fuga del jardín,
su silueta forma sombras chinas sobre el muro,
enjaulada por verjas
que el reflejo del agua hace temblar.

Hay un resto de noche de perfil
despeinando muñecas
cerca del mediodía.
Y de pronto abanica
el aire que lo encierra
y callan las chicharras un instante.

También hay una niña,
está tumbada al sol, sobre la hierba.
Y hay un resto de noche de perfil,
tal vez (si le dejara) besaría sus ojos.
Pero la niña duerme,
de momento el cuervo no es más que un pájaro.




LA CASA TUERTA

Gatos en el selvático jardín
de la residencia clausurada. Al principio
guiñaba un ventanal y ávida engullía
vagabundos su puerta, succionando perros
callejeros y ratas. Luego sellaron (por higiene)
el ojo impar y el impúdico acceso.

Lamento cada vez más débil hasta el fin de las ratas.
Avanzado el invierno, alaridos;
desgarra el aire el humo de la chimenea.
Atravesar ladrillos y cemento no es lo mismo
que romper con uñas la madera o quebrar
un cristal mientras queden cerillas.
Mientras palpiten roedores al alcance del hambre.

Y en mitad de la nieve se hizo el silencio
y llegaron los gatos.
Sólo ellos se acercan a la casa sin ojos;
felices, hambrientos, ignorantes, cada vez
más gordos. Sólo ellos
entran y salen por la ya muda chimenea. Su verticalidad
inalcanzable la libró
de ser rellenada como un bache. No atentaba contra la salubridad
algo que expulsa y no alberga. Son más asépticos
los gatos a la vista y los cadáveres a oscuras. Insanos eran
los acogedores atributos, lo que en la tuerta casa había
de cueva primordial.

Su reclamo de útero la llenaba de escoria,
la convirtió en sepulcro.




EL ACTO DE ESCUCHAR

Sólo una pared separa
el grito del oído; una pared
fina, sucia, helada. A veces parece
que el grito sólo existe en el oído
y que nada lo produce más allá de la oreja y las manchas
de humedad. Atraviesa
ladrillos desde el centro del cerebro hasta llegar
al exterior, a este lado
de la pared, donde el grito no ocurre;
donde sólo acontece el oído. Ruidos, gritos, golpes, jauría.
Serpientes. Látigo sólo
de paredes adentro, al otro lado
del oído, junto a la palabra. La madeja.
El tapiz del recuerdo se remonta al gusano
de seda.
El hilo, el uso y la durmiente
preciosidad.
Palabras encierran, delimitan; las palabras
(unívocas) desbifurcan
la realidad, el hoy. Todo ya ha ocurrido antes del sueño.
Los tabiques no tienen
que inventar. Definen. Digieren. Enfrentan. Revientan
los tímpanos, la pared,
ocurre entre las cejas.
Balas, recuerdos, alaridos, el roce
de la yema de los dedos
en la pared,
en el oído,
en el recuerdo,

quema.




ESE PECECITO NARANJA
Para Alfonso López

El cristal
preserva al entorno del pez, milagro
del agua esférica en mitad del salón, conteniendo
una naturaleza distinta, incapaz
de aburrimiento.
Cuán extraño y habitual resulta
un pez nadando sobre la mesa del comedor. Giran
sobre sí mismos, a veces
aparecen suicidados sobre el tapete de ganchillo.
Generalmente mueren
de hipotermia
por un cambio brusco de su entorno –todo– bajo el grifo.
(Entonces parque, palita y caja de cerillas;
o la pragmática cisterna).
O quizá mueran de angustia o de nostalgia; quizá el pez,
que da vida al salón y alecciona
a los niños sobre el duelo,
sí sea capaz de aburrimiento.

CUCAL

Frente a la tele busco
el parecido con la mujer yoyó.
Su conversación es
tan abundante
como limitada.

Pepito Grillo susurra a mi oído ese espejo posible.
Sé que le entretiene torturar,
pero el conocimiento no siempre sirve de coraza.

Tarde de domingo. Caracol.
Horas, televisión, resaca. Pero al rato

la bombilla, el quémepongo, las terrazas.

Al salir del portal
algo crujió bajo el tacón de mi sandalia.





PIEDRA

Tú también serás polvo, junto a nuestras cenizas.

Ensangrentado altar que nos sirvió de almohada,
te pintamos, esculpimos y arrojamos
contra el enemigo.
Tú, inerte, no nos juzgaste,
mientras en nuestras manos afilabas guadañas.

Testigo mudo y ciego y quieto
de nuestras vidas reducidas a instante.
Caminamos sobre ti y tú
no dices nada.
Hacemos de ti muros,
iglesias, corazones,
hasta llegar a hundir
en ti nuestras raíces.

Eterna montaña reducida a guijarros.

El viento, el agua, el hombre,
te dinamitarán
y tú
te harás pedazos.
Serás escombro y lápida,
y sellarás la tumba que encierre nuestros huesos.

Mientras, podré sentarme a descansar sobre una piedra,
al borde del camino, al margen de la Historia.




1 comentario:

  1. Piedra..es un poema grandioso..tiene todo relacionado..calza cada piedra-definición en el muro...como cada granito de ese muro morirá en la arena fina de cualquier playa definitivamente solitaria..
    Fantástica la visión que deja...de lo que será el fin

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