lunes, 20 de junio de 2011

3945.- IRIS BLANCO

IRIS BLANCO
Córdoba, 1978. Escritora de habitación cerrada y abierta, habita los umbrales, que no le otorgan el don de la ubicuidad, pero acaso cierta perspectiva biaxial, plural. Ha estudiado literatura, teoría literaria y filosofía. Actualmente se dedica a deambular por Berlín. Frecuenta el Morgenrot.
Ha publicado con seudónimo un libro sobre Michel Foucault, reseñas sobre Ángeles Mora, Juan Carlos Reche, Jesús Aguado, Antonio Orihuela, entre otros.





La Isla

La vida en la isla era grisácea y húmeda

Pingüinos y albatros habitaban sus extensiones
y un mar circular la recorría atrayendo cuerpos
deshabitados e inevitables

La vida era apenas un rayo
Y perduraba






I. Berlín

Volver a la anarquía de las horas
la templanza de las puertas que se giran
lentas y grandes
como una gran peonza
confiada
y hablar como si esta mano fuera mía
unánime y pausada
consciente
sin embargo
de la distancia
que cada letra imprime

Volver al vicio del silencio
que se instala con esa irrealidad
que ilumina los films
en blanco y negro.
Cierta materialidad
que difumina, plenos, los rincones.

Obviar la lluvia, los tranvías, la noche
temprana, los aviones, la mañana leve, los recuerdos
imaginados, los olores
extraños.
A veces.

Cultivar el olvido que hilvana
las costumbres,
cierto júbilo
de ausencia





II.

Mis ojos no se acostumbran a esta luz que no saben interpretar
que desconocen.
La piel, sin embargo, ha sido más sabia
Una blancura inusitada la recorre
transparentando
recuerdos
no vividos quizás
intuidos o imaginados


mudada
piel
Otra
Otro













I.

A veces,
aunque parezca improbable,
me disuelvo
levemente.
Será el olvido que se agarra
o el tiempo que martillea,
obsesivo y
circular.

A veces me debato entre las algas
(que no es nuevo, pero el (d)olor
a mar no se aprende,
duele siempre).








Otras,
parece que no hay nada más
que dejar que se escape la última
burbuja
bajo la piscina
que no baje nadie a recogerme de esa infinidad
verde

el sueño acuático en la boca, el pulso lento, la calma
que olvida al cuerpo
pequeño
y un silencio que no molesta.
Será que una parte se quedó allí ya
desde siempre
buceando canciones de letargo
verdes
las olas mínimas y medidas.





II.

A veces,
la espuma ondea espesa y arrastra
cualquier recuerdo, cualquier cuerpo.
La cara contra el fondo

sin aire que respirar.
Una mala película, todo se nubla, todo se nitiva, o cambia de color, con esa luz de desierto que quiere imponer su existencia, sin conseguirlo.

Y todo tiembla pequeño,
menos orientado, menos arraigado… menos todo…
y es imposible plantear la cuestión de qué tiene esto
que ver…
con nada.







III.

Será esta mirada acuática la que recrea
cierta imagen del silencio
como de luna líquida
o de página extrañada
de su propio desleimiento.
(Siempre la huella…)

Y
es que
no todo
el que es
aniquilado
mira
al cielo.


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