domingo, 9 de enero de 2011

MARCO ANTONIO RAYA [2.811]



MARCO ANTONIO RAYA RUIZ

Nacido en Montilla (Córdoba), en 1978. Cursa estudios de Ciencias Químicas en Granada y Terapia Ocupacional en Vic. En la actualidad vive y trabaja en Barcelona en el ámbito de la salud mental.
Su primera publicación fue el libro de poemas “Palimpsesto” (Editorial Monosabio, Málaga, 2003), a lo que han seguido apariciones de poemas en las antologías Andalucía Poesía Joven (Ed. Plurabelle, Córdoba, 2004) y Radio Varsovia (Ed. La Bella Varsovia, Córdoba, 2005), en revistas literarias (Ayvelar, Parnaso) y diferentes publicaciones electrónicas como literaturas.com, lenguas de fuego, vórtice en línea o revista oniria. Ha participado en distintos grupos y colectivos literarios (Editorial Parnaso, Chichimeca, La Bella Varsovia, Colectivo Paracelsus, etc.). Asimismo, publicó la plaquette de microrelatos “Carnivoría” en la editorial Musa Ebria (Granada), en el año 2005.
En la actualidad prepara el libro de poemas “El error del aprendiz de geisha” con La Bella Varsovia.




el vértigo adjudicado (Humpty Dumpty’s song)

soy el que cae.

la sombra del que cae soy, la soledad
entra por las ventanas el ataúd es de la misma raza que yo,
el cuerpo del que cae, la soledad se derrama como la saliva
antes de que dijésemos basta, el llanto del que
cae soy, la terrible vibración de lo inevitable rompe los cristales
la porcelana las órbitas oculares de los autómatas desprevenidos,
el bosque del que cae, la muda de la serpiente que se relame bífida
sobre mi camisa abierta de par en par,
el que cae llanto abajo,
enseño el corazón distraído,
el que cae,
fuerza la implosión a llorar
entre ella y yo,
sólo saber,
sólo
mirar.

el que cae siempre, soy.

(de Andalucía Poesía Joven, a cargo de Guillermo Ruiz Villagordo, Ed.Plurabelle, Córdoba 2004)





púrpura.

el fantasma de la curva es una niña que se parece a una canción de king crimson.
viene cada noche y le dice que le ama.
él no tiene permiso de conducir, no tiene coche, no está en ninguna carretera, pero la niña se aparece cada noche, densa y púrpura, gimiendo con las manos.
no es, precisamente, un cuento para niños.





[del ataque del Fénix (piroquinesia)]

como el Fénix que aterriza,
incendiando alrededores
a despertar a los niños que pueblan mis oquedades
a dibujar y santificar las altas cumbres
y los nidos de águila de fibra de mármol

ruptura violenta del cerco lunar,
gira el carmín sobre tus labios
y sé
que dirigir un ejército de gemidos es comienzo
y despertar,
el final más honorable
como el Fénix que aterriza,
incendiando alrededores
así
querría verte




[ del ataque a la soledad minúscula ]

puedes cerrar la puerta
no es permiso
sino retórica
ya buscaré
otra linde otro mar otra causa
otro momento
otro espejo
otra boca
para sonreír
nos

(...y entonces, a mi espalda,
dejaba atrás un rastro de piel y de saliva
y eran sal las heridas y eran
sal
las heridas...).





phaeton.

para ti soy un monstruo. soy tan ancho como el asco de los ángeles.sangran mis manos porque sí. pero vigilo tus tobillos dormidosmientras subes y bajas la escalera y tus pechos se derraman y las larvas esperan desde su prisión a la noche.doy a luz bajo el barro. y no estás allí para pegar a nuestro hijo y el llora y yo le regalo hiel y me escondo tras la barba porque soy tan cobarde. sin embargo para ti no soy más que un monstruo.pero no es cierto.yo traigo el sol al concierto de los asesinos.

(aparecido en Vórtice en Línea número 9, de Ed. Parnaso)





Umbrarum hic locus est
MARCO ANTONIO RAYA RUIZ



Un haz de luz no puede iluminarse a sí mismo. 
Gary Lachman - Una historia secreta de la consciencia 


–Bienvenido a bordo, señor Pilgrim –dijo el altavoz–. ¿Alguna pregunta? (...)
-¿Por qué yo?
–Esa es una pregunta muy terrenal, señor Pilgrim. 
¿Por qué usted? ¿Por qué nosotros?, podríamos decir. ¿Por qué cualquier cosa? 
Porque este momento, sencillamente, es.
¿Ha visto usted alguna vez insectos atrapados en ámbar? 
Kurt Vonnegut - Matadero cinco  






I. 

El pequeño escucha su nombre. Confuso, retrocede torpemente como sólo lo saben hacer los humanos. Tras un paso aéreo en suelo falso, cae en el pequeño pozo, golpeando su rostro y encontrando molesto el ruido de su cuerpo al cambiar de altura y posición. Hay un cierto sabor amargo en la lengua; un olor, también. Frente a sus ojos, en la tierra, se ha posado un insecto, un mosquito. En cada una de esas interferencias con lo que pretendía ser un camino feliz aparece una duda. Un desliz del entendimiento. Aún no lo sabe, pero necesita aprender a renunciar. 




II.

Esta pequeña reliquia del acontecimiento es un bálsamo escondido en alguna parte situada entre la carne y el espíritu. Un cúmulo arbóreo de luz en el altar de la pantalla de proyección palpebral, destino de la vigilia, trastero del sueño.
Todos los días, los pájaros llaman a la sangre; el dolor se presenta como el ejército prometido de un solo rostro. El abanderado de la profecía ha hecho acto de presencia, majestad. ¿Dónde quiere que le demos hospedaje? 




III.

La máquina que reemplazó la mitad de sus valiosas arquitecturas asépticas y estructurales en pos de la orgía orgánica de la imprevisibilidad, sobrevive a base de conocimiento. Y resulta que destila una lágrima perfecta, una suerte de colirio apenas distinguible del llanto real, apócope de signo como hendir con una vara verde el aire. Después, observa cómo cae la tarde, todas las tardes. Todos los días que le quedan por habitar esta tierra de hierro, gas, carbono e incertidumbre. 




IV. 

Un animal que se entierra en un limo dulce y transmigra. Ahí donde va, le llaman por distintos nombres; no parece reconocer nada o por el contrario, quizá los reconoce a todos. Pero no hay polvo en esa huella, salvo la humedad y la marca nutricia de una pequeña serpiente olvidada, minúscula, ancestral. Una interrogación que vagaba escondida por los recónditos pliegues del velo y que ahora espera pacientemente el candor insoportable de una nueva encarnación. 




V.

Madre, hoy no hay nada para comer (...) Mira tu llaga. Dentro hay un pequeño gusano que se enrosca para atraparse. Pero, ¿y si desaparece con él el encanto? ¿Y si se acaba la piel? Abriremos más, abriremos un círculo que sirva de reclamo y vendrán a miles, montados en sus esqueletos intangibles y mínimos, espirales magníficas de un universo urobórico, girando sin parar (...) ¿Y qué pasará cuando seamos nosotros los que giremos? Una llama en el centro de nada, una sola llama. Nada más. Todo eso. Cuánta hambre hay en ese instante. Eso, hija, hijo (...) eso no hay forma de saberlo. 




VII.

Tras la puerta, los siete hijos escuchan temblando de frío. Las siete hijas escuchan desprendiendo calor. Resultan catorce pinceles pintando en el mármol una fina lluvia de piedras. En la habitación contigua, el ruido de todos los fantasmas que han morado estas piedras, este concreto, durante miles de años; todos se llaman a sí mismos por su nombre y responden con cadencia de arroyo. El terror de la desaparición está en cada voluta de tiempo, incrustado como una locución que nunca se apagara. Este virus es un dardo blanco que se derrama en el vacío del ámbar. Aquí hay un mapa de millones de transeúntes que gritan de una vez, en una sola y abrumadora frecuencia.  




VIII.

Ahora mismo y siempre, fuera del foco hay un muñeco flotando a unos palmos del suelo, sobre la nieve. Cabe apreciar la corola de agua bajo sus pies. El rubor de albedo sobre su cabeza. 
Una aguja infinitesimal de acero que atravesara su eje axial desde un extremo al otro de lo que sea que es el universo, calibraría la temperatura de todos las formas del mundo; la carne, el vapor. La consciencia. Esto, la epifanía, el muñeco nunca sabrá. 




X. 

La luz no puede iluminarse a sí misma. 
Pero avanza. 

Mosquito que llevas mi sangre, 
dile a madre que algún día nos volveremos a encontrar. 



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