viernes, 28 de enero de 2011

AMARANTA CABALLERO PRADO [2.944]


AMARANTA CABALLERO PRADO

Amaranta Caballero Prado (Guanajuato, México 1973). Estudió Diseño Gráfico y la maestría en Estudios Socioculturales. Publicaciones: Newspaperbirds of March, 2011 (en proceso para pieza digital), Amarantismos (Ediciones de La Esquina, 2014), Libro del Aire (Segunda edición, Casa Impronta, 2014), Vanitas (Editorial La Rana, 2013), Escombros (Proyecto Líquido Miedo, Editorial Turner, 2013) versión completa en colaboración con Piedra Cuervo y Ediciones de La Esquina), Libro del Aire (Ediciones de La Esquina, 2011), Okupas (Letras de Pasto Verde, 2009), Gatitos de Migajón. Cuento ilustrado. (IMO, Oaxaca, 2009), Todas estas puertas (Tierra Adentro, Conaculta 2008), Entre las líneas de las manos (en el libro Tres tristes tigras, Conaculta, 2005) y Bravísimas Bravérrimas. Aforismos (Ediciones de La Esquina, 2005). Actualmente realiza el proyecto interdisciplinario “Mil pájaros mil. Tesis autodoctoral”, donde convive entre la música, la gráfica y la literatura. Vive en Tijuana. Ama la música y ama dibujar. www.amarantacaballero.blogspot.com / amaranta.caballero@gmail.com



Palabra: Cuerpo

Decir el cuerpo. Antes que pensar: sentir: confirmar.
Una falta.
Una fisura.

Eso que se arriesga. Eso que abarca.
De la punta de un dedo.
Del talón.
Del filo de la uña.
La piel.

Lo que sobrevuela: ácara feromona.

Decir el cuerpo. Sudar el cuerpo. Humor.
Expandir. Soltar.
A veces olvidar el cuerpo.
No ser. No estar.
Dejarse ir.
Con el cuerpo. Sobre el cuerpo. Bajo el cuerpo. Sin el cuerpo.
Ejercicio mental.
Espasmo. Marasmo.
Viento que aprisiona: Oquedad: palabra.

Decir el cuerpo: Tocar.
Yema del índice sobre el filo del labio.
Vello erguido. Longitudinal.
Lengua molusca que arroba.
Salivar saliva: Salva.

(Silbo)

Perforar el cuerpo. Violentar.
Violetas tornasoladas de un manchón tipográfico: rococó.

(Lirio)

Hematoma lirio: Bilis: Jugos míos de mi cuerpo vario:
El cuerpo de órgano interno.
El cuerpo hueso.
El cuerpo vítreo.
El cuerpo alterado. Transformado. Trastocado.
Cuerpo vicio, nunca etéreo: terrenal.

Decir el cuerpo: Tu cuerpo: el mío: Exhalo.

texto publicado en Los Flamencos No Comen núm. 11



LO PRIMERO QUE NOTÉ

Hoy por la mañana pude ver muy claro
el punto lejano de la carretera inundada de rojas luces
-ensimismadas e individuales, propias de rebaño original-
que consuman cada día el rito hacia Rosarito, muy rosadito.

Ah que osado, el camino.

Hoy por la mañana pude ver muy claro
la arena suelta, envuelta y en vuelta
sobre su propia redondeada lucidez.
La grave grava asfáltica cementerosa que hiciera
patinar
mis pies.

(Osadito el camino, ya dije)

Hoy por la mañana pude ver muy claro
que la vieja combi combada de hojalatería prestada
y setentera inconclusa,
la vieja combi combada aparcada desde hace treinta años
de mismo perro abajo,
enpolvado y ladrido ciego,
treintañero el perro como yo
que cada día bajo
por la loma malona de mis días y seis años de frontera presurosa,
desapareció.
Muestra decir que nada es para siempre.

(Otra vez el rosa rosado de rosa, qué cosa!)

¿Qué falta? ¿Porqué todo tan sin verde vida ni morado segundo?

Hoy por la mañana pude ver muy claro
que ni ramas, ni hojas,
ni combi combada ni perro.
Puras luces.
Rosas rosadas rojas.
Todo muy claro.
Demasiado.
No verde vida.
Nunca más morado segundo.
Y clara, a lo lejos: la parada del camión.

A la enórmica, magnífica e insular Jarancanda
de la loma de mi calle
la arrancaron.

Entonces ahora claro quiero ver
que ose el camino osar: raso: rosa: sarro.




PAISAJE
(...seis horas en encontrarme...)

Dentro de un rectángulo transparente
se enclavan los cerros de verdes elevaciones.
El cielo se recorta esta tarde anónima, lleva el color gris firme como un guerrero luminoso.

A través de este rectángulo veo
la curva perfecta donde un hombre y una mujer se besaron. Del beso
se levantó insomne
el viento que trajo a la lluvia. Era la madrugada.

El caserío distrae el verde de la cañada. En tonos rojos, ladrillos, azules,
mostazas,
le guiña el ojo y las manos de esta ciudad se duermen.




La palabra se descarapela.

Frente a mis ojos la roca: Pétreas las arrugas de una sábana.

A este rectángulo algunos a veces le llaman ventana. Pero no lo es.

Delgado y solo, distante, un faro me mira. En su lenguaje ermitaño
susurra las olas, la espuma, los peces de un mar que nadie ha visto.

Inesperado, agudo y filoso
un relámpago traspasa la pierna de un hombre.

Se acalambra el paisaje.

Otro hombre balbucea, habla desde un mundo poblado de pájaros
de carne blanda y plumas torcidas color sepia. Uno tiene el paladar
y los dientes negros. El otro lleva los ojos ardiendo y el sueño enrarecido. Es el mismo eco resonando en lenguajes distintos. Es el mismo hombre haciéndose otro hombre.

El cuenco de una cuchara contiene calcio diluído y previamente triturado en un mínimo mortero. El cuenco de los ojos del hombre se inunda.

En un momento todos estamos ciegos. Nada permanece.

La ventana rueda.

Dentro de un rectángulo transparente una mujer observa cómo su aliento cambia el color de un cubrebocas. Eso es sólo, o casi, imperceptible.


Un hombre acostado tiembla inundado de sueños en blanco.
Calcio y sulfato ferroso estancados, clandestinos, en las comisuras de su boca.

A mis espaldas
el hombre duerme bajo el arco de una puerta que no conozco.



INFRUTESCENCIA 

Yo fui una higuera.
El tronco hecho un betún: confitería.
Corteza blanca en remolino constante.

Fui el tronco y ramas de una higuera
podadas una y otra vez por si las moscas,
por si los higos escurriendo
llanto o miel averanada.

Morácea, blanda y a veces de gusto dulce.
Yo fui.

Ah pero que no me tocaran las hojas.
(velludas, tupidas, grandes, verdes, lobuladas.
Como mi sexo: urdimbre y trama).

Saga: madera incorruptible: sicomora: yo fui.



CORRESPONDENCIAS

De a poco, los pájaros –con sigilo– dan cuenta del crepúsculo. Esa forma repetida de dar la espalda. Desde sus ramas, consecutivos, ladean cabeza para situar el ojo. Te miran. A través del vidrio de esa puerta que no es ventana. Que no es. Rubicunda la pesadilla por el tronco, trepa ávida. Incrusta las afiladas garras y el espasmo. Todas las alas se sacuden. El sueño es incierto. Refracción de la luz: sólo a veces la altura. El aura no es un síntoma ni tampoco un halo. El aura, sibila, posada sobre una rama besa acorde tu pesadilla. Millones de verdes estallan entre las hojas, contra las telas. El primer rayo de luz. Los pájaros abandonan sus lugares. Entre el enramado verde: el estruendo.


FASCINACIÓN

Era la manera de asomarse. Ojo avizor: el hueco que atraviesa el cuerpo de un hombre. Un hombre-perro. Hacia el fondo la cruz. Pequeñita. Sembrada sobre la tierra. Y luego aparte una casa, diminuta, en las fosas nasales. Pero era al fondo la pequeña cruz, que aparecía luego de un hueco, un hueco que antes ocupaban las vísceras. Las vísceras de un hombre-perro quizá dubitativo, quizá apenas intoxicado. Llantas, plásticos, zapatos, resorteras. Una navajita. Y la tierra. Todo lleno de tierra. Lodo seco. ¿Te acuerdas cuando la planta desnuda de un pie se pasa una y otra vez sobre la alfombra? La provocación: esa manera de atravesar el cuerpo. Era un vicio. Era un Perro Loco, Violento y Confundido, pero era un hombre. Era quedarse viendo la estrella fugaz. El tiempo y los espirales de ese cuerpo que emanaban –ese circuito– desde el pecho, bajo el pezón. Era poco a poco desangrarse pero era la mano derecha del hombre-perro, su índice, el que tocaba la cruz. Yo te estaba viendo. Era la manera de asomarse. Las vísceras que nunca. Era un corte transversal la fascinación.


FOTOGRAFÍAS CON F/RÍO Y BOSQUE

Era la neblina entre paredes amarillas. Rectangulares paredes de aspecto rancio y tribulación esplendorosa. Esa casa pequeñita. Minúscula caja donde las bailarinas, una tras otra, aprendieron a girar sin cuerda ni música ni público. Danza muda. Cabelleras hiedras. Poca la anchura del pasillo. Siempre hubo tiempo de sobra para limpiar el piso. Todavía un río rojo serpentea hacia un mar sin costa desde la diminuta puerta de esa casa. Todavía desde el rellano del escalón más alto en la escalera, ampliamente: el sofoco.

Todavía desde el rellano del escalón más alto en la escalera, se azota una puerta. Metálica y pintada de blanco. Un cable para jalar mejor. Desde la azotehuela nadie podía abrir la puerta por dentro. Y luego de la azotehuela: el cuarto. Un cuarto. Un piso de mosaicos color verde. Verde pistache más arbóreas franjas de betún. Fragmentos. La ventanita. Un bonsái. Un ropero. Un restirador. Detallitos de familia. Un hermano mayor que hace muchos muchos años dejó de ser tu padre.

Un hermano mayor que hace muchos muchos años aprendió a vivir en medio de lagos y bosques fríos. Fotografías. Una chamarra azul marino térmica de pluma de ganso y el nuevo idioma fue lo primero que adquirió. El francés alterado. Pero, ah esa sonrisa. Pero ah ese buen gusto por la música. Ah, cómo deseaste siempre haber sido él, don´t you?

Pero ah ese buen gusto por la música. Cómo deseaste. Sobre los mosaicos verdes, sobre el restirador. Todas las noches recorrer una y otra vez las atmósferas de un pasado en arpegios y rumorados ruidos. La bailarina danza. La bailarina –la primera de todas y una de tantas– salta sobre los hombros. La punta de una de sus zapatillas taladra un baúl. Musiquilla sorda y ciega. Al salir de la casa, esa bailarina: cal de arena y hueso roto. Murmullos dentro del hueco tibio de una mano. La marejada de sus cabellos. El miedo que aletea. El miedo que aletea. Aletea. El sueño impreciso. Tu debilidad. La bailarina baila. El serpentino río rojo. Los hijos, las hijas, crecen.







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