sábado, 21 de agosto de 2010

ROBERT LOWELL [590] Poeta de Estados Unidos


Robert Lowell



Poeta estadounidense. (Boston, 1 de marzo de 1917 – Nueva York, 12 de septiembre de 1977).

Estudió en la Universidad de Harvard y fue transferido al Colegio Kenyon en Gambier, Ohio, donde se graduó, para estudiar bajo el gran crítico estadounidense John Crowe Ransom.
Empezó a publicar en 1944, con Land of Unlikeness. Destaca por Life Studies, de 1959,For the Union Dead, de 1964, o Near the Ocean, de 1967. Es considerado uno de los poetas más significativos de Estados unidos en la segunda mitad del siglo XX.
Ejerció gran influencia en la poesía de las décadas de 1950 y 1960, especialmente en Anne Sexton y Sylvia Plath. Fue amigo de Elizabeth Bishop y de la novelista y crítica Mary McCarthy, con quien compartió varias causas civiles en los cincuenta.
El final se su vida fue muy doloroso. El alcohol dañó sus energías, y fue hospitalizado numerosas veces por sus trastornos mentales. Ganó el Premio Pulitzer por poesía.


Bibliografía

-Land of Unlikeness (1944)
-Lord Weary's Castle (1946)
-The Mills of The Kavanaughs (1951)
-Life Studies (1959)
-Phèdre|Phaedra (versión) (1961)
-Imitations (1961)
-For the Union Dead (1964)
-The Old Glory (1965)
-Near the Ocean (1967)
-The Voyage & other versions of poems

of Baudelaire (1969)

-Prometheus Bound (1969)

-Notebook (1969) (ampliada en 1970)
-For Lizzie and Harriet (1973)
-History (1973)
-The Dolphin (1973)
-Selected Poems (1976) (Revised Edition, 1977)
-Day by Day (1977)
-The Oresteia of Aeschylus (1978)
-Collected Poems (2003)
-Selected Poems (2006) (Expanded Edition)
Words in Air: The Complete Correspondence Between Elizabeth Bishop and Robert Lowell, editado por Thomas Travisano, con Saskia Hamilton (Farrar, Strauss & Giroux, 2008)






OTOÑO 1961

Adelante y atrás, adelante y atrás
va el tock, tock, tock
de la anaranjada, suficiente, diplomática
faz de la luna
que hay en el reloj del abuelo.

Durante todo el otoño
el roce y la agitación
de la guerra nuclear;
hemos matado a golpe de palabras nuestra extinción.
Yo nado como un pececillo
Tras la ventana de mi estudio.

Nuestro fin se va aproximando.
la luna se levanta,
radiante de terror.
El estado
es un buceador bajo una campana de cristal.

Un padre no es un escudo suficiente
para su hijo
Somos como un montón de salvajes
arañas que lloran juntas,
pero sin lágrimas.


La naturaleza alza un espejo
Una golondrina hace un verano.
Es fácil ir marcando
los minutos
pero las manecillas del reloj se atascan.

¡Adelante y atrás!
Adelante y atrás, adelante y atrás—
¡mi único lugar de descanso
es el balanceante nido del oriol naranja y negro!




AGUA

Era una ciudad de l angostas de Maine—
cada mañana botes llenos de manos
partían hacia las canteras
de granito de las islas,

y dejaban atrás docenas de desnudas
casas blancas de madera adheridas
como conchas de ostra
a una colina de roca,

Y debajo de nosotros, el mar lamía
los desnudos y pequeños laberintos
de palos de cerilla de una esclusa,
donde se atrapaban los peces para cebo.

¿Recuerdas? nos sentábamos en una laja de roca.
Desde esta distancia en el tiempo,
parece del color
del iris, pudriéndose y volviéndose más púrpura,

pero no era más que la habitual roca gris
que se volvía del habitual color verde
cuando el mar la empapaba.

El mar empapaba la roca
a nuestros pies todo el día
y continuaba arrancándole
trozo tras trozo.

Una noche tú soñaste
que eras una sirena aferrada a un pilón de un muelle,
y que intentabas arrancar
los percebes con las manos,

Deseábamos que nuestras dos almas
pudieran regresar como gaviotas
A la roca. Al final,
el agua resultó demasiado fría para nosotros.




"Robert Sheridan Lowell"

Tus ambulancias de medianoche, la primera
navaja de sierra del niño, los pies por delante,
una tira de tabaco amarrada a la garganta
que se niega a descender, la ventana abarrotada
de bolsas marrones de papel que escurren melocotones
y aguacates,
las comidas con sabor a kleenex... se está filtrando
demasiada sangre...para que
tras doce horas de trabajo todo salga bien,
en menos de treinta segundos nadando
en la inundación de sangre:
El pequeño Gingersnap Man, hominiforme,
plano irritado y rojo alcohólico,
parecido a nosotros tan solo en pertenecer
a la edad madura.
"Si le tocas te quemarás los dedos."
"Es su salud, no fiebre ¿Por qué los demás bebés
están pálidos?
Sus ojos azul marino se inclinan con su cabeza...
Cariño,
Hemos escapado a nuestra lucha a muerte
con nuestras vidas."

Robert Lowell en El delfín (1973),
incluido en Antología (Visor Libros,
Madrid, 1982, versión de A. Resines).

LA PAREJA

"En dos ocasiones en el pasado creo que me
encontré con Lizzie en el sueño recurrente.
Estábamos fuera caminando. ¿Qué clase de calle,
preguntas hermosa o Londres? Era nuestra propia
calle.
¿Qué escuchaste y dijiste? Nos escuchamos
a nosotros mismos. La acera tenía dos pies de anchura.
Nosotros, cogidos del brazo, caminábamos,
haciendo ruido de humedad con las hojas de cinco
puntas de roble que había bajo muestros pies-
Felizmente se fundía bajo nuestros talones.
Nuestra actitud tenía algo de íntima en mi sueño.
¿Qué hacías tú en esa luna de miel?
Nuestra conversación tenía una trama simple,
la historia de una mujer y un hombre
que versificaban la tragedia de ella-
hablábamos como hermanas... tú no existías."

Robert Lowell en El delfín (1973), incluido en
Antología (Visor Libros, Madrid, 2003,
trad. de Antonio Resines).


ÓBITO

Nuestro amor no regresará en la rueda de la fortuna-
al final nos alcanza, aunque un hombre sepa lo que
querría tener:
coches antiguos, dinero antiguo, antigua plata
sin devaluar pre-Lyndon, nada de cobre que aparece
al frotar... esposas viejas;
yo podría vivir un tiempo tan excesivamente largo
con la mía.
Al final cada hipocondríaco es su propio profeta.
Antes del descanso final, viene el descanso
de toda trascendencia en un modo de ser,
silenciando todo atractivo. Yo estoy a favor
y conmigo mismo en mi otredad,
en el eterno regreso de los más hermosos hijos
de la tierra,
el lirio, la rosa, el sol sobre ladrillo al atardecer,
el amado, el amante, y su miedo a la vida,
su flujo inconquistado, su insensata unicidad, dolorosa
"Fue..."
Después de amarte tanto, ¿puedo acaso olvidarte
por toda la eternidad, y no tener alternativa?

Robert Lowell en Para lizzie y Harriet (1973),
incluido en Antología (Visor Libros, Madrid, 1982,
versión de Antonio Resines).


TRAÍDA A CASA DE UNA TORTUGA

En la carretera a Bangor, vimos una piedra moteada,
una tortuga pintada petrificada por el miedo.
La recogí. La tortuga había recorrido un largo camino,
un subestudio de 200 milenios sobre los dinosaurios,
para ser, posteriormente, sus supervivientes. Un dios
para los que no tienen poder...
A Castine vienen dioses más rápidos, almidonados
patrones de yate que ven el infierno como una ciudad
muy semejante a Nueva York.
Estos dioses ofrecen un mal paso y un peor futuro
a los hombres que jamás se molestan en izar un spinnaker;
la cultura sin dinero no tiene ni el valor de sus escupitajos.
La risa en el monte Olimpo era siempre jovial...
Buenas noches, pequeño Muchacho, pequeño Soldado, vive,
juguete para tu amigo, piedra para que tropiece Dios-
Tortuga de papel de lija, que rasca su perola pidiendo agua.

Robert Lowell en Para Lizzie y Harriet,
incluido en Antología (Visor Libros, Madrid, 1982,
versión de Antonio Resines).





MÉXICO 8

Tres almohadas, extremo contra extremo,
enrolladas en una manta de sofá cama -elásticas,
redondas, sin problemas. Por un segundo,
por alguna alucinación de mi mano
imaginé que te estaba desenvolviendo a ti...
Dos monjas inamovibles, sin hábito, demasiado gordas
para abandonar el dormitorio, han estado viviendo
de té durante diez días,
cubitos de sopa y galletas traídas desde Boston.
Te enroscas en tu camastro de metal como un hijo,
yo me tumbo apoyado en un codo molesto por el suelo-
monjas haciendo las maletas, monjas haciendo resonar
la escalera circular de hierro,
monjas en pijama festoneando sus batas.
Monjas preparando caldo, o té o galletas, monjas
fermentando y ocultando su desaprobación...
el alma gime y se ríe ante su falta de estatura.

Robert Lowell en México, incluido en Antología
(Visor Libros, Madrid, 1982, versión de Antonio Resines).


MÉXICO 7

Estamos enlazados en la inocencia y la malicia;
y no obstante no somos iguales, yo he vivido sin
sentido hace tanto tiempo que la pérdida
ya no me hace daño,
los reflejos y las costumbres del mundo me harán
flotar libre-
Tú, que Dios te ayude, tienes que desear cada
respiración...
El lavatorio emite dulce y chocante perfume.
En Cuernavaca las ilusorias luces hogareñas
de la noche vigilan a todo el mundo, no sólo
a las muchachas, en casacomo cajones en calles
donde los autobuses devoraron las aceras.
Es la medianoche del Año Nuevo; nosotros tres
bebemos cerveza de lata en el mercado con guarnición
de sal y lima-una mujer, Azteca,
canta baladas de adulterios, y solloza porque
su marido la ha abandonado por tres mujeres-
para enfrentarse a la pobreza que todos
los hombres han de conocer a la hora de la muerte.

Robert Lowell en México, incluido en Antología
(Visor Libros, Madrid, 1982).



RANDALL JARREL 1

(Octubre, 1965)

Sesenta, setenta, ochenta: yo te veía maduro,
suave,
saltamontes incambiable, silbando a lo largo
de los fuegos de hierba;
el mismo pelo, tocado por la nieve, y la misma
muñeca para el tenis; pronto partidos de dobles,
ya no individuales... ¿Quién se atreve a acompañarte
a tu caída mortal,
a ver los años arrugando el receptáculo,
a ver cómo la hiedra se convierte en una mancha
de sangre en la pared de tu enfermería? Hace
treinta años, como estudiantes que esperábamos
a Europa y el final del trimestre de primavera-
vimos bajo nosotros, dorados, pequeños, petrificados,
el campo de polo de la escuela, campos de trigo,
el aeródromo feudal,
el Trust McKinley; detrás, sobre nosotros, la torre,
los dormitorios, la barraca de campo, el palacio
del Obispo y la capilla-
Randall, la escena se arroja aún sobre el parabrisas.
Las manzanas enrojecen hasta su madurez sobre
el látigo de la rama.

Robert Lowell en History, incluido en Antología
(Visor Libros, Madrid, 2003, trad. de Antonio Resines).




LA CASA DE ENFRENTE

Durante todo el día la casa de enfrente,
un establo de la policía abandonado,
tan sólo una casa de enfrente,
es lo suficientemente cuadrada -seis pisos,
seis ventanas por piso,
palomas que miran boquiabiertas desde
rotas ventanas arrullando
como pandas de niños haciendo sonar a soplidos
vacías botellas.

Esta noche, no obstante, la veo resplandecer
en las Azores de mi abierta ventana.
Sus viriles, anticuadas formas
son despampanantemente rectilíneas.
Es como un fuego artificial para ser disparado
al final de la fiesta en el jardín,
como alguna casa* española, luminiscente
de heráldica y asesinatos,
atrapada en Nueva York.

Un huesudo policía está encogido
en el portal, con una mano en el revólver.
Cuenta sus balas como cuentas de un collar.
Dos a caballo hacinan
a la multitud sobre la acera. Una luz roja
gira sobre el techo de un automóvil armado,
que avanza más lentamente que una tortuga.
¡Terror preventivo!
¡Viva la muerte!*.

(*En castellano en el original).

Robert Lowell en Near the ocean,
incluido en Antología (Visor Libros, Madrid, 2003,
traduc. de Antonio Resines).


POR LOS MUERTOS DE LA UNIÓN
"Relinquunt Omnia Servare Rem Publicam"

El viejo Acuario del Sur de Boston se yergue
ahora en un Sahara de nieve. Sus ventanas
rotas están selladas con tablas.
La veleta que era un bacalao de bronce
ha perdido la mitad de sus escamas.
Los airosos tanques están secos.

Tiempo ha, mi nariz se arrastraba
como un caracol sobre el cristal;
mi mano ansiaba
romper las burbujas
que flotaban desde las narices
de los acoquinados y complacientes peces.

Mi mano se retira. A menudo suspiro aún
por el oscuro abismal y vegetativo reino
del pez y el reptil. Una mañana el pasado marzo,
me apreté contra la nueva espinosa y galvanizada

verja del Boston Common. Tras su jaula,
amarillas, dinosáuricas palas mecánicas gruñían
mientras recogían toneladas de barro y yerba
para excavar su garaje submundano

Los espacios para aparcar florecen como cívicos
montones de arena en el corazón de Boston.
Una faja de vigas naranjas, color calabaza puritana
sujeta la cosquillosa Cámara Legislativa,

que tiembla sobre las excavaciones, mientras
da la cara al Coronel Shaw
y su infantería de acampanadas mejillas de Negros
en el tembloroso relieve de la Guerra Civil de
St. Gauden,
apuntalado por un entablillado de planchas
contra el terremoto del garaje

Dos meses después de marchar a través de Boston,
la mitad del regimiento había muerto;
durante la dedicatoria,
William James casi podía oír respirar a los negros
de bronce.

Su monumento se hinca como una espina de pescado
en la garganta de la ciudad.
Su Coronel es tan esbelto
como la aguja de una brújula.

Tiene una iracunda vigilancia como de abadejo,
la suave tensión de un galgo;
parece rechazar el placer con dolor,
y sofocarse por un poco de intimidad.

El está ya más allá de toda atadura. Se regocija
en el adorable y peculiar poder del hombre de elegir
la vida y morir-
cuando dirige hacia la muerte a sus negros soldados,
no puede doblegar la espalda.

En un millar de parques de pequeñas ciudades de Nueva
Inglaterra,
Las viejas iglesias blancas mantienen su aire
de dispersa, sincera rebelión; deshilachadas banderas
acolchan los cementerios del Gran Ejército de la República.

Las estatuas de piedra del abstracto Soldado de la Unión
se hacen cada vez más delgadas y jóvenes
con el paso de los años-
con cintura de avispa, dormitan sobre mosquetones
y meditan a través de sus patillas...

El padre de Shaw no quería monumento alguno
más que la zanja,
donde el cuerpo de su hijo fue arrojado
y perdido junto con sus "negracos".

La zanja está más cerca.
Aquí no hay estatuas de la última guerra;
en la calle Boylston, un fotógrafo comercial
muestra la hirviente Hiroshima

sobre una caja fuerte Mosler, la "Roca de las Eras"
que sobrevivió la explosión. El espacio está más cerca.
Cuando me acuclillo ante mi televisión,
las desecadas faces de niños escolares Negros s
e elevan como globos.

El Coronel Shaw
cabalga sobre su burbuja,
espera
la bendita ruptura.

El Acuario ha desaparecido, por doquiera
gigantescos automóviles de grandes aletas
avanzan como peces;
un salvaje servilismo
se desliza sobre grasa.

Robert Lowell en For the Union Dead, incluido en Antología
(Visor Libros, Madrid, 2003, versión de Antonio Resines)



EL DORMITORIO DE MI PADRE

En el dormitorio de mi Padre:
hilos azules tan delgados
como la escritura de una pluma sobre la colcha,
puntos azules sobre las cortinas,
un kimono azul,
sandalias chinas con tiras azules de felpa.
El suelo de anchos listones
tenía la pulcritud de las cosas pulidas.
La lámpara de cabecera de cristal transparente
con una pantalla blanca de tela
estaba aún levantada unas pocas
pulgadas al descansar sobre el volumen dos
del libro de Lafcadio Hearn
Glimpses of Unfamiliar Japan *.
Su arrugada cubierta oliva
estaba castigada como la coraza de un rinoceronte.
En la guarda:
"A Robbie de Madre".
Años más tarde con la misma letra:
"Este libro ha sufrido un duro trato
en el río Yangtze, China.
Fue abandonado bajo una claraboya
abierta durante una tormenta".

* Breves visiones del Japón desconocido.

Robert Lowell en Antología (Visor Libros,
Madrid, 2003, trad. de Antonio Resines).


PARA DELMORE SCWARTZ

¡Ni siquiera conseguíamos mantener
encendido el horno!
Incluso una vez desconectado,
el anticuado
refrigerador gorgoteaba gas mostaza
a través de tu casa amarillo mostaza,
estropeando nuestra tan trabajada visita
del hermano de T. S. Eliot, Henry Ware...

Tu pato disecado se inclinaba hacia Harvard
desde mi baúl:
su pico era un silbato negro, y su ceño
era alto y más delgado que el pulgar de un bebé;
Sus membranas eran tan duras como las uñas
de los pies aferradas a su rama.
Fue tu primera muerte; habías corrido con ella a casa,
conservada en una papelera de lata llena de ron-
miraba a través nuestro, como si hubiera muerto
borracho perdido.
Debes haberle sujetado los párpados con un clavo,
Y aún así vivía con nosotros y nos sostenía la mirada,
Rabelaisiano, lúbrico, drogado. Y allí,
Encaramado en mi baúl y en mi mesa de escribir,
refrescaba nuestra Angst
universal durante unos instantes, Delmore. Bebíamos
y observábamos.
las cobardes sombras del mundo.
Compañeros submarinos, noblemente enloquecidos,
hablábamos hasta hacer huir a nuestros amigos:
"Que Joyce y Freud,
los Maestros del Gozo,
sean nuestro huéspedes aquí", decías. La habitación
estaba repleta de humo de cigarrillos que circulaba
en torno a la paranoide inerte mirada de Coleridge,
recién llegado De Malta-sus ojos perdidos en su carne,
los labios calcinados y negros.
Tu gato atigrado, Oranges,
Se revolcaba de gozo hecho una pelota de bufidos.
Tú dijiste:
"Nosotros los poetas en nuestra juventud partimos
de la tristeza; de aquí que al final sobrevenga
la desesperación y la locura. Stalin ha sufrido
dos hemorragias cerebrales!"

El Río
Charles se estaba haciendo de plata.
En la desvanecida luz de la mañana, hincamos el
pie
palmeado
del pato, como una vela, en un cuartillo
de ginebra que nos habíamos liquidado.

Robert Lowell en Life Studies, incluido
en Robert Lowell. Antología (Visor Libros,
Madrid, 1982, versión de Antonio Resines).



HISTORIA

La historia tiene que vivir con lo que hay,
atiende a lo próximo para indagar en todo lo que hemos tenido
— es aburrida y espantosa cuando morirnos,
a diferencia de la escritura, la vida nunca termina.
Abel había terminado; la muerte no es algo remoto,
una flor de un día electriza al escéptico,
sus vacas hacinadas como cráneos contra el alambre de alto voltaje,
su bebé llorando toda la noche como una máquina nueva.
Al igual que en nuestras Biblias, pálida, devastadora
la hermosa luna asciende como la bebida espumosa del cazador
— un niño podría darle un rostro: dos agujeros, dos agujeros,
mis ojos, mi boca, entre ellos un cráneo sin nariz—
Hay una inocencia aterradora en mi cara
empapada con el penacho de plata de la mañana helada

Versión de Carlos Alcorta.




History

 History has to live with what was here,
clutching and close to fumbling all we had--
it is so dull and gruesome how we die,
unlike writing, life never finishes.
Abel was finished; death is not remote,
a flash-in-the-pan electrifies the skeptic,
his cows crowding like skulls against high-voltage wire,
his baby crying all night like a new machine.
As in our Bibles, white-faced, predatory,
the beautiful, mist-drunken hunter’s moon ascends--
a child could give it a face: two holes, two holes,
my eyes, my mouth, between them a skull’s no-nose--
O there’s a terrifying innocence in my face
drenched with the silver salvage of the mornfrost.





Man and Wife

 Tamed by Miltown, we lie on Mother’s bed;
the rising sun in war paint dyes us red;
in broad daylight her gilded bed-posts shine,
abandoned, almost Dionysian.
At last the trees are green on Marlborough Street,
blossoms on our magnolia ignite
the morning with their murderous five days’ white.
All night I’ve held your hand,
as if you had
a fourth time faced the kingdom of the mad—
its hackneyed speech, its homicidal eye—
and dragged me home alive. . . .Oh my Petite,
clearest of all God’s creatures, still all air and nerve:
you were in your twenties, and I,
once hand on glass
and heart in mouth,
outdrank the Rahvs in the heat
of Greenwich Village, fainting at your feet—
too boiled and shy
and poker-faced to make a pass,
while the shrill verve
of your invective scorched the traditional South.

Now twelve years later, you turn your back.
Sleepless, you hold
your pillow to your hollows like a child;
your old-fashioned tirade—
loving, rapid, merciless—
breaks like the Atlantic Ocean on my head.




Home After Three Months Away

 Gone now the baby’s nurse,
a lioness who ruled the roost
and made the Mother cry.
She used to tie
gobbets of porkrind in bowknots of gauze--
three months they hung like soggy toast
on our eight foot magnolia tree,
and helped the English sparrows
weather a Boston winter.

Three months, three months! 
Is Richard now himself again?
Dimpled with exaltation,
my daughter holds her levee in the tub.
Our noses rub,
each of us pats a stringy lock of hair--
they tell me nothing’s gone.
Though I am forty-one,
not forty now, the time I put away
was child’s play.  After thirteen weeks
my child still dabs her cheeks
to start me shaving.  When
we dress her in her sky-blue corduroy,
she changes to a boy,
and floats my shaving brush
and washcloth in the flush. . . .
Dearest I cannot loiter here
in lather like a polar bear.

Recuperating, I neither spin nor toil.
Three stories down below,
a choreman tends our coffin’s length of soil,
and seven horizontal tulips blow.
Just twelve months ago,
these flowers were pedigreed
imported Dutchmen; now no one need
distinguish them from weed.
Bushed by the late spring snow,
they cannot meet
another year’s snowballing enervation.

I keep no rank nor station.
Cured, I am frizzled, stale and small.







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