lunes, 9 de agosto de 2010

JULIA UCEDA [357]


Julia Uceda

Julia Uceda Valiente (Sevilla, España, 22 de octubre de 1925), profesora y poeta galardonada con el Premio Nacional de Poesía 2003 por «En el viento, hacia el mar». Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Hispalense, dónde también obtuvo el Doctorado, con una tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo.

Ejerce en la Universidad de Cádiz hasta 1965, cuando se traslada a Estados Unidos, donde residirá hasta 1973. Pasará a continuación tres años más en Irlanda hasta su retorno en 1976. Ha ejercido la docencia tanto en la Universidad Estatal de Míchigan como en la Universidad de Sevilla.
En la actualidad reside en el valle ferrolano de Serantes.

El reconocimiento

Ha sido nombrada hija adoptiva de la ciudad de Ferrol e hija predilecta de Andalucía en 2005. En Sevilla han dado su nombre a una biblioteca pública.
Es miembro de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras y de la Asociación Internacional de Hispanistas.

Ha ganado, entre otros:

El Premio de la Crítica de Poesía Castellana (2006).
El Premio Nacional de Poesía de España (2003), por la publicación de En el viento, hacia el mar (antología de sus obras completas).
Accésit del Premio Adonais de poesía con el poemario Extraña juventud.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas como el portugués, inglés, chino y hebreo.
El presidente de los críticos literarios españoles, Miguel García-Posada, señaló a Julia Uceda como una de las más brillantes autoras que ha dado la lengua española.

Su poemario Hablando con un haya, editado en 2010, ha sido objeto de elogios por parte de la crítica hispana.

Obras

Escrito en la corteza de los árboles (2013).
Hablando con un haya (2010).
Zona desconocida (2007).
En el viento, hacia el mar (2003).
Los muertos y evolución del tema de la muerte en la poesía de José Luis Hidalgo (1999).
Del camino de humo (1994).
Poesía (1991).
Viejas voces secretas de la noche (1982).
En elogio de la locura (1980).
Campanas en Sansueña (1977).
Poemas de Cherry Lane (1968).
Sin mucha esperanza (1966).
Extraña juventud (1962).
Mariposa en cenizas (1959).



CÍRCULOS

El círculo se expande desde donde nace
la luz. Se va alejando el límite hacia una mayor serenidad.
Nada es preciso ni seguro. No sé
si bajo el agua insiste el agua (¿es el círculo un mar de alguna parte]
o de ninguna? Nada es eterno, como siempre) ¿Descansa el mar]
sobre un suelo de barcos o prosiguen el agua,
sus habitantes, sus objetos perdidos, hacia lo más hondo?
“Parece que hablas con los muertos”, me dicen. No:
ellos ya nada tienen que decir, guardan sus secretos. Hablo,]
 para dar libertad a lo no dicho. Por eso,
los círculos  se alejan hacia más luz, siempre hacia más luz de conocer.] 
Hablo,
lo intento. Y el anillo se expande y se hace borroso
en su alianza con el fuego del sol. Yo solo voy buscando
palabras e historias no nacidas.
Estoy en el entonces, que decía un poeta, como si entonces fuera]
un lugar fiel, una playa tranquila. En ese entonces,
es donde empieza el tiempo. De él no me he movido.
Allí, mi mano ensaya
los signos de ese nuevo alfabeto. La gata,
con su mirada verde, espera , observándome,
indiferente y sabia. Y se echa a dormir
sobre mi bata azul: se siente más segura
cuando huele mi ropa. Lo que busco, ella lo sabe
pero si duerme sobre algo mío, no tiene miedo.



Agua ahogada

Jabón, agua, lejía, arañar
virutas inquisidoras, polvo de nadas. Sacudir
violetas marchitas de Mimí Pinsón,
                        Un día más, un año más, que dicen: está perdido en la neblina...
                        alfombras de Echegaray,
chaqués de Benavente,
piojos del Padre Coloma, ladrillos
de acá y allá, grupos alternativos
pseudos, pseudos, todos pseudos
                                  (y los velitos...)
como si fueran algo, alguien
digno de eternidad.
                          ¿De dónde ese ruido?
Rugido, sí clamor oscuro de sotanas ardiendo
quemando otras sotanas, sí, otras cosas: todo
lo que arde y arde todo
lo White y lo negro.
                           Hasta la sangre arde, ¿quién
                           iba a decirlo?
Lenguas mancilladas
Agua ahogada en lo seco,
embarrada en lo oscuro
Jabón, agua, lejía. Limpiar
tanta sobra, tanta limadura
de aire puro desperdiciado,
dejar que resplandezca,
mirar sonrisa triste de ese manco.
Jabón, agua lejía, limpiar los siglos
inútiles. Apagar hogueras en que ardieron
edades de gloria,
las palabras profundas con otros tonos,
la esperanza perdida
                                      y una rosa
mientras
bebo
frío.



Forma final

Cuando me vaya cuesta arriba y el camino
que sólo yo conoceré ante mí se despliegue,
en su forma final de tanto frío sobre el hombro,
                        de tan maltrecha,
de tan disparatada aspiración /expiración de un bronquio de tristeza
que suele acompañarme en las noches del invierno,
¿de qué me acordaré?
                        ¿De todo lo que puso su grano en esa forma
que ya no es piedra, pero que fue piedra
y llave y copo y cosa alguna en amplio pensamiento;
una llama en que ardían otras llamas, llama
que en otras arda: un mar lejano
que nadie llamó mar?

                  ¿Qué recuerda mi mano de cuando fue otra mano;
                  qué recuerda mi mano de ese mar
                  que fue polvo finísimo de luz
                  en la hora cero del primer minuto? Sé
                  que todo estaba allí.
                  Pero no alcanzo.

A EDITH PIAF

Te han condenado.
Una oración,
como limosna insuficiente,
ha caído
sobre la tapa de tu féretro.
Te han condenado, Edith,
por no querer ser
la excepción que confirma
la regla. Porque
querías,
tú, gorrión
de la calle, ser
la regla. Porque
intentabas salirte de la calle.
Te han condenado como
si Dios no fuese amor. El dedo
ejemplar
-una uña sucia, como
si lo viera- se alzó
sobre tu frente
y mostró al mundo
que sólo esa limosna- por sí acaso...-
merecías.

De nuevo a la intemperie.
Esta vez " a la calle"
te han dicho.
A la calle amarilla
de los muertos, sin Senas,
sin flores, sin guitarras.

Pero tú, Edith, sonreirás.
Tuviste ya tu infierno
al borde de la cuna: sabes
lo que un niño criado con alcohol.
Edith, mystère Piaf, rezabas
no al morir, al cantar;
y sin saber por qué,
por quién acaso. Ahora
es cuando cantas en la inmensa calle
de Dios, alegremente,
Edith, mystére Piaf.




CARTA

La página inundada de silencio.
¿La entiende alguien?

Escribiría: "Oigo
voces de muchos pájaros", o
"Se murió en el olvido", pero
¿lo entiende alguien?

Hábito de silencio,
de voces fragmentadas.

No, probablemente:
mejor ¿informaciones puntuales?,
que se dice.

Y la firma, sin fecha.

El resto del papel, meditando en silencio,
recorrido por la pluma sin tinta,
por la voz de una muda,
se dejará mirar.

Quizá se entienda.



CONFESIÓN EN NEGRO

Ahora puedo decir: esto era
la mayor parte de la vida. Lamento
sin embargo, aunque no
con excesiva pena,
no haber tenido nunca un dormitorio,
aunque por otra parte,
qué podía yo hacer con tantos muebles
y con tanta madera arrebatada
a aquellas tierras en donde nació...
Fue roja mi primera cama.
Tenía una plaquita, de San José y el Niño,
en el pequeño cabezal.
Recuerdo todavía
a los mayores discutiendo
que su compra era urgente pues la niña
no cabía en la cuna.
Fué peor
no acceder a los libros que, mudos, me llamaban
porque venían y se iban
más lejos cada vez. Igual que mis amigos,
que mis casas, que las viejas butacas,
que los paisajes encontrados.
Quién sabe todavía
en qué casa, en qué cuarto moriré.
Sin embargo, me alegro
de haber tenido, en USA, tres objetos: la boina
de hielo del dolor
de cabeza, el teléfono blanco
-en mi tierra eran negros-
de Mirna Loy, y haber averiguado
lo que desayunaban, en altas copas cristalinas,
las heroinas y los héroes
del cine. Eran pomelos: esa fruta
cuyo amargor no puedo soportar.

¿Y del amor? Punto y aparte.
Los quise. Me quisieron:
todos fueron mis gatos. Y hubo también tres perros.
Lo sé: no ha sido tan terrible.



DECÍA HIELO

¿Qué dijo?
¿Qué decía? Palabras, eso sí,
palabras eran, pero ¿qué palabras?
Caían sobre una mesa. Y había luz.
Una luz muy oscura.
Ahora las manos se agrietaron
buscando los sonidos, revolviendo
agujeros, bolsillos falsos, nidos
abandonados, hojitas de musgo
y hojas secas: todo lo quieto. Sacude
los recursos para encubrir, por si cayeran,
las palabras, al suelo, con un sonido comprensible.

Pregunta
a los árboles del más allá, de vez en cuando,
si se acuerda, al llanto de los helechos y a la nuez
en que la luz, copo de fe, se encierra.
Porque asegura
que las oyó y eran como rastrojos, nudos
de alambre, manzanas podridas y un rostro
volcando todo eso, echando todo eso, tan frío,
en la nuca inocente. Y helaba la dulzura.
¿Dónde se han escondido? ¿Desde dónde
la miran, las palabras, agazapadas, riéndose
de que no las encuentre, tan torpe?
Que se muera buscándolas, dirán.
Tal vez al otro lado...



DRIVING

Me pregunto si alguien, alguna vez,
podrá imaginarme, como yo no puedo,
formando parte de estos bosques, en los que no pienso,
de este mar, que a veces ignoro y del que huyo, a veces
-driving and driving and driving alone-: necesito
en otra lengua porque su sonido
pone el punto de soledad, de aislamiento, mejor,
a las tres partes: mujer en un coche, bosques, mar.

Siempre creo estar en otra escena
Y encuentro mi lugar en la que ya he perdido. Y eso significa
tal vez, que nunca estoy en parte alguna.

Pero alguien,
alguna vez, supongo con excesivo optimismo
sobre el valor posible de unos cuantos poemas, tendrá curiosidad
por saber cómo fui. Y pintara un atractivo cuadro si contempla
los hermosos paisajes que me acogieron
y que tan fielmente, aunque ya perdidos,
se pueden entrever en toda mi escritura.

Puede que el conjunto resulte hermoso.
Me gustaría verlo, pero será imposible.
De todos modos, quiero hacerle un favor al curioso futuro:
nada estará completo si se olvida
-driving and driving and driving alone-
de este verso extranjero.



EL SILENCIO

Hay un vacío en el que no se oyen las zapatillas.
Y otro más profundo: el que disuelve nuestras manos.
Y nuestro cuerpo. Y sólo flotan unos ojos
que no lo parecen. Aunque daría lo mismo
porque ya no pensamos con palabras
que todo lo confunden.
Además
¿para qué edificar un templo de un grito?
Un grito que no suena en la expansión de las constelaciones.
Un grito que no oye el pastor de planetas.
Un grito que se llena, como un cubo, de huecos.
Un templo que visitan arenas y huracanes.
La boca ha gritado,
¿de qué huerto ha venido? ¿En qué lejana flor
se hará otra vez silencio,
historia no aprendida
y vida sin pregunta?
¿En qué agua de otro tiempo
se pulió la mandíbula y su origen?
¿En qué apagado sol
se removió su cero antes del cero?
Gritar: tan sólo un accidente, una arruga en el aire.
Y un destrozo,
un harapo de algo; un desgarrón superfluo
desde el violento, desde el distraído
que empuja, pisa y habla alto. No grita.
Alto, sólo, habla.
Se oye su voz pavorreal.
Y el grito se desenrosca desde su sima profunda:
un poquito de aire que, primero,
tropieza con la esquina del pulmón,
garganta arriba. Luego ulula, asalta
la pared que contiene su infinitud,
su triste desmesura,
arañando su cárcel, resuelto en templo,
ecos en frío crisopacio que se aleja,
en el tiempo, de la boca: su nido.
Y nada alrededor. La boca mueve
sus alas sin sonido, sin sentido,
entre el agua y el huerto,
entre hueso temprano y légamo futuro,
entre el cero y el cero.
Entre el cero y su carga.



EL TIEMPO ME RECUERDA

Recordar no es siempre regresar a lo que ha sido.
En la memoria hay algas que arrastran extrañas maravillas;
objetos que no nos pertenecen o que nunca flotaron.
La luz que recorre los abismos
ilumina años anteriores a mí, que no he vivido
pero recuerdo como ocurrido ayer.
Hacia mil novecientos
paseé por un parque que está en París -estaba-
envuelto por la bruma.
Mi traje tenía el mismo color de la niebla.
La luz era la misma de hoy
-setenta años después-
cuando la breve tormenta ha pasado
y a través de los cristales veo pasar la gente,
desde esta ventana tan cerca de las nubes.
En mis ojos parece llover
un tiempo que no es mío.



ETERNO OLEAJE

Será primero una ola niña
sobre la ciega playa. Luego
una delgada espuma persistente,
más tarde
un redoblar de todo el horizonte
que avanza, que se empuja
para tomar contacto con la orilla.

En cada grueso oleaje, en cada arruga
del mar, en cada ojo
de espuma por la arena
de fuego, estará un hombre
por él y por su extensa
cadena de fantasmas. Por las sombras
que no tuvieron cuerpo;
por todos
los que anulados vagan
sin país, sin sepulcro.

Con la memoria
de los que fueron olvidados
volverán: «Ya llegamos
a la patria.» Y jamás
será la patria. Siempre
habrá otras olas, y anchos nudos,
gruesas crestas de mar. El hombre
irá pisando playas
de fuego, rocas
que hirieron otros pies,
algas que se enredaron a otras plantas.
Caminará por siempre
-a través de paisajes con recuerdos-,
el sol contra su espalda
y una arruga profunda
en la frente horadada por el viento.
«¿Era ésta mi patria?»
-preguntará de nuevo.
Y pasando de largo,
como un extraño entre los ríos,
regresará a la orilla
de que partió -no la recuerda-
pidiendo paz para sus muertos.



HABLO DE LA INFANCIA

Escalera crujiente,
trozo de bosque organizado
por el que ir hasta la cumbre
de aquel desván lleno de sueños,
pájaros silenciosos
que viajan sin ruido.
Sobre ti estaba el premio
cubierto por el polvo
y lo muerto vivía
para mí, en mis ensueños.
Hogar sin sótanos,
todo aquello era hermoso
porque estaba creando su recuerdo;
viviéndote, sentía
que de algún modo ya te recordaba.
Y siempre que te acercas
entre la niebla, oigo
cómo se queja suavemente,
enmohecido por las lluvias,
el pesado cerrojo de una verja.
La del jardín acaso.



LA DAMA EXTRAÑA

Para Alfonso Jiménez, in memoriam.

En la ciudad donde la lluvia
es una dama extraña
que viniera de paso y sin propósito,
me dijo, después de larga ausencia: "Yo no entiendo
tus poemas, ahora". El quería
decir. "Se me escapó tu vida
y ya no sé quién eres: sólo a quién me recuerdas."
¿Sabía quién él era, me pregunto yo, ahora, que tampoco
lo conocí aunque nada enmascarar sabía?

La dama extraña había realizado su trabajo
demoledor en los que a ella se acogieron.
Su hermosa luz, su equívoca alegría,
la fresca sombra, el homenaje de los siglos,
que la aturdían como un vino, el orgullo
feroz de ser quien soy recreada en sus blondas,
y la humildad de los fantasmas a quienes ella
arrodillaba, en aquel tiempo.
Los que nunca aceptaron,
en aquel tiempo,
la reducción a la ceniza, al lienzo oscuro
en el destello de sus ojos ciegos, no bastaron
para impedir que con su dedo
no borrase todo fulgor; para impedir que no arañase,
hasta el harapo, la fuente de preguntas de cal viva,
el miedo de cal viva y de cemento.

A todos los recuerdo, agrupados y jóvenes,
ignorando los brazos de esa dama, lenguas de sombra,
que ya hacia ellos se tendían.
El grupo
muestra ahora las imperfecciones de la felicidad,
las arbitrariedades y desmanes de los días,
su sorteo de muertes y de números
trucados; ellos serían
los agraciados con el signo
de una generación desperdiciada
en pueblos sin futuro, en futuro sin pueblo,
que verdaderamente ama lo que nunca
ha de ser desamado.
Y han muerto, de otro modo,
los que saben y viven. Como aquellos
a cuyas dudas no podremos
ya nunca responder porque sus dados,
rodando en desventaja,
nunca habrían podido superar
al juego sucio de la vieja dama.




LA EXTRAÑA

La fatiga e'sedersi senza farse notare.
Cesare Pavese: "Il vino triste".

Me levanté sin que se dieran cuenta
y salí sin hacerme notar.
Había estado todo el día
entre ellos, intentando
hacerme oír,
procurando decirles
lo que me habían encargado.
Pero el recado que me dieron
no era preciso. El humo,
la música, el ruido de las risas
y de los besos -estallaban
como las rosas en el aire-,
eran más fuertes que mi voz. Cansada
de mi trabajo inútil,
me levanté,
abrí la puerta
y salí del hermoso lugar.
Desde la calle
miré por la ventana: nadie había
advertido mi ausencia.
Caminé. Volví el rostro:
ninguno me seguía.



MARGARITA

A un muchacho que murió en primavera

Yo no te conocí,
pero te ofrezco, sobre tu tumba abierta en primavera,
este pequeño sol para tus huesos.
Yo no te conocí. Oí tu nombre
cuando la luz del surtidor te dejaba quebrándose
y morían en tu oído, como cirios, las últimas palabras,
cuando rompías el hilo que te unía a nosotros
y escuchabas las flautas extrañas de la muerte.
Los lirios te buscaban la boca palpitante,
inmóvil te inundaba el sudor de la lucha,
tu cuerpo se quedaba parado en los relojes
y caían tus párpados sin querer mirar nada.
Los años te brillaban como auroras la tarde de la huida
y una mano apretaba tu corazón de niño
donde no tuvo tiempo de entrar una muchacha;
esa mano de hielo, en un giro fantástico,
como un robo inaudito desgajó tus raíces
y te lanzó a lo eterno, completamente solo.
-Arlequín en la danza sacramental del tiempo-.
Nada se había movido: aún estaba
con el último gesto que hiciste sin saberlo.
Ahora ya estás dormido en brazos de la tierra,
ante la primavera calzada de amapolas.
Yo no te conocí,
pero tu lecho abierto en primavera tendrá una margarita
porque todos ignoran que bajo el sol descansas,
que veintitantos años se han quebrado en tu frente
y que una niña mira tus balcones vacíos;
sobre tu lecho mullido en primavera habrá una margarita
porque todos dejaron a un lado tu recuerdo;
porque la calle gritaba como siempre esta mañana
y la gente reía sobre tus huesos rotos.



NADA SE OYE

The abandoned ruins of the dreams I left behind.
De una canción popular inglesa.

¿Estuve sola
a través de los tiempos y los grupos
dorados del otoño, a través de la sombra
del árbol en el agua
inquieta o dura, y más y más allá?

¿Fui o fuimos hablando entre la niebla
que fingía triunfantes
contornos a mi lado: un rostro puro
muy extraño en su noche, con los signos
de un idioma remoto en su frente, en su boca?

¿Yo le hablaba a la niebla y a la sombra
o es que alguien me oía?

¿Oía alguien?

La respuesta, ¿era una voz o el viento?
Era una voz ¿o el agua
salvaje de ese río cruel y poderoso
que el amor no conoce?

Nada se oye.
En la casa vacía, las preguntas -los pájaros-
se estrellan, silenciosas, contra el muro
y una muy tierna gota de sangre sustituye
a la huella del ala en el cemento.
Un instante fue el roce y destruidas
una a una se ocultan.

El silencio, ¿no es mucho para cada criatura?
La eternidad es sólo un peligro invisible
porque las roncas voces de la montaña claman
por los cuerpos perdidos que hablaron a las sombras.

Nada se oye.
Pero entonces, ¿me oía?

El silencio es como una eternidad sin fondo,
sin principio: una espalda
a la vida, a los hombres.

Para después no quiero contestación ninguna.
Es aquí donde tuve la urgencia de saberlo.

Oh sí, ya nada se oye.

Pero entonces, ¿me oía?



PALABRAS II

Son palabras ya ajenas
recogidas por otro aire,
y en no sé qué otro ámbito,
pero sobre este libro que ahora ojeo,
tarde, y en la noche,
es como si vivieran. Quizá vivan aún.
¿Cómo ahora será quien las vertía
sobre papel que ya no reconozco?

Se acercan por los años aunque se fueran aviejando
desde que gotearan de una pluma,
y su brillo, apagado y lejano,
sabe a hoja amarilla.

¿Quién eres? ¿Cómo fuiste?
¿Qué frío establecía la distancia
entre palabra y corazón?

Y, sobre todo, me pregunto,
qué tinta, qué papel nunca escrito,
quemado por la espera, como toda esperanza,
fue a parar al rincón de los desechos
con aquella pureza, con tantos ideales.



PORTAS FAXEIRAS

Perdida en un café de esta ciudad de niebla
y de soslayo, oyendo una música vieja que no sé dónde
oí, respondo a esa canción, a ese olvidado
lugar, que no envolvieron, respondo, no,
que no envolvieron las sombras a la vida. Más diré
quienes fueron llegando por la senda
de los últimos pasos: sembrador de ceniza,
pasó primero el tiempo: la ciudad de la nieve,
la del helécho ensangrentado, la de la piedra temblorosa.
(Una bombilla
cuelga de su cordón. Nunca
vestida,
es siempre la señal para salir.)

Vinieron los anuncios, las voces divergentes,
más pares de zapatos cada año,
más blusas, más abrigos: la montaña
difusa que me hizo y destruí.
Dejé mi taza a un lado,
mis sombras, mis cepillos, todo eso
que se fue amontonando a mis espaldas
y quedarme en la luz bajo la luz
-esa que cuelga del cordón desnudo-,
del sitio en que no cae la ceniza
y se reparte
lo igual, que luego iría a repetirse
y a ser gemelo en todo los reflejos:
cajas y cajas con lo mismo, dentro
una de otra hasta el color menudo
que no se puede abrir y queda en montoncito
sin misterio, del lado en que no cae ni se vierte
el agua. Besa el arco
bilabial del cristal y su sonido
lo mismo que la lluvia besa el borde
y el liquen de estas piedras en que ahora
los que vienen de paso...
Sobre estas piedras que rezuman agua,
en estos campos que rezuman
agua: agua que de ellos viene
y sube al agua
del cielo en el que el agua llueve.
Dejé mi taza a un lado:
de la casa los sitios que no usé
-sillas, ángulos, huecos
vertidos a la luz, a la ondulada
mansedumbre del verde y su cautela;
piedad de las esquinas, ausencia de los pasos
que nunca di por el paciente suelo.
La casa y su silencio con el sol de otra parte
rasgando esta penumbra; los dragones
dormidos en los signos de las páginas;
la ausencia de los ojos
que el tiempo ha desprendido de las cosas, vigilia
serena de la luna en el cristal. La casa
y su lenta ascensión- vienen en ahora,
con las blusas que fui y sus roces pretéritos
que no envolvieron, no, respondo ahora,
las sombras, sino el tiempo
y su lento capullo de certeza.
Sí, rezuman agua
las ventanas de mis dedos.



RAÍCES

Si ya soy una vela estremecida
colmada por tu viento. Si has llegado
al último escalón. Si me has tomado
por la raíz más honda y más henchida.

Si yo soy ya tu colmo y tu medida
y estás dentro de mí, secreto, hallado.
Si ya sobre la frente me has soplado
para hacerme vivir, ciega y ardida,

antes de irte rompe mis raíces.
Quiero que las arranques, que las trices
al alba con tu mano firme y fuerte.

De no hincarse en tu tierra poderosa
no quiere mi raíz ninguna cosa
si no es andar y andar hacia la muerte.



SECRETO

No pesa. No se toca, no se mueve. Nacido
del hueco, del silencio: un hoyo grave,
un monte, un abandono.

¿Se querían?
Silencio.

Vuelan hacia el oeste
lejanos se querían.
Vuelan con llanto y miedo,
con frío y desventaja.
Los labios, despoblados de verbos en desuso,
la palabra, en harapos que los aires esparcen.

No responden las sombras ni los días plegados.
No contesta el espejo ni el almario vacío.
La razón de los pasos se ha borrado en el aire.



SEMANAS

Cuántos lunes y martes
en el polvo, detrás, por los caminos.
Serían diferentes entre sí, pero todos
parecían el mismo.

Busco las sillas, las ventanas, los lechos
de la fiebre o el llanto, del diente dolorido,
a esos lunes o martes, y ya todos
están fuera de sitio.

Forman montón de cosas, horas,
piedras, palabras, lápices, destinos,
pero fueron cruzando la puerta de hacia adentro
con mucho frío.

A veces los despierta una canción
antigua, una esquina, un amigo,
y me hace gracia de que todos entonces
me parezcan domingos.



El cristal

Es un silencio leve 
primero: gotas sobre la hierba.
Un manantial después. Luego un arroyo. 
Luego un inmenso río de silencio 
que azota las ventanas y destroza 
célticas tumbas, pájaros y ramas.

             Al otro lado del cristal, silencio. 
Una caja de música, que tampoco se oye, 
ha puesto en movimiento delicadas 
figuras de un retablo 
al que pertenecí: queda un vacío, 
algo abolido y, a la vez, logrado, 
que me realiza y, a la vez, destruye.

             Mata la luz de un soplo. Siguen: 
muerto el carmín de las purpúreas rosas, 
matado el oro del cabello undoso, 
sucio de moscas el aljófar, agrio 
el humor entre perlas destilado.
La tormenta de polvo va borrando 
lo que olvidó la muerte.

             Firmo la paz con las cenizas 
de aquel tiempo. Quisiera 
expresarlas, salvarlas, 
mas si hablo, no oyen; 
si las miro, no miran.

             Sois hermosos y horribles 
en la cursi tortura que os traspasa; 
en el mundo de nunca que sostiene 
vuestra danza de sombras en el polvo 
a través de una extensa música de relojes.

             En algún lado del cristal ha muerto 
alguien —¿yo?, ¿vosotros?, ¿el tiempo?—.
Desde una lejanía marítima v sonora, 
a un lado de los niños que nacen 
con su grito terrible, 
del pájaro que muere, de los barcos perdidos, 
en vuestra danza de relojería 
se frustra el tiempo y el amor se estanca.




Profundo como los ríos

My soul has grown deep like the rivers. 
Langston Hughes

Rostro negro de soledad, 
en tu sudor toco la nieve que se abrió en el aire. 
Regresan las agujas de hielo bajo el sol, 
y me encuentro, al perderme, en el lino cuajado 
o en el deshielo súbito 
de otra mañana: 
aquella en que el narciso despertaba 
a su esplendor efímero.
Amado rostro negro de soledad, tocarte desearía;
recoger en mi uña el destello de ese sudor 
como si recogiera, uno a uno, los días que te envolvieron 
y hablaba corno tú.
Y, sobre todo, me rebelaba con esperanza. 
                          Tu casa está sobre el jaspe y el zafiro, 
                          sobre la calcedonia y la esmeralda, 
                          y sobre las otras siete fundamentales 
                          sin exceptuar la amatista.
                          Los vientos, por ti, se han detenido en 
                                                    sus cuatro lugares.
                                                          De soledad 
                          están pobladas tus calles. Y de lejanía 
                          oculta tras doseles de arena.
En las noches de estruendo y orgía, 
copas volcadas y cruces llameantes, 
has ocultado tu corazón bajo una gardenia 
y la armonía, desde tus manos,
                          —Si yo volviera, ¿adónde volvería?—
ha embriagado las sombras.
                          Si yo volviera, 
dibujaría en la pared de mi prisión 
nombres fugaces, las palabras 
de una antigua canción, un teléfono viejo 
con el cable cortado sobre el pecho 
de una mañana, un libro sin abrir, 
el blanco sobre el verde 
y un ave del Camino de las Ocas.
También lo que traías, rostro negro de soledad.



Fábula

No sabía cómo, pero estaba 
ante el mar, un músculo compacto 
que hacía su gimnasia 
allá en el horizonte.
Tenía 
una escopeta entre mis manos 
(lejos parecían oírse 
pueblos en ferias, gritos rotos 
ante algún tiro al blanco).
Pronto el arma 
estuvo contra mi hombro 
derecho, mirando fijamente 
a las estrellas. Y mi dedo 
no vaciló.

El negro tubo se dejaba 
mirar como el oscuro 
corazón del misterio.
Nunca tocaría una estrella: 
aunque mi brazo fuese firme 
y mi ojo experto, 
habían hecho trampas. Todo 
era un juego.
Lo supe de repente. Un juego 
de feria. Una escopeta 
de feria, apta para 
los cinco perdigones 
de una pobre moneda, 
v no para alcanzar 
blancos de luz. No 
para acercarse al mar. No para alzarla 
sobre un hombro inocente.

No sabía cómo, pero estaba 
de nuevo contra mi hombro 
y mi dedo, firmemente, 
no vaciló.

En silencio, 
no corno un mundo que cae, sino 
como una rosa que se desprende, 
descendía. Cayó en el horizonte, 
vertical, pura como la recta, 
levantando 
un camino de fuegos silenciosos.
Y avanzó 
entre las crestas líquidas, 
segura y decidida 
para detenerse, suavemente, 
a mi lado.












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