lunes, 6 de junio de 2011

EMILY ROBERTS [3.901]


Emily Roberts

Emily Roberts es el pseudónimo de Laura de la Parra Fernández. Nací en Ávila el 8 de enero de 1991. Actualmente trabajo como becaria de investigación en el Departamento de Filología Inglesa II de la Universidad Complutense de Madrid. Estudié Filología Inglesa en la misma universidad y un Máster de Creación Literaria en la Universidad de Edimburgo. También he vivido en Utrecht (Holanda).

He publicado la novela breve Lila (Ediciones Oblicuas, 2011), los poemarios Animal de huida (Ediciones Oblicuas, 2013) y Regalar el exilio (Ediciones Oblicuas, 2016) y la novela La Tramontana (La Isla de Siltolá, 2016). Resulté finalista del premio de relato corto Cosecha Eñe 2015.

Coordiné el recital de jóvenes autores abulenses Sombras en el adarve (Ávila, 2012), y he participado en festivales como Mistycalle (Ávila, 2012), Fàcyl (Salamanca, 2015), Eñe (Madrid, 2015) y Voix Vives (Toledo, 2016), y en eventos como el Día Mundial de la Poesía Complutense (2015, 2016) o el ciclo Tinta Roja de la Central de Callao (2015).

Fui cofundadora y coeditora del Journal of Artistic Creation and Literary Research. 



azoteas y otros peligros.

Hemos aprendido a quedarnos callados
ignorando
las señales
del desierto,
hemos aprendido a no llorar
visitando
nuestras carencias
de vez en cuando.

He estado pensando en aquello
que dijimos:
alquilar un barco,
vender todas nuestras
cenizas
a los muertos,
traficar con nuestra parte
de la casa, el invierno.

Hemos sitiado con nuestros ojos
las palabras de la ciudad,
sólo queremos deshacernos de lo que ya
no hemos vivido:
no hemos sabido respetar
nuestras promesas, y por ello
nos sentimos orgullosos.

Hemos aprendido a olvidar
todo lo que nos enseñaron,
también el instinto
de supervivencia.




Contingencia.

Tres cosas le encantaban a él:
los pavos reales blancos,
las oraciones vespertinas,
y los mapas desteñidos de América.
(Anna Ajmátova)*

Le gustaban las cosas
contingentes:
aquellas que
bien podían
ser
o desaparecer.

El frío al salir a la calle,
la espuma del café,
las ciudades,
los pintalabios,
los amantes,
el invierno,
los besos.

No le gustaba dormir
ni beber leche,
llevar abrigo,
ni los insectos, los terremotos o las
inundaciones.

Le gustaba aquello que,
cuando se va,
nadie pregunta
cómo,
adónde,
ni por qué.

(Emily Roberts)

* traducción del ruso de Natalia Litvinova.



fonetique.

la pequeña viajera
moría explicando su muerte

sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente

(Alejandra Pizarnik)

pronuncio el nombre de las cosas tristes
que ya son viejas
y no lloro.

pronuncio tu nombre como un gato
que maúlla y se retuerce
en los brazos de otro.

pronuncio el silencio y tiemblo
ante el frío de la palabra,
defensa y soledad.

las luces se pasean por las calles
como lunas nuevas
y más brillantes.

las paredes derruidas por dentro
parecen limpias a primera vista.

porque el frío no se pronuncia
porque el silencio no se pronuncia
porque la muerte, tan abrazada a nuestros alientos,
nunca se pronuncia.



trenes que no vuelven.

Se enfriaba, desvalido, mi pecho,
pero eran ligeros mis pasos.

Me puse en la mano derecha
el guante de la mano izquierda.

(Anna Ajmátova)

El pasado es un lugar
de la memoria que olvidamos,
es piel muerta,
deshojada como
margaritas,
querer o no querer.

La memoria que nunca vuelve,
es la sangre, es la sangre
derramada,
arrojada
sin piedad.
No va a volver.




Inquietud

No hay lugares
suficientes.
¿No lo entiendes?
Allí nunca será
mediodía.

Escribo
la melodía de tu rostro
en los árboles.

Mi cuerpo ya no es casa,
es sed,
sin calor,
ni luz,
ni aire.




9.30 pm

En los charcos de Madrid
crecen pájaros azules.

Una sartén chisporrotea
en la ventana.
No es tu casa, no es tu casa,
las palabras amasadas en tu garganta
como burbujas de pan.

Yo miro como quien mira
la televisión.
Invitada, invasora,
telespectadora neutra
y sentimental.

Vuelvo a mi casa
pero las piedras
tampoco me reconocen.

Perdida, desconocida, sin nombre.
No busco, porque ya no espero.
No sé si seré piedra,
pájaro
o charco
en el asfalto.


*


Soy pequeña,
muy pequeña,
podrías llevarme
en la palma de tu mano
o en un bolsillo.
Soy pequeña
y mi amor
también es pequeño,
y mi amor
se derrama
propiciando una catástrofe
como un niño,
se derrama:
no se oye, apenas
llega,
tropieza,
llora,
como un niño,
se inunda.


Los perros

Los perros huelen la tristeza
pero no se la comen
a diferencia de cuando huelen el miedo
y muerden

quizá confundan miedo y tristeza,
como yo:

no saben a cuál
hay que atacar.


Los orígenes de las brujas

Mis antepasadas tenían los pechos grandes, pero yo no.
Mis antepasadas comían piel y vendían su leche para ayudar a los hombres, pero yo
bebo vino y no sé a nada.
Mis antepasadas condenaron la ciudad para que no tuviera que volver, pero yo he vuelto
a un lugar infértil.
Mis antepasadas comían mondas de naranja y yo comeré libros
y haré hogueras y amamantaré gatos
antes que morir de pena.

Mis antepasadas entregaron sus cuerpos en un ritual
al que llamaron amor.
Encendieron una pira funeraria y se arrojaron a ella.
Yo me preparé para arder.
“El amor no quema si te mojas”, dijeron.
Quería ser la que mejor ardiera, así que me desnudé.
Me apreté contra las llamas.

En el último minuto,
salté al mar.



No me gusta la leche

no me gusta la leche
y eso no quiere decir que no sea buena
Letitia Ilea

Mis padres beben leche,
esa que durante el hambre

engorda y alimenta,
esa que me negué a tomar

durante los años enfermos.
No habría sabido llegar de ningún modo

cuando fallaban las fuerzas:
el miedo al blanco y a delirar,

a las piernas crecientes y al dolor menguante,
a que la ropa se nos quedara pequeña.

Aprender a dar las gracias
y tener que pasar la noche a cubierto.

Gracias por dejar que me quede.
Gracias por obligarme a marchar.

Gracias por no dejarme cargar más
que con la piel muda.

Gracias por curar la enfermedad.
Por hablar de volver sin lugar de vuelta.

Por enseñarme a beber como ni tú
ni yo sabíamos.

Gracias
por la leche.



De camino a Santiago

Anne Carson hizo el camino de Santiago y escribió un ensayo de cincuenta páginas. Yo hice el camino de Santiago y me lesioné la rodilla. Anne Carson hizo el camino de Santiago siendo viejecita y leyó a Machado. Imagina a una mujer anciana leyendo a Machado y citando aquel verso que dice: bueno es saber / que los vasos nos sirven para beber. Es decir, nuestro cuerpo está para romperlo. Yo no escribí nada mientras hacía el camino porque estaba demasiado enfadada con la naturaleza. Demasiado enfadada por haberme dejado romper y no haber recibido nada a cambio, a pesar de ser yo la que en un principio sintiera que se iba llevándose algo consigo. Algo que no sabría describir.

Porque, como en el camino, me preguntaba: ¿cuánto tiempo puedo detenerme aquí? ¿Cuánto tiempo hasta que se haga de noche y nos quedemos sin refugio?

No era yo la que decidía.

No podíamos detenernos más tiempo allí, porque moriríamos de sed y de hambre, y se haría de noche y vendrían los lobos. Todas las camas estarían ocupadas, los hoteles llenos, los albergues atestados.

Quizás sí me habría dejado devorar con tal de quedarme allí, pero no lo hice.

Lo importante es que estuvimos aquí. ¿Es eso? ¿Saber que los vasos están para romperlos (quiero decir, para beber)? ¿Vale tanto un souvenir como la venda de mi rodilla?

Sé que si hubiera sido allí, habría sido cualquier otro sitio. Si no me hubiese lesionado allí, habría sido en una carrera, o corriendo para coger el autobús. La ruta no era lo más importante. En realidad nunca creí que llegaríamos.

Pero ocurrió que estábamos allí, y alguna vez eso fue lo que querías.



Como el cielo intentando olvidar el cielo

Una mujer anciana sube al barco turístico de Ljubljana todas las tardes.
La mujer monta siempre a la misma hora, las cinco y cuarto, y da un paseo por el río esperando su muerte.
Esa mujer es Europa.
Esa mujer recuerda el tiempo
en que masticaba idiomas ajenos como caramelos pegajosos.
Esa mujer recuerda la ciudad en ruinas, los bombardeos, ahora ocultos por turistas y franquicias.
Como su rostro deshecho.
Esa mujer recuerda todo lo que amó y ya no está:
recuerda aquella infancia a orillas del río.
recuerda el exilio; primero el del corazón, después el de la lengua
al traspasar la frontera.
La mujer recuerda la traición: primero el gobierno; después la otra.
Aquel que le dijo: vete, eres del enemigo, después de haberla amado.
Aquel que desató la huida en mitad de la noche
en busca de un lugar donde nos quisiesen.

La vida en el exilio fue fácil: centros comerciales, una casa junto al lago, un marido e hijos en una lengua extranjera. Ya nadie habla de su ciudad
como no se habla de las cosas que se dan por perdidas.
Poco a poco olvidaron su lengua. Hablaba sola para no olvidarla.

El exilio ha sido esto: un paseo en barca viendo siempre las mismas calles nuevas
de esta ciudad bellísima, de un templo en ruinas que ama y contempla
y ya no reconoce.


Diario de Interrail V. Praga.

Nada te será arrebatado
(María-Mercé Marçal)

Te pedí que no llorases en Praga
para no perturbar la belleza de las calles.

Te pedí que no llorases en Praga
para no interrumpir el silencio.

Te pedí que no llorases en Praga
porque no había forma de consolar
el final de nuestro viaje.

Pero tú insististe y lloraste en Praga:
dijiste que era culpa de la belleza y de la absenta,
de ver atardecer desde el puente de Carlos,
de los adoquines y de aquel idioma incomprensible.

Pudiste llorar en Praga,
pero no supiste enterrar allí

los ojos.


Los hijos únicos no lloran al nacer

Ningún lugar es aquí lo que parece.
Los hijos únicos nos lanzamos al mar—
delante de nosotros va
nuestra ceguera.

Nos desnudamos al despertar
para que no nos vean.
Los hijos únicos no somos fáciles de amar—
por eso recogemos hormiguitas y animales

que podamos llevar con nosotros
para alimentarlos así
con nuestra enfermedad.
Los hijos únicos somos fáciles

de olvidar—
donde ya no estamos, la luz
se hunde en nosotros
esperando suplantar el hueco

con calor
y la sangre
con un océano.

Los hijos únicos no lloran al morir

porque ya están solos.


Lo que vi en Austria.

O no. O es imposible
que las manos sean simétricas.
O es imposible encontrar el centro de
los cuerpos. O no podemos calcar
los sonidos de tu lengua.
Igual que es imposible
perderse sin un mapa
que ocupe todo el cuerpo.


Corriendo desnudas delante de Arthur’s Seat

Nos desnudamos en el bosque.
Aguardamos a los lobos, pero no vinieron.
Estar fuera es estar lejos.
Quitarse la ropa y la bandera.
Aún no hace el frío suficiente para volver.

Decimos hola al Parlamento escocés
descalzas y con las manos bien abiertas,
los pulmones se quedan en el bolsillo
cuando tallamos nuestros nombres en la lengua materna:
la hierba está pisándonos los talones.

Corremos desnudas por esta tierra nueva
y gritamos esperando
que nos reclame.












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1 comentario:

  1. "En los charcos de Madrid
    crecen pájaros azules"

    Excelente. Me encantaron estos poemas. Hay poetas que saben decir las cosas para las cuales las palabras se quedan cortas. "Escribo la melodía de tu rostro en los arboles" Creo que de acá voy a sacar muchos epígrafes...

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