sábado, 15 de mayo de 2010

146.- VICENTE GALLEGO

VALENCIA. ESPAÑA


Dejó los estudios de letras para emprender trabajos tales como portero y bailarín en una discoteca, podador de pinos, repartidor de paquetes y pesador del vertedero de residuos tóxicos urbanos de Dos Aguas. Sus múltiples trabajos, han sido más que formas de subsistencia, aventuras más intensas que le han brindado la posibilidad de vivir la soledad del campo, para intensificar su vocación poética y escudriñar en la lectura de autores como Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda y Blas de Otero entre otros.
Obtuvo el premio Rey Juan Carlos I 1987 por «La luz, de otra manera», el Premio a la Creación Joven de la Fundación Loewe en 1990 por «Los ojos del extraño», el Premio Internacional de poesía Ciudad de Melilla 1995 por «La plata de los días» y el Premio Fundación Loewe 2001 por «Santa deriva».
Es autor además de «El sueño verdadero» Madrid 2003.

Antología poética
Vicente Gallego

La luz, de otra manera

septiembre, 2

Es ahora la vida
esta extraña y frecuente sensación
de sopor y distancia,
y es también una luz que vela el mundo:
salir del caserón tras la comida,
recorrer bajo el sol la carretera
con los ojos ardientes de un verano
y sentarme en la roca frente al mar.
Abandonarme entonces
al sonido sin pausa de la tierra
mientras me vence el sueño algún instante
y me moja las sienes con su agua bendita.
Descubrir con asombro renovado
al pescador que vuelve cada tarde,
como vuelven las olas,
como vendrá la brisa con la noche.
Y esperar otra vez sobre la roca,
abrumado en el centro de la vida,
a que la sombra inunde
lentamente mi sombra.

octubre, 16

Despierto. Pesa el sol sobre mi rostro
y la arena ha tomado mi forma levemente.
Incorporo un momento la cabeza
y el cielo es todo mi horizonte,
un cielo de ningún color sino de cielo,
de cielo que yo veo en una vela,
la vela diminuta que recorta
y fija el universo en su contraste.
Y luego el mar,
el mar bajo la vela, ese mar que es inmenso
pues llega hasta mi vientre y no concluye.
Entre el cielo y el agua me detengo un instante,
y después me acomodo hasta quedar
sentado por completo.
El mar entonces me abandona, se retira,
y la arena se moja, avanza, se seca y se calienta
confluyendo en un punto y acercándose a mí,
pero un cangrejo cruza en ese instante
y mis ojos se van con el cangrejo,
y el cielo se hace rojo en su coraza,
y el mar se pierde y nada pesa.
Y al fijar la mirada atrapo el universo,
completo y detenido en su pasar efímero
a lomos de un cangrejo que lo arrastra,
sin saberlo, un segundo.
Y pienso que en las grandes creaciones
vida y arte no alientan en lo extenso,
sino en ese detalle que despierta
nuestro asombro.
El crustáceo se oculta
y nos apaga el mundo.

octubre, 26

Hay días en que el cuerpo nos sorprende,
un olor muy intenso lo delata,
un sentirse animal que vibra y que respira.
Bajar hasta uno mismo y ensuciarse
de materia, de mundo y de calor,
bajar hasta uno mismo y ensuciarse
de muerte, de esa muerte pequeña en el deseo
que eleva nuestra carne y nos sitúa
junto al polvo,
lentísima y salada ceremonia,
mano lenta que duele y que arrebata,
cuerpo mío
borracho de calor y de existencia,
misterio al que me arrastra otro misterio:
tú, templo irrenunciable entre pasiones
y renuncias.

octubre, 31

Tarde azulada, inmensa,
tarde que sé y que nunca expreso. Sol
que baja mansamente hasta mi rostro
mientras la sombra envuelve
mi fatigado cuerpo.
Dos perros se pelean en la playa,
uno consigue el hueso
y lo desprecia pronto.
La escena es irreal desde esta altura.
Terraza inmóvil y oscilante, peso
y espesor, fiebre dulce y abandono,
deseo que adelgaza su presión.
¿Diluirse tal vez o sólo un hueco?
Diluirse tal vez en este hueco:
mar, tarde, sol, contemplo, duermo, soy.

noviembre, 15

Con esta sola mano
me fatigo al amarte desde lejos.
Tendido bajo el viejo ventanal,
espero a que el sudor se quede frío,
contemplo el laberinto de mis brazos.
Soy dueño de un rectángulo de cielo
que nunca alcanzaré.
Pero debemos ser más objetivos,
olvidar los afanes, los engaños,
el inútil deseo de unos versos
que atestigüen la vida. Celebrar
el silencio de un cuerpo satisfecho,
esa altura sin dios a la que llega
nuestra carne mortal. Saber así
la plenitud que algunos perseguimos:
un hombre, bajo el cielo, ve sus manos.

noviembre, 26

Que nuestras manos puedan
protegernos del sol,
que eclipsen su contorno totalmente,
no debiera ocultarnos el tamaño
de ese astro al que quiero llamar padre.
Bajo su luz desnuda
no precisan las cosas de adjetivos:
la mañana del mundo es cuanto tengo,
contra su cielo soy
un cuerpo frente al mar que ahora procura
disfrutar de su instante
en el hueco sin pausa de los siglos.

Austeridad y lujo de lo exacto.

La plata de los días

Profesión de fe

A Paco Díaz de Castro y Almudena del Olmo

Quizá debiera hoy felicitarme,
recibir mi cordial enhorabuena
por tantos equilibrios, por estar
aquí, sencillamente,
sencillamente pero nada fácil
habitar esta tarde, haberla conquistado
a través de batallas,
caídas, días grises, desamores, olvidos,
pequeños triunfos, muertes
muy pequeñas también,
pero también muy grandes.
Haber llegado aquí, hasta esta luz
que anoto para luego,
para acordarme luego, cuando sea difícil
admitir la existencia de esta tarde
a la que llego solo, disponible,
sano, joven aún, y decidido incluso
a olvidar el cansancio, la experiencia,
convencido de nuevo de que sí,
de que a partir de hoy, acaso, todo
lo que tanto he soñado, todavía,
pudiera sucederme.

En la brigada de poda

Hace ya cierto tiempo
me otorgó la fortuna un trabajo benigno:
donde acaban las dunas, no muy lejos del mar,
estas manos aprenden los cuidados
que precisan los árboles, amparan
la vida de los pinos, y mis ojos contemplan,
en algún tronco enfermo que agoniza de pie,
una muerte que asombra por serena y por lenta.
Son jóvenes los hombres que comparten
conmigo la tarea cotidiana, y entre pinos que crecen,
y el alto sol que brilla sobre el bosque,
cada día pasean los ancianos, o pescan en la playa,
o procuran aún hacer deporte.
Casi todos saludan, sonríen, son cordiales,
nos preguntan acerca del trabajo,
parecen satisfechos de las cosas.
Cuando pasan los miro y siento frío,
y he llegado algún día a preguntarme
por qué razón no lloran o maldicen,
y si seré capaz de despedirme
con tanta dignidad. ¿Será que el hombre,
con los años, aprende a odiar la vida
como la vida acaba mereciendo, con la misma locura
que de joven la amó, y la sola idea
de perderla de vista lo consuela?
¿O es que acaso el dolor, la rabia, el miedo,
van perdiendo también su antigua fuerza
igual que pierde el brillo la alegría,
y tiene así la vida con nosotros,
por una vez, un gesto de piedad?

En las horas oscuras

En las horas oscuras
que van creciendo en nuestras vidas
al igual que la noche se alarga en el invierno,
en esas horas, a menudo,
una imagen tenaz y hermosa me consuela.
Regreso hasta una playa de otro tiempo
todavía cercano. Es un día precioso
de final de septiembre, brilla el mar
con su estructura lenta, sugestivo y exacto
como un cuchillo.
Y no estoy solo,
un grupo de muchachas me acompaña;
el sol dora sus cuerpos de diecisiete años,
y es ya fresca la brisa, y en sus nucas
la humedad reaviva el aroma a colonia.
La tarde es un clamor de tiempo invicto,
y las muchachas ríen, y me dan su alegría,
aunque no amo a ninguna,
y hay un aire de adiós en cada cosa:
en el verano aquel, en aquellas muchachas
que desconozco hoy, y en la luz de la playa.

Apuré aquel momento agradecido,
al igual que se goza un hermoso regalo,
en su dicha sereno, destinado a perderse
tras la felicidad frecuente de esos años.
Y ahora comprendo que en aquella tarde
algo más que belleza se ocultaba,
porque su luz me salva, muchas veces,
en las horas oscuras.
En las horas oscuras me consuela
una imagen tenaz de la alegría.
Y yo aún me pregunto por qué vuelve,
y qué es lo que perdí en aquella playa.

Lo que al día le pido

Lo que al día le pido ya no es
que me cumpla los sueños, que me entregue
los deseos cumplidos de otros días,
porque al fin he aprendido que los sueños
son igual que las alas de un insecto
y al tocarlos el hombre se deshacen;
y es que un sueño al cumplirse es otra cosa
que no ayuda a volar.
Lo que al día le pido es ese sueño
que al rozarlo se parta en otros sueños
lo mismo que una bola de mercurio,
y que brille muy lejos de mis manos.
Lo que al día le pido empieza a ser
más difícil incluso de alcanzar
que los sueños cumplidos, porque exige
la fe antigua en los sueños.
Lo que al día le pido es solamente
un poco de esperanza, esa forma modesta
de la felicidad.

Échale a él la culpa

A José María Álvarez y Carmen Marí

Hoy te has ido de fiesta con amigas,
y sin que tú lo sepas me regalas
un tiempo de estar solo que ya empieza
a ser raro en mi vida, un tiempo útil
para intentar pensar en ti como si fueras
lo que siempre debiste seguir siendo
cuando pensaba en ti: aquella persona,
en todo semejante a cualquier otra,
que una noche lejana tuvo el gesto
generoso y extraño de entregarme su amor.
Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías
ridículos del otro, en implacables jueces
que condenan sin pruebas y comparten
sus estúpidas penas con el reo.
El amor nos confunde y trata ahora
de que vea en tu fiesta una traición.

Por huir de esa trampa me amenazo
con los nombres que cuadran al que en ella se enreda:
egoísta, ridículo, inseguro, celoso…
Y como un ejercicio de humildad pienso en ti
divirtiéndote sola: te imagino bailando
y mirando a otros hombres;
al calor del alcohol
confiesas a una amiga algunas cosas
que te irritan de mí sin que yo lo sospeche,
y por unos instantes saboreas
una vida distinta que esta noche te tienta
porque eres humana, aunque no me haga gracia.

Ahora caigo en la cuenta de que dudas
como yo dudo a veces, y que también te aburres,
y que incluso algún día habrás soñado
follar como una loca con el tipo que anuncia
la colonia de moda.
Para calmarme un poco
tras la última idea, yo me digo
que el amor es un juego donde cuentan
mucho más los faroles que las cartas,
y procuro ponerme razonable,
pensar que es más hermoso que me quieras
porque existen las fiestas, y las dudas,
y los cuerpos de anuncio de colonia.
Lo que quiero que sepas es que entiendo
mejor de lo que piensas ciertas cosas,
que soy tu semejante, que he pensado besarte
cuando llegues a casa; y que es el amor
—ese tipo grotesco y marrullero—
el que va a hacerte daño con palabras
absurdas de reproche cuando vuelvas,
porque ya estás tardando, mala puta.

La infancia

La infancia en mi memoria es un derroche,
una inmensa fortuna en el desierto,
una flor en las manos de un cosaco,
un tiempo en que creí no tener nada
y sin saberlo tuve lo más grande:
esa firme creencia en que los años
pondrían a mis pies el mundo entero.
La infancia se parece a esos regalos
que a los niños les hacen para luego,
diciendo que los guarden, que algún día
aprenderán sin duda a utilizarlos.
La infancia es un regalo que disgusta
porque uno no sabe de qué sirve,
y, cuando al fin lo entiende, ya lo ha roto.

El eterno retorno

A Pere Rovira y Celina Alegre

El ascensor de casa de mis padres,
un pub con reservado, la playa de Canet,
aquel piso alquilado con amigos,
unos cuantos hostales, y otros tantos jardines
que hay en esta ciudad.
Muchas veces, pensar en el amor me devuelve a esos sitios
que no guardan memoria del amor, pero que sí conservan
la fuerza de la carne que desató su nombre.
Recordar sentimientos es un arduo trabajo
—como cuidar enfermos terminales o embalsamar cadáveres—
que uno suele quedarse sin cobrar.
Sin embargo, el recuerdo del sexo no se muere,
sus escenas las guarda
nuestra más fiel memoria congeladas,
una extraña memoria que nos deja
devolverles la vida algunas veces
con la sabia asistencia
de nuestras propias manos, pues su semilla queda
enterrada en el cuerpo, y rebrota con fuerza renovada
desde dentro del cuerpo
si el deseo la riega y le da su calor.
Toda felicidad acaba siendo
una rota muñeca con que el hombre se engaña,
pues la dicha que muere nunca vuelve
y su cuerpo se mezcla con el polvo;
pero el placer renace de sí mismo
y se renueva
con la fuerza admirable de cualquier vegetal.

Con el amor que tuve a las mujeres
he ido construyendo un cementerio,
pero el placer que hallé sobre sus cuerpos
lo convierte a menudo en un jardín.

La sonrisa

A José Miguel Arnal, in memoriam.

Es un puente que acerca
geografías humanas. Le fiamos
la burla y la alegría por igual.
Se parece a los ríos, y a la luna,
y a nada se parece. Yo la he visto
brillar como la luna y fluir como un río
recorriendo unos labios de mujer.
Puede ser un regalo, una condena,
cohabitar con el necio y encubrir al traidor.
Mi corazón le debe la memoria
de los seres que he amado y que perdí,
pues el tiempo, que borra en mi recuerdo
el perfil de sus rostros, no empaña sus sonrisas,
y en sus sonrisas vive extrañamente
la clara imagen, fiel,
de todo cuanto fueron para mí.
La sonrisa nos salva y debería
conservarla la tinta,
como una huella dactilar del alma.

Las pausas de la vida

He fumado en las pausas de la vida
las lentas hojas del tabaco oscuro,
he cuidado mis plantas, y en la tarde
he aguardado escribiendo
aquello que se fue o lo que deseo
que en adelante llegue para así
poder perderlo todavía.
He aguardado fumando, y el tabaco
ha sido un dulce aroma, mi esperanza
de tabacos más dulces, de otras hojas
en las plantas que cuido y que deparan
una flor a mis ojos que todavía esperan.
Y cuando ya mis ojos no consigan
encontrar el camino alegre de la espera,
y cansados demanden una última pausa
para fumar en calma y recordar,
yo quisiera que entonces
mi vida hubiera dado una cosecha
apretada y hermosa,
lo mismo que la planta del tabaco,
que tal vez ya no sepa
conservar para mí el sabor que ahora tiene,
consolarme esos días.
Que mi vida suplante a ese tabaco
para poder prensarla, estando seca,
sentirla entre los dedos, llevármela a la boca.
Que el fuego la convierta en humo dulce,
en un último aroma.

Composición de lugar

Hablar de un peso extraño, acaso de un fantasma
que carece de cuerpo y que dispone
sus huellas en las cosas sin que nadie lo advierta.
Sugerir esa sombra que en la noche
va manchándolo todo, y procurar a un tiempo
evitar cualquier clima misterioso.

La escena es cotidiana: cuando termina el día
hay un hombre sentado en la terraza, lo acompañan
un cigarro de hoja y una música.
La tercera persona y el verano
convendrían al tema, y parece preciso a estas alturas
que el lector adivine lo que tiene
de vulgar y de única esa noche.
Intentar ayudarlo a través de una imagen
que no sea difícil y que adorne el poema
con su brillo discreto, por ejemplo:
ese habano que ayer ardió también,
y mañana arderá y que sin embargo
ahora mismo se quema para siempre en la boca.

Que se intuya que el día no fue nada especial,
y que no hay sentimientos en desorden
que a la noche contagien la emoción
que hay ahora en la noche.
Que arda aún el habano en las manos del hombre,
que esa brasa se encienda todavía un momento
como si fuera un símbolo, y que no quede claro
si se habla del brillo o se habla del humo.

Aprovechar el humo para hablar del fantasma
que en el verso primero carecía de cuerpo
y manchaba las cosas con sus huellas.
Conseguir que el lector
arrastre su memoria por las cosas
como arrastra un fantasma sus cadenas,
y así sienta ese peso, porque ese es el peso
que cada corazón va dejando en su noche,
hasta que todo adquiere el peso exacto
de cada corazón.

Variación sobre una metáfora barroca

A Carlos Aleixandre

Alguien trajo una rosa
hace ya algunos días, y con ella
trajo también algo de luz;
yo la puse en un vaso y poco a poco
se ha apagado la luz y se apagó la rosa.
Y ahora miro esa flor
igual que la miraron los poetas barrocos,
cifrando una metáfora en su destino breve:
tomé la vida por un vaso
que había que beber
y había que llenar al mismo tiempo,
guardando provisión para días oscuros;
y si ese vaso fue la vida,
fue la rosa mi empeño para el vaso.

Y he buscado en la sombra de esta tarde
esa luz de aquel día, y en el polvo
que es ahora la flor, su antiguo aroma,
y en la sombra y el polvo ya no estaba
la sombra de la mano que la trajo.
Y hoy veo que la dicha, y que la luz,
y todas esas cosas que quisiéramos
conservar en el vaso,
son igual que las rosas: han sabido los días
traerme algunas, pero
¿qué quedó de esas rosas en mi vida
o en el fondo del vaso?

Maneras de escuchar un blues

A Eloy Sánchez Rosillo

Es hermosa esta noche de verano,
aunque no más hermosa
que cualquier otra noche de verano.
Es hermosa esta noche en que estoy solo,
y fumo, y he dejado
en penumbra la casa mientras suena
un dulce y triste blues,
un blues tan triste y dulce como otros.
Nada en mí, ni en la noche, ni en la música,
se diría especial, y sin embargo
existe algo muy hondo en esas cosas
que parecen sencillas:
una extraña grandeza que no acaba
de ser exaltación, tragedia, paz,
pero que es todo eso, y es también
un sentir claramente
que para que esto ocurra ha sido necesario
apurar estos años, acumular recuerdos,
haber ganado
y haber perdido tantas cosas.
Para que este piano suene así,
para temblar así con esta música,
ha sido necesario
ir llenándola poco a poco
de belleza y de daño, ir llenándola
con nuestra propia vida, para que se parezca
a nuestra propia vida, y suene así:
tan insignificante
y tan grande, tan triste, tan hermosa.

Santa deriva

Delicuescencia

A José Saborit

Reventado clavel blanco y distante,
lepra inversa del cielo sois vosotras,
altas nubes de junio.

¿Qué sonora alegría le regala
de cristal afinado
vuestra espuma inocente a la mañana nuestra,
y de dónde nos llega esa emoción,
tan misteriosa y nítida,
que produce observaros en el día del hombre?

Formas breves de un sueño sois vosotras,
confirmación liviana de estos ojos
que os contemplan flotar
calladamente
sobre la cima hueca de la vida.

Delicuescencia pura y noble sois,
blancas nubes serenas,
felicidad sin causa
bajo el cobre encendido de este sol impasible.

Como nosotros mismos sois vosotras
y por eso miraros nos conmueve,
altas nubes de junio:
humo limpio de un tiempo en que juntos ardemos.

El olivo

En su hábito oscuro, con los brazos abiertos,
como un monje que al cielo le dirige
su plegaria obstinada por la vida del alma,
el olivo difunto permanece de pie
mientras la tarde dobla sus rodillas.

Enhebrado en la luz que se adelgaza,
su severo perfil
cose el cielo a la tierra,
vertebra el espinazo de la tarde.
Y un saber de lo nuestro
en su reserva humilde sospechamos.

Encallecida mano codiciosa
cuyos dedos se tuercen arrancándole al aire
un pellizco de vuelo,
algo extraño nos hurta el viejo olivo:
un secreto inminente, temperatura extrema
de un decirse que clama en su lenguaje mudo.

Y el hombre le dirige su pregunta.

Con su carga de hormigas y de soles,
con el misterio a cuestas
que buscamos cifrar en su oficio sencillo,
este tronco orgulloso es sólo eso:
sugestión arraigada de las cosas
que quedarán aquí cuando partamos,
contundente respuesta
que a la luz de la luna nos aturde el oído
con su seco zarpazo de silencio.

Cántaro

A Pere Rovira

Naciste
con nosotros,
cuando irguieron los hombres
con dolor sus espaldas
y en lo alto escrutaron lo que somos:
la esperanza y el pánico del cielo.
Eres,
cántaro humilde,
el hijo primogénito
del genio de la especie,
y eres también de su codicia el padre.
Soñó nuestra intemperie allá en su aurora
tu regazo custodio de los dones,
y fuiste encarnación
de un arcano apetito:
la huraña saciedad hecha forma sumisa.
Eres,
cántaro dócil,
arte puro en la ciencia de vivir,
floración en arcilla
de la razón primera,
orgullo de un pensar menesteroso,
primordial recipiente
donde a fuego esculpió
su condición sedienta el alma humana.

Te cambiarán el nombre los idiomas,
transformarán los tiempos tus hechuras,
pero será común nuestro destino,
pobre cántaro hermano,
mientras el hombre dure,
porque el hombre guardó su esencia en ti
y te creó a su imagen:
cuerpo oscuro de barro
donde habitan la miel y el agua clara.

Fetichismo

Esclava del capricho
de tu extraño demonio,
del ornato requieres en tu entrega desnuda:
seda negra
sobre negros tacones para el descalzo amor.

Pero lo más extraño es que un demonio,
cuyos caprichos cumplo esclavizado,
ante tu negra seda truena y gime
clavado en el arpón de la lujuria.

El color de la sombra que seremos
nos enciende en la cama y, más extrañas,
nuestras sombras propician la concordia
con que tú y yo robamos
un placer tortuoso a la inocente seda.

Seda negra en tu cuerpo
para abrigar el alma,
y en la margen del río que nos lleva,
el oasis remoto donde el instinto busca
claro cauce en su noche.
Y en la noche cerrada del deseo
mendiga nuestra fiebre su limosna de aurora.

No hay nada que entender en los antojos
de los fieles demonios que en nosotros gobiernan,
tan sólo su obediencia nos reclama;
y está bien que así sea,
está bien que el misterio anteceda al misterio:
negra
seda negra
sobre tu carne blanca, negra
seda negra
como el oscuro amor, como el oscuro
origen de la luz que en nuestro cielo
brilla sólo un instante y se hace oscura.

El arroyo

A Antonio Cabrera

La tarde nos sugiere su fragante verdad,
su melodía aérea, entre dos luces,
reconcentrada y vieja como el mismo verano.

¿Qué pretende decirnos
con su voz quebradiza de inmemorial acero?
Alto calla la tarde para que el alma escuche
su solemne silencio atronador,
su cifrada respuesta.

Porque el jazmín nos roza con su cálido aceite
generoso de vida,
delicada es la pena que vertimos,
como un agua de flores que se pudre,
sobre el cuerpo insepulto de la tarde.

En el arroyo breve
de este tiempo que fluye y nos ignora
he buscado saciar mi sed antigua.
No le hago preguntas, no le traigo demandas.
Mi mano acerco sólo a su corriente
y contemplo un instante
cómo enturbia mi sombra su agua pura.

¿Dónde?

A Francisco Díaz de Castro

Donde ya no hay palabras,
donde sopla el silencio su cristal
y lo afina en la copa del consuelo;
donde el llanto se rinde, desoído en su fe,
a su duro esqueleto de alegría;
donde el hueso y la carne,
donde el dolor y el miedo callan sordos;
donde se vio atendida
un instante en su afán nuestra plegaria.
Sobre la misma muerte,
en su podrida turba, en su fermento oscuro,
donde arraiga, carnívora,
la fiera flor solar de estar con vida.
En el ciego entusiasmo, en la pureza:
donde tan sólo fuimos
—¿dónde?—
pobres almas de dios,
sólo polvo feliz
que la tormenta eleva sobre el mundo,
suplicante
relámpago
de amor,
eléctrica belleza sin custodio.

De recogida

A Josepe, Vidal, Merenciano, Migue y Tito

Llama fría del alba, te conozco:
tú vienes a ofrecernos el destilado amargo,
la comunión marchita, la quirúrgica luz
con que el cielo ilumina nuestra herida más honda.

Llama
fría
del alba,
despedazado cráneo del ingrato deseo:
¿quién se atreve a mirarte tras la noche de magia?

Los amigos se han ido.
Conducimos ya solos.
¿Y adónde nos conduce
la alegría gastada, el oscuro consuelo
de haber sido felices en la noche?

Satisfacción del mundo,
generosa limosna de una hora,
no hay engaño en tu don insuficiente
aunque quiera negarlo la luz rota del día.

Hemos sido felices en la noche.
Los amigos se han ido, conducimos ya solos.
Buscando algún refugio, regresamos a casa.

Y esta destartalada y alta bóveda
en la que el sol incendia
eternamente el aire es nuestra casa.

Rogatorio

A Encarnación Ibáñez

Por la esfera y la cruz
de perfección divinas,
por la idea de un alma
que nos salve en la muerte,
por el alma sin vida del que sufre
el silencio de Dios ante la saña
incomprensible y fría de sus dioses,
por esta soledad
planetaria y devota del amor,
por la arcana razón del sinsentido,
por el sueño de aquel
que en su vuelo encontró
el ciego pedernal de la vigilia;
porque no lo sabré, porque no me sabrá,
por lo que sí sabemos:
por la oscura ceniza
de la rosa de luz que pudo ser,
por el será y el fue, que son el nunca.

El espíritu de la carne

A Abelardo Linares

Nada tienes que ver con lo divino,
espíritu inmortal,
aunque nacen de ti todos los dioses
y en tus calderas funda
su insana majestad nuestro demonio.

Quien no ha tenido miedo, no te sabe.
Quien no encontró tu aliento
fue un sombrío alentar desalentado.

Viento puro en la carne,
carne pura en el soplo de estar vivo,
tu dominio reside
en el crisol fugaz de valentía
donde el fuego aquilata nuestro metal más noble.

En la zozobra brotas,
rara flor afligida de esperanza,
te haces fuerte en la playa del naufragio,
y edificas tu templo
bajo el cielo sin ley del fin del mundo.

Eje ciego de fe
donde encuentra la esfera del dolor
su punto de torsión
y gira en equilibrio redimido,
espíritu del hombre,
hipotenusa nuestra en la ordalía:
sucede en la perfecta latitud
tu suceder sin norte,
y en este deambular atribulado
gobiernas nuestra nave mar adentro:
rumbo firme en la dicha hacia la sombra,
proa invicta de amor en la deriva.

Cielo de la mañana

Contemplado del hombre, siendo sólo
por nosotros que somos solamente una sombra,
tú nos debes la vida, inexistente cielo,
tú que duermes feliz en tu vigilia eterna.

¿Qué mísero refugio, losa clara
de nuestro mal lugar, qué socorro le ofreces
a la mirada fiel que al quererte dibuja,
en la lámina alta de los días,
tu carnal consistencia de criatura amada?

Tú eres sólo de un sueño el techo frágil,
ojo en blanco saltado en el rostro del mundo,
luminoso patrón inconmovible
de nuestra noche oscura.

El barro del prodigio

Religiones y credos te desprecian, carne,
en favor del espíritu,
pero yo te persigo,
temblor santo del cuerpo,
furioso amor que el hueso tañe
contra el hueso consciente de su quieto destino.
Hondo aliento de fuerza,
sabia ley y salud este instinto animal
de buscar en el pozo de la vida
una muerte pequeña, medida al fin del ser
en su sol y en su norte,
metafísica alta sin pensamiento alguno
donde la sola idea es abrasar
en un fuego feliz toda idea del fuego.

Sacrificial cordero que redimes
nuestro temor sombrío,
morada de la ira y de la hez
hechas música clara,
tiempo fuera del tiempo,
agónico estertor sin agonía,
cuerpo puro
del alma,
yo quiero bendecirte
por la angélica gloria que de ti he recibido.

Placer limpio de culpa,
airado instante
de la sagrada y puerca maravilla,
justicia eres de dios, si un dios existe,
segundo en que la carne vuela y canta
desde el alado centro de su humana ceniza.

Vocación de altura

A Enric Soria

No persigue en su vuelo esta paloma
redención ni saberes; esclarecida vive
sin noticia o temor de su destino,
grácil boga en el aire y es el aire,
esforzado ejercicio transparente de fe
en la mañana mía.

En la mañana mía esta paloma
es deseo de altura, salvación por el ojo
que celebra ese gesto de fortaleza regia
desde su cuenca angosta.

Vuelan las aves
como si nunca hubieran de morir,
como si hubieran muerto y en la paz
de algún lago de luz erraran firmes.

Ah, si fuera la muerte,
todo el espacio enorme de la muerte,
un vuelo poderoso y desatado
en la cumbre feliz del día eterno.

Cuerpo presente

Como la flor cortada que en un cuenco de barro
se resiste a doblar bajo su peso,
sabrás sobrevivirme algunas horas.
Expuesto a la difícil
tarea de mirar lo que es un hombre,
serás, solo, otra cosa:
callada acusación en la espalda del tiempo,
silencioso clamor que el clamor de la vida
en el silencio apaga.
Serás solo, sin mí,
memoria mía que olvidé de golpe,
desdibujado cuerpo para el daño
sólo ya de los otros.

En tu equívoco sueño faltarán mis sueños,
y ensuciarás los sueños un instante
de quien a ti se acerque a despedirme.
Nada serás sino molesta sombra
que golpea en la luz de un sol ajeno.

Qué asombroso es pensar que durarás
un poco más que yo, contorno amado
de doliente tiniebla en que seguir muriendo,
reseca cicatriz de mi estatura,
cuerpo mío sin mí
en el que fue mi mundo.

El magnético centro

Voló, voló la urraca
sobre el prieto racimo de los hombres.
Murió la abeja
y se quedó la miel
sin empeño ni amor
que la soñase dulce y la forjara.
Cayó,
de sombra acribillado,
el luminoso cuerpo de los dones.
Quebró su consistencia
de amapola el azúcar de los sueños;
su andamiaje,
tensado en la esperanza,
cayó,
y fue firme cimiento de la fiebre.
Rompió pronto el adobe con el pacto
que fundó nuestro hogar
en su fragua de fe y de fortaleza.
Se terminó el carbón, cayó la torre
desde su cumbre al vientre de su sombra.

Cayó todo a su daño:
su magnético centro,
su final
estatura profunda de congoja.
Y queda en pie el amor de lo que crece
para ser sólo golpe
alto y ebrio de cielo en la honda tierra.

El himno

Hay un himno en la noche más oscura
que no todos consiguen entender;
pero no hay que entenderlo: el himno suena.
Hay un himno en el grito, en el dolor;
sus desgarradas notas
se escuchan en el baile de los huesos,
descarnados y rotos, que arrastra el huracán,
en el pico del buitre
y en las vigas quebradas del hogar destruido.

Hay un canto sutil en la barbarie,
un salvaje concierto en la agonía,
un compás obstinado en el terror.
Hay un coro triunfal
que no apaga la muerte, porque siguen cantando
en él las voces secas de los muertos.
Hay un himno en la vida que es la vida,
su terca pervivencia más allá de nosotros,
el desolado acorde estremecido
de un cielo imperturbable que contempla
la sucesión precisa de la fiesta y el luto.

Hay un himno en el caos, y hay después
ese salmo que clama por el mundo
desde el alma arrasada de nuestro mundo exhausto.
No es sencillo entenderlo: el himno suena
sin contar con nosotros, en el centro sin luz
del extraño destino de la carne.

Dichoso el que en su noche,
rodeado de frío y de tinieblas,
cierra con fe los ojos y es capaz de escucharlo.

Escuchando la música sacra de Vivaldi

A Carlos Marzal y Felipe Benítez

Como agua bendita,
como santo rocío tras la noche de fiebre
lava el alma esta música con su perdón sincero,
fluyente arquitectura que en el aire vertebra
la ilusión de otra vida
salvada ya para gozar la gloria
de un magnánimo dios.

De lo terrestre naces,
del metal y la cuerda, de la madera noble,
de la humana garganta
que estremecida afirma la hora suya en el mundo;
y sin embargo vuelas, gratitud hecha música,
evanescente espíritu
que en el viento construyes tu perdurable reino.

Si algún eco de ti sonara en nuestra muerte…

En mitad de la muerte suenas hoy,
cadencioso milagro, pura ofrenda de fe
en honor de ese dios que no escucha tu ruego
o que escucha escondido, tras su silencio oscuro,
la demanda de luz con que el hombre lo abruma.

Y si no existe un dios,
¿quién inspira en tu canto tan cumplido consuelo,
extraña melodía de blasfema belleza
que a los hombres sugieres su condición divina,
para qué sordo oído
—cuando sea ya el nuestro desmemoria en el polvo—,
en mitad de la muerte, orgullosa plegaria emocionada,
celebras esa frágil plenitud
de no sé qué verano o qué huérfana espuma
feliz
de aquella ola
que en la mañana fuimos?

2 comentarios:

  1. Encontre un perfil en Facebook, en donde aparece la foto pero son datos de un mexicano https://www.facebook.com/joaquin.capillaterron?fref=ts

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  2. GRACIAS, pero es la foto de Vicente, al mejicano le habrá gustado paea su perfil

    un fuerte abrazo

    https://www.google.es/search?q=POETA+VICENTE+GALLEGO&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ei=FolKVfOuK4OAU9rHgIAF&ved=0CAgQ_AUoAg&biw=1024&bih=612#imgrc=8QYZbSb-YGqv_M%253A%3BX4KOj2oHCoawjM%3Bhttp%253A%252F%252Fwww.ideal.es%252Fgranada%252Fprensa%252Fnoticias%252F200909%252F16%252Ffotos%252F1500647.jpg%3Bhttp%253A%252F%252Fwww.ideal.es%252Fgranada%252F20090916%252Fcultura%252Fautor-valenciano-vicente-gallego-20090916.html%3B300%3B448

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