miércoles, 16 de marzo de 2011

3448.- JOSÉ DANIEL ESPEJO


José Daniel Espejo (Orihuela, 1975) es licenciado en Filología Hispánica. Antes de establecerse definitivamente en Murcia, ha residido en Sarajevo, Manchester y Zagreb, ejerciendo diversos oficios, desde lector becado de español hasta agente de una casa de apuestas. Gracias al premio "Poetas colgados II y a un Accésit en el I Dionisia García" ha publicado sus poemarios "Los placeres de la meteorología" (Nausticaä, Murcia, 2000) y "Quemando a los idiotas en las plazas" (Universidad de Murcia, 2001). Ha colaborado con poemas, artículos y traducciones con las revistas "Civiles iletrados, Isla desnuda, Manual de lecturas rápidas para la supervivencia, El coloquio de los perros y Hache." En famososenacion.blogspot.com publica entrevistas con poetas contemporáneos, y los pormenores de su work in progress pueden seguirse en josedanielespejo.blogspot.com. Milita en diversas organizaciones no gubernamentales y de izquierda, y tiene pareja y un hijo.





1


A la derecha, con setenta
y muchos kilos de peso, 1’86 de altura,
el Poeta Espejo, el eterno aspirante,
el Zorro de Fuego de Tenochtitlán. A la izquierda
(y por encima, y por debajo, y todo alrededor),
sin peso conocido y sin altura,
el vigente campeón, el Negro Rivas,
el Puño de Oro del Atlántico Norte,
el Vacío.









MIGUELITO BATTLES THE PINK ROBOTS

Yo que tanto sabía, sobre el papel, de la Nada
no sabía que la Nada consistía en despertarse
un lunes a las dos con la cama empapada
y que aquello fuera sangre, y que la sangre viniera
del útero de Charo embarazada de tres meses
de mi pequeño, mi amado, mi precioso hijo Miguel.

La Nada prosiguió en una sala de urgencias,
una médico que dijo que no había nada que hacer
y nos mandó para casa, a esperar un milagro,
durante dos días. Qué sabía yo, de la Nada,
o la Nada de mí, y ahí nos vimos las caras,
nos sacudimos bien. Y los días pasaron,
pero no como días normales hechos de tiempo,
sino como libros eternos, de páginas iguales.
Te dije tantas, tantas veces las mismas frases
que me dio miedo que te hartaras de mí.
Te dije agárrate, quédate ahí con la mamma,
te dije ven, o salta de este lado,
o dame la mano hasta que se olviden de ti
éstos que vienen a buscarte, y sobre todo
te dije, Miguel, tienes que ver esto,
tienes que ver esto, muchachito, vas a ver.

Entonces yo, que tanto había leído de la Nada,
me preguntaba sorprendido: ¿qué tiene que ver?
¿qué es eso que estás viendo tan valioso
ahora, tras tus cursos de la Nada,
tu licenciatura en Nada, qué hay que merezca
ser visto, que no te puedes perder?
Ah, era ésa una pregunta difícil.
Yo ya sabía la respuesta, pero aún
no podía formularla, y miraba
las montañas del sur de la ciudad
repletas de pinos tostados, los árboles de las aceras,
lo poco que a mediodía en julio se ve
sin gafas de sol ni haber dormido,
más que nada miraba las chicas,
las nubes en fuga, el cielo azul
y repetía: Miguel,
tienes que ver esto, cómo puedes decirme
que vas a dejarlo todo, que te largas
a estudiar el lenguaje de las sombras
con todo lo que tengo que enseñarte,
con todo lo que aún no has visto por aquí,
pequeño Miguel.

Y llegó el jueves como llega
hasta en las pesadillas el final de la escalera
y te vimos moverte en una ecografía
con el corazón a ciento diez, y sonreímos,
y a mí volvieron las voces a preguntarme
qué era eso que había que ver
tan importante, si no creía en la Nada
y en el Existencialismo, yo, tan leído,
que qué pasaba con Beckett, entonces, que le dijera
a él lo que a Miguel un poco antes,
que volviera al redil. Y contesté:
qué coño. Y repetí: qué coño, señores,
de acuerdo que no hay Dios, pero qué importa
si tenemos esto otro: las montañas,
el camino hacia la playa (en ese punto
los dejé solos y hablé para Miguel),
y la brisa del mar y los pasteles de carne
y la voz de Keren Ann y a Miyazaki
y los libros de Žižek y los pechos de tu mamma,
cómo puedes pensar en perdértelo sin probar,
cómo puedes desertar sin hacerte tu lista
de placeres irrenunciables, contrastándolos todos,
sabiendo de qué hablas cuando hablas de amor.
Otra cosa no te doy, pero es suficiente,
y a cambio nada pido. O si acaso
que no te hagas concejal de Urbanismo
ni traficante de armas, que no le cuentes
a las madres de tus amigos
las palabras que te enseño en este poema,
lo mal que hablamos, tú y yo, cuando decimos la verdad,
los terribles insultos que lanzamos a los siervos de la Nada.








CHARO Y OTROS POEMAS

Eres un poema, cierto, pero no uno de ésos
que se pudren en las páginas de oscuras
antologías del siglo dieciocho
o fanzines de los años noventa: tú eres uno
que todo el mundo se sabe, cuyos versos repiten
en la radio y en la escuela, y la gente se dice
ante una chica bonita, o si se hacen unas risas,
o son felices, o, sobre todo, al llegar a casa
mientras fuera está cayendo la tormenta del milenio.


Música para ascensores.
Editora Regional de Murcia.




El ermitaño


Para Ángel Gómez Espada, socio del club

Pongo la tele
para escuchar voces.
Me preparo desayunos
especiales y me digo
te quiero, tío,
de verdad.
Por mi cumpleaños
me regalo libros
de Paul Bowles
y me pongo celoso
de mí mismo cuando
salgo hasta tarde.
Dónde andarás, picha loca,
por qué no vuelves.
También
me mando cartas
parecidas a ésta
y las beso un poquito
al sacarlas del buzón.
Como véis
en mi cueva no hay sitio
para el aburrimiento
ni tampoco
para nadie
más.








La materia de la que etcétera
De vez en cuando, mirar
el último cajón, al fondo
del armario, el de la risa
sagrada, la medida
de tu santidad. Y de vez en cuando,
sacar los cristalitos de colores,
el mágico beleño de su caja,
apuntar a la cabeza de los malos
y disparar.

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