sábado, 13 de marzo de 2010

ROSA LENTINI [086]



ROSA LENTINI 

(Barcelona, 1957). Poeta, traductora, crítica  y co-editora de Ediciones Igitur. Miembro fundador de las revistas Asimetría (1986-88) y Hora de Poesía (1979-95), de la que fue su directora. En Hora de Poesía tradujo a numerosos autores, destacando las traducciones de poemas de Pierre Reverdy, Guillaume Apollinaire, Max Jacob, así como las de varios poetas contemporáneos como los franceses Hugues Labrusse, Gerard Macé o Lou Dubois entre otros; y realizó varias antologías, algunas en colaboración, entre las que hay que destacar las de Poesía del Alto Atlas; Poesía Hain-Teny de Madagascar; Poetas suizos en lengua francesa; Poesía colombiana; Poesía Hispanoamericana; Poesía alemana  y una Selección de poetas españoles.

Poemarios: La noche es una voz soñada (1994), Cuaderno de Egipto (2000), El sur hacia mí (2001), Leggendo Alejandra Pizarnik, edizione di Emilio Coco, S.Marco in Lamis, Foggia, Italia (2002), Las cuatro rosas (2002), El veneno y la piedra (2005) Transparencias (2006), Tsunami si alte poeme, antologia poetica, traducción al rumano Eugen Dorcescu, Bucarest, Rumanía (2011) y Tuvimos (Bartleby Editores, 2013). 

Ha sido incluida en numerosas antologías, entre las que cabe destacar Ellas tienen la palabra (1997) Norte y sur de la poesía iberoamericana (1997), Las poetas de la búsqueda (2002), Ilimitada voz (2003), 11-M poemas contra el olvido (2004), The other poetry of Barcelona (2004), Di yo. Di tiempo (2005), Con voz propia (2006), Poetas en blanco y negro (2006), Poeti spagnoli contemporane (2008), así como en libros de homenaje a poetas como Alberti, Goytisolo, Eugènio de Andrade o José Luis Giménez-Frontín. Parte de sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, francés, catalán, rumano y portugués.

Ha traducido libros de Pierre Reverdy, Eugen Dorcescu, de los poetas catalanes Joan Perucho y Rosa Leveroni, de Sharon Olds (en colaboración con Ricardo Cano Gaviria), la poesía reunida de Djuna Barnes (con Osías Stutman), así como la antología Siete poetas norteamericanas actuales: : May Swenson, Denise Levertov, Maxine Kumin, Adrienne Rich, Linda Pastan, Lucille Clifton y Carolyn Forché , (con Susan Schreibman). Como seleccionadora es responsable de antologías de Carlos Edmundo de Ory y de Javier Lentini. Y junto a Concha García, del número monográfico de la revista Ficciones: Barcelona: 25 años de poesía en lengua española.

Ha realizado con Francisco Rico la antología Mil años de poesía europea (Editorial  Backlist, 2009).

Concibió y coordinó el ciclo de poesía “Martes poéticos” en la Casa del Libro de Barcelona en el periodo 2000-2005.




Cuaderno de Egipto
de Ed. El Toro de Barro.


¿Dime amor, qué te ha susurrado la arena,
con sus mil palabras monótonas?
¿Te ha hablado de los templos, de la esfinge,
de las pirámides,
de sus grandes ancestros que dejaron de existir?
¿Qué mas te ha susurrado amor,
al enterrarte como reza la vieja canción?

Ismael Kadare



Isla Elefantina

Desde orillas de la isla plantas con flores blancas beben sobre el Nilo. A su lado, árboles con puntos blancos en las copas colmadas. Un ruido cruza el aire. De los sauces y las acacias salen las flores en bandada, y por unos instantes las ramas quedas desnudas y monócromas. Tu ojo registrará durante años esta ausencia suspendida. Tras un breve vuelo de reconocimiento, las aves regresan a su posición sobre la exacta rama del mismo árbol, ahora bullicio estático de vida.



Las barcas del Nilo

En diminutas barcas, usando los brazos como remos, se acercan niños a las falucas a cantar las canciones de moda que creen que los turistas desean oír. A unos ojos enterrados en una piel aceituna le pedimos una canción egipcia. Los ojos se iluminan mientras surge del delgado pecho del pequeño la tonada más dulce, y toda otra melodía deja de oírse a lo largo del río. Y aunque sorprendido no entiende por qué recibirá una recompensa a cambio de ese placer tan privado, por unos instantes sus ojos son más blancos en su piel oscura y su sonrisa cruza el amplio Nilo de una orilla a otra. 



La faluca

Mientras la faluca se desliza, nuestro guía Mahmut cuenta las hazañas del faraón Ramsés -siempre el gran Ramsés II-, habla de los dioses Ra y Osiris, de sus hijos Set y Horus, y a su lado el joven barquero nos observa. Siglos de acontecimientos aparecen de nuevo bajo el toldo tórrido de esta barca, donde todos somos mecidos por las palabras inspiradas, melódicas y lentas del último descendiente copto del antiguo Egipto.
"Si lo que ya se ha vivido se escribe, se hace historia -dice-, se consigue hacerlo suceder dos veces"



Valle de las Reinas

En medio del valle, el templo de la primera faraón, Hatshepsut, el Edén, rescatado de la arena y coronado de montañas, en el oleaje de siglos del cielo. La historia: sus reinos desaparecidos tras diez y siete años de mandato, y el odio que coronó su contrato de la vida y escribió otro nombre en el cartucho. Sin embargo, blanca de sal fue la efigie del sucesor, tan enorme como necesaria para su pueblo, donde sólo la revancha despertó el deseo de superar a su antecesora. Pero si el negro limo del lago del templo dedicado a Hathor no llegó a guarecer la tierra fértil, del viento del desierto que con los siglos la secó, sí apagó la sed de debajo de la roca. Limo filtrado hasta la piel amiga, curtida y reseca de Nonufre y MeritreHatshepsut, sus hijas, quienes, como ella, esperan ser desenterradas. Su historia poco a poco hacia la luz, aflorando, algún lejano día.



Abu Simbel

En el interior de la montaña de arena, y tras subir los escalones de la escalera de metal, se obtiene una visión de la gran cúpula sobre el contorno posterior del templo.
Afuera, agobiado por el calor del mediodía, el corazón empezó a latirme con una nueva y descompensada fuerza.
Ya en la sombra, cuento el bombeo de la sangre y observo la inmensa ingeniería que soporta la montaña y guarda el templo de Ramsés.
Estamos dentro del bosque de cemento que dejó que los muertos regresaran, y caminamos sobre sus hombros, vivimos sobre sus voces en el interior de este tronar mudo.
Una masa violenta de hormigón nos aísla y salvaguarda la piedra caliza y el derrumbe de las rocas. Protege incluso esta vena mía que se dilata y se acerca a la arena de allá abajo,
a los túmulos de granos que silencian sobre la boca las palabras que vuelven: "ausencia de rizos de agua", "sal", "frescor de sombra".
Si a lo invisible lo sepulta lo visible, el arte es un poema, cúpula y centro de otro poema del que se sostiene sólo los bordes.



El mercado de El Cairo

El gran poeta de Alejandría sobresale en el alto Egipto antiguo. Pero en El Cairo y en el Egipto moderno el gran personaje es -y por la abundancia su obra y sus diferentes registros ahora nos parece que siempre lo fue-, Naguib Mahfuz. El autor de "El callejón de los milagros" vive en las calles angostas del mercado de la capital, se contornea en el humo de los narguiles que se fuman en las mesas de los cafés al aire libre, o penetra en las ventanas a medio abrir y habitadas de las casas, pero también pervive en el diferente Akhenatón, cuya figura se considera tanto en la historia real como en las hipótesis que la historia antigua inventa, como la de un semidios hereje. Mahfuz, que ha escrito sobre el afeminado faraón esposo de Nefertiti, sabe que pequeñas y grandes cosas se confabulan para formar una corriente que desborda a los hombres, pero a la que un hombre solo, un escriba como él, antepone una visión revisora del pasado, herética para la gran mayoría. Y aunque la corriente del Nilo lleve necesariamente al delta, envolviendo las voces en el oleaje que una primera ola arrastra fuera de Egipto, las palabras que se pronuncian seguirán su viaje en el sueño de las ventanas semicerradas, de los estrechos callejones umbrosos del mercadillo de El Cairo.


  
La llave del mundo

Del antiguo Egipto destaca su geografía egocéntrica. El dibujo del mundo en forma de triángulo con una punta hacia abajo reunía las dos partes del país, la alta y la baja. Una línea en el centro lo partía en dos. La figura obtenida de esta representación era la llave de la vida, la llave de toda existencia. En términos generales el norte era rico y el sur bastante más pobre. Las grandes capitales como Memphis, Tebas o Alejandría florecían en la frontera al borde del Nilo o en el delta cerca del mar.
Egipto tendía a las estrellas o se abismaba en la arena.
Como una llave de la vida inmensa hecha de plomo dorado se abren hoy los dos templos a Abu Simbel o el de Luxor, en la antigua Tebas, con sus columnas, obeliscos, estatuas de dioses y la gran avenida incompleta de tres kilómetros de esfinges que unían antiguamente esta última construcción a la de Karnak.
Al volver al barco después de la visita a Luxor, un grupo de chiquillos que saludaba a los turistas, en la avenida que desciende hasta llegar al florido puerto, hizo un corro a nuestro alrededor. La niña más pequeña, con una cara hermosa como el rostro del mundo despertando, se acercó a mi falda. De Egipto me llevé el recuerdo de esas mejillas iluminadas, en donde fui a buscar el vuelo increíble de los pompones rojos que florecen en las acacias, y encontré el fruto de la semilla que planté como un beso, e hice crecer, como llave de vida, en el blanco de los dientes de una sonrisa. 



El poeta de Alejandría

Un poema ocre como un atardecer de playa en la costa del delta bordea el mediterráneo. Poema quemado por el sol del mediodía y del norte. Poema que huele a yodo y a salina. Un blanco entre versos acerca el dedo sobre los labios del poeta de Alejandría. Él se tragó las sílabas finales de todas las estrofas. Las lanzó a la hora en que el reflujo de la marea las hunde en lo profundo de la arena, en el fondo de la melodía de las olas. Algún día, estas mismas dunas marinas formarán la única presencia sobre el suelo de Egipto. Y entonces, erosionados por el paso del tiempo cuya acción combinada de sal y agua pulió sus cantos, los finales de estrofa volverán a nacer naturalmente. Romos, se encaminan a su muerte natural, como estos gramos de sueño en los que apoyamos la cabeza sobre estas playas, estas tempestades rojizas en el sueño. Buenas noches arena, sin un poeta que termine tu canción.



La canción del río y de la arena

He visto lo que ha hecho la vanidad de los hombres con la tierra y la roca. Alguien sueña con un pasado muy antiguo. Bajo los grandes artesonados del templo de Karnak, alguien cuenta lo que no es dado a ninguno: los pasillos de relieves, las cabezas grises colgando en la sombra, el encuentro de las barcas de los dioses en el centro del Nilo un día de fiesta, mientras la tarde dora los parterres.
Nadie en este recuento de pasos.
La canción que nace de la arena que canta el río, del viento que levanta la arena y la entierra, acaba aquí.
Con algunos nombres adivinados la puerta de Egipto se abre.
El sueño que el universo sueña coloca lentamente nuestra silueta sobre estos contornos milenarios, espirales de la sombra.



Tuvimos
Bartleby Editores, 2013



EL VIENTRE

Puedo verlo, el contorno abultado en la sombra 
que es mi padre,

Y mi cabeza latiendo al unísono,
     alga invisible, filamento, toda fluido
el momento exacto en que mi vida alcanzó
     una entrada que no deseaba alojarme
ignorante de cómo tener a cualquiera
     creciendo entre sus paredes...

Ya todo estaba allí:
una joven y perturbada madre en su aversión
por el huésped que roba su intimidad,
marca años en su piel
y deforma al estirarlas
     sus hinchadas mamas.

Ya todo estaba allí: la cueva
con el cuello estrecho asfixiando al pez
     que hace una brecha en la carne 
el parto de tres días y el ojo
     que descubre en lo oscuro el contorno rosado 
de una llamada articulada desde fuera
empuja hacia la luz y se abre a una sala
donde huele a alcohol,
     a vaho ácido de agua
          a instrumental esterilizado
               a placenta.

Ya todo estaba allí, salvo en mi cabeza
donde él es el que elijo,
     el centro de un mundo,
y el otro, el hombre, no fue sino la sombra que ardió
     solo un segundo en el fuego de otra piel.




EL LICENCIADO VIDRIERA

Si me acercara al sofá olería la grasa rancia
en el respaldo dejada por su pelo engominado.
Un cabello que había sido negro,
     luego pardo, luego muy blanco
          y después nada,
solo una cicatriz enorme que hunde 
su sien y baja por detrás de su oreja,
la mitad izquierda de la cabeza rapada,
y en la derecha cuatro pelos escasos
     apuntando en direcciones opuestas.

Unos ojos en su propia letanía, desgajados
de la mirada dicen sí, sí, a la firma
          de un poder o un testamento,
mientras sus pupilas apuntan al techo
y tratan de enfocarme sin éxito, en línea
con un cerebro opacado por la bruma del tumor
que lo divide en dos para siempre:
Los puntos de sutura como las amantes y esposas codiciosas
que pasaron por su vida y dejaron el cuenco vacío,
la mala sangre de su pensamiento anestesiado
     alcanzando a sus hijos.

Mis lágrimas irreparables componen
pequeños cuervos para nada.

     Corazón, concédeme una gracia
para ese amago de superioridad que le devuelve
apenas por un instante la firmeza, concédeme
     la levedad de una pluma para su trance.

Despierta, defiéndete, le susurro,
pero él ya me está olvidando
mientras ovillado en mi caricia se rinde.
Sí, sí, una ventana abierta
la herida, por la que su memoria se deshace
     membrana tras membrana.

Con la sonrisa rota, el espejo no lo reconoce,
a él que se ha transformado,
     a él que ha vertido su alma
          en el cristal que nadie ha de tocar.

Solo un último  blanquísimo mechón del pétalo
de su pelo en mi mano
     parece quejarse de tanta cautela.




EL FINAL DE UNA VIDA

Mi abuela materna solía plantarse
     en una esquina del jardín ,
al pie de dos abetos gigantes
de chorreante resina que brotaban
de la corteza olorosa de su piel,
no lejos de la maraña de hierbas
     amontonadas para la quema.

Yo dormía todavía en la hamaca veteada de sol y sombra,
inmersa en el sopor
     de una tarde de agosto
cuando ella dispara la pregunta a sangre y fuego:
¿Vas detrás de tu padre?

Su ¡Aja! de satisfacción ante mi respuesta
no me altera y le explico
que mis piernas más cortas de niña
me llevan siempre detrás de sus largas zancadas.

No es eso replica, detrás insiste.
Piensa en algo sucio, dice.
     Pienso en una mierda de perro,
          en una cagada de pájaro en mi pelo.

Más sucio, continúa.
Su voz sugiere una mano
desde el pasado profundo llegando hasta un cuerpo.
Ajá, confirma, Ahora no, hace varios años,
                                    cuando eras niña, niña.

Y mis siete años de adulta se resienten de pronto
se aleja la visión del perro, 
    huye la serpentina de luz del ave
        se transforma en una lente de hielo.

Un cuerpo sin peso
como el rostro de esa niña de pocos años
y el halo satánico que se disuelve
en las venerables canas de la anciana
     cuando las dos se miran en mí
          al final de su vida.





Ahora que la noche me susurra...

Ahora que la noche me susurra que la noche me susurra que ella y el agua son una misma presencia, ahora que la voz del agua vuelve y nos invade, ahora que en esa religión del agua  he olvidado hablarte y hablarme y por tanto nombrar al mundo y sus gestos, tú deberías  insistir, para que recuerde decir "tus manos" por ejemplo, o "mi lengua",  para que no olvide  que es con los labios, la lengua y los dientes del origen con los que velamos sobre nuestros nombres, más allá de esa boca asustada, dormida y por todos olvidada, acaso por el recuerdo  de esa saliva y de esos dientes en tu boca, que lamen con ansiedad tu lengua, para que ella me diga, para que ella descanse conmigo en el agua sin fluido, y no recuerde que el agua y la noche son dos ausencias que crecen sobre un mismo nombre.

De "La noche es una voz soñada" 1994




Cuenta el bosque

Corteza de árbol el vestido de novia,
fantasma blanco de resina.
Los días nacen de las noches,
no entre pliegues de luz,
una colina es sólo fango endurecido,
el nacimiento una lejana estrella,
y el poema únicamente voz.
Caza nocturna de sueños,
fisura en la mirada ajena.

De "El sur hacia mí"  Igitur, 2001




Desnudos, asomados...

Desnudos, asomados
a un pasaje colmado de pinturas,
donde, vueltos de espaldas,
las figuras parecen mirar
hacia el interior de cada cuadro
las nubes, un tronco, unas piedras.
Olvidadas de sí, sus miradas
habitan el cuerpo del retrato:
una piedra, esa desvencijada puerta,
aquel sendero que llega,
pasos en la página que elude guarecerlas,
donde la palabra quizás escucha
un viento brusco en las horas
y de golpe el silencio:
solos sus ojos
al mirar de soslayo
un pájaro aleteando,
deseo de percepción;
el frío, su figura en lo azul,
nuestra sola cosecha.

De "El sur hacia mí"  Igitur, 2001



El daño

Del cordón umbilical de las preguntas
sólo tira hacia afuera lo que quema,
una apuesta sostenida,
un color remoto y dócil que se fue.
Perdimos incluso el rastro de la rabia
en mundos insomnes.
La noche y la humedad
llenaron de polvo tu canto,
y ahora acoges el pálido silencio
que acerca el eco a lo sagrado.
Más allá las palabras se cosen a la voz,
las lenguas se visten con alientos
que se desvanecen en espejos,
pues la imagen del mundo
espera aún en la zarza,
con un nuevo asombro y un tiempo vacío.

De "El sur hacia mí"  Igitur, 2001




En horas insomnes como rocas...

En horas insomnes como rocas
veo tu frente herida por el aire,
tu espalda que el aire descubre y explora,
tu boca entreabriéndose y tus manos huecas
oreadas en la densidad de la noche.
Te escucho arder en gestos desvelados, largos,
veo tus muslos tensos que guardan para sí
su piel más fina y secreta;
me quedan solos tus ojos cerrados al misterio del aire.

De "La noche es una voz soñada" 1994




La rosa de hielo

La rosa esculpe
sus violentos colores en el frío,
y no es sino quimera de la rosa
en la nieve, rosa de invierno,
agua helada, blanco en lo blanco,
ofreciéndose .
La rosa crepita en la llama,
y en la desolación de la nieve
no hay deshielo demasiado lento.

De "El sur hacia mí"  Igitur, 2001






LEYENDO A ALEJANDRA PIZARNIK


I

Sólo un nombre se murmuraba Alejandra a sí misma
en 1956, el año en que yo fui concebida. Cuarenta
años más tarde leo el nombre en minúscula "alejandra",
en boca de quien poseyó la muerte como la niña que
en vientos grises espera la otra orilla, y escribe:

"debajo estoy yo
alejandra"

A su lado otra, enamorada de la niebla, dice no creer
en el cuerpo que nunca existió.
Pienso ahora en la eternidad que sus palabras, en
ese estar por debajo, despliegan en mi lectura.


II

Antigua sombra en el centro,
donde en la oscuridad
el doble es el contrario,
ambos, desgarraduras en la música
de la última sobreviviente,
juego cercando la avenida,
deshojada, de una poeta
que asienta su niebla;
más tarde el lugar se precipita,
tras escribir mucho
las fragmentaciones
suceden a los silencios,
irse sin quedarse
o hablar por los desmemoriados,
el hueco o el exceso,
el poema imponderable, alguna vez
en equilibrio cósmico
o con más flores,
el cuaderno escolar en el agua,
donde una bandada de pájaros
con antifaz golpea el aire.

“Y yo soy el temblor de todo lo azul,
la caída”, decía.


III

"Caer hasta tocar el fondo desolado".
Del otro lado el lazo mortal
sin para qué ni para quién.
Hay que escribir en la promesa,
cavando en la sombra, luz adentro.
Y dice: "el invierno sube por mí",
y es más en el interior consigo.
El silencio poseyó tu puerta,
zanja y hueco. Pasa alguien
como lobo gris en la noche
con su camada desollada,
mientras la muerte talla sus huesos
como esculturas, como flautas.
El silencio es de plata, la música
de diamante y la muerte no es
un puñal de oro.


IV

De cara al cielo
se clausura
al terminar, al recomenzar,
lo que no es otro
ni es nada;
buscar fue un vértigo,
ángel petrificado
o desposesión de lluvia,
palabras adolescentes que,
maleza entre escombros,
no quieren volverse;
girar la ausencia
en los colores del bosque
ni voz lejanísima
ni cruzar sin alas.

“Hablo del lugar en el que se forman
los cuerpos poéticos” dijo.


V

La vida no desplegó su término
en una sola mañana, alguna vez
el centro del mundo tampoco es
su resignación, lugar de metamorfosis
en contra, saliva de los árboles.
Una cosa es ella misma si
no sabemos ocultarla. Restos,
como el duelo, muriendo de orfandad.
Ojos, muriendo de espejos.
La viajera visitando la mirada.


VI

La forma de alejarse de la rada
cuando empezaba a aprender
en la luz mortecina de su rostro
y a escuchar como si pudiera oírse
bajo el agua; criatura del fondo.

Una voz
y otra voz detrás,
los lentos pliegues de la doble memoria.

Con dormidas cortezas de árbol sobre el pecho
ahora es fácil saberla abrazada a la tierra,
mirar el jardín por donde decía no venir,
sus palabras de cueva de espaldas a las nubes.

Verla transformarse en Virgen de las Rocas.

(De Leyendo a Alejandra Pizarnik, Igitur, 1999)






TSUNAMI

I

Espera, espacio al que nacemos,
codicia de las aguas que al prevenirnos
nos obliga a imitar las ciudades
que erigen muros de contención
y puentes cruzando esos muros
aún después de largos años de calma.

El cálido sur hacia mí
impone esa barrera
y el sur-a-mi o la devastación
que arrastra la quietud.

Diez metros de piedras levantadas
no nos protegerán.

En fila india para morir.


II

El tsunami acerca peces a la tristeza
y fija tres palabras: el mar mortal.
Casas, personas, animales y aceras
son vacío.
Se deja de sostener una mano
y los sueños que aún la significan
desean aclimatarla a la temperatura de la vena.
Tsunami, suspiro del agua,
de urgencia y desolación
el primer sueño antes del desorden,
viaje alterado.

Más tarde en callejones y pasajes,
en casas derruidas, bajo las piedras
y las lenguas se impulsa un lento viaje:
la fusión íntima con la noche, un descanso.
Despobladas lágrimas donde los peces son más fríos
y el pesar anima el cerco,
como un hueco deja intacta la transparencia
de la mano que no conseguimos despedir.

(De El sur hacia mí, Igitur, 2001)






SIMBIOSIS


1

En tu oscuro rostro
muerte y hambre
se entretejen, madre,
pero basta un golpe
de tu mano hincada
para levantarnos de la fosa.


2

Nos roba quien nos mide,
nos vuelve el rumor
del poema que fuimos,
te detienes,
y al borde de la ciénaga
eternamente indefensa resbalas,
infinitamente engalanada,
desciendes como en un arpegio
que se adentra,
círculos que se disuelven,
y sin estatura
yo hacia ti a punto de morir,
solo una piel abajo,
escapando por poco de la infancia,
librando casi la acometida
donde otros se despeñan.


3

Y para no abandonar del todo
el peligro corro a tu lado,
mientras te deslizas
desde hace siglos
como quien retira la mesa,
una alargada figura
melancólica
rueda
en la arena.


4

Las cintas y la carne
más y más pesadas
-los extremos deshilachados-,
velos que beben en tus ojos;
ahora dibujo en oro
como grandes monedas
tus párpados,
quiero pintar el paraíso:
arco-iris, arco-iris,
y hacer de tu cintura
un camuflaje
con la espuma
de las conchas.


5

Achicaré el agua
para darte de beber
el sol de las arenas,
las retorcidas raíces
de los manglares
un fondo ornamental
que se te parece
y el peso de la noche
demasiado real,
incluso las llaves
en tu interior están echadas;
sube pequeña sombra,
mi muerta preferida,
una voz con una cuerda
hacia el polvo,
vuela, desaparece
donde nadie más
pueda herirla.

(De El veneno y la piedra, Icaria, 2005)




Lo que dice la arena

Miradas al trasluz tus manos hojas,
sombra enlazada a sombras,
puro hechizo de voces deslizadas.
Lanzaderas, lanzaderas,
edades que van y vienen en sus conchas.
Tu cuerpo fue rama o voz,
resina flexible que unía
la tela del agua a un fondo
leve de desmemoria.

De "El sur hacia mí"  Igitur, 2001



Los dos sueños

Un haz frente a la costa
y un fuego que arde en el espejo,
ambos guardan los recuerdos:
el primero enturbia el viento que encrespa
al mar contra las calles nocturnas,
región de plegarias susurradas
por nuestros ahogados,
sueño de vastedades y caídas
con anhelos de escapar o dolerse,
callado como un buril puliendo la arena.
El otro se nutre de un mar de cera, y arde.

Rápido en borrar huellas,
el mar hubiera envuelto el labio en su frío
si en otra noche, con otra sal en la piel
escociendo furiosa, hubiera suplantado los recuerdos
en una de sus mareas.
Para luego entregarse a ti sobre todos ellos,
al dormir las memorias
en la arena, o aún en la ceniza.
El mar antepasado,
moviéndose en su rutina,
sin gaviotas volviendo a casa,
sin misiones de encendidas preguntas,
la ola en su paso sobre la ola,
llevaría o traería un murmullo de gente,
rostros radiantes dejados atrás,
cuerpos en un mundo oscuro,
sin latidos de ausencia
en lo definitivo del adiós.

Con el tiempo, el suelo seca
voces vírgenes o recónditas
que nos contestan raspando las estrellas
con sus lenguas que la luna platea;
y bajo el palio de este cielo
pasa el viento la página
del centenario libro de registros,
al que acudimos una y otra vez
en busca de nuestros nombres.

De "El sur hacia mí"  Igitur, 2001




Si yo fuera Alejandra la fugaz...

Si yo fuera Alejandra la fugaz,
de bellos ojos enquistados en la fiebre,
ojos que dibujan su forma,
cansados de leer palabras
que nombran y hacen
sombras sin carne,
sabiendo que se trata de eso,
de hacer la ausencia;
si yo fuera su fiebre,
su fruto mordido, su único
pájaro en el viento
o sus brazos, follaje mortecino,
transparencias a la luz del cielo,
amorosos restos de una biografía.
Al cruzar este mundo,
desde la otra orilla,
a través de su retina,
desde la barandilla de la barca
de la laguna Estigia,
toda la noche, diría:
escucho con mis ojos a los muertos.

De "El sur hacia mí"  Igitur, 2001





Todo se dio en el pulso...

Todo se dio en el pulso,
en un forcejeo celoso,
medianoche de agujeros de odio
que ahogan tus dedos de alga,
niños compitiendo como faros;
sin embargo hubiera sido fácil
en esta insaciabilidad
el verano de la risa,
la red tendida ante la ruina,
ceñida tela para exorcizar
la locura, el dopaje,
Todo se dio a medianoche.

De "Despedida del sueño de Venus"




Voces

            Primero te vi al final del túnel, a ti, a quien el polvo rebasa. Con lenguas de fuego 
lames nuestros deseos, eres el alimento que palpita sobre un tronco hueco y sin nidos, 
la llamada que en amplios pasillos de nuestra voz persigue palabras largamente acunadas.-
            En manos que anuncian la lluvia nace el final del polvo. Te veo al empezar la ola. 
Navegas en sombras y luces sobre la arena, aras el mundo de tierra absorta, y cuando la hierba 
se espiga y madura, te diriges a otro lugar, corazón desterrado.-

De "El sur hacia mí"  Igitur,2001


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