miércoles, 1 de septiembre de 2010

796.- BALDO RAMOS


Baldo Ramos (Celanova, Ourense, 1971) Poeta y artista plástico, su obra indaga en los espacios que comparten la poesía y la pintura. Sus libros de autor -Signos de cinza, As follas da memoria, Frontera sur, Ut pictura poesis- son el fruto de esta fusión. Ha publicado cuatro libros de poesía hasta el momento: Raizames (Follas Novas, 2001), A árbore da cegueira (Espiral Maior, 2002), Los ojos de las palabras (Fundación María del Villar Berruezo, 2002) y El sueño del murciélago (Pre-Textos, 2003).
Su obra pictórica ha sido expuesta en diferentes salas del ámbito gallego y portugués y ha servido para ilustrar numerosos libros, revistas y plaquettes. Ha recibido, entre otros, el premio Arcipreste de Hita (Alcalá la Real), María del Villar Berruezo (Tafalla), Concello de Carral (A Coruña), Rosalía de Castro (Barcelona) y Ciudad de Tobarra (Albacete).




Para qué cantar
lo que no reclama nuestra voz.
Para qué ocultar lo que está a la vista,
lo que nunca podríamos llegar a mostrar
con la nitidez con que nos conmueve.
Para qué desdecirnos de cuanto las cosas nos confían
por la necesidad de imponernos a ellas
con un gesto de desprecio que nos dignifique.
Para qué mirar al fondo
cuando a nuestros pies
la tarde tensa en la distancia el horizonte
con la noche que habitamos.

Para qué ir más allá
de lo que estamos dispuestos a caminar.

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A veces nos faltan palabras
y a veces nos sobran.

A veces nos falta tiempo para decirlas
y a veces se nos pasa el tiempo de callarlas.

A veces necesitamos aquello que ya tenemos
y a veces desechamos lo ajeno como si fuera nuestro.

A veces mentimos injustamente
y a veces hacemos de la ley una verdad apestosa.

A veces tenemos boca para sellar un secreto
y a veces nos faltan oídos para aceptar la evidencia.

A veces un día tiene 24 horas
y a veces una hora esconde 24 días.

A veces digo quererte con la boca enterrada
y a veces la tierra ignora los adverbios que nos separan.

A veces digo que sí porque no soy yo
y a veces no soy nadie para negarlo.

A veces la lluvia se escurre por mis versos
hasta encontrar tus ojos
y a veces las lágrimas que retiene la memoria
anegan las tierras yermas de lo que escribo.

A veces te llamo con mi nombre
y a veces respondes desde el silencio que me reclama.

A veces eres tú misma
y a veces no sé quién soy si tú me faltas.

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Escribo para no dar la razón a quien me ignora.
Escribo para no sentirme acompañado.
Escribo para desandar los pasos
de quienes me leyeron en sus versos.
Escribo para renunciar a vivir
como el que vive sin renunciar
a lo que ya no espera.
Escribo para no tener disculpa en el juicio final,
si es que hay un final y por entonces nos juzgan.
Escribo para acordarme
de los que ya no pueden acordarse de nosotros
porque alguien les impide
encontrar palabras con que callar para siempre.
Escribo para encontrar esas palabras que nos liberen.
Escribo, en fin, para entenderme
con los que se hallan tan lejos de nosotros
como de ellos mismos.

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La memoria será al final
el lugar donde encontrarse.

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***

Muere el pájaro en el aire.

(Del libro Raizames)

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Me robaste las palabras
con que poder dar razón de mi silencio.
Me negaste la mano
que en otro tiempo me ofreciera
la imposible resignación de conseguirte.
Hiciste del tiempo
una gramática de la renuncia,
un lugar donde esconder
las palabras más hirientes.
Ya no importa que estés lejos
y que crezca en la nostalgia
la simiente del olvido.
Tampoco brota el fruto
sin que se pudra antes la flor
que lo hace fértil.
Ni importa
que la mudez de esta distancia
nos impida desandar
el camino que las palabras nos negaron.

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no digas
no pienses
no pongas adverbios a la distancia que nos une
no pongas fechas a la ausencia
no sepas
no preguntes
no recuerdes
la nostalgia es cruel
no te alejes
no huyas
ya sé
debes hacerlo
el camino es largo
el paso lento
no escuches
podrían engañarte
en el engaño se oculta la única verdad
la que nunca creemos

la voz enterrada
el silencio que nos une
la palabra que nos impide ser bilingües
en un país de sordomudos

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Somos el fruto de la ceguera,
simiente que busca en la noche
raíces para el ojo que late
en el oculto tremedal del poema.

Somos la sombra que ignora
la senda que nos devuelve
el cuerpo desahuciado.

Somos el fruto de la ceguera,
estirpe de los días perdidos,
de la nostalgia desandada.
Árbol que crece en la memoria
de lo que ya no somos.

(Del libro A árbore da cegueira)

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No busques.
Ya te encontrará
el poema.

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Nunca tan lejos
como no estar,
ni tan cerca de ti
como de tu ausencia.

Nunca tan solo,
si es esto la soledad,
como perderte sin saber
qué hace que sea la posesión
ingenua falsedad compartida.

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Quita versos al poema.

Quita palabras al verso.

Que la palabra signifique
por lo que es,
no por lo que significa.

Y que ser
no sea
un simple juego de palabras.

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Remonté el color de las salamandras
para buscar la leche envenenada
de la inocencia.
Amamanté a los hijos de la codicia
con palabras suicidas.
Arraigó la luz sanguinolenta
en la estirpe de los tuecos.
La herida era
una fraga
porfiando en la negrura.


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La mirada se confunde con las cosas.
Se amalgama con la simiente
que anticipa la primera visión,
el vértice de la metáfora.

Escribimos para atravesar
la imposición del sentido
por los puentes de la negación,
ese camino de vuelta.

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Nunca volvemos
por los caminos
que nos alejan de nosotros.



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