sábado, 18 de septiembre de 2010

MARIO NOEL RODRÍGUEZ [1.179] Poeta de El Salvador



Mario Noel Rodríguez


Poeta, escritor, periodista cultural, publicista, gestor cultural salvadoreño. Nace a la vida literaria conformando el grupo literario “El papo, cosa poética”.

Ha incursionado en el performance poético. En 2008 montó un homenaje multimedia a Frida Kahlo con la artista visual Alexia Miranda. Encargado de Cine Club, en Palacio Tecleño de la Cultura y las Artes. Presidente del Foro de Escritores de El Salvador. Fundador de grupo literario “Tareya”, de la Casa de Juan Caminos, así como de la Cofradía de San Simón. Editó el CD: “Jorge Galán, en otras voces”.

Publicaciones: Breve breve que la vida es breve, Ruiseñoras del Edén, Agítese antes de leer, La costilla, Por aquí pasaba un río, Hambre de vivir, Epitalamio, Este andar sobre las aguas, Foto movida, Sonectud, Epitalamio, Estado Vallejo, Irakundia, Rumor del rocío, Brasil poemas para cantar un país y un CD conteniendo su libro “Yo quiero ser frijol mágico” (leído por niños). 





Amante lucha

“Un manotazo rudo, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida”
Miguel Hernández
Una camionada de amaneceres,
un no respirar para que no huya el canario.
Un sudario sin estrenar para los nazarenos de frontera,
ansiosos de tocar las arenas movedizas del bienestar.
Un ramillete de silencios estallando en las manos inertes.
Una tabla con dibujos a yeso y nostalgia.
Una mochila acostumbrada al infierno.
¿Qué no daré?

Irma de la ausencia a largos tragos,
esta mañana el sismo te trae tan clara.
Grito, grito, y en la mudez tu risa,
pájaro que bendijo las andanzas locas,
días esos de tinta negra en el viento.

Le doy mi pan huidizo –mi luz indoblegable-
a tu corazón maravillado con lo que ya no viste.




Irakundia

“Sangre a caballo, a pie, mural, sin diámetro,
Sangre muerta de la sangre viva…”
César Vallejo


I

Vedla sin lágrimas con sus hijos en brazos,
bajo su corazón atesora viejos poemas de invierno,
ella muerde una canción como olvidando algo.
Un violín toca desconsuelo tras las murallas...
Ella va dispuesta a golpear el sol.

Ahora el viento enfrenta a la ceniza,
lo que fueron banderas no saben de países,
una rata en cámara lenta se persigue ella misma,
el cielo se desploma con todos sus caballos.

Madre vigilia, miel sometida,
primavera balando por sus hijos,
Madre ahogada en yardas de sangre,
sorda la herida entre mugre y metralla.
Madre fiel de brazos partidos en cien,
odiosa la hora de la muerte que escombra.
Que el extraviado gorrión planee en tu hombro,
que el arroyuelo humedezca tu corazón de alas.
Levántate señorial contra el terror, Madre azul.
Levántate animada contra el odio, Madre arco iris.
Levántate en trompetas contra la vileza, Madre crepúsculo.
Levántate acuarelando de amor la crueldad, Madre mayor.

Madre Tierra, Madre sin tiempo para cruces,
toma de nuestras manos estos buchitos de paz,
bebe hasta saciarte de luz,
ven con nosotros a intentar el mañana.



II


“El mundo da tanto miedo”
Mohammed, niño iraquí

Yo conviví con otras muertes,
en lengua muerta pronuncié su cal cayéndome;
muertes que trataba de abrazar con versos,
muertes en esquinas que no quiero,
muertes que no entendían nuestra voz sedienta.

Yo vi a Mateos partidos por odioso rayo,
a Martas huérfanas señalándose el estómago,
a Zenaydas apuñaladas por neblina de metal,
a Saras maquilladas de ceniza absurda.

Luto en las pestañas y en los costados,
luto escalando kilómetros, diámetros, días.
Un lamento que descose fronteras,
que se anida en la pared de los refugios.

Que las sirenas huyan con su angustia,
que llamen con frenesí la alegría.
Que nadie nazca humillado entre bombas,
que el amor sepulte el pasar de la ira.

Ven te arrullo, ciudad del canto humillado,
ven que te sacudiré la sombra,
acércate que haré pedazos la muerte,
polvillo caótico, maná de odios.




Lamento


A Febe Velásquez, sindicalista


Amargo el aire que la vio pasar,
quien estuvo la recordará con palidez.
Turbio el nido que la engendró,
quien la vio lleva el olfato rancio.
Las palomas fueron golondrinas un instante,
el mediodía medianoche de golpe.
El viento del norte levantó papeles,
alguien pensó en la cena de los olvidados.

¿Cómo llamarte efímera?
¿Qué voz usar para denunciarte?
¿Qué mundo imaginar para alejarte?
¿Qué fuegos purificarán tus pisadas en nosotros?
Yo te vi y estás presente,
perdida entre el ruido que escombra,
bala que te llevaste a la obrera,
bala que sangraste en el costado a la poesía de esos días.



Lirios en los viejos poemas, Mario Noel Rodríguez, Editorial EquiZZero, 2013.


Cuando un hombre decide recordar a una mujer, la imagen se vuelve espejismo, cuando un hombre decide cantarle a una mujer, la palabra se vuelve poesía; es decir, eterna. Así Mario Noel Rodríguez nos regala sus Lirios en los viejos poemas, una serie de 56 cantos escritos desde lo más profundo del alma, cantos que dejan su huella imborrable en el papel que los encierra y al mismo tiempo los libera, cantos con los que uno se siente identificado más allá de toda circunstancia. Si hay algo que defina la poesía de Mario, eso es la sencillez con que la palabra toma vida y, como pieza de rompecabezas, ocupa el lugar exacto, preciso:

Yo ya te soñaba desde antes de soñar en serio...

Omar A. Chávez


Chayo Mejía saca la mano para ver si llueve

Gracias por la sencillez y los ojos,
por la mirada que cambió el cauce de la vida.
Beso tu rostro helado en la distancia,
pero tus ojos, faros lunáticos que no cesan.

Gracias por tu mano en mi pecho desarmado,
por el plato rebalsado de pétalos y cuentos.
Yo saqué de vos la manera miope de entender las cosas,
abuela amada, por encima de mares y rabietas.





Rubidia, la ciega

En silencio te explico el color de las cosas idas,
cosas que si vuelven, volverán descoloridas.
Te cuento de la hamaca en el cielo,
para que despacio pronuncies sus siete tendones.
Así es la luna de los amantes,
las amorosas mejillas rosadas,
el verde genésico de los aguacates.
Rubidia, hermana de la alegría,
con un estilete partiré la noche para traerte la luz.



Amada Libertad, mártir

Ametrallaba el odio con la máquina de escribir canarios,
ella, la poeta de ojos abiertos para no perder el horizonte,
ella, que anduvo su corazón envuelto en un paño azul.

Ahora su voz ronda como buscando algo,
quizás el verso sobre la fatiga de conquistar la primavera,
quizás el pálido beso que jamás llegó al frente de guerra.




María Félix duerme con fondo de violines

Nada más una bocanada del puro, chiquita,
nada más un chupete para ver desplomarse la tarde.

Yo ya te soñaba desde antes de soñar en serio,
nada más levantabas una ceja y yo moría, moría.
Mirabas hechizando a los actores,
pero era a mí a quien mirabas.
Que otros hablen de la Monroe y la gula de galanes,
que ansíen el último trago derramado de la Hayworth;
que unos entre vino y vino aclamen a la Bardot,
que otros a la Bisset mojen de versos íntimos.
Yo nada más suplico una bocanada,
tu aliento de diosa embriagado, chiquita. 



Benazir, Benazir

Hay dolores que regresan con baba y pelos,
alzan su espada y vociferan lenguas turbias, regresan.
Aparecen cuando sopla un viento dañado del norte,
cuando una puerta esparce historias del desamor,
cuando el cáncer llega a desordenar la casa,
cuando la tinta nada más sirve para el olvido.

Del dolor que quiero hablar, jamás se marchó.




Febe, compañera mártir

Cantaré hondo agarrada de las piedras.
Cantos viejos sobre la piel borrada de repente,
gemidos que suban hasta romper el cielo,
la historia de los míos, tiernamente míos.

Aquí el amor se desgranó en suave aliento
y en el pecho la primavera agitó sus banderas.
Aquí los besos se repartían a ojos cerrados,
el forastero volvía por los suyos, por los suyos.

La risa de ayer hoy es polvo,
el abrazo de ayer es viento,
la luna de ayer es nube,
la sombra de árbol es calcinante abandono.

Hoy se agolpan las lágrimas contra el humo de las casas
y nadie trae la ternura para sanar la herida,
para desviar la noche que trajo desconsuelo,
la espada sobre el corazón de los inocentes.

Pero juro no ceder un espacio al desaliento,
juro nacer con los míos entre las ruinas,
juntar los corazones para pintarlos de alba.
Juro cantar agarrada de las piedras.




Lucía, la gitana perdida en Medellín

Leer una mano es leer una sombra.
Entrar a una sombra es entrar a un abismo.
Enfrentar un abismo es enfrentar un espejo.
Palpar un espejo es palpar tu mano.





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