jueves, 25 de agosto de 2011

4493.- BENITO MUÑOZ MONTES

(Foto: Pilar Gilabert)


BENITO MUÑOZ MONTES
El lirismo escéptico del extraordinario Muñoz Montes (Molina de Aragón, Guadalajara, 1964), poeta poco pródigo, pero de hondura poco común que ha sabido ver en la naturaleza no sólo el drama que encierra en sí misma, sino un trasunto del hombre y de la relación de este hombre con sí mismo: Con la misma piedra (1989), Silbos del Val (2008).



Acaso el fragor de la carne...

Acaso el fragor de la carne
no sea más que la más excelsa
celebración de la finitud.
Recuerdo el amor en la vertiente
de una manilla metálica, sucia y grasienta,
por tantas manos, de tantas manos,
algunas manos severas y ceñudas
como las miradas de los proscritos.
Recuerdo el amor en la secuencia mágica
de líneas, chorros de luz creyendo
en la elevación de un manantial.
Recuerdo tocar el clavicémbalo de una puerta
y abrirse una sinfonía de olores,
oír una voz justa de causas previsibles,
que anula el aturdimiento del metro,
que ahoga el acetileno de la lluvia en los paraguas.
Recuerdo creer en ti y creer en el ojo de una rata,
husmeando el fracaso, husmeando soberbia
el latigazo de la luz soportando el túnel.
El amor prefiere el mar o la marejada de la huida.
Acaso una teoría del amor
no sea más sincera
que una colilla, humeante y sórdida, sobre la acera.





Si la noche nos envolviera

Si la noche nos envolviera
de pronto
con la túnica de su única evidencia,
soltarías el periódico, amor,
mirarías de repente frente a frente,
entre el ridículo del susto,
el gusto de ofrecer tu caridad,
la complacencia de no ser descubierta.
Goterones de esta noche
embadurnan groseramente
el cristal que apenas nada
pintaba líneas de colores,
palabras fugaces, la incertidumbre
de no saber qué se muere, amor.
Pero por qué te digo amor
si no sé quién eres, si no eres más
que las hojas de un papel magullado
que me advierte
que si la noche estallara su furia
contra el cristal, moriríamos solos,
absolutamente solos.






Apenas enero...

Apenas enero puede arrastrar
con parsimonia la cadena de los días,
que mueve el pudor y prematuro,
llegan orquestadas las florestas del luto.
Me dijeron que era indecible
la catástrofe de las cosas.
Pero sabe guardar el viento, como un espejo,
la voz del muerto, el imago de la memoria.









Los bordes de las cosas

Los bordes de las cosas,
los filos lujuriosos,
las pestañas que acarician
hasta la extenuación.
Comparto el traqueteo de este vagón
de inmundicia, contemplo
la sensualidad sediciosa de la niña
que avena la luz entrecortada.
Sus párpados, las cosas
que impiden la conciencia,
la conciencia de las cosas,
el hilo caído al pozo de la razón.








El fiasco y la traición se suman...

El fiasco y la traición se suman
impunemente. Una suave lluvia
puede caer desde el espacio
inadvertido, remozar
la madera, orear la calle,
el campo, el azul desasido.
Acaba de nacer un tiempo
sin orillas, sin los flecos filosos
que hieren sin pudor la carne
recién abastecida. Luce la luz
dulce en el reposo de las cosas.
Pero impunes el fiasco y la traición
amañan la perspectiva vidriosa,
agitan la pátina agria, arrecian
la penumbra en el sopor de las cosas.







El polvo cumple la función...

El polvo cumple la función
suicida de las cosas. Un polvo sucio
no es más que un polvo viejo, polvo
caído del lomo de los gatos, de un viejo
doméstico centenario.
Un polvo sucio también es un polvo bello,
danza en la armonía de la luz, danza
su muesca macabra.
Entonces se llora por el aire que falta,
por la espada de la luz, por las alas del polvo
en la sala aséptica de la vida.
Lava la sal sin carne y llora el polvo,
demasiado tarde para arder
en la filigrana de un fuego fatuo.
El polvo teje su tela de encaje en la memoria.
El niño hace sombras,
juega con la araña del día, juega la noche
con el insomnio del niño, en la greca gris
de un tablero limpio.
Ya encarna la luz la piel,
vuelve a mecer el polvo de las cosas,
el polvo que se posa, la corteza
pura de la cosa.








Nace la tarde

Nace la tarde
de la tristeza de las cosas,
despliega el polvo su ala ancha
para elevarse al cielo,
levanta la fe, la esperanza,
deja al hombre
desnudo
en la cuenca de una nuez.
Nace la tarde
en el cuneo amable
del tibio labio de la muerte.


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