martes, 31 de agosto de 2010

777.- MARIO LUZI



Mario Luzi (Florencia, 1914) Poeta italiano. Su obra, de carácter meditativo, es una de las más singulares de la poesía italiana contemporánea. Destacan La barca (1935), Honor de lo verdadero (1957), Tramas (1980), Lugares (1980) y El silencio, la voz (1984). Ha traducido a Racine, a Coleridge y a Shakespeare.





COMO DEBE

¿Qué quieres tú que vienes de tan lejos
y entras en vuelo ciego en esta niebla, aquí,
donde los pájaros, aun los de nido,
de rama en rama extravían el rumbo?


La vida, como debe, se renueva,
se esparce en arroyuelos. Ya la madre
parte el pan para los niños, aviva
el fuego; la jornada pasa plena
o tediosa; ya arriba un forastero,
y parte; nieva, aclara, o una lluvia
de fines del invierno apesadumbra,
impregna ropas y zapatos, oscurece.

Es poco, de otra cosa no hay ni un signo.

(Versión de Esteban Nicotra)







AÑO

Provistos ahora, pero quietos
se exponen macetas y floreros,
se cuelga la uva. Lo otro es desconocido,
lo otro estaba y está encerrado
en este cielo opaco
donde un lumen vinoso se endurece
y el grito del pinzón es ya de hielo.

Es aquí, es en estas obras apacibles
y claras donde transcurre y arde
lo que deberé perder, sin poseerlo.
El tiempo pasado y futuro se equilibran...
Yo, sea como sea, he venido aquí, avanzo
desde no sé qué tiempos, ardo, espero;
sin fin me convierto en lo que soy,
encuentro reposo en esta luz vacía.

(Traducción de Coral García)








A LA VIDA

Amigos, una barca nos espera y oscila
en la luz donde el cielo
se arquea y toca el mar,
vuelan criaturas locas por amar
la faz de Dios ardiente de esperanza
buscando arriba abajo
afecto en toda oculta distancia
y van llorando: estamos en la tierra
pero un día podremos planear en el aire
doblarnos mansamente sobre el seno divino
como rosas de muros en calles olorosas
sobre el niño que, mudo, las reclama.

Desde la barca, amigos, se ve el mundo
y en él una verdad que avanza
intrépida, un suspiro profundo
desde el delta al manantial;
la Virgen de los ojos transparentes
desciende paso a paso hacia los moribundos,
recoge el resultado de la vida, dolores
deseos escondidos de siempre en la faz húmeda.
En las ennegrecidas ventanas, las muchachas
con la mirada hacia los montes
no saben terminar de esperar el futuro.
En las habitaciones, las voces de las madres
se turnan sin origen y sin profundidad
con el silencio de la tierra, bellas
voces de las que todo parece haber nacido.

Traducción de Jesús Díaz Armas






MARFIL

Habla el ciprés equinoccial, oscuro
y montuoso el macho cabrío exulta,
dentro de rojas fuentes lavan lentas
las yeguas de los besos a sus crines.
Desde las tenues selvas a ciudades
excelsas inmensos chocan ríos
largamente, se mueven en un sueño
afectuosas velas hacia Olimpia.
Correrán las intensas vías de Oriente
oreadas muchachas y en mercados
salobres mirarán el mundo alegres.
¿Pero dónde alcanzaré yo a mi vida
ahora que el tembloroso amor ha muerto?
Al horizonte lo violaban rosas,
vacilantes ciudades en el cielo
rociadas por jardines tormentosos,
en el aire su voz era una roca
infecunda de flores y desierta.






DIANA, DESPERTAR

El viento libre luce entre los humos
de la llanura, el monte ríe raro
iluminándose, surgen relumbres
del agua, ¿hay mensaje más caro?

Hora es de levantarse, de vivir
puramente. Ya vuela en los espejos
un sonreir, un temblor en los vidrios,
vuelve un sonido a confundir los oídos.

Y tú acudes alegre y contradices
de inmediato a la muerte. Así cuando
se abre una puerta desbordan felices
los colores, la sombra va de vuelta

a disolverse. Nacen rientes imágenes,
en la sangre se filtra, ciego vuelve,
el espíritu del sol, nos llevan céfiros
consigo: a existir, a extinguirse en un día.







MARINA

Qué exhaustas aguas contra la frágil costa,
qué oleada gris contra los postes. E islas
más allá y bancos donde un incierto afán
se separa del día que nos deja.

Qué dispersas lluvias navegas, qué luces.
¿Cuáles? ignora si no finge el pensar,
si no recuerda niega: allá viví,
consciente aquí del tiempo de otro modo.

Qué memoria heredamos, qué imágenes,
qué edades no vividas, qué existencias
fuera de la alegría y del dolor
luchan en la marea con los muelles

o en el mar que florece y se despide.
Regresas tú, te acoges a esta orilla
y en el cielo que zarpa chirría un pino
de pájaros que vuelven, corazón.




¿DÓNDE ME LLEVAS, ARTE MÍO…?

¿Dónde me llevas, arte mío,
a qué remoto
desértico territorio
de repente me arrojas?

¿A qué paraíso de salud,
de luz y libertad,
arte, mediante hechizo me escoltas?

¿Mío? no es mío este arte,
lo practico, lo afino,
le abro las reservas
humanas del dolor,
divinas me provee
él de ardor
y de contemplación
en los cielos en los que me adentro…

¡Oh mi indescifrable condición,
mi insostenible encarnación!

Traducción de Pedro Luis Ladrón de Guevara







«Parca-Aldea»

Junto al fuego se habló mucho de ti
tras atender los rezos vespertinos
en estas casas grises donde, frío,
el tiempo trae y se lleva rostros de hombres.

Fue a dar luego la charla en otros, sus riquezas,
y fueron bodas, muertes, nacimientos,
el triste rito de la vida.
Alguno, forastero, llegó hasta aquí y se fue.

Y yo, vieja mujer en esta vieja casa,
voy cosiendo el pasado con el presente, y tejo
tu infancia con la infancia de tu hijo
que atraviesa la plaza junto a las golondrinas.

Vida fiel a la vida
(Galaxia Gutenberg, 2009)
Traducción de Jesús Díaz Armas.








Ménage

Vuelvo a verla, ya no sola, diferente,
en el cuarto más profundo de la casa,
en la luz unida, sin color ni tiempo,
filtrada por las cortinas,
con las piernas cruzadas sobre el diván,
acurrucada junto al tocadiscos a bajo volumen.
“No en esta vida, en otra”,
fulgura su mirada gozosa
pero más elusiva, como afrentada
por la presencia del hombre que la limita
y tritura.
“No en esta vida, en otra”,
leo bien al fondo de sus pupilas.
Mujer capaz no sólo de pensarlo,
de no tener esa soberbia
certidumbre.
Y no es ésta la última de sus gracias
en un tiempo como el nuestro,
que no le es extraño ni adverso.

“Creo que conoces a mi marido”,
y él orea una sonrisa importuna,
pronta y huidiza, como si quisiera
quitársela de encima
y mandarla hacia atrás, más allá
de una pared de años y niebla;
y mientras se me acerca
tiene el aire de quien viene
al por tú, entre hombres, al asunto.
“¿Se puede obtener algo de los sueños?”,
me pregunta,
clavándome sus ojos blancos
y vacíos, ignoro si de gurú o de torturador
en una villa triste.
“¿Algo de qué clase?”,
y la veo radiante de ternura
desde lo rubio de su mirada fluida y aguda,
medio apiadándose de mí, creo,
por hallarme bajo esas zarpas.

“Al acoger lo divino los sueños
de un alma madura
son sueños que iluminan;
pero los de un nivel más bajo
son indignos, sólo son expresión de lo animal”,
agrega,
clavando sus ojos impenetrables,
que no sé si ven ni hacia dónde.
Aún no entiendo bien si me interroga
o sigue por su cuenta un discurso
sin principio ni fin,
tampoco si me habla con orgullo
o si algo sombrío e inconsolable
llora en sus adentros.
“¿Qué objeto tiene hablar de sueños?”,
pienso y busco un nido para mi mente
en ella, que está aquí,
presente en este instante del mundo.
“¿Y ella no está soñando?”, prosigue,
mientras sube de la calle
un vítreo griterío de niños
que hiela la sangre.
“Tal vez la frontera entre lo real y el sueño…”,
murmuro y oigo la aguja de zafiro
en el último surco sin notas
y el resorte del automático.
“No en esta vida, en otra”,
ella exulta más que nunca
y en su mirada rebosa una luz indefendible,
que ostenta otros pensamientos,
los del hombre a quien tolera,
deseándolos quizá, las caricias
y el yugo.






Bureau

Lo veo muy cerca de la puerta,
de pie en su puesto,
inclinado sobre su escritorio, indiferente
a la fiebre amortiguada que agita
esa luz de acuario y de falso templo
que me rechaza y atrae al mismo tiempo.

Entretanto levanta con trabajo el rostro
y con el rostro una vacía mirada
de imbécil o de enfermo.
No lo reconozco, pero por una punzada
repentina sé
que no es ajeno a mi pasado, y,
mientras me mira
lo voy buscando no entre mis amistades,
entre los rencores sordos e inexplicables
de una edad más cándida.
“¿Qué haces aquí?”, me pregunta
marcando las palabras más de justo,
como lo hace alguien ya muy hosco
y amargado.
Acaso no es más que un hábito de hombre
abatido y carente de toda linfa,
pero me basta para reavivar
la herrumbre impalpable
que hubo entre nosotros poco después
de la infancia.

No respondo; lo miro en medio
de estantes y papeles
y me pregunto si ese es su reino
o la cárcel que lo ha envilecido y apagado.
“Cómo leer un destino en una cara
tan inexpresiva”,
me digo, mientras aumenta mi inquina
y hasta deseo que me hable largo y tendido.

Callo delante de él, esperando,
él espera también, y pienso
si no hay en este encuentro cara a cara
algo más que un encuentro fortuito,
una deuda que saldar con un tiempo
no muerto, por lejano que sea,
o para que un oscuro fin se cumpla.

“La muchacha cayó en tu poder,
pero no le fue nada bien,
según supe”, graniza en mi cara
su voz llorona y ausente,
pero que lastima, animando
con una mueca o una sonrisa esa máscara
mucho peor que la del llanto.
“No sucedió como tú crees”, respondo
mientras vuelvo a ver el dónde y el cuándo
y, en un ángulo preciso, su ya viejo
aspecto de gorgojo.
No pienso defenderme, pienso en el nudo
de aquel sufrimiento que quedó
sin remedio en aquel punto de su vida.

“Conozco bien a los tipos como tú.
Sacrifican al prójimo y a sí mismos
cegados por una presunción de arte.
A veces ni siquiera te pasa por la mente
lo que se pierde.
Tras una pausa prosigue:
“Era mi salvación y la suya”,
y aguza tanto la mirada
que al fin afloran dos
pupilas que me traspasan.
“Quién lo sabe”, digo al hallar otra palabra
que nos hermane en el oscuro sentido
del bien y del mal hecho y recibido.

Pero no es hombre capaz de enfrentárseme
en este punto que debería unirnos
como compañeros expertos
en el dolor del mundo.
Lo veo acorralado en la propia ofensa,
apretando los dientes,
y no sé si recrimina o si incuba
así la fuerza para desafiar a su infierno.

El silencio que sigue en la oficina
desierta, aunque no estamos solos,
es un silencio enorme, sin confines ni tiempo,
mientras la hélice del ventilador zumba
y rueda con un estremecimiento
de hojas removidas,
y pienso en la lucha por la vida
en los fondos marinos
y en el plancton.

“Pero no estoy acabado”, explota luego
con ojos desorbitados,
echándome a la cara
su fuerte olor a tabaco y alcohol.
“No más que yo, no más que cualquier otro”,
murmuro reabsorbido por su arrojo,
y miro a través de un vidrio la muchedumbre
en la cual desapareceré dentro de poco.



VIDA FIEL A LA VIDA

La ciudad en domingo
al atardecer
cuando hay paz
pero una radio gime
entre sus moles ciegas
desde sus visceras rígidas

y a quien va en la hendedura de una calle
cortada neta entre los bancos le llega
dulce hasta el sufrimiento, lo humano
aplastado en sus alcantarillas y entresuelos,

tregua, sí, y no obstante
uno, la frente en el asfalto, muere
entre poca gente turbada
que se detiene y rodea el infortunio,

y nosotros estamos aquí o por destino o casualmente juntos
tú y yo, mi compañera de pocas horas,
en esta esfera enloquecida
bajo la espada de doble filo
del juicio o de la absolución,

vida fiel a la vida
todo esto que le creció en el seno
adónde va, me pregunto,
baja o sube a saltos hacia su principio...

si bien no importas, si bien es nuestra vida y basta.

(Traducción de Horacio Armani)





1 comentario:

  1. Mario Luzi fue un poeta italiano, uno de los más prestigiosos del siglo XX. Fue el último gran representante del Hermetismo. Cuando cumplió 90 años fue nombrado senador vitalicio por el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, realmente fantastico sus poemas que como en un atardecer entiendo con la nostalgia veo pozarse el sol en mi regaso, pensando en mi amada Margarita Jaimes una dama Colombiana ella, de delicados gestos, hace suspirar al viento, en todo momento de su existencia mientras yo observo admirado su belleza y quedo ido en un ir y venir de sus tiernos y calidos movimientos, llenos de amor y paz, que despierta al silencio con una suave voz angelical y yo me muerdo los dedos de nervios, el saber que podria perder la coherencia y es sentido de la realidad cada ves que su sonrisa entre en mi atraves de mis ojos, me llena de suspiros a tal punto de desmayar como en un sueño fuera despertar, vivo los momentos mas felices, solo saber que existe y que la pude ver, auque no sea mia algun dia me dio el regalo mas hermoso de mi existir de haberla hecho sonreirir algun dia, solo me bastaria un instante para terminar el comienso del amor en una sola gota de lagrima que cortaria mi sufrir de no poderla cubrir y protejer, y de estar a su lado para cobijarla, tenerla en mis brasos aunque sea un instante, solo el sentir de mis ideas hacen brotar y vivir que la tube alguna ves y que su amor era intenso y se fue desvaneciendo como cual nube que condensa en el firmamento y desaparecen poco a poco tornandose en gotas de alegria y sufrimiento, dejame desvariar porque estoy conociendo la locura del amor de aquel amor que me hace vivir, que me das fuerzas de darte todo de mi, quiero sentir y vivir en ti mi amada Aida Margarita por siempre y para siempre. Diego Alonso

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