martes, 15 de marzo de 2011

3419.- LAUTARO ORTIZ


Lautaro Ortiz (La Plata, Buenos Aires, 1973). Publicó en poesía “A estas horas y en este día” (1993), “Casa de tabaco” (2010) y el trabajo de investigación “Árabes. Poemas, crónicas y relatos en Sudamérica” (2003). Ejerce como periodista en varios medios y actualmente se desempeña como jefe de redacción de la revista de historieta Fierro.



POEMA DEL SUEÑO QUE LA AMABAN

Esa mujer que duerme viene a cuento del sueño que la amaban.
Desde los pies a la cabeza era
una virgen limpia en los escalones del amanecer
paseando silenciosa
entre el tabaco del que escribe y la cabeza del que lee
totalmente entregados a la suerte del alfabeto los dos
con el sexo en alto como faroles en la humareda
y con la misma confianza sobre el final del cuento:

el que lee la ve dormir a su lado
el que escribe sueña que la amaba.


MONÓLOGO DEL QUE ESCRIBE

Tanto educar la lengua para hundirla finalmente en tu boca.
A la fuerza vas a creer en el idioma que escribo.

Recuerdes o no,
hay palabras incontables para hundirte toda la vida.

Voy a hacer con vos lo que oscuramente buscabas.
Coserte la boca taparte los ojos y sexuar.

Bajo la lámpara voy toda la noche voy a hacerte.

Hasta que entiendas de una vez este reflejo que me persigue:
un hombre que lía tabaco
sobre la mesa pulida por las mangas de la infancia.


EL QUE ESCRIBE Y LA ESCOPETA

1.
Conozco al que escribe.
Viaja con la escopeta apuntándose entre los ojos,
para que salga animal enfermo del espejo.

2.
Conozco al que escribe.
Siempre da la espalda.
¿Y si hay perros atrás?
¿Un hijo en el incendio?
¿La muerte de pie?
El que escribe inclina la cabeza hacia adelante
porque hacia adelante corre la sangre.

3.
¿Quién parió al que escribe?
La muerte no, mi madre menos.

Esa palabra.

4.
A juzgar por la poesía
el que escribe provoca resultados extraños.
Humea palpita o peor
Hace cenizas con el silencio.


5.
El que escribe lento pone al fuego un dolor.
La sangre regula el rojo vivo.

6.

El que escribe
alquitrana
quema alfabetos
aspira lo que queda
de la infancia.

En el paladar brota una hoja de menta.


EL QUE LEE Y LOS ESPEJOS

1.
El que lee inventa al que escribe.
Se dirá: palabras que atacan su cabeza.

Donde ve perfección
no hay más que huesos.

2.
No tiene escopeta entre los ojos.
El animal enfermo apenas si lo huele.

3.
El que lee empaña los espejos.


ES VERDAD LAUTRÉAMONT

Es verdad Lautréamont el asqueroso hocico del que lee.
Cada vez que la palabra remonta
olfatea los pasos del que escribe:

-No vaya a ser mucha la sombra (dice)

Es verdad: un poema se cierra cuando lo interrogan
se esconde entre los pechos dorados de alguna mujer
que abre su sexo para nadie.
Igual la muerte no muestra su cara.

-¿De qué me habla? (insiste)

Los recuerdos vienen y levantan sin aviso
el párpado azucarado del paisaje.

El espejo sólo refleja la cabeza inclinada del que escribe.

El asqueroso hocico ejerce espionaje.
Página por página.
Es verdad: no se puede escribir con el corazón templado.

-¿De qué me habla? (grita)

Hay palabras que por la noche huyen espléndidas.


EN EL MERCADO DE LA ANÉCDOTA

Es hora de escribir.

La esposa que me llama se puede envenenar con mi lengua.
El trabajo pendiente se puede incendiar con mi infancia.
El hijo que me busca se puede ir con todos mis años.
Tengo que construir mi casa de tabaco
entregar lo que hice en vida:
para la muerte todo y siempre estará bien hecho porque
ni con un pie en la muerte se puede pisotear al pasado.
Es hora y escribir también pasa.
Es como intentar vender un ojo en el mercado de la anécdota.
Dar con el instante en que el agua se desliza
entre las piernas de toda mujer que lustra lo dorado
con el instante en que la piedra se arroja desde la fragilidad
de todo hijo que mira ventanas altas.
Y la puerta que encerró al beso.
Y el cuerpo que alfabetizó al silencio.
Y el sexo que se hizo sexo.

Veo alimentos que se pudren
sobre la mesa tendida bajo la sombra de mi cabeza
y cartas
libros.

Alguien en la calle huyendo de una presencia que amenaza.
Pero eso no es poesía.

Ahí se escucha el tren azulado llevándose a mi familia.

Y la casa queda a oscuras
mientras la infancia me circula en sangre
a la velocidad que pasa la muerte por el espejo.


INICIÁTICO

Y si mis hijas la vieran estoy seguro se les llenarían las manos de azúcar y andarían descalzas de una habitación a otra de un juguete a un baúl de un ropero a los vestidos. Si mis hijas la vieran pero yo no cuento dejo que corran en su asombro que patinen en su infancia que al fin de cuentas defiendan a gritos su territorio: muñeca, casa, padre, madre y la palabra dios como último recurso.


DE CAJÓN

Las malas lenguas de la muerte
son muchas como sus ojos
y rozan los labios del muerto.

Es el último embalaje.

Aduana de la madera triste y de la platería engarzada.

Una fábrica de borrar señales:

lo que llega muerto se va cadáver.
lo que llega blanco se va ceniza.


CAUSAS – CONSECUENCIAS

No se muere dulce de tabaco:
el flaco pulmón sugiere otras causas,
después de escupir en la olla nocturna:

La voz de una madre que desde el fondo exige
incendiar el basural de los años.


SUPOSICIONES

Póngase la muerte en mi lugar.
Zapatos de acero, esta musculatura
hijos entre los brazos mujer casa
boleto de ida y vuelta para esperar
los trenes demorados del dolor
(aunque nunca llegará ese beso azul y piadoso)
Póngase mis camisas, verticalmente
todos mis restos es decir
hágase la rabiosa voluntad del que siempre camina.

Demuestre, escriba, trabaje
experimente el deseo como historia familiar
padezca la risa del tiempo cuando la vida
se tira como papales por la espalda o
surge la imagen de un nadador ciego.
Haga el favor terrestre de reptar
soportar aliento que va
del debe al haber sido pero finalmente nunca.

Deje su traje de certeza, póngase en mí, esto es real.


APOLILLAIRE

Esta cabeza no duerme sola.
Latidos hay:
motores del orgasmo que rugen desde la infancia.
Mujeres ovacionando el sueño donde me pierdo descalzo.
Los pasos de la enfermera crujiendo con escarabajos en los bolsillos.
Acá también suenan timbres.
Voces, disparos.
Cuchillos hay, se afilan.
Relámpagos y tornos, agua que cae contra los ojos.
Trapos que hierven como animales se aparean.
Así es la noche cuando trabaja:
huesos trepanados del recuerdo.
Esta cabeza no duerme sola, nunca.
Tan perecida a un banco carpintero.


ORACIÓN

Esa virgen se queda en mi casa.
Amuleto que la lluvia dibujó contra el vidrio como hoja de menta,
pero que sin embargo se percibe como un virgen limpia y de pie.
Tiene los pezones duros como hocico de caballo o mejor
de animal negro percibiendo el miedo de la manada, pero no cabalga.
Tiene luna llena, mes de diciembre a su favor, pero no dice.
Es leve como el humo de mi tabaco.
Esa virgen se queda en mi casa
después de los alimentos en medio de la nada por hacer
con la casa bien a oscuras.
Si es imagen del insomnio:
sus ojos son un camión de carga que vienen a rellenar
el pozo de mis noches.
Si es imagen de la memoria:
sus manos lían tabaco sobre la mesa pulida
por las mangas de la infancia.
Si es imagen de la espera:
ella lava su pies en la pileta del sueño bajo hilo transparente
de mis babas del diablo.
Esa virgen se queda en mi casa.
Como un rayo en un extensa plantación de tabaco.
Quiera que esta noche revele y negocie conmigo una señal.


POESIA

Buscando la palabra correcta
nadie termina dándole el orgasmo a la mujer correcta.
No es justo.
Pensar que en un abrir de ojos
ella puede cazar lo perdido con la punta de la lengua.

Así está.

Con las piernas abiertas a la nada.

(textos pertenecientes a Casa de Tabaco)








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