lunes, 22 de agosto de 2011

4485.- RAFAEL FOMBELLIDA



Rafael Fombellida (Torrelavega, 1959). Poeta español. Presente en antologías de poesía española en España, México y Bélgica. Codirigió las revistas y colecciones poéticas Scriptvm (Torrelavega, 1985-1991) y Ultramar (Santander, desde 1997), y, en la actualidad, las Veladas Poéticas de la UIMP en Santander y la colección de poesía de Quálea Editorial. 

Obra en verso 
Lectura de las aguas, (Santander, 1988). 
Deudas de juego, (Valencia, 2001, premio nacional de poesía José Luis Hidalgo). 
Norte magnético, (Barcelona 2003, premio internacional de poesía Ciudad de Burgos). 
La propia voz. Poemas escogidos 1985-2005, (Santander, 2006). 
Canción oscura, (Valencia, 2007, premio internacional de poesía Gerardo Diego). 
Montaña roja, (Zaragoza, 2008). 
Campo de Marte (2011
Obra en prosa 
Isla Decepción, (Valencia, 2010). 







BALLENEROS

La severa monodia de este mar
Gris acero, mortal de puro ruda,
No descansa. Prosigue con nosotros
El azulado lomo del cetáceo
Y la imprecisa raya de un lejano occidente.
De vez en cuando estalla en el oído
La pesada carga de los hierros
Que habrán de hundirse en la corteza oscura
Y se huele una sangre cuyo pulso es el nuestro,
Activa los tendones, endurece el vigor.

En la costa distante, un indolente dorso
De mujer se entumece bajo los ventanales
Rozados por la hiedra. Lo entreveo
Preso en el diapasón del oleaje:
Su teclado de vértebras, la cúpula
Refinada del culo, las piernas rezagadas.

Iniciamos un baile en el ruidoso abismo
Rencorosos, siniestros y vacíos,
Y la caza nos ciega. El arponazo
Arranca cuero, grasa, nos deja sin saliva.
Y de repente rueda una mujer al suelo
Cruzado el corazón por una fecha insólita,
Los ojos impasibles, la luna en su lugar.

“La propia voz” (La mirada creadora. Santander, 2007)





DISPAROS EN LA NIEVE

Blanco del cazador es el caído
en la celada inmóvil de la nieve.
Una quietud profunda desampara
su indefensa pisada ante el abismo.
Con torpeza se orienta hacia nosotros,
busca la protección de su asesino.
Fijamos ese rostro unos instantes
y lanzamos al aire una moneda inmunda
cuyos siniestros giros, bajo el denso ramaje,
son criterio de indulto o extinción.
Es fácil abrir fuego ante quien calla
o se sabe acabado de antemano,
dar en el corazón de quien arrastra
su inocente verdad a la intemperie.
No tiene buen invierno el que se expone
temblando sobre el llano entumecido.
El desalmado, el desertor, lo husmean
y aguardan, apostados, esos ojos
que ignoran lo que pronto han de perder.
Sin pesar ni vergüenza respiramos
el poderoso aliento del instinto.
Mas apagado el resplandor, dispersa
la cruenta tufarada de la pólvora,
se escucha el merodeo febril y rencoroso
del hombre solitario, del que escapa
de la pálida luna y va exhalando
su infamante secreto y su maldad.
Por la ladera espesa, entre la nieve,
caminamos sin fin. Rumiando el ansia
de matar o matarnos. De volver
el arma hacia el horror de nuestras vidas.

(de 'Deudas de juego')





Ciegan los copos
el camino. Ya nunca
sabré quién fui.

Montaña roja (Prensas Universitarias de Zaragoza, 2008).





UNA VENA EN LA SIEN

Una vena en la sien, un párpado de adentro.
Maza abatida sobre cuanto ciñe
tu solo estar y percibir a oscuras.
Punzón hincado, riego clamoroso
turbando la crispada posición de los dedos
que sostienen la frente.
Sol impuesto
casi dos veces por segundo, sol
disparando al ocaso su aurora insoportable.
Has cerrado los ojos, apagado tu círculo,
desvanecido en negro la pantalla.
Has llenado de frío el cuarto entero.
Todo es adensamiento en el planeta,
todo es plomada, cuerpo cayendo al fondo,
al fondo.

Sólo el vivir agudo de ese ritmo,
la impaciencia indolora de ese grumo
que parece vibrar en cada instante,
percute, empala, impreca con su ruda
contumacia de gota imprescindible,
de cúmulo agolpado en su porfía,
tu llamada sin voz
a lo que voz no emite.

Una vena en la sien, batir de alas, párpado.
Nudo de obstinación dinamitando
la roca comprimida de tu cráneo.
Onda que a tientas buscas con la yema
del índice por ver si la sorprendes,
la detienes, obturas. Así el pulso
no vuelva a suceder, no se renazca.

Canción oscura (Pre-Textos, 2007)








LO IRREDUCTIBLE

Acuclillado nudo ante la mar.
Trazo blanco en la noche concertándose
con los vastos poderes de este mundo,
oleaje motriz bajo la muda
fabricación del firmamento,
claustro para una hondura que sustenta
su eterno transcurrir más allá de lo físico.
Te has desvestido entero y caminado
blandas lenguas de arena.
Ahora descansas,
te compactas, encubres, y ese cuerpo
anclado en sus tobillos va tomando
la forma indivisible de una celda.
Los astros solos; la marea, oscura.
El haz encapsulado de los faros
de tu automóvil.
Eres
nadador en el aire transparente,
habitante absoluto, único expósito,
centinela del propio emplazamiento.
Todo es cerrada inmensidad contigo,
latitud sostenida en su intemperie.
Nada se mueve en ti, tendón ni músculo.
Escuchas el gobierno, piel adentro,
de tu caja torácica, de tu compás, tu anillo;
y un pulso afín: el orbe originario,
palpitando los dos sin mano que lo ordene.
Con cuánta opacidad, con cuánto ardor.
Mundo de sí sobrado, rebosante
de inconsciente razón. Y en él, un cuerpo,
trazo blanco en la noche, acuclillado
nudo de claridad ante la mar.

Canción oscura (Pre-Textos, 2007)




A ti, que todavía te gustará ir al cine,
te contaré una historia que no vas a creer,
de cuando, peregrinos, fuimos al Montecarlo,
primer arte y ensayo de toda la provincia.
Dieciséis, diecisiete. En un tren de gasóleo
desde nuestra ciudad radial y oscura.
Aún tengo, de algún filme, ojos desorbitados,
Querelle, Cuerno de Cabra, Teorema, Salò, et caetera.
Con esas experiencias iba a volver a casa
a vestir la camisa de franela
que sudaba la historia de nuestros padres pobres.
Qué entusiasmo alocado, qué verbo incandescente,
qué lecturas de Nietzsche o de Marcuse
en el barrio de bloques de la fábrica.
El tren serpenteaba entre cercas y granjas
mientras nos destripábamos Alicia en las ciudades.
Aunque no te lo creas, yo estaba allí también.
Pero la Europa aquella corría muy deprisa
y aún me duelen las córneas de su modernidad.
Lo que más me gustó fue ver mear a Jean Birkin
cuando aquel infrahombre que hacían llamar Krassy
se empeñaba en tratarla como a un efebo anémico.
Te quedarás de piedra cuando te cuento esto,
pues ves que soy un bárbaro, y me gusta.
Pero de vez en cuando se me escapa una frase
que pudo pronunciar Michel Poiccard
y quedo en grande con tus amistades.
Aún estoy deslumbrado, un poco, mas lo estoy.
Por eso no te cuento más películas.
Y esta además, lo sabes, no tuvo buen final.

Campo de Marte (2011




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