jueves, 2 de septiembre de 2010

816.- AMELIA DEL CASTILLO



AMELIA DEL CASTILLO
Nació en Matanzas, Cuba. Poeta, narradora, ensayista. Reside en Miami desde 1960. Ha publicado un libro de narrativa y ocho poemarios, entre los que cabe destacar: Cauce de tiempo (Hispanova de Ediciones, Miami, 1981), Las aristas desnudas (Editorial Betania, Madrid, 1991), Géminis deshabitado (Ediciones Universal, Miami, 1994), El hambre de la espiga, Ediciones Universal, Miami, 2000) y Un pedazo de azul para el naufragio (La Torre de Papel, Coral Gables, 2005). Ha obtenido siete premios Internacionales de poesía y cuento en Salamanca, Madrid, New York y Miami, entre ellos el Cátedra Poética Fray Luis de León (Universidad Pontificia de Salamanca). Finalista (Accécits, Menciones) de los Premios Carmen Conde (Madrid), Letras de Oro (Miami), Mairena (Puerto Rico), Calíoppe y Polimnia (Vizcaya). Su obra aparece en Antologías y publicaciones de Argentina, Colombia, Costa Rica, España, Estados Unidos, México y Uruguay. Varios de sus ensayos han sido traducidos y publicados en inglés, francés e italiano, y los reúne en “Apuntes al vuelo” (inédito), que recoge trabajos presentados en Congresos Nacionales e Internacionales.






LA TORRE

Allá, la torre...
Empinada de tiempo, abierta
a furia de palabras
y a galopar de sueños.
Centinela
de inalcanzables rumbos,
allá, la torre
afilándose al viento.
¿Cómo alcanzarla, di, si crece
como espiral de angustia,
si avanza más y más:
un horizonte siempre más allá
de todo aliento y toda sombra?

Conozco su lenguaje,
palpo
la ingravidez de su distancia amiga,
vibran
los hilos que nos unen,
vago
por sus espacios,
llevo
la brújula que dio el Señor al ángel,
sigo
buscándola –o buscándome–
y no acierto.

Allá, la torre
con su llamado altivo.
Agigantada, esquiva, retadora,
difícil, solitaria...

Allá..., donde a sonrisas
llegan jugando y sin querer,
los niños.


CASI YO

Estoy casi de vuelta...
Sin bagaje. Náufrago de la noche.
Casi abierta.
A mi lado se acuesta –como un perro–
la sombra del desvelo de mí misma.
¡Cómo me llama el tiempo que no ha sido!
A él voy como al regreso,
como a la mar el río.
Y se rompen estrellas
sobre la noche blanca
como se rompe en llanto una sonrisa.
Estoy casi de vuelta
aunque no me haya ido.


DE PIE

Si estoy de pie
es porque me levanto,
porque me empino
más allá de mi asombro y mi estatura,
porque no aliento cicatrices
ni fantasmas ni pasado.
Si estoy de pie
es porque sigo andando,
porque me llama el viento
y me llaman la luz y los relámpagos.
Porque cantan los pájaros (todavía)
y los niños sueñan (todavía)
porque no preciso razones
ni respuestas.
Porque tomo mi cruz sin intercambios.


ESTÍO

A tu lado pecó
mi desnudez de amor recién nacida
mi retozo de loba desvelada
y para siempre
la hambrienta soledad que me sembraron
en la tierra feroz
de mis esquinas.

A tu lado surgí
–Adán prohibido y ofrendado a un tiempo–
y a ti retorno una y mil veces
a germinar tu siembra de azucenas
y a calentar el pan
de cada día.

Mientras tiemble tu nombre
en mi garganta
–compañero de culpas
arrojado por mí y en mí del Paraíso–
y te sientan mi piel y mis arterias,
mientras me llamen los brazos
de la lumbre
y alerta esté el calor en la ceniza,
mientras el mismo barro nos una
nos condene o nos perdone,
mientras te llame el hambre de mi herida
y en mí descanse la sed de tus naufragios,
mientras enhiesto
tu gladiolo de luz busque mi sombra,
mientras yo sea y tú estés
–compañero de vórtice y mareas–
nos atará el milagro repetido
de azuzar la llama que nos quema.


OTOÑO

No es río que corre
ni huracán eso que gime y ruge
ni afuera se desgarran
el trueno y el relámpago.

Es el tren que se aleja
a tus espaldas
con su grito de perra en agonía.
El que pasa a deshora
llevándose tus huellas, tu equipaje
tus zapatos inquietos
tu sonrisa.
El que sabe tu nombre
el que atraviesa
tu mapa circular.

El que pasa. El que vuelve.
El que se aleja
dejándote las culpas
los recuerdos y el pedazo de espejo
que se afila.


LA SED

Es la insaciable sed
del leño, del polvo, del peñasco.
Del que ha pisado agujas y desnudado inviernos.
Del paria o peregrino
que al hombro lleva su transmutado ser,
su sangre y su semilla.

La sed de las cenizas y la arena.
La que sube a los ojos y a la boca
y nos transita
arañando la piel y lastimando ausencias.
Ésa que fija al paladar la lengua descreída
sin dejar que se aviven en temblor
o en chispazo de luz, la voz
y la palabra.

Hoy le pregunto al tiempo y al oráculo
quién me niega la fuente, el cuenco de agua
que la espante.
Quién me condena a esta sed oscura,
a esta espera inhóspita, a este llevarme
al hombro como si yo y los otros
y todo lo que cargo fuera resto,
lodo, esquirlas o el fardo exacto
que me sobra.

Y me rehuye el tiempo. Y todo a gritos
me condena a esta insaciable sed
de leño, de polvo, de peñasco.


QUIJOTE EN CASA

Si el corazón del tiempo es una piedra,
la piedra es un volcán
y la hoguera una fiesta repetida
¿quién tiene el monopolio de la ausencia,
el lugar exacto del naufragio
y el borde más hambriento de la herida?

Se agranda el círculo, cruje la interrogante
y yo, sin molinos de viento
me niego a ser esquirla de cristal.

Si vamos a quedar entre las ruinas
mejor gritar a pulmón lleno.
Si vamos a quedar,
que cada cual embride su miseria,
incinere perezas herrumbrosas,
azuce el hambre, espante el miedo,
desate a Rocinante
y se atreva a soñar.


DE NOCHES Y DE ENCUENTROS

Se empecina la noche
en ser a toda costa, noche.
Echada como aguijón de avispa
sobre la gota insomne del recuerdo
se fragmenta en cristales
y en puntos suspensivos
sin respuestas.

Yo,
para tajar de un solo golpe
su plaga de rencor oscuro,
ahuyento brujas,
arranco los yerbajos de la ausencia,
planto, cosecho a sangre y agua,
arraso muros y revivo muertos.

Luego,
horneo el pan de cada día,
rescato la sonrisa: creo.
Abrazo al sol, desnudo la palabra,
transito orilla a orilla las devastadas sombras
… y me encuentro.




No voy a regalarte
sombra
ni un minuto de paz.
Ni siquiera un pestañear
de miedo. No voy a darle
tregua a la ventisca ni al huracán
ni a mí ni a nadie.

Tengo los pies sembrados
en un surco que crece y
crece y de crecer se ahonda
erosionando piedras y lamentos
y ni deserto, ni me rindo
ni me doblo.

No voy a darte paso, Sombra.
No voy a renunciar
a serme.





Hoy
estoy en paz conmigo
–o con la vida–
que es al fin estar en
paz con Dios. No sé si
al sacar al sol y al frío esta nueva piel
que estreno se me encoja,
estríe o desprenda capa a capa
hasta dejarme expuesta y
rota como ayer.

Pero hoy…
Hoy exhibo esta paz
de fiesta regalada
y la abrazo, la ofrezco,
la comparto sin pensar
que mañana, quizás ya no será.






Si me atreviera
preguntaría a duendes de la noche
por Ariadna y Penélope y Casandra
y todas esas míticas mujeres
condenadas a amar, tejer, errar
desde siempre y para siempre.

Si me atreviera
pediría cuentas al grito,
la caricia
la lágrima, el zarpazo…
Y a la cruz y el perdón.

Si me atreviera
reemprendería el viaje de la mano
de nadie. Con la niña sabiduría
del que lo cree todo, del que lo sabe todo.
Sin saber.





Hay un pájaro azul
cantando al filo de la sombra.
Tiene las alas leves y en el pico
la sangre del último jirón de luz
sacrificada.

En él habita la semilla
de todo el que se atreve a ser
a desnudarse, a reclamarle
al tiempo su migaja de paz.

Es mi amigo ese pájaro.
Ese pájaro azul de espaldas
siempre a no importa qué llaga,
qué derrumbe.
Ese pájaro azul que se atreve
a cantar al filo de la sombra.





No quiero ir
a ciegas por el tiempo.
Prefiero andar de ronda por las luces
y de vela encendida por quebradas
rendijas, pozos, vericuetos.

Si me encuentro
prometo repetir lo que no dije
crucificar quejumbres, izar vela
y alargarme la mano
para un viaje de estrellas, mariposas
jardines y regresos.

Entretanto...
Un saludo al cristal y seguir rumbo
amparada al perfil de tanta
ausencia.






amiga de siempre.
Hermana, sombra,
compañera o enemiga
que tienes el inútil coraje
de reclamarle al tiempo su abandono
y al ave migratoria su libertad
de huida.

Tú que reclamas
su fatuo resplandor
a las cenizas sus ondas
de sonido al aire su fuente
a la gota de rocío tu
desamparo al mío.

Tú que cuestionas
la pequeñez del mundo…
¿Por qué no reclamar un poco
de lo poco que somos y que fuimos?




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