sábado, 21 de agosto de 2010

583.- DORA CASTELLANOS


Poeta colombiana nacida en Bogotá en 1924.
Desde muy joven se inició en la poesía publicando su primer libro cuando apenas tenía quince años. Ha trabajado activamente
en el campo periodístico y es autora de varios cuentos didácticos para niños de la segunda infancia y de la preadolescencia.
Ha pertenecido en varias ocasiones al cuerpo diplomático, obtuvo el premio Simón Bolívar y se constituyó en la primera mujer elegida para formar parte de la Academia Colombiana de la Lengua.
De sus obras se destacan: «Verdad de amor», «Luz sedienta», «Hiroshima amor mío», «Zodíaco del Hombre», «La Bolivariada»
y «Con luz de tus estrellas».



Adolescente amor

¡Amado! Este es aquel amor que conocimos
antaño en nuestra vida; éramos casi niños,
hace ya mucho tiempo,
cuando tu boca me enseñó la risa
y tus labios el beso.
Este es el mismo amor; viene de lejos,
desde la adolescencia;
cuando en la tuya conoció mi mano
el dulce entrelazarse de los dedos
y abrió la noche entre su cielo oscuro
la blanca floración de los luceros.
Este es el mismo amor,
cuando jóvenes éramos
y yo aprendí en la noche de tus ojos
la vigilia y el sueño.

Recuerdo aquel amor, el de turbada
soledad y silencio;
el que marcó en la luz de los cocuyos
el camino del pueblo.
El que nos embriagó con su perfume
en los frutos del huerto,
el que nos enseño toda blandura
sobre el musgo pequeño.
¿Lo recuerdas amor?
Desde tus brazos contemplé la noche
hasta aclarar el cielo;
la luna se apagó, brilló la aurora,
y recuerdo con qué deslumbramiento
vieron nuestras pupilas sombradas
brotar el sol sobre los campos nuevos.
Hace ya mucho tiempo,
supimos la ternura de la hierba
bajo los pies traviesos,
aprendimos la música del agua
de su sonido fresco.
Escuchamos el mar, vimos el viento,
gozamos del arrullo, del aroma,
y del amor de todo el universo,
cuando puros, amantes exaltados
nos enseñó la vida su misterio.
El agua, el sol, la brisa, la montaña;
el libro del Señor estaba abierto
y nuestros ojos ávidos e insomnes
escrutaban el cielo.

Todo lo que es hermoso,
lo aprendimos entonces.
¿Cuándo fue? ¿Cuándo, amado?
En el amor sin tiempo...
Ahora todo nos parece tan lejos...
Vendrán los duros años de la vejez,
amor, seremos viejos.
toda nuestra verdad, será añoranza,
desteñido recuerdo:
el joven resplandor de las miradas,
el encendido fuego de los besos.
¡Oh nuestro amor de antaño!
quizá desde las venas apagadas
de la vejez sin término,
sintamos otra vez, entre suspiros,
el indecible gozo de querernos.
Que viva el corazón para sentirlo,
que guarde la memoria su recuerdo.
¡Vibrar de plenitud, vibrar de nuevo!
Llevemos su existencia hasta la muerte
que amarnos fue tan hondo y verdadero.







Algún día

Un día llegarás;
el amor no espera.
Y me dirás:
Amada, ya llegó la primavera.

Un día me amarás.
Estarás de mi pecho tan cercano,
que no sabré si el fuego que me abrasa
es de tu corazón o del verano.

Un día me tendrás.

Escucharemos mudos
latir nuestras arterias
y sollozar los árboles desnudos.

Un día. Cualquier día.
Breve y eterno,
el amor es el mismo en primavera,
en verano, en otoño y en invierno.







Amor, como los ríos

Oculta fuerza de agua soterrada,
nos sorprendió el amor tan de repente,
que al mirarse a los ojos hondamente
se desbordó el amor en la mirada.

Y brotó aquella fuente enamorada,
con fuerza tan vital y jubilosa,
que fue en verdad y amor la más gozosa
en que jamás me viera arrebatada.

Fue aquel amor, pasión tan verdadera,
-¿era tierna o sensual, dulce o ardiente?-
¡ya nunca más sabremos cómo era!

Que tus labios juraron en los míos:
vivirá nuestro amor eternamente,
y nuestro amor pasó como los ríos.








Anclado en la mitad de mis sentidos...

Anclado en la mitad de mis sentidos,
corazón, eres barco solitario;
cuéntame el inefable itinerario
de los amores y los tiempos idos.

Velámen roto y mástiles vencidos;
flotando en el refugio del estuario,
tú quisieras un ímpetu corsario
para encontrar océanos perdidos.

Surto en mitad del alma, has escuchado
el oleaje fiel de los latidos
y no sabes aún si te han amado,

tú que conoces todos los olvidos.
¡Corazón, triste barco abandonado
y anclado en la mitad de mis sentidos!







Como un ala fugaz

Hay algo en ti que nunca permanece
y fluye de tu alma como un río;
algo que te ilumina y te ensombrece,
algo resplandeciente, algo sombrío,

como un ala fugaz que te ennoblece
el placer, el dolor, el albedrío.
Algunas veces goza, otras padece
lo que hay en ti que nunca será mío.

Aquello que en el éxtasis nos llega,
lo que el dolor en lágrimas entrega,
lo que el amor entrega en poderío.

Lo que está más allá de todo goce:
que siempre en el amor me desconoce
aquello en ti que nunca será mío.







Con hilos de atarraya

Entre la fina red
que siempre estoy tejiendo
con todos los sentidos
prisionera me encuentro.
En la urdimbre sutil
de verdad y misterio,
de amor, olvido, pena,
ansiedad y recuerdo,
yo misma como un pez
me confundo y me enredo;
yo misma día a día
los hilos voy tejiendo;
cuando sé lo que amo
ya no sé si lo quiero.
En las confusas noches
en que pienso y más pienso
las barras de mi cárcel
como un escualo muerdo.








Contradictorio amor

A Nancy Pulecio Muñoz

Quemadura glacial de fuego y nieve,
contradictorio amor, tierno y violento,
cerebro ardido, loco pensamiento;
ansioso corazón que no se atreve.

Su voz nos extermina y nos conmueve;
su vivo manantial muere sediento.
Amor, amor, amor, este que siento
como la vida misma eterno y breve.

Algo dentro del ser padece y canta
breve canción, larguísimo gemido
que hasta el infierno mismo nos levanta.

No sabe del amor quien no ha podido,
con un grito clavado en la garganta,
gozar el paraíso prometido.







Deslumbramiento

Era lirio en el aire y fragancia en el viento;
ondas sobre las aguas y temblor en el río;
cuando vi su hermosura, con todo el pensamiento,
grabé su amado nombre para llamarlo mío.

Nunca supe la hora ni el exacto momento
en que amé su mirada. Sólo sé que tardío
su amor llegó a mi vida con el deslumbramiento
de una fruta en invierno, de una flor en estío.

Por menos presentido, todo fue tan hermoso
como ver cuando caen nieves en primavera,
lluvias en el verano, lágrimas en el gozo.

Después de haberlo amado que mi alma responda
si sabe por qué existen sobre la tierra entera
el perfume en el aire y el temblor en la onda.







El mejor día

Alma mía que trémula y ansiosa
te asombras ante tanta maravilla:
el sol en la luciérnaga que brilla,
todo el bosque fragante en una rosa.

Un día el agua eterna y silenciosa
has de surcar en vacilante quilla;
el fuego que encendió tu lamparilla
apagará la noche misteriosa.

Hay algo en existir que te aniquila.
La vida es un anillo que se cierra,
la muerte un ojo insomne que vigila.

Puede el último ser el mejor día:
verás al alejarte de la tierra
la luz eterna de la poesía.







Elegía del amor gozoso

Amor, gozo por ti, por ti padezco;
por ti la sombra que ilumina el mundo
y esta sed de fulgor en que anochezco;

por ti mis bellas horas tenebrosas
en que deshoja sin pudor el alma
su túnica de espinas y de rosas;

tus manos con el tacto de la vida,
mi espíritu cubierto de zozobras,
tu cuerpo con la veste desceñida;

mi panal de amarguras y de mieles,
el campo de la frente coronado
con una rama negra de laureles.

Por ti mis cuatro cirios encendidos,
la muerte viva en ataúd gozoso,
los edenes hallados y perdidos;

el jardín interior de mis aromas,
mis ciervos vulnerados, tus jaurías,
tu gavilán voraz de mis palomas;

tus fieras azuzadas, tus mastines,
mi queja entre la noche como un grito,
tu voz de funeral y de festines;

mi pradera agostada de rosales,
tus viñas en agraz para el olvido,
la cosecha en sazón de mis eriales;

tu faro entre las sombras, desafiante,
tu mar embravecido contra el mundo,
tu playa inaccesible y delirante.

Amor y siempre amor. amor altivo,
humillado, exaltado, desolado;
amor por lo que muero y lo que vivo.

Por ti todos los males y mis bienes:
tu lirio inmemorial y la manzana
y este cielo infernal entre mis sienes.

Por ti lo que desdeño y lo que ruego,
el fuego de la vida turbadora,
la muerte entre mi túnica de fuego.

Por ti, maldito amor, amor bendito,
la claridad de mi desesperanza,
mi esperanza clamando al infinito.

Por ti, siempre por ti. Por lo que espero;
lo que no espero ya, por esperado.
Por ti, sólo por ti, mientras me muero.







Erguida flor

De ti se nutren todas mis raíces:
me nutro de tu voz, de tu mirada
y de ti, porque vivo enamorada
de lo que piensas y de lo que dices.

La carne triste y los cabellos grises
iremos al final. La llamarada
de nuestra gran verdad, será olvidada
cuando yo muera o cuando tú agonices.

El tallo, la raíz, la flor, el fruto,
fueron savia de amor que en un minuto
para nosotros maduró la vida.

Sin sombra, sin frescura, al sol y al viento,
porque en tu propia savia me sustento,
soy una flor al infortunio erguida.







Eterna huella

Quedarás como huella sobre mi brazo,
como marca sobre mi corazón.
Cantar de los cantares

No pasarás en vano por mi vida,
ni encontrarnos fue obra del acaso;
que por tu abrazo quedará en mi brazo
la fuerte huella que el amor no olvida.

La llama que de ti quedó encendida
arde sin consumirse en mi regazo.
Amor que más juntaste con el lazo
terrible de la sangre y de la herida.

En mí no fuiste gozo pasajero
sino la esencia de la tierra pura
floreciendo en el árbol verdadero.

Y para siempre brillará tu estrella,
porque de amor dejaste en hermosura
sobre mi corazón eterna huella.







Hacia mi sombra

Vuelvo a la oscuridad donde he vivido.
Tu claridad de mi dolor se aleja
y sobre el alma trémula me deja
un tenue resplandor de luz y olvido.

Soy un ciego que busca el bien perdido;
ya su amor en mi amor no se refleja.
De la noche sin término se queja
el que la luz de Dios ha conocido.

Perdí tu amor, en plenitud y lumbre.
No sabes que tu fe resplandeciente
iluminó mi abismo hasta la cumbre.

Quizá vuelva a encontrar tu estrella clara
porque otra llevará sobre la frente
la luz que alguna vez me iluminara.







Hay algo en ti que nunca he conquistado...

Hay algo en ti que nunca he conquistado;
vana sombra que no me pertenece,
algo que me conturba y me estremece:
flor de amor que jamás he deshojado.

Es algo indefinible, atormentado;
noche que no se acaba ni amanece;
cual sórdido cilicio permanece
entre la carne viva, soterrado.

Algo entre la locura y el espanto.
Grito que va a llegar y nunca llega,
cercano al resplandor, próximo al llanto.

¡Oh trágico dolor de herida ciega!
Amor por quien suspiro y me levanto,
hay algo en ti que nunca se me entrega.







La roca viva

Gracias, Amor, por esta dulce herida
y la blandura de mi sufrimiento.
Por la risa y el gozo y el lamento,
en tanta plenitud desconocida.

Bendito siempre, Amor, porque te siento
crecer en la ternura compartida
y por las aguas de tu mar sediento
que arrasa las orillas de mi vida.

Hoy sé que los rigores de tu fuego
consumió en llamaradas mi sosiego
y mi paz se hizo llanto y quemadura.

Ahora voy como barco a la deriva.
En los escollos de tu roca viva
rompió mi corazón su arboladura.







Linaje puro

Te amo cuando acaricio la madera:
la caoba que sangra, el roble duro.
Tu perteneces el linaje puro
que fragua anillos cada primavera.

Y floreces también como si fuera
tu cuerpo un árbol de nogal maduro;
palisandro de aromas, cedro oscuro,
estoy en ti como una enredadera.

Ombú que entre mis ojos amaneces;
sándalo que te creces de armonía,
ébano verde, olivo que te creces

de amor para mis brazos solitarios,
cuando siembras mi tierra yo diría
que respiro los bosques milenarios.







Náufrago

Náufrago va sobre el ardiente río
el corazón de todos los amantes;
cautivo entre sus aguas fulgurantes
pasa tu corazón; no pasa el mío.

Pródigo entre mis brazos el estío
acendró miel de pomas delirantes.
Oigo vago rumor de aguas distantes;
lejano de mis brazos pasa el río.

Puente sobre su cauce verdadero,
tendido está mi corazón entero.
¡Oh dolor del amor, agua profunda,

agua viva de amor que no se entrega!
Pero el rencor, porque hasta mí no llega,
en agua oscura y sórdida me inunda.







Nefertiti

¿De qué terrena claridad dorada,
de qué barros del cielo, de qué arcillas
surgió la morbidez de tus mejillas,
la ciega plenitud de tu mirada?

¿De cuál sarcófago, de cuál morada,
de qué profundidades amarillas,
de qué lejano mundo sin orillas,
la luz de tu cabeza coronada?

¿Qué aurora boreal sobre tu frente,
sobre la placidez del rostro vivo
dejó su rosicler eternamente?

En la penumbra fértil de mi mesa,
cuando entre el hueco de la noche escribo,
llenas mi soledad con tu belleza.







Siempre amor

A Inés y Adel López Gómez

No sólo por gozarte te he buscado:
también te quiero para padecerte,
porque el solo placer de poseerte
no da la plenitud de haber amado.

El vivo resplandor de lo gozado
menos amor es siempre que aquel fuerte
dolor de corazón que nos advierte
la dicha cruel de estar enamorado.

Te sufro con dolor, con alegría,
con deleite, con odio, con dulzura,
y la felicidad es agonía.

Si algún día nací, fue para verte;
por saber tu pasión y tu hermosura,
para gozarte, Amor, y padecerte.







Sin nadie la mirada

Lo que cambia es el rostro,
la hondura de unos ojos,
la luz de una mirada;
la penumbra indiscreta
de confidencias íntimas,
la ternura, los besos,
los cuerpos y las almas.

El amor es el mismo;
busca formas distintas:
a veces una frente
de curvas sosegadas,
otras la boca roja,
quizá una boca pálida;
unos brazos ardientes
de tibias manos largas;
el instante amoroso,
la amorosa distancia.

Cambian tan solo el rostro,
los luceros, el alba;
el palor de la luna
detrás de una ventana;
la lluvia que solloza
con sus gotas que cantan;
el fulgor que nos junta
la luz que nos separa,
las llamas que calientan
los muros de la casa,
las cortinas de sombra,
el temblor de una lámpara.

El amor es el mismo,
no declina, no cambia;
existe en nuestro pecho
desde lejana infancia;
nos saca de la cuna,
nos hiere con su espada,
nos da siempre el veneno
que vivifica y mata;
zumo que nos agobia,
licor que nos exalta;
el ardor que consume,
la ceniza que apaga.
El amor es el mismo,
sólo busca una cara.
siempre es lo mismo
lo que esperas;
siempre es lo mismo
lo que amas.

Tú estás en ti y eres el mismo,
es lo de fuera lo que cambia.
Tu amor existe
y busca siempre
un pretexto para sus ansias.
Primero un nombre: Luz, Elvira,
Diego, Alejandro,
Helena, Clara;
después del nombre algo infinito
que en nuestros brazos se quedara
y un rostro, un rostro,
cualquier rostro
que no nos deje ningún día
llevar sin nadie la mirada.







Todavía

Sobre las ruinas de tu amor caído
levantaré de nuevo mis quimeras,
y serás en mi vida un destruido
monumento, donde un ídolo eras.

Donde tirano fuiste, las primeras
yerbas silvestres gritarán olvido,
y, recordando nuestras primaveras,
gemirás como un dios arrepentido.

Otros dioses vendrán, y nuevas rosas
brotarán de las ruinas silenciosas.
Asoma por levante un nuevo día

y he temblado mis penas escribiendo,
porque adentro, muy hondo, estoy sintiendo
que esta noche te quiero todavía...







Todo es diáfano y bello

Mecen los blandos sauces la verde cabellera;
todo es diáfano y bello cuando estoy a tu lado;
una sutil fragancia de nardo macerado
difunde sus efluvios sobre la tierra entera.

¡Amado! El tiempo es claro, llega la primavera;
regresa en los capullos del jardín olvidado;
y humildes, tiernas, blancas, en el verdor del prado
abren las margaritas su múltiple gorguera.

Con tu voz de agua viva, la frescura me traes.
Mi alma es tierra seca, tierra estéril y mustia
y tú sobre mi alma como la lluvia caes.

Me llenas de dulzura con tu voz de colmena
y tus hondas palabras rielan sobre mi angustia
como luz de luceros en el agua serena.








Verdad del alma

Asciende a ti la luz del pensamiento.
Brota por ti la flor de mi alegría
y por tu amor enciende cada día
mi corazón su lámpara en el viento.

Que si pierdo tu imagen, al momento
la recobra en tu alma el alma mía
y tu rostro se vuelve melodía
de claridad en el entendimiento.

Amor incorruptible que no daña,
ni con halago de placer se viste.
En su diafanidad jamás engaña.

Por ti, sólo por ti, que por ti existe
-cristal que no se quiebra ni se empaña-
esta verdad del alma que me diste.

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