lunes, 14 de marzo de 2011
3399.- GLYN MAXWELL
Glyn Maxwell nació en Herfordshire, Inglaterra, en 1962. Estudió en las universidades de Oxford y Boston; actualmente imparte clases de creación literaria en el Amherst College, Massachusetts. Su trabajo ha recibido numerosos reconocimientos, incluyendo el Somerset Maugham Prize y el E.M. Forster Prize, otorgado por la Academia Americana de Artes y Letras. Su último libro, The Breakage (1998) fue finalista para los premios de poesía más importantes de Inglaterra. Ha montado tres obras de teatro en Londres y actualmente trabaja en traducciones de Joseph Brodsky. Es miembro de la Royal Society of Literature. Está casado y tiene una hija. Vive y trabaja en Londres.
LA ISLA DE MARGIT
El chico había muerto. Lo supimos
en el acto, yo dije “Es gibt kein Luft.”
Con tanto frío hubiéramos tenido
que ver la chimenea de su aliento.
Me alegré de hablar alemán. La escena,
un parque en Budapest.
Los paseantes
hacían eso, y mirarnos. El gordo
alemán asomó y se encogió de hombros.
Se fue y llegó una prostituta rica
y hortera. Fue la primera y única
en tocarlo.
Las dos de la mañana.
Nada ocurrió. “Vendrá la policía,
y estamos sin papeles,” me inquieté.
“No preguntarán nada,” dijo Patrick.
Entonces frenó una ambulancia, sin
que nadie más lo hiciera.
Mas lo izaron,
y cayó su capucha. Nuestro grupo
vio que ahora era una chica. Podía
haber muerto por las drogas o el frío,
apuñalada, ahorcada, violada;
mejor era el suicidio.
Se marcharon.
Nunca sabremos nada. Nos pasamos
el día en la tensa conspiración
de las víctimas, y un oficinista
en comisaría anotaría algo
que iría a una caja.
Un año y medio
y yo habría hecho igual casi seguro.
Puede que en Hungría arrojaran luz
sobre por qué murió, pero la luz
que se arroja sobre una muerte no es
lo que yo llamo luz.
Yo deseaba
aportar lo que un escritor medita
a la escritura. Eso que significa
hallar por casualidad un cadáver
en público, a la luz del día, en medio
de donde estamos. Pero acaba
seca como una piedra de la suerte,
algo que llevar y sentir. Despejen.
TAL COMO SOMOS
Tendrá que estar soleado. Sólo lloverá
cuando la trama misma gire en el pesar
y la postergación, el eventual entierro. Perfecto en lo demás.
Tendrá que ser alegre, al menos a la larga,
aunque nunca termine y nunca sea cabal.
Al final de las cuentas, alguien deberá
apartarse un poco para recordar, enfocar.
Todo siempre alcanzará su crisis,
se reunirá en la foto de una navidad de revista.
También será moral: prosperará el daño
el lunes y el jueves y parecerá que ha triunfado,
pero el viernes toca la verdad, la disculpa, el murmurado
amor o el secreto o el perdón total.
Tendrá que ser nosotros, blancos e inmaduros,
andando en lo que andamos. Sus oscuras
minorías serán minorías, personajes
pequeños, nobles y afables, menores
en historias alejadas de las convenciones.
Su pareja favorita llegará a nuestros barrios,
sonriente y dadivosa. Todos sabrán su canción,
desde los muy jóvenes hasta los solitarios,
la silbarán y cantarán. Todo ha de repetirse
una vez. Se alzarán sus estrellas y al cabo
partirán, niños que huyen, no enamorados,
y brillarán por un rato en cuartos de chicas,
de estudiantes sarcásticos que agotaron su chiste,
de algún viejo, infeliz, horroroso tipo.
Tendrá que estar soleado, para que éstos se casen,
para que éstos chismeen y esto perdone
y vivan felices, así si alguno muriese
en esto, la lágrima que espera en los crédulos
ojos ingleses será dulce, y sagaz
y real como sangre en el gran corazón
azul que palpita mientras suben los créditos
y llueve en Inglaterra. Tendrás que esperar
por lo alegre, lo unido, lo blanco, lo solar.
Mientras tanto hay esto y el pasto mojado
que aguarda lo real, que se fue, o que no olvida,
o que nunca quiso o que nunca estuvo.
(Traducción: Carlos López Beltrán
y Pedro Serrano)
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