viernes, 22 de octubre de 2010

AHMAD YAMANI [1.567]



Ahmad Yamani 

Nació en El Cairo en 1970. Reside en España desde 2001. Es licenciado en Filología Árabe por la Universidad de El Cairo. Diploma de Estudios Avanzados por la Universidad Complutense de Madrid, donde actualmente realiza su tesis doctoral. Colabora en varias revistas culturales en el mundo árabe como escritor y traductor. Algunos de sus poemas  han sido  traducidos al inglés, francés, alemán y castellano.

Ha participado en varios festivales y actos culturales internacionales.
Ha traducido al árabe varios autores españoles y latinoamericanos. Asimismo ha traducido algunos escritores árabes al castellano.
En 1991 obtuvo el premio “Rimbaud” en homenaje al poeta francés- por el Ministerio de Cultura Egipcio. En 2010 obtuvo el premio “Beirut 39”,  de los mejores escritores árabes bajo cuarenta años, organizado por Hay Festival. En 2012  obtuvo la beca internacional de Vermont Studio Center, EEUU, para escritores del oriente medio.

Poemario en árabe: Calles de blanco y negro (1995), Bajo el árbol genealógico (1998), Rosas en la cabeza (2001), Lugares equivocados (2008), En medio de los cuartos (2013).



La utopía de las tumbas
Ahmad Yamani

Traducción del árabe por: Milagros Nuin


1

Paredes sin pintar,
suelo lleno de guijarros,
huesos débiles que no se sostienen,
y mis huesos acorralados en el medio.
Pienso en una pequeña manifestación
para protestar ante los ángeles que han prohibido
el calcio que nos es necesario.
Dios, sobre el hoyo, tiende su sombra sobre nosotros,
y nos deja retrasarnos en el sueño;
cae una mancha de luz entre sus manos,
entra un cuerpo oscuro,
se seca la mancha,
y conocemos a nuestro nuevo compañero,
con un corazón abierto,
nos da cigarrillos con una generosidad creciente,
nos gusta su voz cuando susurra al principio:
¿qué diablos está pasando aquí?

2

No hay nalgas aquí,
ni sangre,
¿cómo me imaginaré, entonces, el aspecto de una mujer?
¿cómo podré masturbarme satisfactoriamente?
Hasta las lágrimas de nuestros ojos,
se han secado aquí,
sólo queda una calma asesina,
serpientes que nos torturan con su imagen,
sin que pronunciemos ni una sola letra.
La tierra es muy amplia,
pero ello no nos ayuda nada
a respirar bien.

3

Escupí a lo alto
y la saliva se pegó al techo de la tumba.
En los cadáveres de mis vecinos observé miradas cariñosas,
explosiones de tripas como una risotada.
Los restos de comida fabricaron muchos gusanos
que se tragaron nuestra sangre,
aunque nuestros huesos seguían siendo fuertes.
Se marchó mi amada con los dolientes,
pero, ¿qué haré con sus lágrimas?
¿Se aligerará mi odio a las habitaciones cerradas?
¿Valdrán las inyecciones de tranquilizantes
para bajar la fiebre?
Las tinieblas han descendido sobre nosotros como una gallina,
pero no seremos más que muertos
que sólo saben charlar
y orinar por la tarde.

4

Los gritos que dimos al alba
no los escuchó nadie.
Los ladridos del exterior
nos incitan a la ternura.
Reptamos para que se rocen nuestros huesos
y nos amemos más;
cada uno de nosotros cuenta de su negra infancia...
mientras intercambiamos risas,
pues no tenemos un reloj de pared
para saber cuándo será la hora.

5

Madre mía,
te lo ruego,
cuando sepas que he entrado en mi nueva casa,
no llores,
pues quiero atesorar tus ojos para los días venideros.
Estate tranquila,
mueve la cabeza tres veces,
y envía un beso de aire.
Haré un alboroto con mis amigos aquí,
y ellos me felicitarán por mi nueva casa.
Entornaré la puerta,
a la espera de tu beso.
Y cuando tengas una nueva casa, como yo,
que esté cerca de mí, te lo ruego,
para que pueda oír tu respiración.
Respiraré casi sin dolor,
y mi muerte tendrá esa imagen final
que me he esforzado mucho en hacer.



6

En la habitación vecina,
separada solo por una cortina de tela,
se tienden las mujeres, desnudas de sus sudarios,
y permanecen muy blancas.
Conseguimos, después de desesperados intentos,
abrir un agujero en el panel.
Nuestros huesos se alzan de pronto,
cuando vemos a la primer mujer que se desnuda
y coloca sus ropas en un rincón de la habitación.
En esa noche,
intentamos romper la cortina,
pero es cada vez más fuerte,
y nos conformamos con observar los blancos huesos
que siguen estando lejos de nosotros.




 

Fernando Sabido Sánchez y Ahmad Yamani en Madrid. 
Año 2013 


7

La puerta de la habitación está abierta,
y la familia está completamente dormida en el exterior.
Hay pasos militares sobre nuestras cabezas,
destruirán nuestras casas para alzar un puente.
Lloraremos con nuestros amigos,
y colocaremos los libros debajo de las almohadas,
sonreiremos a nuestros absurdos recuerdos
y al sentimiento que se seca poco a poco.


8

Cerraron bien el lugar
y arrojaron las llaves al estómago del sepulturero .
¿Por qué nos abandonáis en las afueras de la ciudad?
Debemos estar juntos
cuando caigan las lluvias,
para cantar debajo.
Podremos hablar sobre vehículos
que nos han llevado por largos caminos para volver vacíos.
Pero las lágrimas que se han reunido en ellos
son suficientes para remojar nuestros huesos,
y no hallamos nada para calentarnos.
Cuando uno de nosotros se deslizaba para robar una cerilla,
alumbrábamos la tumba,
y la mitad de las tumbas se iluminaban en el mundo durante tres días.
Mas después vomitó el sepulturero,
y pasamos en una ordenada fila,
cantando a coro los mosquitos
que dormían en nuestros oídos,
y nuestra figura, que seducía a las adolescentes,
y nuestras repetidas masturbaciones
en un gran barril que denominan vida.

http://www.jehat.com/Jehaat/Sp/Poets/AhmadYamani.htm






El libro

¿Por qué no puede leer lo que escribo?
¿Por qué espera ella en la puerta
hasta que alguien pase
y le dé unas palabras?
Esas extrañas y misteriosas palabras.
Sin embargo, ella escucha y sonríe
como si estuviera allí conmigo
a las cinco de la mañana,
como si su mano
reubicara algunas de las palabras,
arrancándolas de los lugares equivocados,
y luego se va a dormir.
Pero ¿cómo es que no puede
leer lo que sus propias manos habían escrito ayer?
¿Cómo es que no puede abrir el balcón
por la mañana
recibiendo el sol
con una copia del libro en la mano izquierda,
que lee atentamente,
haciendo guiños a las vecinas,
señalando a su hijo, el creador de las palabras,
blandiendo el libro ante sus rostros
cinco veces
mientras murmura
palabras extrañas y misteriosas?




El grito


Mi hermana gritó en la noche:
¡Llevadme a casa de mi hermano!
Y allí gritó la misma noche:
¡No, no, devolvedme a casa de mi padre!
La devolvieron
y, cuando estuvo a punto de gritar de nuevo,
la noche ya había pasado
y los hombres fueron al trabajo.

Mi hermana gritó en la noche:
¡Llevadme a casa de mi padre!
La llevaron
y allí gritó:
¡No, no, devolvedme a casa de mi marido!
La devolvieron
y, cuando estuvo a punto de gritar de nuevo,
la noche ya había pasado
y los hombres fueron al trabajo.

Mi hermana hace años que no grita ya.
Simplemente, camina por la calle,
echa un vistazo a cada casa que ve
y sueña que está gritando en la noche
que se la lleven y la devuelvan,
en un recorrido sin principio ni fin.

Por este camino anduvo,
y vio un cadáver tirado en la cuneta
con un agujero en el pecho por el que la sangre se escapaba a borbotones.
Rápidamente,
hizo una pasta con saliva y polvo
y tapó el agujero.
El cadáver respiró
y se puso de pie en forma de esqueleto,
le dio un beso y regresó a su lugar.

Mi hermana gritó en la noche:
¡Llevadme al camino!
Gritó, y la noche se estaba yendo,
y los hombres van al trabajo.




A las cinco

Ni cuervo ni mosca ni pájaros se posan en la ventana. En la ventana solo se posa una flor marchita que cayó del piso de arriba, y ahí se queda toda la tarde. Yo la observo bajo una luz que hace que los ojos sangren. En la pared hay un cuadro de Klimt en el que se apaga la vida de colores alegres ante el mensajero de la muerte que mira con aire de superioridad una montaña de cuerpos palpitantes, con sus cabezas inclinadas. En realidad, todos están muertos, incluso antes de que el ángel los apuñale con su lanza. Pongo la flor entre el esqueleto del ángel y las criaturas coloridas, pero la flor resulta molesta y falla como puente. ¿No se marchitó, también? La llevo al ojo vacío del ángel y allí se siente más cómoda. Pero la flor no se creó para llenar los ojos vacíos. La flor fue creada para llenar el balcón del piso de arriba, y ahora está muerta. La verdad es que se dirigió a mí porque estaba muerta; llegó a mi ventana, donde no se posan ni cuervo ni mosca ni pájaros.



El amor


El amor
era un solo golpe sin hacha
ni mano.
Era un balde de agua fría
donde nadan la cabeza y los pies.
Y era una cama en un hospital
y la sangre que goteaba de la habitación al baño.
El amor
era el vómito en las casas de los amigos
que corrían aquí y allá
buscando la esperanza de sobrevivir.
El amor
era hiriente como una espina en una rosa
en un jardín mojado en una casa abandonada
donde vivió un hombre solitario
y fue enterrado en una de sus habitaciones.
El amor
era la habitación.
Era el zapato que no pareció del hombre.
Era la cortina desgastada
que cubría un poco sus restos.
El amor
era la criada, del hombre solitario,
quien golpeaba a los niños intrusos
y se iba a llorar sola
más sola del dueño de la casa.
El amor
era el momento en que golpeaba a los chicos
que subían a los árboles de morera
en el jardín abandonado.
El amor
nunca ha sido el árbol de morera.
El amor
era ella
con su cara redonda y sus ojos distraídos
ella que era una vez.
El amor
era un salto desde el décimo piso
era fragmentación en el camino
y las gotas de sangre de la acera a la ambulancia.

El amor
era el delgado cuerpo que fue arrojado una vez desde el coche 
era el coche que chocaba contra la farola.
El amor
era el armario cerrado
en la habitación cerrada 
en la casa cerrada del abuelo.
El amor
era el cigarrillo encendido
del guardia de la casa del abuelo.
El amor
era el ladrón que iba a robar la casa del abuelo.
El amor
era la señora enferma
era el pánico de su cuerpo marchito,
sus ojos,
y los alimentos cocidos que le llevaban
El amor
era el hacha que golpeaba.
El amor
era la mano que sostenía el hacha.








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