martes, 31 de agosto de 2010

782.- MARVIN BELL




Marvin Bell. Poeta estadounidense. Nació en 1937, en Brooklyn, Nueva York. Entre sus dieciseis libros de poesía se destacan El libro del hombre muerto (Canyon de cobre, 1994) y Ardor: El libro del hombre muerto, vol. 2. (Canyon de cobre, 1997). Actualmente enseña en la facultad del MFA en programa de escritura en la Universidad.





LOS TRES ÁNGULOS DE LA REALIDAD

Uno puede hablar largamente
de los tres ángulos de la realidad
—lo que se ha visto, lo que se creyó
haber visto,
y lo que se creyó que se debió haber visto—
y olvidarlo.
O se puede argumentar el relativo mérito
de mirar hacia atrás, como oposición
a mirar hacia adelante o mirar con indiferencia,
y estar dispuesto a terminar
en cualquier momento.
¿Y quién puede disponer de semejante tiempo?
—preguntaban cuando tenían tiempo
de preguntar; y parece que hubiera una película
que se exhibiera otra vez exitosamente
en consideración a estas preguntas.
Siempre, las más hondas preguntas
están entre nosotros,
apareciendo para inquirir por nuestras vidas.
Bien, les daré las respuestas adecuadas:

"¿Cómo reconoce usted la poesía?"
—Tiene aspecto de poesía.
"¿En qué se distingue la prosa de la poesía?"
—La prosa tiene otro nombre.
"¿Por qué escribe poesía?"
—Porque me hace sentir bien.

Y generosamente reparto muestras de mi gozo.

(Traducción: R. Vargas)






Sí, se puede

Somos un pueblo que empezó de un Sí
Una nación nacida del sí en las tierras de labranza

El sí grabado en la tierra y piedra
En las minas, en el mar, en las máquinas
que hicieron las vigas que construyeron
las ciudades en las ideas grandes
que nos hacen humanos

En el sí que viene de cada calle
donde se mantiene un amor de antepasados

Y una red por los niños cuando se caen
donde estuvo un sí por “Intentemos”

Y un sí, podemos hacer mejor, y un sí

Que creció a envolver nuestra América más grande
sí al trabajador de hierro en los rascacielos, sí
a los excavadores de los túneles y los pilotos,
sí a los que todavía trabajan, a los fabricantes,
los constructores, los transportadores,
los guardianes

A los maestros que tuvieron que conformarse.
Es el sí que canta y da luz a la oscuridad.

Es el sí en los colores innumerables de la unidad,
Y lo que quiere decir ser un adulto.

En los arcos iris de gasolina junto a los bordillos
Mientras el padre lleva a su niño a la escuela

Y la madre lleva su almuerzo al trabajo
Y el padre lleva sus papeles
Y la alumna su tarea

La carpintera su medida, el pescador su equipo
Y ¿quien se atreve a decir que no podemos
al amanecer?

¿Ha escuchado el llanto de sí del recién nacido
que está junto al seno de su madre,
y escuchado el sí susurrando en los campos
en el tiempo de cosecha?

Hay un sí que no se calla
En la cabeza de la científica cansada
en su escritorio

Y el doctor mientras que estudia los rayos X
después del trabajo.
Somos el sí de cada continente,
el sí nacido de carne y hueso que vino

Por buque y barco esclavo, la pluralidad
de todos quienes eran las primeras personas
de la nación

O llegaron después, por varios senderos
sin importar lo que costara

Hemos sido un conjunto de esperanzas
Y deseos, del futuro, de bendiciones, de dolores
Y placer, de las libertades sagradas
Por los cuales las familias han laborado y sufrido.

Todavía queremos decir sí, sí a la igualdad,
Sí a lo mejor dentro de nosotros, sí y sí a la idea
que se nos juzgará por lo que hacemos por otros
gratis, y entonces hemos dicho sí, y sí otra vez,

Una nación, un pueblo, y sí, se puede.


[Marvin Bell, quien sirvió dos períodos
como el primer poeta laureado del estado de Iowa,
escribió este poema cuando un partidario
de Obama se lo pidió.]

Traducido del inglés por Andrés Alfaro









UN POEMA DE AMOR

No eres hermosa, exactamente.
Eres hermosa, inexactamente.
A Dorothy de Marvin Bell

No eres hermosa, exactamente.
Eres hermosa, inexactamente.
Dejas que crezca una hierba mala por la morera
Y una morera por la casa.
Tan cerca, en el silencio personal
De una noche ventosa, roce la muralla
Y aparta el día hasta que dormimos.

Un niño lo dijo, y pareció verdad:
“Las cosas que se pierden son todos iguales.”
Pero no es verdad. Si te perdiera,
el aire no se movería, ni crecería el árbol.
Alguien arrancaría la hierba mala, mi flor.
El silencio no sería el tuyo. Si te perdiera,
tendría que preguntar al césped que me deje dormir.

*Traducido del inglés por Andrés Alfaro





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