viernes, 27 de agosto de 2010

ELI TOLARETXIPI [678]


ELI TOLARETXIPI


Nació en San Sebastián, España (1962). Poeta, profesora y traductora de poesía. Licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Salamanca. Ha participado en numerosas lecturas de poemas y colaborado en diversas revistas literarias. Ha publicado los poemarios: Amor muerto, naturaleza muerta (1999) y Los lazos del número (2003). Su obra poética ha sido traducida al francés, inglés e italiano y aparece en las antologías: Once poetas para trescientos lectores, Ediciones La Palma (Madrid, 2001); Poesía Vasca Contemporánea, Livro Orpheu (Brasil, 2003); Furori, Avagliano Editore (Italia, 2003); y Mujeres que sueñan, Diputación de Málaga (2007). Como traductora, ha traducido al español: poemas de Sylvia Plath para la Editorial Mondadori (Barcelona, 1999); la obra poética de Adrienne Rich para la Editorial Quimera (Barcelona, 1999); el libro Norte y Sur de Elizabeth Bishop para la Editorial Igitur (Tarragona, 2002); el libro El Ángel de la celda de Menna Elfyn para la Editorial Bassarai (Vitoria-Gasteiz, 2006) y el libro Cartas de amor heredadas de Lydia Flem para la Editorial Alberdania (Irún, 2007), entre otros. Desde 1991 ha colaborado en la coordinación de los Encuentros de Escritoras que tienen lugar anualmente en San Sebastián.


RECUERDO

La primera aguja del olvido en el recuerdo.
Julio Cortázar


I

Recuerdo
Esto a eso
esta pieza a aquella
imposible atarlas en el espacio
no hay correlación posible.

La niebla se espesa
no se difumina
no se disipa.
La forma de un recuerdo
En forma de recuerdo.

No es la forma de un recuerdo la pieza.
Es el contenido
el espesor de un recuerdo. Niebla espesa.
Recuerda.
Como trenes a través del paisaje.
No es nítido. No es claro.


II

Zumbido
¿Es eco un recuerdo?
Rebota entre líneas.
No es cadencia
No es blando el recuerdo.
Es tenso y cortante.
No. Tampoco contenedores de recuerdo lo que llega.
Hay movimiento.
Recuerdo cables.
Telegrama.
Aviso.


III

Recuerdo.
Dos piezas.
Ésta a aquélla.
Contenidos desformatizados.
Puro transportar, como raíles, como guías.
Y cómo que es espeso el recuerdo.
Una nube.
Niebla.
Brotes de humo.

¿Es el tren el recuerdo
o su transcurrir?
¿Es el cable el recuerdo?


IV

Algún telegrama en la memoria será recuerdo.
Algún aviso para mover esta o aquella
pieza
será recuerdo.
¿Es el cable el recuerdo o su calambre?


V

Lo electrocutamos
y llega delgado y limpio. Casi de cristal.
Cristal opaco el recuerdo.
De aristas discontinuas.
Recuerdo.
Superpuestas.
Alguna gota de sangre habrá en la memoria
si ha dejado de ser transparente
de recuerdo.
Esta pieza a aquella
ésta a aquélla
recuerda.
Recuerdo.


VI

Que alguien nos dijo adiós
y una gota de sangre
en la arista maestra del prisma.
Recuerdo.
Del raíl se desliza
de recuerdo.
Ésta a aquélla.
Una ranura
una leve laceración
rasgada la tela del presente.
Y es tijeras.


VII

¿Quema el recuerdo?
Apuntala las sienes.
Clava en las yemas
de los dedos
del presente
un diente.


VIII

Supura
desatada y rota.

Constatar recuerdo
recuerda
ata las dos piezas
ésta a aquélla
recuerda.
La llave, la clave, la nota
a tu lado,
atrae
aquélla a ésta
recuerdo
ésta a aquélla.




SOL

¿Y si el día que comienza
acabara con nosotras?
Sería el fin del poema.
Me siento.
Hay una soledad que aprieta
desde una parte ínfima de la cama.
Cómo restar ternura a la lengua
en la abundancia de su cuerpo.
El llanto atrapa los ojos
más acá de lo que dicen.
Más allá,
detrás del deseo,
el derrame de unas voces que no cesan.


(Poema publicado en la revista

‘El signo del gorrión’, nº 21)



Poema de los filósofos excavadores

Para que se vaya haciendo una carne tártara
he metido la mano en el costado del caballo,
la mano que se dobló cuando el derrumbe.
Si me derribó de ese mismo caballo no recuerdo.
Desde la cuneta observo a un grupo de filósofos
cavando zanjas, construyendo túneles.
Son topos con lentes de montura metálica
que me indican que pasarán el resto de su vida
estudiando debajo de la tierra.
El filósofo y su novia, la filósofa y su bebé
me invitan
pero mi mano anida en los pliegues del caballo
y permanezco en la cuneta
observando los refugios, las escaleras
de emergencia
dirigidas forzosamente hacia abajo.
Detrás de mí, en un taller de reparación
de estelas funerarias
los restauradores subcontratados
se empeñan en embellecer
la superficie de las piedras,
en delinear las letras de las inscripciones
y recuperar el relieve de los adornos.
Hablan con delicadeza de las formas: helicoidal, astral,
discoidal, geométrica, circular, y cuando el capataz
/atiza el aire con su látigo y dice "el patrimonio",
se callan.
Mi mano dejará un hueco en la caja de
las costillas del caballo, que morirá en pocas horas,
cuando los filósofos hayan desaparecido
bajo el mutismo seguro de las compuertas.

de El especulador, en la selección
de Daniel García Helder para Transatlántico,
periódico del Centro Cultural Parque España /
AECID, Rosario, N° 8, verano 2009


***



La muchacha que limpiaba la escalera
no esperaba que el cepillo negro
que entrevió en un rincón del desván
fuera a saltar al patio interior de la casa
y los residentes se pasaron ocho días
tirando por la ventana los restos de la merienda
sin preguntarse por la metaformosis.

El gato tampoco se preguntó
por el milagro de ser y de ver
ni por la rázón de su azaroso cautiverio
y restó importancia al hecho de que
la presa que agonizaba entre sus patas
fuera una bola de papel.

Las solitarias eligen siempre
el piso más alto para soltarse
para tirar las hebras
y lo que se espera de un gato es que salte
cuando alguien lo confunde
con un cepillo de restregar los suelos.

El gato, por un instante,
se ovilla en la eternidad.
La muchacha de la escalera
se detiene en el cerco de los pasos.
Las solitarias pasan agujas
por el núcleo de los bultos de aire.
Y el poema
es lo que contiene el ojo
tras un barrido inesperado.



II

Da miedo mirarla
pintando el mismo paisaje cada mañana
como una araña
tejiendo desde el balcón
mi cabeza
sobre el horizonte de esas playas ridículas,
para no salirse, para que no me vaya
para abarcar lo que delante
tiene
que es todo en lo que cree
porque lo puede tocar.

Así le ocurre a este cuerpo
cuando el deseo despierta
del sueño de mentir en sus brazos.

Hace ya lienzos
que en la boca entretengo un presentimiento:
la miro y veo
que mi retrato y las marinas
acabarán en la carpeta de un marchante de feria
en feria; de cama
en cama
ella,
con algo que llevarse a la boca.



III

Dice que me va a vaciar.
Me venda el pecho con paños blancos
empapados en pintura pastosa
y vigila desde el espejo
esa corteza que me va saliendo:
la superficie
porosa y abultada,
la piel que tomará
el ejército de mujeres
que surja de este molde
cuando yo me haya convertido
en su falta de inspiración.

Me endurezco
y me parto
si trato de escribir.

Ahora, por ejemplo, tengo
una emergencia
emocional,
y de nada me sirven
una servilleta sucia,
un cuchillo con restos de
queso.



V

Me despierto en un portal
en pleno centro de la ciudad vieja de B.
Trato de reparar en el hecho de que
no volveré a estar allí.
Anoto el suceso.
Me sacudo el polvo.
Sólo un amor en descomposición olería así.
Un animal muerto hace días
entre los peldaños de la escalera
de una historia como ésta
olería así.
"Así" significa olor a carne perdida
a descuido
a desperdicio.
En algún lugar del cuerpo
el paso de sus uñas, tan sucias
siempre, de pintura
de sangre seca.
Anoto mis manos.
La falda larga cubriéndole los tobillos.
Es fácil dejar de ocultar.
Desde fuera
nadie puede leer el desánimo.
Me sacudo la cal de la ropa.





II

Petirrojo de cuerpo diminuto,
de un solo ojo abierto.
Lo trae la gata hasta el cuarto de baño
lo veo tendido como un despojo.
Muerto, y sin embargo, bello.
El poeta explicaba el poema como un artefacto
hecho de despojos, trozos, tropiezos
no digeridos que sobresalen en el vómito.
Con los trozos que el estómago
no ha triturado, que los ácidos
no han corroído, ni los líquidos disuelto,
hago el poema. Así, el texto
se vuelve sólido y el poema es
lo que se traga sin ser masticado.
Lo que aprieta en el estómago.
Si creyera en esas cosas, pensaría
que con su ofrenda la gata
me recuerda que soy mortal.
¿Lo habrá matado ella? ¿Cayó de frío?
¿Sufrió al morir?
Diciembre, ese mes tan extraño.
Hay años que llueve mucho y río abajo
se oye el agua como el galopar
de los caballos.
No esta noche. Este diciembre
huele a sangre y a hojarasca,
y así suena el filo metálico
de la luna que guía a la transeúnte
hasta la casa fría, donde el gato le quita
el abrigo,
le besa en la frente, le da de comer






El cuchillo,
demasiado afilado
amenaza
desde su posición en una esquina
a la mano, que,
blanca y descuidada
se araña en el aire.
Los dedos son largos y huesudos,
independientes; tanto
que jamás aprenderán nada al piano.
El vello les crece durante la noche
y después de rendido el cuerpo.

El amanecer borra la herida
y absorbe la sombra de los pelos.

Con toda naturalidad lee
y los fonemas y el aire me baten
las aletas de la nariz.
Cuenta que
hay una mujer en un autobús,
una mujer en un hospital
y un hombre que toma notas
en una libreta.





La doctora me examina la garganta
y su saliente en forma de pico:
“todas las iglesias tienen campanario
y tú eres la cavidad abierta; a pesar
de la punta, no tienes defensas.
Tu campanita parece un plumín”.
Soñaba que la muerte era un esqueleto
hecho con papel de pentagrama,
con la guadaña blanda, muy mal
recortada, y por la narración supe que
a él le había alcanzado en el pecho.
Yo seguía golpeando con mi pico
agudo y preciso
y las losas saltaban en pedazos.
De la excavación salía cuarteada,
pero entera.
Al despertar me olisqueo la ropa
en busca de un indicio.
Se cierran los grifos de la noche
y el paisaje huye.
En el bolsillo
el calor de su mano, el trozo de papel,
la dirección, varios unos con forma de banderita,
un tres abultado.


A

El viento de la máquina bate
las hojas de la palmera.
Hay un gato que trepa por el delgado
tronco
y se detiene sin llegar al enjambre de
palmas secas.
La palmera es una señora flaca
y descolorida
con la cara alargada,
calada con un sombrero de espadas
verdes.
El gato es un mono que quiere besarla
y se pierde en el paisaje borroso
de su peinado.
No es una selva, es el patio inundado
de una ciudad con pies que evitan el agua,
brazos que no consiguen detener la máquina.
Estoy en la laguna enmarañada de sus ojos,
en la orilla de los libros,
en los agujeros del número.



EXTRACTO

En el diccionario
el extracto es una esencia
una disolución concentrada.
En la mesa
el extracto es un papel doblado
entre las hojas de una exposición
con siluetas de personas que miran cuadros
para figurarse el tamaño.
Al parecer, un extracto
es una concentración
una pequeña cantidad
un grano, una gota.
El extracto en la mesa
es un papel con la esencia
de un estado y sus números.
La esencia se disuelve sobre el extracto.
Inagotable impregna la mesa.
Se borran algunos escritos.
Algo como “valor”
se diluye
en el pozo de tinta,
de donde surge la definición
la secuencia de cifras borrachas
que determina
las pisadas apresuradas por la acera
el chasquido del bolso al cerrarse
el mareo en la cola
el temblor de la mano
el ahogo al subir los peldaños.

Es la resta.
La reducción a ser papel
y ausencia desorbitada.




DOLOR

Pain has an element of blank…
-Emily Dickinson-

Lo primero que pierdo al caer
en el pozo es la sintaxis.
Sólo palabras sueltas
como dolor o visión de herida.
magulladura, arañazo, imposibilidad de
saber si antes, o
si la marca es el recuerdo
de algo, la hinchazón oculta
por el pelo podría parecer irrisoria, patética, evitable.
Y qué me dices del ruido.
Será que el agua hierve o son aplausos, el agua o
un piano que imita los músculos
del mar, sus hombros, los brazos,
las manos que apartan la densidad.






Melancolía y razón industrial

Se ha abierto una ventana en la frente
y sólo come eso, lo que sobresale.
No llega hasta el final.
No deja que se llene del todo,
sólo hasta donde se puede empezar,
hasta el inicio, el borde.
No deja que la gravedad la arrastre.
Lo toca sólo con los dedos,
no se mancha,
no quiere acribillar ni agujerear
ni profundizar.
Deja de pedir indicaciones
de preguntar direcciones.
Nada en el paseo llega a ser anotación.
Sigue buscando el método.
No le interesan los comentarios contemporáneos
ni la narración cronológica de la nostalgia.
Busca una impresión, 
sin números, sin toponimia.
Cómo va a sentir nostalgia
del hambre, de la humedad.
La mancha es anónima.
Se mueve como el mercurio
como un manto de lava 
o de agua lenta, espesa.
Manto animal uniforme, unísono,
sin hueco para lo singular, sin hueso,
donde no hay quiebro, ni grieta, ni afonía.





No Dolor

La mano abierta
presiona el muro
detiene la hemorragia.
Una luz la oscurece
le quema los bordes.
El destino se pierde 
en las rayas asimétricas
en la disposición desigual 
de las manchas.
Hay cierta fluidez
parecida a la felicidad.
Un magnetismo distante como
una cura de deseo que se resiste.

Otoño 2010




Depósito

Garabateados, dibujados, pintados,
agrupados, primero, luego
erguidos solos, o agachados
sobre el tejado del depósito.
La luz es cremosa como un cuenco
o un regazo de madera. Coloco la cabeza.
Es un tanque sobre la tierra
y por debajo, algo que deja reposar,
como esperar una música
como antes del principio,
silencio o algo parecido al silencio
si esos hombres no sacudieran
con máquinas la mano, no sacudieran
sobre el poema el incidente. 

El día no tiene luz.
El día sucio se mira igual
ahumado en el cielo.
Las gotas se van pegando
se yergue sobre el suelo algo
de ahí, se despierta
como la música en el papel,
incidental.
Hay atardeceres de incendio
en el depósito,
y una enorme lágrima verde
de mar, densa, concentrada.
La vibración de la mano
el cuadro sensible
el punto que late abultado, deprimido,
áspero, irritado,
un cerco de palabras sacudidas
como diagrama de corazón grande
y sobre él, depositado, un pedazo de
piedra coralina o volcánica, cerebro.




S/T

Sin relación, inconexos,
reunidos con él,
los ojos del mismo color que el pijama
cáscara dentro de la cual baila,
se contorsiona.
La sonoridad se desconecta,
pero dice mucho mientras gesticula,
no desesperado, coherente,
pero no sé descifrarlo.
La voz no tiene dimensión es
como música entre agujeros y líquidos
agujas, pero muda. No quiere ser rescatada.
Un último aviso, consejo, aliento,
tal vez, fuerza, secreto, continuación,
como el barco cose el horizonte.



Morella

Morella’s erudition was profound. As I hope to live, her talents were of no common order- her powers of mind were gigantic. 
Edgar Allan Poe


El movimiento del brazo dibuja círculos, espirales
signos de infinito, de interrogación,
interceptado por un rayo de luz espectral
colado en el sótano del museo
como si fuera el fondo del mar.
Su reflejo la vuelve abisal,
confiere a sus labios un tono morado
perfila la nariz recta
la frente despejada
la expresión de una mujer
que viene de otra época,
que regresa con sus pensamientos brutos
a atormentar al poeta
a agitarlo en su sueño narcótico
ordenarle otra historia
dictarle otro final.
Edgar, esto no es la morgue
es el almacén de un museo
y Morella, a la que no encontraste 
en la tumba cuando fuiste a enterrar a tu hija
es la mujer con la luz
en el vientre de este buque
en el fondo de las aguas,
la mujer con la maleta llena de zapatos
y el vestido abigarrado.
Edgar, Morella nunca yació en su tumba
ni dio a luz a la niña Morella. Despierta.
Es la mujer con la blusa de hojas y algas
la que deja un rastro de carmín en el borde de las tazas
la que con los dientes
te ha marcado la lengua.



[Tríptico Inédito]

Trozo

El mar ya no es una raya
verduzca en el horizonte.
Es una franja oblicua
que cae del cielo
fría y movediza,
un pedazo de otras aguas grandes.
En el cielo, errabunda, no es desorden.
Se desmadeja. Tira de más de un hilo,
hilachas rosadas.
La que está cerca de la orilla es vieja
lleva tiempo, de maleza, yodo, herrumbre.
La de atrás es blanca, protegida.
Entre una y otra, un túnel
que huele a orín y a excrementos,
un perro guardián que languidece.




Pedazo

Describe la tormenta como animal,
acecha, amenaza, luego pasa,
amordazada, anudada, prieta.
Hay un montón de carbón
que tapa la entrada.
Pone cuidado en lavarse, esquiva ese olor
a carne pequeña, esa leve náusea.
La música no emociona, pero apacigua, sosiega.
La oigo muy lejos, se le va encogiendo la voz.
Ahí, entre el recuerdo de lo negro en la entrada
y los yerbajos, la herida sigue profunda,
la tierra mojada secándose, removida.
La niebla sofoca el ruido
llega fría a los pulmones.
Duele aún, aunque alivia.
El cerco abierto se adelgaza
roto, se bifurca.




Cacho

Piensa que necesita un desierto,
arremolinada, bajo un árbol sin hojas.
Los toca con suavidad
mueve el cuello como un caballo
que se acomoda el freno de la boca,
sin mirarlos, con la mejilla,
quiere morderlos, pasarlos por las encías.
Tal vez un llano donde el cielo caiga pesado; o tal vez sólo sean
las ganas de salir del enramado
de vías que acaban
en sumideros o cimas
de las que cae o se atasca
como en sueños forzados.






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