jueves, 3 de junio de 2010

MIYÓ VESTRINI [192]


Miyó Vestrini 

(Francia 1938-Venezuela, 29 de noviembre 1991), de origen francés, escribió cuatro libros de poesía: Las historias de Giovanna (1971), El próximo invierno (1975), Pocas virtudes (1986) y Valiente ciudadano, libro póstumo publicado en 1994 en una compilación de toda su obra poética titulada (Todos los poemas, 1994)

Toda su vida Miyó estuvo preparando la escena final de su existencia. El cuerpo vestido y calzado reposaba en la bañera –dice su biógrafa–. El agua la rebasaba. Flotando hallaron una estampa de San Judas Tadeo. En el tocadiscos un long play de Rocío Durcal. Afuera, encima de la mesa, estaban dos notas. Un borrador del aviso que le había dejado a su hijo Ernesto y otra en la que se podía leer la última plegaria de Miyó: “Señorahora ya no molestaré más, los dejaré ser felices” Esta escena final muestra el último gasto de Miyó. El agua que rebasa la bañera, la sobredosis, su respiración que se interrumpe, por la droga, por el ahogo del agua, por ambas causas…

Fue una mujer intensa y directa, y así es su poesía, una experiencia tensa y casi explosiva, así diseñó el escenario de su muerte.


Zanahoria rallada

El primer suicidio es único.
Siempre te preguntas si fue un accidente
o un firme propósito de morir.
Te pasan un tubo por la nariz,
con fuerza,
para que duela
y aprendas a no perturbar al prójimo.
Cuando comienzas a explicar que
la-muerte-en realidad-te-parecía-la-única-salida
o que lo haces
para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,
ya te han dado la espalda
y están mirando el tubo transparente
por el que desfila tu última cena.
Apuestan si son fideos o arroz chino.
El médico de guardia se muestra intransigente:
es zanahoria rallada.
Asco, dice la enfermera bembona.
Me despacharon furiosos,
porque ninguno ganó la apuesta.
El suero bajó aprisa
y en diez minutos,
ya estaba de vuelta a casa.
No hubo espacio donde llorar,
ni tiempo para sentir frío y temor.
La gente no se ocupa de la muerte por exceso de amor.
Cosas de niños,
dicen,
como si los niños se suicidaran a diario.
Busqué a Hammett en la página precisa:
nunca diré una palabra sobre tu vid
en ningún libro,
si puedo evitarlo.


IX

El país, decíamos,
lo poníamos en las mesas,
lo cargábamos a todas partes,
el país necesita,
el país espera,
el país tortura,
el país será,
al país lo ejecutan,
y estábamos allí por las tardes
a la espera de algún doliente
para decirle
no seas idiota
piensa en el país.



CIERTAS JORNADAS SE HACEN LARGAS

Ciertas jornadas se hacen largas.
Nadie pregunta cómo las paso.
El rostro de los agresores
se mezcla
con el de los agredidos
No se sabe
cuántos sobreviven
a la masacre.



LOS PODEROSOS

Nada sentimentales
los poderosos
Nada amables
los poderosos
Nada sinceros
los poderosos
Nada sensibles
los poderosos
Eso sí
rancios
ejecutantes
vivisectores
graciosos
ostrones
los poderosos.



TÉ DE MANZANILLA

Mi amigo,
el chino,
escribió una vez sobre cómo se sientan
y caminan
las mujeres después de hacer el amor.
No llegamos a discutir el punto
porque murió como un gafo,
víctima de un ataque cardíaco curado con té de manzanilla.
De haberlo hecho,
le habría dicho que lo único bueno de hacer el amor
son los hombres que eyaculan
sin rencores
sin temores.
Y que después e hacerlo,
nadie tiene ganas
de sentarse
o de caminar.
Le puse su nombre a una vieja palmera africana
sembrada junto a la piscina de mi apartamento.
Cada vez que me tomo un trago,
y lo saludo,
echa una terrible sacudida de hojas,
señal de que está enfurecido.
Me dijo una vez:
La vida de uno es una inmensa alegría
o una inmensa arrechera.
Soy fiel a los sueños de mi infancia.
Creo en lo que hago,
en lo que hacen mis amigos,
y en lo que hace toda la gente que se parece a uno.

A veces nos quedamos solos
hasta muy tarde,
hablando de los gusanos que lo acosan
y del terrible calor que le entra todos los días
en esa arena y resequedad.
No ha cambiado de parecer:
un hambriento,
un desposeído,
puede sentarse y hacer amistad con Mallarmé.
Lautréamont nos acompañó una noche
y le dio la razón al chino:
la poesía debe ser hecha por todos.
Y llegaron los otros:
Rubén Darío mandando en Nicaragua,
Omar Khayyam con sus festejos,
Paul Eluard uniendo parejas de amantes.
Entre todos,
sumergimos al chino en la piscina, bajo la luna llena,
y se puso contento
como cuando tenía un río,
unos pájaros,
un volantín.

Ahora está arrecho otra vez,
porque le llevan flores
mientras trata de espantar a las cucarachas.
Quería que lo enterraran en Helsinki,
bajo nieves eternas.
Le dio la vuelta al mundo,
pasando por Londres donde una mujer lo esperaba,
y a su regreso,
tomó un té de manzanilla.
El,
que amaba tanto las sombras,
ya no pudo trasnocharse.
Lúcido y muy hipócrita,
tenía un miedo terrible a morirse en una cama.
Sé,
porque me lo escribió en un papelito,
que la frase que más le gustaba era de David Cooper:
la cama es el laboratorio del sueño y del amor.



LOS PAREDONES DE PRIMAVERA

No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
y planicies oscuras.

De gritos y gemidos.
de sequedad en los ojos y la garganta.
de martirizados cuerpos que ya no podrán verlo ni oírlo.
Sabrá que no es bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.

Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena el pájaro que canta,

la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.

Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada.



VALIENTE CIUDADANO

A María Inmaculada Barrios

Morid con el pensamiento
cada mañana y ya no
temeréis morir.
(Tratado Hagakuse)

Dame, señor,
una muerte que enfurezca.
Una muerte tan ofensiva
como a los que ofendí.
Una muerte que soporte la lluvia
de Santiago de Compostela,
y de paso,
mate a los que me ofendieron.

Dame, señor,
esa muerte de la intemperie
que sorprende y tranquiliza.
Haz que esté largando mocos y lágrimas,
suplicando piedad
y deseando muerte ajena.

Haz, señor,
que aquel hombre con piel inédita
reconozca en mí al animal de los olivares.
Que su cuerpo pese sobre el mío
y haga dulce
la entrada al fuego.

Te prometo haberlo visto todo.
La misma culpa con la que nací,
el mismo furor.
Haz, señor,
que esté escuchando a Vinicio de Moraes
y a María Betania
y prometiendo que mañana,
lunes,
me inscribiré en un curso para aprender brasileño.

Que venga la muerte
cuando descubras en mí
alguna oculta intención de poder
y cuando sepas,
por tus informantes,
de mis maniobras para pasar la historia.
Cuando te digan, señor,
que he agotado todos los recursos de la fatiga
sin pedir clemencia,
entonces, señor,
dame duro.
Haz que este golpe que tengo en la frente
por abrir puertas a cabezazos
se ponga
rojo,
latiente,
doloroso.

Supongamos, señor,
que eres el bing-bang.
Que ningún territorio escapa a tu vigilancia.
Que los hots-dogs son tema de tu predilección.
Que tu deseo de mí es parte obscena
de tu personalidad.
Entonces, señor,
examina mi estómago abultado
por los espaguetis de Portofino
por las favadas del Guernica
por los pasteles de coliflor de mi madre
por los largos tragos de cerveza y ron.

Espía, señor, los rostros de mi espejo en el espejo,
yo, la pusilánime astuciosa
la del dedo en el aire
abanicando a la aburrida concurrencia.

Podrías venir al cine, señor.
Veríamos Brazil,
La vaquilla,
Un día de campo,
El cartero y Gatsby.
Me escucharías
sacudida por la risa
y el temor.

Permíteme, señor,
contemplarme cómo soy:
el rifle en la mano
la granada en la boca
destripando a la gente que amo.

Acuéstate conmigo en la madrugada, señor,
cuando mi respiración es un golpe de piedras
en la corriente del río.

Y verás como nada,
ni siquiera la leche de tus cantares,
puede darme una muerte que me enfurezca.

Tomados del libro Todos los poemas, publicado por Monte Ávila Editores en 1994.


Poema

Frente al dinosaurio de ojos pardos supe que
el retorno de mis antepasados se acercaba.
A su costado el anciano moribundo encendía
una hoguera de azufre.
Llovía
Apoyé mi mano sobre su boca húmeda de ternura presintiendo en la piedra
el paso de un cascabel infantil
y habló el dinosaurio de ojos pardos:
«Llévate la lluvia que apaga mi fuego ancestral y camina hacia el país de los eternos ahorcados.
El perro negro clavado en el centro de cuatro árboles
te hablará del hombre de tu única noche muerto
sobre la ebriedad de las puertas del mal cerradas»
Detrás del anciano moribundo sonrió mi abuelo
apretando contra sí su reloj de oro.
Sentí nostalgia por las doncellas misteriosas.
Todo había muerto.
A mis pies quedaba la herrumbre del dinosaurio
de ojos pardos y se acercaba inevitable,
el grito de mis antepasados.
A mis espaldas silbó un gato negro.
Era el ojo lunar de mi primer aullido frente al dolor.



LOS VIAJEROS

Agitamos la ternura anclada en los parques
como un insecto en una caja de plomo.
Nuestros caminos han perdido sus lagartos que
partían de los ríos hacia el asfalto rojo.
En algún lugar remoto
las fronteras juegan con los perros hambrientos.
Amamos los bancos devorados de piernas y el
muchacho negro que le silba a la niebla.
No obstante el grito se estrangula en nuestros dedos.
No obstante las iguanas cargadas de miel
se devoran en los surcos.
He aquí el llanto de los trenes que cruzan las
estaciones sin detenerse.
Y queremos partir sobre la cubierta de un monstruo.
Sobre las manchas de petróleo que flotan en el agua.
Sobre los halcones que no crecen en las esquinas.
y nos quedamos, aferrados silenciosamente
al silbido del muchacho negro.



Blancanieves

El amor no es mucho
si no lo tienes.
Hoy vi a Blanca Nieves
soñando con su príncipe
y preguntándole:
¿cómo van tus ahorros?
¿cómo va tu espíritu?
¿quieres tomar un trago conmigo?
¿quieres montar mi potro salvaje?



Ternura

Somos teclear de lluvia.
Agonía de lagartos.
Manos de carbón.
caracoles de azogue.
La partida de un niño,
un perro doloroso,
una hoja muerta
Somos hombres
sin sílaba
sin sombra
sin lápiz.
Árbol sin viento
y sin ancla
que devoraste nuestras palabras
nuestros limoneros
Camino de algas y mariposas
que truncaste
el silbido del hombre crucificado.
Somos
aceras mojadas,
plegarias de surcos,
ternura.


SOLEDAD

Soledad es simplemente
ese viejo marinero que nos habla de las serpientes del sur

Es simplemente esa plegaria que se pronuncia
al pasar cerca de un mendigo.

Soledad puede ser
cualquier lagarto arrodillado;
cualquier ciudad que agoniza poblándose de emigrantes
y de mujeres desnudas.

Soledad yo te invoco.
Y la lluvia danza a mi alrededor.

Sobre todas las cosas del olvido clavas tu aullido de niño muerto
y no obstante,
cada vez que te invoco
sólo me traes el gesto de aquel adolescente que quería morir
bajo los puentes.
Resucitaste una tarde
mientras yo le mentía al joven desconocido y él me hablaba
de una casa extraña
donde los ancianos daban grandes banquetes y ofrecían sacrificios.
Resucitaste soledad.
Conocí entonces el nombre del que me hablaba,
comprendí que la casa extraña
no era sino una vieja palabra cuya ternura utilizaban
mis antepasados para enamorar a las bailarinas del fuego.
Descubrí la mentira del tranvía que devoraba al estudiante.

Y nuevamente Soledad
me levanté contra todas las ventanas del mundo,
contra todas las palmadas dadas en los cinematógrafos.
Me levanté soledad.
Y la lluvia danzó a mi alrededor.



MEDIODÍA

¿Qué diré cuando la gente se detenga
para tocar mi rostro?
¿Cómo les hablaré de aquellas playas moribundas
donde la mar se disfraza de antigua doncella?
Estos no son los sitios apropiados para amar:
Sólo al mediodía se aman los hombres.
Quiero al niño de ojos azules
por el cual nacen las tardes
mientras las madres conversan.
Quiero las infinitas calles de mi pueblo
donde la lluvia rueda como una manzana.
Quiero los marineros que giran sobre la noche
como cortesanos.
Es inútil que me hables de amor
sólo al mediodía se aman los hombres.
He aquí la hora de extender las manos
bajo el viento.
De golpearse la frente en la superficie
de los ríos.
De mirar los enamorados por encima del hombro.
Siempre hay una hora para todo eso,
pero sólo al mediodía se aman los hombres.



LOS PAREDONES DE PRIMAVERA

No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
y planicies oscuras.

De gritos y gemidos.
de sequedad en los ojos y la garganta.
de martirizados cuerpos que ya no podrán verlo ni oírlo.
Sabrá que no es bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.

Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachau.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena el pájaro que canta,

la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.

Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada.




LA POESÍA INÉDITA DE MIYÓ VESTRINI
 BY DIOSCE MARTÍNEZ

Miyó Vestrini fue un ser de fuego y tormenta, al leer su poesía respiramos toda su sensible existencia: amor, locura, dolor y muerte.

En una oportunidad el también poeta Enrique Hernández D’Jesús mencionó que Miyó había escrito la mejor poesía femenina de este país pero que ello se sabría en cien años. Pues ahora sin esperar más tiempo podemos afirmar con todas las entrañas que es cierto.



Es una buena máquina ha sido publicado en Venezuela por la editorial independiente Letra Muerta. Fotografías de Ricardo Blasco.

Miyó desde niña siempre se encontró envuelta en dos mundos, su tierra natal Francia; que encontraba al cruzar la puerta de su casa y hablar el idioma materno, y la calurosa Venezuela; en las calles, los campos de juego, la escuela y los amigos. La escritora decía: “Dos mundos separados, apenas por una puerta”.

Antes de morir dejó dos obras que fueron publicadas al tiempo: Valiente ciudadano (poesía) y Órdenes al corazón (cuentos). Hoy gracias a la diseñadora Faride Mereb podemos conocer varios poemas inéditos en el libro Es una buena máquina que apareció a principios de este año con el sello de Ediciones Letra Muerta.

Es importante destacar que esta editorial independiente bajo la dirección de Mereb da sus primeros pasos en Venezuela a pesar de la crisis de papel, divisa y diversos problemas económicos y sociales que enfrenta el país.

Dicha obra está constituida por dos tomos, el primero que se divide en tres partes: poemas titulados, prosa y poemas sueltos de varias épocas. Y el segundo que contiene lo que llama Mereb “la pequeña memoria” o una especie de anecdotario íntimo, es decir un registro de manuscritos y fotografías.

El material fue entregado por Elisa Maggi, amiga de Miyó, a Mereb. Desde el 2013 la diseñadora estuvo consultándole con frecuencia y gracias a la confianza se hizo posible la publicación de esta extraordinaria obra poética.



POEMAS


La perdida

Cuerpo de todas las imperfecciones
una noche dije de ti
apóstrofes y lamentos
sujeté fuerte sus delirios
te atrapé
y no supe más de ti



De aquí

Estar sola
se ha vuelto algo tan miserable
que escribo
pensando para quien escribo.
Se trata de conmover de alguna manera
cuando son vanos
los deseos de echar a un lado el tiempo
repitiendo
desde hace años
no sé muy bien qué hacer
no sé muy bien qué hacer


*


UN DÍA
serás
la muchacha de los hombros caídos.
No intentes
pues,
nada
fuera
de lo común.


*


Lo QUE escribes,
no es poesía
No.
No lo es.
Claro que tú tienes ideas muy precisas sobre la poesía.
Un golpe de luz sobre el mar.
El tiempo detenido.
La curvatura de un hombro.


*


NADIE Lo oye.
O finge no oírlo.
O lo oyó pero no lo entendió.
O definitivamente,
no soy





-

No hay comentarios:

Publicar un comentario