miércoles, 13 de octubre de 2010

1493.- ERNESTO LUMBRERAS


Ernesto Lumbreras (Ahualulco de Mercado, Jalisco, México, 1966). Es autor de cuatro libros de poesía, entre los que se encuentran El cielo (1998) y Encaminador de almas (1999); y de la colección de ensayos Del verbo dar. Emboscadas a la poesía (2002). En 2006 publicó en Costa Rica una antología de sus poemas con el nombre de Veintisiete árboles amarillos. En 1991 recibió el Premio Nacional de Poesía Ciudad de La Paz por su poemario Órdenes del colibrí al jardinero; en 1992, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por su libro Espuela para demorar el viaje, y en 2007, el Premio Nacional Testimonio Chihuahua. Este año, Editorial Aldus publicará Caballos en praderas magentas. Poesía 1986-1998. Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (2004-2007).





VIGÍA

Ebulle la ciudad
géyser de voces,
cristales,
luces que se reconcilian,
árboles y hombres;
edificios que caen
como un tatuaje sobre el agua.

Goteo
una hora
otra
minuto tras minuto.
A través del tiempo el misterio se pule.
La urbe es un largo rompecabezas
suburbio por suburbio
armándose a lo largo del silencio.

Escucha el callado jadeo de la noche
palpa la oscuridad haciéndose una forma
observa al viento grabar letras de humo
saborea la pulpa de una estrella que se abre
huele el sueño de los pájaros
desde la atalaya

Goteo
una hora
otra
minuto tras minuto
desciende la escarcha
la madrugada
una ráfaga
el asfalto blanquea.

Nueva visión:
el vigía mayor
vigía entre vigías:
sólo la muerte
sólo ella.

Hacia el Este una sombra cae inefable.
La ciudad empieza abrirse
la luz apenas se ha inventado.






ANTÍTESIS

Y los espejos rotos
y la violada de ayer —carne flaca—
y el viejecito de la cartera en el trole;
magia, pura magia:
el pan diario del crepúsculo
la sombra perpetua de la mugre y el descaro.
Zumban las monedas de selenio
las sonajas, el danzón y la vieja moda jipi
pasan como meada en el invierno.
Entonces hundimos estrellas y lámparas
y amanecemos en un tren sin rieles
pasajeros únicos
ya impávidos, descargando recuerdos.






RESIDENTES DEL HUMO

Alguien tararea un corrido mexicano
el agua que bebemos nos vislumbra
nuestro sueño se bifurca lentamente esquivando secoyas;
la luna de zinc se extiende
del suburbio de cristal a barrio mestizo.
Soledad borrando nombres.

El el Colorado van nuestras guitarras
la carta de Julio
una postal regateada en español
y algunos dólares;
nosotros no vamos, allá abajo el país se deshidrata
—hace calor—.

Por ahora la noche gringa huele a whisky
a cabellera rubia como una bandera de todos.
La noche gringa es una carrera sin obstáculos
un jonrón a bases llenas
es rápida como hot dog en avenida
y fresca como el viaje a Acapulco en el verano.

Sin embargo, la noche latina es una botella de angustia
una prostituta negra pagada en coperacha
un autogol en el primer minuto de juego.






COMERCIO NOCTURNO

1

Se duda de la sombra, amor del cuerpo.
Tienes los pies calientes
la llovizna te borra el sueño
la noche te besa junto al lunar azul.
Pides un cigarrillo, un trozo de metal
una lámpara sin flama
a todo hombre pides un deseo no concedido
mientras escuchas tu corazón a través de las vitrinas.

2

Ayer suspirabas por el hombre alto
había en tus ojos mariposas y arañas de humo
además cantabas como si la tierra gruñera.

3

Cuando te das al insomnio
eres el toque entre la niebla y la noche.
Entonces te preguntas más enferma que nunca
con la voz líquida como una orilla
con una entera preocupación
que te cubre, que te hace inmensa
lúcida para una batalla que no sabe de tu cuerpo.







Una mañana en el jardín

Para Eduardo Langagne

Hay un gato en la barda del jardín de la casa.
El resplandor de la hierba igual que un cubo de agua
lo tensa y acobarda. Un círculo de pájaros
entre migas de pan despierta en su nariz
una alegría de alas. Si no estuviera un perro
absorto en el movimiento de ir y no ir por su almuerzo
otro gallo cantara. Como una gota de agua
en un terrón de azúcar el gato se consume
en preparar su salto. Nunca lo hará, lo sabe
de cierto y con mayúsculas. Tal vez la historia cambie,
añora el bigotón, cuando un muchacho tome
su cuaderno y su lápiz y dibuje esta fábula.






La sequía

En un árbol de tres ramas, el cielo
su mar reposa, plácido y sin islas.
Un caserío en ruinas se renueva
a la vez que de polvo de fantasmas.
Tiembla el camaleón toda la noche
como un borbotón de agua bajo el suelo.
Una almendra es el llano, un fuego de almas:
junto a la noria yace roto un cántaro.

Ernesto Lumbreras (Ahualulco de Mercado, 1966), "Espuela para demorar el viaje", 1993, Caballos en praderas magentas. Poesía 1986-1998, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Editorial Aldus, México D.F., 2008




El jefe de la estación de trenes en su vejez,
pasa revista a sus novias difuntas

Pasó la vida sin verme enamorado
de todas las muchachas. Las quería
corriendo tras el canto de los grillos,
excitadas y trémulas, perdidas
en la luz del rayo verde que rocía
mis mejores ensueños. Ya pasaron
y me dieron sus ojos para verlas
todos los días y todas las noches
desde la casa azul de mi deseo.
Aquí no duermo más. Siempre despierto
las oigo ir y venir como a la lluvia
en las selvas del trópico. Muy lejos,
el pito del tren me vuelve a mis faenas.
Sin embargo las amo, bellas todas,
y no pienso dejarlas, vivo o muerto,
irse sin mí, llevando el pensamiento
de respirar el aire que las viste.

Corran, ríanse, canten, busquen grillos.
Con sus ojos las veo. Con mis ojos
las veré irse, como a la primavera,
cuando vuelve al infierno. Tropezando
con topos, con hormigas, con mis huesos,
algún día vendrán, aquí, conmigo,
a descifrar la música y los sueños
del agua que corre bajo la tierra.






¿Por qué habla tanto
la primavera en sus primeras incursiones?

La primavera quiere decirnos su secreto.
Me dijo hace tres noches: “El camino es llegar.
Marcho tras el invierno desde el primer día.
Enemigos no somos pero su estela amarga
degüella petirrojos, envenena las pláticas
del hospital de campo, vende luz con gusanos.
A los niños les rompe las tablas de sumar
corderos en la noche. Para las arboledas
dispone un mico blanco.” Demasiado de prisa
se irá la primavera. Lo que pudiste oír
consérvalo en tus ojos. Y si un día la muerte
te seduce, comienza, como un naturalista
a ordenar la ebriedad de Dios en tu cabeza.





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