viernes, 2 de septiembre de 2011

4541.- JEANNINE ALCARAZ


JEANNINE ALCARAZ
(Orán, Argelia)
Ha residido en Argelia y Francia. Vive en Cartagena. Licenciada en Filología Francesa. Su poesía se halla dispersa en obras colectivas y revistas literarias. Ha traducido al español a Jacques Prévert, Diez y seis poemas de Jacques Prévert, Fundación Emma Egea, Cartagena, 1995, a Paul Dakeyo. Arrecife nº 40-41, Poesía negra, Lancelot 2007, Rabia Djelti, El Coloquio de los Perros y, en francés, a Arturo Pérez-Reverte, Ojos Azules, Editorial Ahora, Murcia, 2008. Ha sido invitada a leer sus poemas en Sousse (Túnez), 1998, Orán (Argelia), 2002, El Cairo y Alejandría, 2004 y en la Biblioteca Nacional de Argel, 2008.
Las experiencias vividas y las emociones que éstas han provocado, han sido filtradas por su “yo” poético en una etapa de madurez consciente. Los temas de sus poemas son el amor, la soledad, el miedo, la huida del tiempo, la muerte.





Desnúdate

A Maram

Te pedí que te desnudaras para mí.
Quería ver la hermosura de tu cuerpo.
En la estancia del hotel,
La luz de un sol moribundo
Suavizaba las formas;
Pintaba tu silueta
De un dorado perfecto
Como en un cuadro de Hopper.
Espléndida, tu espalda
Se arqueaba en la cintura.
Tus nalgas de terciopelo,
Sugerían el más delicioso bocado.
Tus senos, sin ser abundantes, erguían
Sus oscuros botones
Hacia unos invisibles labios.
El pubis, negro azabache,
Levemente convexo,
Guardaba su más preciado tesoro,
Una fuente de ajenjo
Para perder en ella toda noción,
Todo sentido.
Todo…
Ante tan fascinantes hallazgos.
La emoción fue vértigo en mis manos
Pero ellas no fueron al encuentro
De tus intuidos encantos.
Permanecieron mudas ante el milagro.
Hoy en el recuerdo, se rebelan mis dedos
Y, en la cálida cuenca del deseo,
Laten todavía
Los rayos de aquel sol declinante
Que lamieron tu piel.

[Abril 2006]








El Marido se quedó en el Balcón

Ella me acompañó hasta la puerta.
Sin encender la luz del recibidor,
me empujó suavemente contra la pared.
Con delicadeza tocó mi seno.
Su mano buscó la mía,
la introdujo debajo de la blusa.
Ella no llevaba sujetador.
Pude sentir la dureza del pezón.
Se pegó contra mí.
Buscó de mi boca una respuesta.
Yo, sumida en el asombro,
no me aparté de aquel cuerpo
cálido y oferente.
No me aparté...
Aquello despertaba algo nuevo en mí.
Algo diferente y, a la vez,
terriblemente tentador.

Yo creía que sólo me gustaban los hombres.








Haiku a Leopoldo

Wisky con hielo
Pajarita y bastón
Ese eres tú.





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