domingo, 3 de julio de 2011

4067.- VÍCTOR VILLEGAS



Víctor Villegas ( San Pedro de Macorís, República Dominicana, 1924-2011) Poeta, ensayista, abogado y educador. Entre sus obras se encuentran: “Diálogos con Simeón” (1977), “Charlotte Amalie” (1980), “Juan Criollo y otras antielegías” (1982), “Antología de poetas petromacorisanos” (1982), “Pedro René Contín Aybar, selección y prólogo de su poesía”, (1984). Víctor Villegas murió el 23 de abril del 2011.




Elegía a la Muerte

Eres desde mañana y desde siempre has
sido simple, hermosa muerte,
solo y delicado pétalo atrapado en las
aguas de todas las riberas.
Cuerpo de espuma, itinerante alondra eres
en los pasillos del deseo,
si te desea, multitud de caminos,
jubiloso retorno,
cálido vuelo de secretas palomas.

Quien hacia ti vuelve sus pasos
y su rostro,
ansía una distancia lluvia caída
en el olvido,
una gota de luz de noche permanente,
procura un goce colina lejana,
una ruta de viento entre los bosques,
un hueco, hermosa muerte,
para la tibia soledad.


Cierto que el roce de un día
que transcurre
es igual que una inútil tentativa
de amor:
que el árbol milenario es roca
en el viento y en la tierra es profunda
cascada hacia
el misterio,
y todo muere,
todo de ti tiene tu ausencia
tu voz que ha de llegar,
el soplo donde esparces tu huésped
predilecto.


Por eso te pareces a un torso
de mujer cuando un filo invisible
se acerca a sus contornos,
y te contiene el grito, el nido
y la montaña,
y estás sola en la puerta y la mano
que la abre;
y en lo desconocido, donde puede
una llama,
un presuroso aliento de botón
o de infancia,
desnudos son tus pasos,
vacías
tus paredes.


Sí, ya lo sé, también puedes llamarte
Marta
y te regocijas y me regocijo porque
te he conocido en muchas partes.
Te sentí en los barrotes de la cárcel
mientras mordía mi rabia
y esperaba el sonido de las
llaves,
y hablaste con vehemencia, con voz
dulce, de los tontos,
de los fuertes que evaden
tu presencia;
te palpé, asime de tu hombros,
de tu bulla,
de tus mangas de oro, Marta, Muerte,
cuando me perseguía el débil, el
que temía mi voz,
el de las sombras.


Te conocí en los parques y
en los cines y aún
buscaba importunarte en
los viejos recuerdos,
hacer necias preguntas y
proyectar tu imagen luminosa.


Si te encontré, si ayudé a
levantarte de tantas emboscadas,
si te auxilié ahogándote,
volcándote,
muriéndote,
si fui tu confidente en el puñal
que quisieron hundir en tus
caídas,
por qué he de soslayar el lecho
que me tienes.


Imposible negar, Marta, que eres
más breve que la vida y
su más delgado instante,
más fugaz que el caer de la fruta o del
sonido que dejan atrás
las mariposas.


Y sin embargo, te sospecha la
gente,
huye despavorida, se arrincona,
busca los túneles,
el tupido ramajes, el ajo y las tijeras,
y cuando ve tu piel cubierta de ceniza
misteriosa
edifica en su sangre
su último refugio.


No te comprenden, te huyen, hermosa
muerte, Marta,
te denostan, te insultan llamándote
guadaña, parca:
si hay tesoros te nombran funeral,
velorio si es el pobre el que te
encuentra;
y a la verdad, por qué rondas la
cárcel,
por qué azotas los barrios miserables y te vistes
de sífilis, de hambre,
de tuberculosis mientras olvidas
las fachadas de mármol y las
barrigas hartas;
por qué tiendes al brazo redentor y a las frentes
erguidas tu celada,
y cuando nadie espera,
apareces de noche, de repente.


No te comprenden, te huyen Marta,
te blasfeman,
y eres tanto como el pozuelo donde
se bebe el té,
como los dedos amorosos que reparten
el pan,
como los utensilios que usan las abuelas
en ciertas ocasiones.
Eres llama permanente en la otra
orilla,
lámpara encendida ha mucho tiempo.



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