lunes, 25 de julio de 2011

4283.- RAFAEL JOSÉ ÁLVAREZ



Rafael José Álvarez.. Coro, Venezuela, 1938-2004.

Esta sección, bajo el signo de lo absoluto del poema, desea poner acento sobre un texto en particular y no sobre la obra o la vida de su autor. A veces un poema pasa desapercibido por su organicidad dentro de un poemario o porque algún otro texto ha sido sacralizado por la crítica o porque simplemente no llega a los lectores por limitaciones editoriales.


Texto de la privacidad





Lo no escrito
retira la vigilia de esa vela.
Porta la llama que se extingue apenas
a la altura redonda del espejo.
Allí se mira
pero entonces retrocede.
La blancura del rostro
revela una osamenta
que ahora no recuerda.
Bordea el cuarto.
La rendija que descubre
se abre a un viejo testimonio
de borrosas mujeres:
allí cocen el pan
atizan charlas.
Lo que dijo detrás de mi nacimiento
suena a la una en el lagarto de pared.
Las pecas del animal estaban en sus manos.
Repite una cal que nunca le era ajena.
Repite murmullos que brillan en los platos.
De noche, el efluvio de sus huesos
me regala un texto fragante
que desprenden las abejas.
Ahora lejana posee el ruido de las cerraduras.
Lo que dijo fueron jardines amarillos,
fueron hojas rodando
en un yo repartido por las casas.
Aún estoy en sus descuidos.
Su ausencia quejosa me abandona a las chicharras,
me devuelve a una memoria donde llueve.
Debe estar junto a una ardilla desolada.
Debe estar cerrando con llave estas palabras.

De Trina y otras memorias, 2001




DE GALLO Y NUBE FOSFORECE EL DÍA

De gallo y nube fosforece el día
hacia un silencio de húmedos tejidos:
rama de tempestad, fondos crecidos
en la luz donde un ángel se extravía.

Ala de encantamiento el tiempo hacía
derramar por el aire los sentidos.
Sobre el limo temblaban, desprendidos
como aulagas que el viento oscurecía.

Ahora la soledad suelta sus cabras
al borde de este día, por las abras
de oscuros meses que los sueños llagan.

Anda por las quebradas, y se queda,
y en sus ramajes la memoria enreda
una sombra de lluvias que se apagan.

(El Gallo y la nube, 1978).






DERRUMBES

Estas paredes ya no existen
y aún ocupan un lugar.
Cruzamos puertas, soportes, soleras,
y aún los olores desaparecidos
están allí con los derrumbes de este tiempo.

De su extinción derivan rastros, lagartijas.
La nada reservada a la estila, a los arcones,
los enseres que precedieron la maraña,
la humedad oculta donde ellos
(infusiones, aceites, duermevelas)
cavilan, resisten a la lama,
a la clausura, a evaporadas lluvias
que redujeron a polvo las vigas y los clavos.

Ahora sustentan el vacio,
opaco resplandor bajo un negado espacio
donde son apenas el secreto de los grillos,
esa maleza triste que trepa los tejados.

(Oikos, 1986).






HE VUELTO DE UNA CASA ENVEJECIDA

Los desaparecidos tienen la virtud
de hacer chillar el viento en el ñongué
a dos leguas escasas de estas puestas de Adaure.

Es en Sicaname.
La noche deja asomar,
además de los ojos de cegue,
algunas piedras que fosforecen
con la loza lunar.

He vuelto de una casa envejecida
con una historia al fondo.
He visto a una anciana levantar
bajo oscuros ramajes funerarios
una lámpara de greda.
Sus huesos a la intemperie
eran reminiscencias de la salina.
Ella apaciguaba el horno
de donde, uno a uno,
iban saliendo los animales
en un extraño resplandor de grave alfarería.

Entonces me había sentido
rodeado de exorcismos:
la primera visión estuvo en los lagartos.
La segunda en una gran tinaja
semejante a un perro.
Alguien señalaba al norte
seducido por la lluvia:
(¿Habría sido el pastor?)
Ahora erraba en polvo huracanado
sobre el esqueleto de las cabras.

Aún hay ujeres imprecisas que tejen
-arañas de bramante-
las iluminaciones de los muros.
Manos que hurgan en el sitio de las monedas.
Aún hay temblor en las rendijas de las puertas.
Más sólo me aproximo a los días caídos,
a una atmosfera de aceradas uñas,
de zorros instantáneos.

He vuelto de una casa envejecida.
Los desaparecidos se allegan
a un espacio
de vasijas quemadas...

(Consagraciones, 1993).








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