jueves, 17 de marzo de 2011

SCOTT HIGHTOWER [3.490]



SCOTT HIGHTOWER





Scott Hightower (Tejas, E.E.U.U., 1952), licenciado en letras por las universidades de Tejas y Columbia, es un poeta afincado en Nueva York, y toma parte activa en la febril actividad poética de la ciudad como crítico, traductor y profesor. 

Ha publicado tres libros de poemas: Part of the Bargain (2005), galardonado con el premio Hayden Carruth, Natural Trouble (2003) y Tin Can Tourist (2001). Entre la contención de Marianne Moore y la mirada de Elizabeth Bishop, Hightower adopta un punto de frágil equilibrio donde convergen lo particular y lo universal, el presente y el pasado, la ironía y la melancolía. En su último libro, Part of the Bargain (que podríamos traducir como Parte del trato), y que aparece coronado por una cita de Goethe, es donde más claramente advertimos su postura fáustica frente a la vida y a la creación: según sus propias palabras, “trata sobre una tensión y una integridad que sólo puede resolverse en un acto de equilibrio.” Los poemas aquí presentados hablan sobre todo de su infancia en un rancho de Tejas donde la vida es cualquier cosa menos fácil; y también muestran uno de sus temas favoritos, la écfrasis o descripción de obras pictóricas, en una clara renovación del ut pictura poesis con el que se reflexiona sobre la crueldad humana (Hightower es activista en su país contra la pena de muerte).

En otoño de este mismo año aparecerá una edición bilingüe de poemas escogidos de Scott Higtower en la editorial Devenir (Madrid).




Un acto de equilibrio
Scott Hightower
Traducción de Natalia Carbajosa




LA PUERTA DE LA TERRAZA

                        -invocación a la musa

Tengo preferencia por las noches tranquilas 
si estoy solo; sin embargo, tú
tan pronto apareces hacia el mediodía 
como a media tarde, cruzando el cristal

de la terraza. Crueldades y pérdidas 
me han dejado inerte. (Tanto pueden 
visitarme los muertos como el juicio 
de los vivos errantes).

Lago efervescente, pluma negra, víbora 
sensual, ojos de algo superior: 
los impulsos se cuelan en la estructura. 
Tu voz siempre es voluptuosa.

Te apartas de mi lado como el fósforo 
del último cigarrillo y ejecutas cada 
paso de abandono. Los compases de la música 
que contigo va, contigo flotan y se alejan.




MANIOBRAS DEL 52

Pues, ¿cuánto tiempo comparten 
los hermanos su legado?
Épica de Gilgamesh, Tabla X


Tejas. Junio de 1952. El mundo del siglo 
XX, separado ya en dos grandes tinas 
de oscuridad, ya estaba militarizado. 
Justo cien años antes probaron algunos 
la cría de camellos en los llanos del oeste. 
Hacía ahora Fort Hood maniobras 
traspasando cercas y a través de 
las terrazas que cuidábamos nosotros, la tierra.

En vez de cortar las cercas 
en mitad de su extensión –donde hubiera 
resultado más fácil repararlas- 
se “llevaron” esquinas enteras. 
Mi padre los miraba. Con frecuencia 
me pregunto cómo se debió sentir: 
el trabajo sin hacer, el trabajo por hacer.

De cuando en cuando, al arar, surgían 
reliquias oxidadas de aquella semana: un cable negruzco, 
un cuchillo roto de mango verde, fragmentos 
de un casco, gorros con cadenas de cantina.

Mi madre y mi abuela cocían 
empanadas; recordaban que los chicos del norte, 
que no distinguían una cabra de una oveja, 
pedían “empanada de bayas”. 
Apuntaban al coco, 
al chocolate, a la crema de plátano; apostaban 
el dinero y partían las empanadas.

Mi padre les llevaba el pedido; 
se las entregaba calientes 
de los estribos y el salpicadero 
de su camión. Esa semana estuvieron 
los hornos encendidos hasta bien entrada la noche; 
lo suficiente para hacer 465.

Se libró la vieja cerca del jardín 
de las torpes maniobras, pero no 
de la competencia o cercanía 
de la renovada tienda de ultramarinos en la ciudad. 
El chato tejado de latón del viejo establo

ya no hace de tobogán. 
En la tina de lavar el vellón 
crece un misterio de parras. 
El viejo cobertizo se ha vencido.

Fue mi hermana la primera en marcharse. 
Casó con un chico de aquí 
que se hizo soldado. Formaron familia 
en una ciudad cercana. Mi querido hermano 
cometió algunos excesos 
juveniles antes de asentarse. 
Solo quedé yo 
para ir a estudiar.

En junio se fueron los soldados. A principios 
de agosto, desventuradamente, 
disputé la brutal tontina 
el hijo codicioso de la casa.





El DESPLIEGUE DE LOS INSTRUMENTOS

(San Lorenzo ante Valeriano, Fray Angélico, ca. 1447).


Hay todas esas escenas de administradores 
paganos sentados a lo largo de un muro 
con tapiz de intrincado dibujo extendido 
sobre esas pilastras opulentas de rosadas hojas 
presidiendo con rigor 
el despliegue de los instrumentos;

esos aparatos, táctica dentro de la táctica, 
normalmente extendidos sobre el suelo claro 
en algún punto entre el puesto de la autoridad 
y la tarima del hereje;

solemnes aparatos de madera y de hierro, 
especie de blasfemia estática 
derramada sobre el suelo, 
oscura, simétrica y opaca.

Nunca parece cruzarse 
la mirada de ningún asistente 
con ellos. No, de nadie. Tan solo 
la obcecación de sus lenguas y oídos 
revela lo que en verdad está en juego.

Este es el diálogo de intenciones, 
lo que se muestra:

por un lado, el orgullo del ingenio 
de la tortura concebida; 
difuso, múltiple y polivalente; 
como diciendo:

“Podemos hacerte pedazos 
en un abrir y cerrar de ojos”;

por otro, el coraje exangüe 
del acusado cuyo instrumento 
a examen sometido es el alma.

Aquí el gesto es la ligazón 
entre el juicio de los hombres 
y el juicio de Dios.

Todos hemos de morir. Izquierda y derecha. 
Dentro y fuera. Nuestros cuerpos son nuestros testigos. 
Es el alma a quien debemos salvar.

Nos juzgamos a nosotros mismos.





LA POLIO Y EL RECUENTO

A mi hermano, a mi hermana y a mí 
a menudo nos llevaban a las eras 
y nos sentaban en un centón

bajo la sombra de un árbol. 
Cada vez que mi padre venía, 
nos echaba un vistazo en la umbría.

A veces se agachaba 
para cambiarnos de sitio 
o a beber un trago de agua

de la cantimplora de arpillera 
que quedaba a nuestro cuidado. 
Era nuestra niñera un collie inglés.

Con cuatro años yo ya contaba ovejas 
por docenas sin equivocarme, 
destreza que afiné

sentado en el regazo de mi madre, 
reclinada ella sobre un artilugio 
de madera que su padre

había ingeniado. Todas las mañanas 
gritaba al desenredarse 
los cabellos. El dolor era simple.

Titilaban sus frascos de perfume: 
“dolencias habrá que no 
te abandonen con un beso”.





ELEGÍA

No son estas las mismas hojas de naranjo, 
ni esta la misma agua. Aunque la puerta 
quede abierta día y noche, este no es 
el mismo ganado oscuro que pasta 
junto a tierra que los vivos nunca pisan. 
Los clarines de la luna muerta, secos 
y marchitos, abren surcos en la arcilla.

El mundo entero parece abalanzarse 
hacia las lágrimas y plañe.

He esparcido, no lejos de aquí, 
las cenizas de mi hermano. Una vez, medio dormidos, 
nos coronamos el uno al otro 
con hojas de olmo, madreselva y lilas.

Murmura la cascada: “retorna. 
Pues ahora necesitas tu consuelo 
y tu alma.”




EL MOLINO

El molino gris de metal y su depósito elevado de metal 
se alzaba junto a la casa desde la noche de los tiempos 
batían sus aspas con las brisas de otoño y primavera 
batían en los ásperos vientos invernales del norte 
que soplaban desde el Ártico 
por todo el Medio Oeste 
hasta la llanura central de Tejas 
batían en el yunque 
reseco del calor del verano

de noche era un ángel 
inmenso quien –siempre en vigilia- 
desplegaba sus alas 
un inmenso despliegue sin testigos de angelicales tonos 
azules luminiscentes traídos de las alas 
de mariposas del Amazonas 
granates y amarillos de mirlos hembra y lirios frescos 
anaranjado de las tanagras 
laurel, oro y fucsia resplandeciente 
directamente ascendidos del amanecer 
naranja quemado y rojos radiantes 
del crepúsculo

fui secreto testigo de cómo el majestuoso ángel 
batía sus alas desplegadas sobre nosotros 
solamente en mis sueños 
sueños que no me fue concedido recordar 
hasta medio siglo después

un día un reactor surcando el cielo azul de Tejas 
rompió la barrera del sonido 
y el ángel cayó 
y hubo un gran estrépito 
y agua saliendo a borbotones 
y una capa oxidada 
de limoso sedimento de cien años

y hubo un trasplante 
y el ángel recibió un nuevo corazón mecánico 
ya no hubo 
la medida del batimiento 
en el aire 
solo la medida del agua fría en la tierra 
fluyendo hacia el viejo depósito de roca 
dulce miel en la roca

Moisés sacando agua de la piedra 
desvaído naranja y mugrientas manchas negras, zumbido de hábiles 
avispas camino del agua 
filtrada por la argamasa entre las piedras

y más tarde comprendí, 
a partir de aquel día, 
que quienes allí vivían trabajarían 
todos los días de su vida 
que nadie vive para siempre

palpitaba inadvertido el nuevo corazón 
en el fondo del antiguo pozo 
en la nueva oscuridad 
no habría alas 
ni espacio para alas 
no se necesitaban





DOOR TO THE TERRACE

--an invocation to the muse

I have a preference for peaceful nights 
When I am alone; however, you are just 
As likely to show up mid morning 
Or late afternoon, past the glass door

Of the terrace. Losses and brutalities 
Have left me dull. (I am as equally 
Likely to be visited by the dead 
As by the trials of the wandering living.)

Bubbling lagoon, black feather, sensuous 
Viper, eyes of something greater: 
Impulses slip into the structure. 
Your voice is always voluptuous.

You withdraw from me like a match 
From a final cigarette and dance every 
Abandonment. The strains of music 
That accompany you float away with you.




'52 MANEUVERS

For how long do brothers 
share the inheritance? 
Epic of Gilgamesh, Tablet X

Texas. June, 1952. The twentieth century 
world, already separated into two great vats 
of darkness, was already militarized. 
Just a hundred years earlier some 
had tried camels on the western plains. 
Now, Fort Hood ran maneuvers 
through the fences and across 
the terraces of our charge, the land.

Instead of cutting his fences 
in the middle of the spans––where repairs 
would have been simplest to make–– 
they "took out" whole corners. 
My father watched them. I have often 
wondered how he must have felt: 
the work undone, the work ahead.

From time to time, we would plow up 
corroded relics of that week: a long black core, 
a broken green-handled knife, fragments 
of a helmet, canteen caps with chains.

My mother and my grandmother baked 
pies; recalled the northern boys 
who couldn't tell goat from lamb 
asked for "berry pies." 
They bayoneted coconut, 
chocolate, banana cream; pooled 
their money and split pies.

My father filled their orders; 
delivered all of them warm 
from the running boards and fenders 
of his truck. That week, they kept 
the ovens going late into the night; 
long enough to bake out 465.

The old garden fence escaped 
the clumsy maneuvers, but not 
the competition or convenience 
of the renovated grocery store in town. 
The low tin roof of the old sheep shed 
no longer serves as slide.

The dipping vat has grown 
mysterious with vines. 
The old tool shed has given way. 
My sister was the first to leave.

She married a local boy turned 
soldier. They started their family 
in a nearby town. My beloved 
brother went off to sew a few 
wild oats before he settled down. 
I was the one that left 
to get and education.

The soldiers left in June. Early 
August, I haplessly wrangled out 
into the brutal tontine-- 
the family's greedy child.





THE SHOWING OF THE INSTRUMENTS

(St. Lawrence Before Valerianus, Fra Angelico, ca. 1447)

There are all those scenes of pagan 
administrators sitting before a wall 
of patterned fabric stretched between 
those pink, leafy pilasters of opulence 
presiding judiciously over 
the showing of the instruments;

those apparatuses, a tactic within a tactic, 
usually lying on the pale ground 
somewhere between the seat of authority 
and the heretical stand;

solemn apparatuses of wood and iron, 
a kind of static profanity 
spilled out on the ground, 
dark, symmetrical, opaque.

Never do the eyes of anyone 
attendant ever seem to move 
across them. No, not their eyes. 
Only their willful tongues and ears 
make clear what truly is at stake.

This is the dialogue of intentions, 
the display:

on one hand, the pride of ingenuity 
of the torture devised; 
diffused, multiple, and polyvalent; 
as if to say,

"We can tear you to shreds 
in the blink of an eye;"

on the other hand, bloodless courage 
of the accused whose instrument 
in the investigation is the soul.

The gesture here is the juncture 
between the judgment of men 
and the judgment of God.





POLIO AND COUNTING

My brother, sister, and I 
Were often taken to the fields; 
And sat on a patch-work quilt

In the shadow of a tree. 
Each round our father made, 
He'd eye us in the shade.

Sometimes he'd come down 
From his combine to move us 
Or take a swig of water

From the burlap-wrapped 
Can he'd stashed with us. 
Our nanny was an English collie.

By four, I could reliably 
Count sheep in multiples, 
A skill honed sitting

On my mother's legs; 
Her reclining on the raked 
Sit-up board her father

Had jerry-rigged. Every 
Morning she cried brushing 
Her hair. The pain was simple.

Her perfume bottles glimmered, 
"There will be pains that will not 
Leave you with a kiss."





LAMENT

These are not the same orange leaves, 
not the same water. Though the door 
is open both day and night, these are not 
the same black cattle grazing 
near the land the living never pass. 
Dead moon trumpets, dried 
and withered, wrinkle in the clay.
The whole world seems to rush 
with tears and mourn aloud.
Not far from here, I have sprinkled 
my brother's ashes. Once, approaching sleep, 
we helped each other wind our heads 
with elm leaves, honeysuckle, and lilacs.
The falling water purls, "Go back. 
For now, you need your comfort 
and your heart.”




THE WINDMILL

The gray metal windmill and elevated metal reservoir 
towered near our house from before the night of times 
Its blades would whir in the breezes fall and spring 
They would whir in the hard winter winds of the northerns 
that blew down from the Arctic 
down across the Midwest 
and down onto the central Texas plains 
They would whir in the parching 
anvil summer heat

At night it was a great 
angel that—never sleeping— 
unfurled its wings 
A great unwitnessed unfurling of angelic colors 
Luminescent blues taken from the wings 
of Amazonian butterflies 
Scarlet and yellow from redwing blackbirds and day lilies 
Tangerine from tanagers 
Laurel, gold, and glowing Daphne pink 
lifted directly out of sunrise 
Burning orange and radiant reds 
from sundown

I was privy to the view of the majestic angel 
beating its unfurled wings over us 
only in my dreams 
Dreams that I would not be allowed to recall 
for half a century

One day a jet contrailing in the blue Texas sky 
burst a sound barrier 
And the angel fell 
And there was a great noise

And a great gush of water 
And a rust coat 
of slimy one hundred year old sediment

And there was a transplant 
And the angel got a new mechanical heart

There was no longer 
the measure of beating 
in the air 
Only the measure of the ground cold water 
gushing into the old rock reservoir

Sweet honey in the rock 
Moses drawing water from its place in the stone 
Dull orange and black dirt daubers, clever yellow jackets 
buzzing to the water seeping 
at the mortar between stones

And later I understood, 
from that day on,

Those who lived in the house would work 
all the days of their lives 
That no one lives forever

The new heart beat unwitnessed 
at the bottom of the ancient well 
In the new dark 
there would be no wings 
No room for wings 
No need for them



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Traductora:

Natalia Carbajosa (El Puerto de Santa María, 1971), es autora de varios libros de poemas (entre otros:  Pronóstico, 2005, Desde una estrella enana, 2009) y relatos. Como traductora, ha publicado una edición bilingüe de la obra de H.D. (2008), un ensayo con traducciones de Shakespeare (2009), y está a punto de salir su traducción de las memorias de Kathleen Raine (en colaboración con Adolfo Gómez Tomé). También publica asiduamente poemas de distintos autores en lengua inglesa en la revista El coloquio de los perros. Es doctora en Filología Inglesa y profesora universitaria de inglés.








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