SCOTT HIGHTOWER
Scott Hightower (Tejas, E.E.U.U., 1952), licenciado en letras por las universidades de Tejas y Columbia, es un poeta afincado en Nueva York, y toma parte activa en la febril actividad poética de la ciudad como crítico, traductor y profesor.
Ha publicado tres libros de poemas: Part of the Bargain (2005), galardonado con el premio Hayden Carruth, Natural Trouble (2003) y Tin Can Tourist (2001). Entre la contención de Marianne Moore y la mirada de Elizabeth Bishop, Hightower adopta un punto de frágil equilibrio donde convergen lo particular y lo universal, el presente y el pasado, la ironía y la melancolía. En su último libro, Part of the Bargain (que podríamos traducir como Parte del trato), y que aparece coronado por una cita de Goethe, es donde más claramente advertimos su postura fáustica frente a la vida y a la creación: según sus propias palabras, “trata sobre una tensión y una integridad que sólo puede resolverse en un acto de equilibrio.” Los poemas aquí presentados hablan sobre todo de su infancia en un rancho de Tejas donde la vida es cualquier cosa menos fácil; y también muestran uno de sus temas favoritos, la écfrasis o descripción de obras pictóricas, en una clara renovación del ut pictura poesis con el que se reflexiona sobre la crueldad humana (Hightower es activista en su país contra la pena de muerte).
En otoño de este mismo año aparecerá una edición bilingüe de poemas escogidos de Scott Higtower en la editorial Devenir (Madrid).
Ha publicado tres libros de poemas: Part of the Bargain (2005), galardonado con el premio Hayden Carruth, Natural Trouble (2003) y Tin Can Tourist (2001). Entre la contención de Marianne Moore y la mirada de Elizabeth Bishop, Hightower adopta un punto de frágil equilibrio donde convergen lo particular y lo universal, el presente y el pasado, la ironía y la melancolía. En su último libro, Part of the Bargain (que podríamos traducir como Parte del trato), y que aparece coronado por una cita de Goethe, es donde más claramente advertimos su postura fáustica frente a la vida y a la creación: según sus propias palabras, “trata sobre una tensión y una integridad que sólo puede resolverse en un acto de equilibrio.” Los poemas aquí presentados hablan sobre todo de su infancia en un rancho de Tejas donde la vida es cualquier cosa menos fácil; y también muestran uno de sus temas favoritos, la écfrasis o descripción de obras pictóricas, en una clara renovación del ut pictura poesis con el que se reflexiona sobre la crueldad humana (Hightower es activista en su país contra la pena de muerte).
En otoño de este mismo año aparecerá una edición bilingüe de poemas escogidos de Scott Higtower en la editorial Devenir (Madrid).
Un acto de equilibrio
Scott Hightower
Traducción de Natalia Carbajosa
LA PUERTA DE LA TERRAZA
-invocación a la musa
Tengo preferencia por las noches tranquilas
si estoy solo; sin embargo, tú
tan pronto apareces hacia el mediodía
como a media tarde, cruzando el cristal
de la terraza. Crueldades y pérdidas
me han dejado inerte. (Tanto pueden
visitarme los muertos como el juicio
de los vivos errantes).
Lago efervescente, pluma negra, víbora
sensual, ojos de algo superior:
los impulsos se cuelan en la estructura.
Tu voz siempre es voluptuosa.
Te apartas de mi lado como el fósforo
del último cigarrillo y ejecutas cada
paso de abandono. Los compases de la música
que contigo va, contigo flotan y se alejan.
MANIOBRAS DEL 52
Pues, ¿cuánto tiempo comparten
los hermanos su legado?
Épica de Gilgamesh, Tabla X
Tejas. Junio de 1952. El mundo del siglo
XX, separado ya en dos grandes tinas
de oscuridad, ya estaba militarizado.
Justo cien años antes probaron algunos
la cría de camellos en los llanos del oeste.
Hacía ahora Fort Hood maniobras
traspasando cercas y a través de
las terrazas que cuidábamos nosotros, la tierra.
En vez de cortar las cercas
en mitad de su extensión –donde hubiera
resultado más fácil repararlas-
se “llevaron” esquinas enteras.
Mi padre los miraba. Con frecuencia
me pregunto cómo se debió sentir:
el trabajo sin hacer, el trabajo por hacer.
De cuando en cuando, al arar, surgían
reliquias oxidadas de aquella semana: un cable negruzco,
un cuchillo roto de mango verde, fragmentos
de un casco, gorros con cadenas de cantina.
Mi madre y mi abuela cocían
empanadas; recordaban que los chicos del norte,
que no distinguían una cabra de una oveja,
pedían “empanada de bayas”.
Apuntaban al coco,
al chocolate, a la crema de plátano; apostaban
el dinero y partían las empanadas.
Mi padre les llevaba el pedido;
se las entregaba calientes
de los estribos y el salpicadero
de su camión. Esa semana estuvieron
los hornos encendidos hasta bien entrada la noche;
lo suficiente para hacer 465.
Se libró la vieja cerca del jardín
de las torpes maniobras, pero no
de la competencia o cercanía
de la renovada tienda de ultramarinos en la ciudad.
El chato tejado de latón del viejo establo
ya no hace de tobogán.
En la tina de lavar el vellón
crece un misterio de parras.
El viejo cobertizo se ha vencido.
Fue mi hermana la primera en marcharse.
Casó con un chico de aquí
que se hizo soldado. Formaron familia
en una ciudad cercana. Mi querido hermano
cometió algunos excesos
juveniles antes de asentarse.
Solo quedé yo
para ir a estudiar.
En junio se fueron los soldados. A principios
de agosto, desventuradamente,
disputé la brutal tontina
el hijo codicioso de la casa.
El DESPLIEGUE DE LOS INSTRUMENTOS
(San Lorenzo ante Valeriano, Fray Angélico, ca. 1447).
Hay todas esas escenas de administradores
paganos sentados a lo largo de un muro
con tapiz de intrincado dibujo extendido
sobre esas pilastras opulentas de rosadas hojas
presidiendo con rigor
el despliegue de los instrumentos;
esos aparatos, táctica dentro de la táctica,
normalmente extendidos sobre el suelo claro
en algún punto entre el puesto de la autoridad
y la tarima del hereje;
solemnes aparatos de madera y de hierro,
especie de blasfemia estática
derramada sobre el suelo,
oscura, simétrica y opaca.
Nunca parece cruzarse
la mirada de ningún asistente
con ellos. No, de nadie. Tan solo
la obcecación de sus lenguas y oídos
revela lo que en verdad está en juego.
Este es el diálogo de intenciones,
lo que se muestra:
por un lado, el orgullo del ingenio
de la tortura concebida;
difuso, múltiple y polivalente;
como diciendo:
“Podemos hacerte pedazos
en un abrir y cerrar de ojos”;
por otro, el coraje exangüe
del acusado cuyo instrumento
a examen sometido es el alma.
Aquí el gesto es la ligazón
entre el juicio de los hombres
y el juicio de Dios.
Todos hemos de morir. Izquierda y derecha.
Dentro y fuera. Nuestros cuerpos son nuestros testigos.
Es el alma a quien debemos salvar.
Nos juzgamos a nosotros mismos.
LA POLIO Y EL RECUENTO
A mi hermano, a mi hermana y a mí
a menudo nos llevaban a las eras
y nos sentaban en un centón
bajo la sombra de un árbol.
Cada vez que mi padre venía,
nos echaba un vistazo en la umbría.
A veces se agachaba
para cambiarnos de sitio
o a beber un trago de agua
de la cantimplora de arpillera
que quedaba a nuestro cuidado.
Era nuestra niñera un collie inglés.
Con cuatro años yo ya contaba ovejas
por docenas sin equivocarme,
destreza que afiné
sentado en el regazo de mi madre,
reclinada ella sobre un artilugio
de madera que su padre
había ingeniado. Todas las mañanas
gritaba al desenredarse
los cabellos. El dolor era simple.
Titilaban sus frascos de perfume:
“dolencias habrá que no
te abandonen con un beso”.
ELEGÍA
No son estas las mismas hojas de naranjo,
ni esta la misma agua. Aunque la puerta
quede abierta día y noche, este no es
el mismo ganado oscuro que pasta
junto a tierra que los vivos nunca pisan.
Los clarines de la luna muerta, secos
y marchitos, abren surcos en la arcilla.
El mundo entero parece abalanzarse
hacia las lágrimas y plañe.
He esparcido, no lejos de aquí,
las cenizas de mi hermano. Una vez, medio dormidos,
nos coronamos el uno al otro
con hojas de olmo, madreselva y lilas.
Murmura la cascada: “retorna.
Pues ahora necesitas tu consuelo
y tu alma.”
EL MOLINO
El molino gris de metal y su depósito elevado de metal
se alzaba junto a la casa desde la noche de los tiempos
batían sus aspas con las brisas de otoño y primavera
batían en los ásperos vientos invernales del norte
que soplaban desde el Ártico
por todo el Medio Oeste
hasta la llanura central de Tejas
batían en el yunque
reseco del calor del verano
de noche era un ángel
inmenso quien –siempre en vigilia-
desplegaba sus alas
un inmenso despliegue sin testigos de angelicales tonos
azules luminiscentes traídos de las alas
de mariposas del Amazonas
granates y amarillos de mirlos hembra y lirios frescos
anaranjado de las tanagras
laurel, oro y fucsia resplandeciente
directamente ascendidos del amanecer
naranja quemado y rojos radiantes
del crepúsculo
fui secreto testigo de cómo el majestuoso ángel
batía sus alas desplegadas sobre nosotros
solamente en mis sueños
sueños que no me fue concedido recordar
hasta medio siglo después
un día un reactor surcando el cielo azul de Tejas
rompió la barrera del sonido
y el ángel cayó
y hubo un gran estrépito
y agua saliendo a borbotones
y una capa oxidada
de limoso sedimento de cien años
y hubo un trasplante
y el ángel recibió un nuevo corazón mecánico
ya no hubo
la medida del batimiento
en el aire
solo la medida del agua fría en la tierra
fluyendo hacia el viejo depósito de roca
dulce miel en la roca
Moisés sacando agua de la piedra
desvaído naranja y mugrientas manchas negras, zumbido de hábiles
avispas camino del agua
filtrada por la argamasa entre las piedras
y más tarde comprendí,
a partir de aquel día,
que quienes allí vivían trabajarían
todos los días de su vida
que nadie vive para siempre
palpitaba inadvertido el nuevo corazón
en el fondo del antiguo pozo
en la nueva oscuridad
no habría alas
ni espacio para alas
no se necesitaban
DOOR TO THE TERRACE
--an invocation to the muse
I have a preference for peaceful nights
When I am alone; however, you are just
As likely to show up mid morning
Or late afternoon, past the glass door
Of the terrace. Losses and brutalities
Have left me dull. (I am as equally
Likely to be visited by the dead
As by the trials of the wandering living.)
Bubbling lagoon, black feather, sensuous
Viper, eyes of something greater:
Impulses slip into the structure.
Your voice is always voluptuous.
You withdraw from me like a match
From a final cigarette and dance every
Abandonment. The strains of music
That accompany you float away with you.
'52 MANEUVERS
For how long do brothers
share the inheritance?
Epic of Gilgamesh, Tablet X
Texas. June, 1952. The twentieth century
world, already separated into two great vats
of darkness, was already militarized.
Just a hundred years earlier some
had tried camels on the western plains.
Now, Fort Hood ran maneuvers
through the fences and across
the terraces of our charge, the land.
Instead of cutting his fences
in the middle of the spans––where repairs
would have been simplest to make––
they "took out" whole corners.
My father watched them. I have often
wondered how he must have felt:
the work undone, the work ahead.
From time to time, we would plow up
corroded relics of that week: a long black core,
a broken green-handled knife, fragments
of a helmet, canteen caps with chains.
My mother and my grandmother baked
pies; recalled the northern boys
who couldn't tell goat from lamb
asked for "berry pies."
They bayoneted coconut,
chocolate, banana cream; pooled
their money and split pies.
My father filled their orders;
delivered all of them warm
from the running boards and fenders
of his truck. That week, they kept
the ovens going late into the night;
long enough to bake out 465.
The old garden fence escaped
the clumsy maneuvers, but not
the competition or convenience
of the renovated grocery store in town.
The low tin roof of the old sheep shed
no longer serves as slide.
The dipping vat has grown
mysterious with vines.
The old tool shed has given way.
My sister was the first to leave.
She married a local boy turned
soldier. They started their family
in a nearby town. My beloved
brother went off to sew a few
wild oats before he settled down.
I was the one that left
to get and education.
The soldiers left in June. Early
August, I haplessly wrangled out
into the brutal tontine--
the family's greedy child.
THE SHOWING OF THE INSTRUMENTS
(St. Lawrence Before Valerianus, Fra Angelico, ca. 1447)
There are all those scenes of pagan
administrators sitting before a wall
of patterned fabric stretched between
those pink, leafy pilasters of opulence
presiding judiciously over
the showing of the instruments;
those apparatuses, a tactic within a tactic,
usually lying on the pale ground
somewhere between the seat of authority
and the heretical stand;
solemn apparatuses of wood and iron,
a kind of static profanity
spilled out on the ground,
dark, symmetrical, opaque.
Never do the eyes of anyone
attendant ever seem to move
across them. No, not their eyes.
Only their willful tongues and ears
make clear what truly is at stake.
This is the dialogue of intentions,
the display:
on one hand, the pride of ingenuity
of the torture devised;
diffused, multiple, and polyvalent;
as if to say,
"We can tear you to shreds
in the blink of an eye;"
on the other hand, bloodless courage
of the accused whose instrument
in the investigation is the soul.
The gesture here is the juncture
between the judgment of men
and the judgment of God.
POLIO AND COUNTING
My brother, sister, and I
Were often taken to the fields;
And sat on a patch-work quilt
In the shadow of a tree.
Each round our father made,
He'd eye us in the shade.
Sometimes he'd come down
From his combine to move us
Or take a swig of water
From the burlap-wrapped
Can he'd stashed with us.
Our nanny was an English collie.
By four, I could reliably
Count sheep in multiples,
A skill honed sitting
On my mother's legs;
Her reclining on the raked
Sit-up board her father
Had jerry-rigged. Every
Morning she cried brushing
Her hair. The pain was simple.
Her perfume bottles glimmered,
"There will be pains that will not
Leave you with a kiss."
LAMENT
These are not the same orange leaves,
not the same water. Though the door
is open both day and night, these are not
the same black cattle grazing
near the land the living never pass.
Dead moon trumpets, dried
and withered, wrinkle in the clay.
The whole world seems to rush
with tears and mourn aloud.
Not far from here, I have sprinkled
my brother's ashes. Once, approaching sleep,
we helped each other wind our heads
with elm leaves, honeysuckle, and lilacs.
The falling water purls, "Go back.
For now, you need your comfort
and your heart.”
THE WINDMILL
The gray metal windmill and elevated metal reservoir
towered near our house from before the night of times
Its blades would whir in the breezes fall and spring
They would whir in the hard winter winds of the northerns
that blew down from the Arctic
down across the Midwest
and down onto the central Texas plains
They would whir in the parching
anvil summer heat
At night it was a great
angel that—never sleeping—
unfurled its wings
A great unwitnessed unfurling of angelic colors
Luminescent blues taken from the wings
of Amazonian butterflies
Scarlet and yellow from redwing blackbirds and day lilies
Tangerine from tanagers
Laurel, gold, and glowing Daphne pink
lifted directly out of sunrise
Burning orange and radiant reds
from sundown
I was privy to the view of the majestic angel
beating its unfurled wings over us
only in my dreams
Dreams that I would not be allowed to recall
for half a century
One day a jet contrailing in the blue Texas sky
burst a sound barrier
And the angel fell
And there was a great noise
And a great gush of water
And a rust coat
of slimy one hundred year old sediment
And there was a transplant
And the angel got a new mechanical heart
There was no longer
the measure of beating
in the air
Only the measure of the ground cold water
gushing into the old rock reservoir
Sweet honey in the rock
Moses drawing water from its place in the stone
Dull orange and black dirt daubers, clever yellow jackets
buzzing to the water seeping
at the mortar between stones
And later I understood,
from that day on,
Those who lived in the house would work
all the days of their lives
That no one lives forever
The new heart beat unwitnessed
at the bottom of the ancient well
In the new dark
there would be no wings
No room for wings
No need for them
______________________________
Traductora:
Natalia Carbajosa (El Puerto de Santa María, 1971), es autora de varios libros de poemas (entre otros: Pronóstico, 2005, Desde una estrella enana, 2009) y relatos. Como traductora, ha publicado una edición bilingüe de la obra de H.D. (2008), un ensayo con traducciones de Shakespeare (2009), y está a punto de salir su traducción de las memorias de Kathleen Raine (en colaboración con Adolfo Gómez Tomé). También publica asiduamente poemas de distintos autores en lengua inglesa en la revista El coloquio de los perros. Es doctora en Filología Inglesa y profesora universitaria de inglés.
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