jueves, 25 de noviembre de 2010

PEDRO ANTONIO URBINA [2.105]


Pedro Antonio Urbina 

Pedro Antonio Urbina Tortella  (Lluchmayor (Islas Baleares), 26 de septiembre de 1936 – Madrid, 31 de julio de 2008) fue poeta, escritor, crítico de cine y traductor español.

Nació en Lluchmayor, (isla de Mallorca), el 26 de septiembre de 1936, iniciando allí sus primeros estudios, que fueron continuados posteriormente en San Sebastián, Tudela (Navarra) y Pamplona, donde terminó el Bachillerato. Obtuvo diversas licenciaturas: la licenciatura en Derecho en la Universidad de Barcelona, la de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid, y la de Filosofía en la Universidad de Navarra; y dos doctorados: Doctor en Filosofía en la Universidad Lateranense (Roma); y Doctor en Derecho en la Universidad Complutense (Madrid), con una memoria titulada El pensamiento de Zubiri y su influencia en la Filosofía del Derecho español, dirigida por Mariano Puigdollers Oliver.

Durante sus estudios universitarios creó, junto con otros compañeros, diversas revistas universitarias, concretamente: Comptos y Diagonal. En esos mismo años, obtuvo diversas becas para estudiar idiomas en: Dublín, Lovaina, París y Roma. En la Ciudad Eterna vivió tres años. Allí obtuvo el título de Doctor en Filosofía en la Universidad Lateranense. De regreso a España, fue Ayudante de Filosofía del Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, donde obtuvo el título de Doctor en Derecho.

Su actividad profesional ha sido muy variada: crítico de arte en la revista Artes; asesor del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, donde entre otras, organizó la magna exposición “San José en el Arte español”; fundador de la revista Integración de las Artes, junto con otros artistas; lector-asesor en el Departamento de Estudios Bibliográficos, una distribuidora de libros; profesor de Literatura y de Filosofía -nivel preuniversitario- en el Colegio Tajamar (Madrid), donde colaboró en la creación de la revista literaria La Carreta; guionista en Radio Nacional de España (programa infantil: Dola, Dola, Tira la bola) y de Radiotelevisión Española (programa infantil: Un globo, dos globos, tres globos), y en programas dramáticos con adaptaciones de novelas y relatos, como, entre otros, “El sombrero de tres picos” y “La pródiga” de Pedro Antonio de Alarcón. Más tarde, se dedicó a la traducción y a la adaptación de libros, tarea que continuó hasta su fallecimiento; conferenciante y profesor tanto en cursos universitarios de verano como en diversos centros culturales. Colaboró como columnista y crítico literario en muchos y distintos periódicos y revistas: desde Nuevo Diario, Arriba, y las revistas Índice, Reseña ó ABC Cultural, hasta la Agencia Aceprensa, en la que realizó críticas de libros y de cine. Durante los últimos años de su vida era crítico de cine en Fila Siete.

También ha traducido más de una docena de libros, como El caballo Rojo, de Eugenio Corti, Cruzando el umbral de la Esperanza de Juan Pablo II, o Los cuatro amores de C.S. Lewis. La crítica literaria y la edición de obras clásicas han sido otras tareas habituales de Pedro Antonio Urbina. Impartió un curso de literatura sobre Juan Ramón Jiménez, en Berkeley Universidad de California.

Obra literaria

Urbina es, antes que nada escritor. Ha publicado más de 30 libros, cultivando la novela (9 títulos; el último El misterioso caso del poderoso millonario), el teatro (El seductor), la poesía (11 obras; la última Incesante clamor), los cuentos infantiles (4), la biografía (4), y el ensayo (2).

Sus novelas han sido galardonadas en varias ocasiones. Obtuvo el Premio Editora Nacional de 1973 por Una de las cosas. Fue finalista del Premio Planeta, con Cena Desnuda, en 1967; del Elisenda Montcada, con El carromato del circo, en 1968; y del Nadal de 1972 con Gorrión solitario en el tejado.

En la década de los años setenta obtuvo una beca del Ministerio de Cultura de Dinamarca, y fruto de su estancia en Copenhague publicó su pieza dramática, una obra teatral sobre Sören Kierkegaard, titulado El Seductor. En 1976 publica dirigido al público juvenil La otra gente, una serie de narraciones breves tratadas con pinceladas, pero que ocultan una intención trascendente. En 1979 la Fundación Juan March, le concedió una beca para escribir la novela Pisadas de gaviotas sobre la arena. En 1983 recibió una ayuda a la creación literaria del Ministerio de Cultura, con la que escribió la novela El trébol de tres hojas.

Desde su fundación en 1987, ha colaborado con su asesoramiento en la revista literaria Númenor (Sevilla), donde también publicó artículos, relatos y poemas.

En 1988 se publica su ensayo metafísico más profundo: Filocalia o amor a la belleza, en el que muestra libremente su reflexión filosófica sobre las vinculaciones entre verdad, belleza y arte. Ensayo valiente, desconcertante y personal, que no dejó de escandalizar a muchos. El pensamiento de Urbina ha ido contra corriente, probablemente también porque de manera muy arriesgada, profunda y original está impregnado de un cristianismo que da cuenta y razón de las eternas preguntas acerca de la íntima nostalgia de esa belleza superior que nunca abandona al ser humano.

En 1992, invitado por la Universidad de Berkeley (California), impartió allí un curso especial sobre la poesía de Juan Ramón Jiménez, que posteriormente se vio publicado como ensayo en ediciones de la Universidad de Navarra con el título Actitud modernista de Juan Ramón Jiménez, y con prólogo del filósofo Antonio Millán-Puelles, catedrático de Universidad.

Una de sus novelas Cena desnuda mereció figurar en la preselección (Diario El Mundo) de las 100 mejores novelas escritas en español en el siglo XX.

Sus novelas han sido estudiadas en diferentes trabajos universitarios; varios de sus poemas se hallan en muy diversas antologías, como en la de Antología General de Adonais (1969-1989), prologada por Luis Jiménez Martos (Rialp); y su obra literaria está recogida y comentada en el Diccionario de literatura española e hispanoamericana, de Ricardo Gullón (Alianza), así como en diversos libros de historia de la literatura española, como La novela española contemporánea, de Eugenio de Nora (Gredos); Historia de la literatura española, coordinada por J.M. Díez Borque (Guadiana); Historia de la literatura del siglo XX coordinada por Javier Gutiérrez Palacio (TEMPO); Narrativa española, 1940-1970, de Rodrigo Rubio (EPESA); El siglo XX: literatura actual, de Santos Sanz Villanueva (Ariel); El comentario de textos 2: de Galdós a García Márquez, de Andrés Amorós (Castalia); y muchos otros.

En 2010 la editorial Palabra publicó, como obra póstuma, el libro Memorias y otras vidas, en los que se recogen algunos de sus cuentos inéditos en los que destacan algunos de los aspectos más influyentes de su trabajo: su origen mediterráneo, la infancia, el bien y el mal, la belleza...

Aniversario de Tajamar (13 de febrero de 1989)

El silencio es el lienzo
en el que el color de las notas
hiere;
cascada de sonido, catarata
de agua, entre las peñas, lejos,
en la quietud;
paz en el alma es,
y un pálpito pausado suena
dentro;
blanco es el silencio
—extensa y limitada estancia abierta—

cuando del Amor caen gotas,
de su corazón vivo,
sobre la nieve… eterna…

Publicado en La Carreta



Su extensa producción narrativa le proporcionó un considerable número de lectores. Para ésta se servía de técnicas realistas y experimentales, el análisis crítico de la realidad y el reflejo de las frustraciones, soledad y desvalimiento del ser humano desde donde se abrían paso con frecuencia las reflexiones trascendentes y las propuestas sociales utópicas. También es reconocida la calidad de sus ensayos filosóficos, entre los que se encuentra Filocalía o amor a la belleza ( 1988), y de su poesía. Ésta última se encuentra publicada en los volúmenes: Mientras yo viva (1976), Los doce cantos (1979), Estaciones cotidianas (1984), Hojas de calendario (1988), La rama (1988), Las edades como un dardo (1993), Algún interminable mérito (1998) e Incesante clamor (2002). La obra de Pedro Antonio Urbina se halla recogida y comentada en libros de historia de la literatura española. Numerosos son también los trabajos doctorales y de tesis sobre este autor, y los comentarios de prestigiosos críticos y escritores como Guillermo Díaz Plaja, Vintila Horia, Rafael Conte, Criado del Val, Dámaso Santos y Rosa Chacel, entre otros.




Me parece que no tengo Poética alguna y, menos, preceptiva literaria ni nada semejante. Me parece que mi poesía no está sólo en los versos sino también en la narrativa que he escrito y publicado, en muchos pasajes al menos.

[…]

Decir en el hoy siempre lleva consigo decir al modo de hoy, de alguna manera, si de verdad se ama y se conoce ese paisaje, el urbano y el otro, las cosas que suceden –y te ocupan y preocupan–, y sus gentes, una a una amada, con o sin esfuerzo...; pienso, digo, que al escribir todo eso y de todo eso ya lo hago en el hoy y al modo de hoy.

[…]

Así que amar es la condición previa y constante del escribir. Con eso –y es consecuencia–, la unidad interior lleva o permite conseguir la unidad en lo escrito. También, y al mismo tiempo, claro, conocer unitariamente eso de lo que se escribe. Es decir, ver cada realidad en la armonía de totalidad; por ejemplo: ver al hombre como criatura. Una de mis escritoras favoritas –una de mis maestras– es Isak Dinesen; y ella habla expresamente de esa perspectiva que permite conocer la realidad unitariamente, sin hojarasca, sin malos subjetivismos; ella dice –me parece que en Sombras de hierba– que su lejanía de Kenia, una vez vivido aquello, el reposo, la serenidad, la distancia anímica le hizo posible escribir sub especie aetemis –lo escribe así–: Puede parecer tremendo ese escribir desde la perspectiva de lo eterno. Quizá suene filosóficamente a algo parecido a las tesis de Baruc Spinoza. No. Se trata de ese estado y estadio en el que y desde el que pueden verse y conocerse cosas y personas con comprensión, sin odios ni rencillas bobas, con piedad, humildemente, es decir, con amor.

En la obra de arte una es donde habita la belleza.

A su vez es consecuencia de todo eso que ese ver y ese conocer –y por tanto el escribir– estén en las antípodas de la banalidad. Me parece que hoy hay muchos escritores banales, groseros, zafios, superficiales, dispersos… En algunos se guardan las formas, y el cuidado de la forma casi se convierte en un dios. Una preciosa cáscara. Y cuando no se da esa liturgia de las formas, lo que se dan son libros banales.

[…]

¿Más cosas sobre mi Poética, si es que se puede llamar así? La sinceridad. La sinceridad es condición previa de la verdad. Quizá resulte innecesario decir que no me refiero a la verdad conseguida discursiva o racionalmente y luego incrustada en el poema o en el escrito que sea. No. Me refiero a la disposición anímica constitutiva del quehacer artístico. No sé bien el sentido exacto que dio Antonio Machado a ese famoso unas pocas palabras verdaderas. Pero sé que si las palabras lo son, son verdaderas. Y una palabra tan sublime como es la poética no puede no ser verdadera. Y esta verdad parte de su fuente: de la verdad interior.

[…]

Así, todo lo anteriormente dicho lleva a la libertad de escribir: para escribir como persona hay que ser libre. Nada es más ajeno a la libertad del escritor o poeta que la esclavitud de la moda […] Lo que pida la mayoría nunca puede ser directriz o estímulo al poeta. La masa como tal es una realidad dispersa, disgregada, una suma de individuos cuyo resultado no es persona. El poeta tiene que ser tan hondamente amigo del hombre que sea el castigador del individuo para convertido en persona. Que le haga comer lo que no gusta... –como aconsejaba el poeta Juan de la Cruz– para ir y llegar a lo que es gustoso. Ir por donde no sabe para llegar a lo sabroso... La oscuridad de la noche para llegar a la felicidad del alba.

Así se muera, así no llegue, así reviente... Estas esforzadas palabras son de otra grandiosa escritora: Teresa de Jesús.

Estas ideas […] las he visto, y a veces leído, en grandes escritores amigos con quienes simpatizo en el alma: Eugene O’Neill, Katlherine Mansfield, Valle Inclán… y tantos otros.

He visto confirmadas mis convicciones en ellos, mi experiencia personal la he visto reflejada en sus obras de valor universal, en el espacio y en el tiempo, para la más alta utilidad del hombre. Y eso pretendo, aunque mi pretensión se quede en deseo, y mis libros se desmenucen como ceniza en la región del olvido, como dice el rey poeta David.

Extracto de las “Notas del autor” a su poemario Algún interminable mérito (1998)





APÓLOGO

Apólogo histórico e inmoral a modo de colofón, sin serlo, sino más bien corolario indemostrado anteriormente, pero posteriormente epilogo que no compendia nada... pues, si algo dije..., siempre quedará abierto, joh!, ¡abierto! Amad las ventanas, os lo recomiendo. Y dice así esta epimone epinícica, aunque melancólica, pues la vida es epitáfica, y la misma aurora: se corona de –oh paradoja– acimut, y, aunque nadie lo vea, hay un cénit de oro en la azul violeta, por morada, por violeta...

Dice así:

Esta tarde, que, como todas, ha sido eterna, me he subido y he visto, desde dentro y desde fuera, desde lo alto y en la entraña... me he visto dentro y cubierto. ¡Cómo decirlo! A los lados, en flanco, los troncos de su fortaleza y negros; y, a cubierto, la ternura de otoño, que es verde y amarilla, y el sol lejos. La más sábana, la encimera, es azul de tan hueca, pero muy dentro, más adentro que el vientre, más que el gotear de la sangre en las venas, las notas .huecas de un pálpito en ocho o en seis tiempos, que miden un siete de quietud; bajo los pies –otro cubierto–, el agua soterrada, que fluye en el buen silencio, la otra quietud, que dicen viva, la de verdad eterna; y lagrimea el iris, cálido como un beso tan tierno...; lisas las piedras combas, duras, crespón cristal, puntas de estrella.. Lo dije: fuera y dentro. No lo supe decir: es que es lo eterno.

(de Los doce cantos, 1978)








Eran olivos fieles.
Al borde del camino
ven pasar caravanas, vientos, gentes
perdidas; ellos
sufren y callan.
Cuando es el tiempo,
los olivos sonríen en olivas sabrosas, hilos
de aceite suave,
y, a la luz de su muerte,
callan, siempre callan.

(de Estaciones Cotidianas, 1984)








La ceniza en la frente
cayó
y llevada del viento
voló .
por entre las violetas
que empiezan a nacer,
por las delgadas ramas
que resucita el sauce.

Muerte por las violetas,
y entre los sauces,
muerte.

La vida se ha quedado
quieta:
con lentitud solemne
surge de nuevo,
avanza, grave,
como quien va a morir.

(de La rama, 1988)






DESCONOCIDO ALGUIEN: 

No eres mi amigo. A mi amigo no hace falta que le escriba cartas (además, lee todas las otras...). No eres mi amigo porque no estoy seguro de que él esté aquí, o yo con él. En esta soledad no sé si estoy verdaderamente solo.
Así que no sé a quien escribo, no sé a quién dirijo mi queja. No sé si me escucha.
Tampoco estoy convencido de que merezca la pena escribir esta carta; lo hago para disipar un poco esta soledad. Esta soledad parece alguien. Alguien malvado. Parece alguien, porque si es algo..., si es algo estoy loco.
No puedo respirar bien, no tengo fuerza, me cuesta hasta abrir los ojos. Hay algo dentro del pecho, desde el corazón hasta casi la garganta, y por eso ni la voz me sale firme. Y un casquete en la cabeza, justo hasta encima de los ojos, y justo bajo la nuca.
Quizá a este algo escribo la carta.
Hay alguien dentro de ese algo que como un líquido denso anega el interior del pecho; el corazón se ahoga.
Pero no se ve, y todos a mi alrededor pasan sin advertir esta muerte, la angustia del agua estancada, que ahoga.
No lo ven y no lo sé gritar; ni lo sé escribir porque, ¿a quién escribo?
Pero aún sigo en pie.

(de Hojas y sombras, 1990)




Si se abre el aire y rompe
los lagos aún dormidos...;
si puesta en pie la inmensa maravilla de los árboles...;

si el ave descubierta mira primero el brillo
de sus plumas al viento...,
no es traición que sostenga
mis pies cada día, por mirarte,
sobre la tierra.

Cuando los lagos y sus aguas
ya nunca duerman en tinieblas,
cuando los árboles beban de las nubes,
cuando el ave se mire en ti
los colores de sus plumas, entonces,
a sol abierto,
no apoyarán mis pies sobre la tierra:
porque mirarte será la raíz.

(de Las edades como un dardo, 1993)





Desgranad despacio
las casas rojas de la granada;
con manos blancas
echad fuera la tela de amargura;
vidas de sangre, enjambre
liberado.

(de Las edades como un dardo, 1993)




(Juan de la Cruz)


Dolencia de amor.
Me duele tu presencia tan ausente,
me duele tu recuerdo.
Tengo ceguera de no verte.
Dolencia de amor es lo que deja en mí
esta tu rara ausencia tan presente.

(de Las edades como un dardo, 1993)





ÁNGELES

(A Jerónimo Padilla)

Entró en la sala
de estar cuando no estaban, y eran otros
–invisibles y ciertos como ausencias–
los viejos habitantes

Bajaron invisibles en la lluvia
los viejos habitantes:
estaban en el musgo,
estaban en las tejas, en el brillo
irisado de una gota de agua,
en el silencio denso, en el frío sereno
de la tarde de lluvia

Llegaron a la plaza los viejos habitantes,
llegaron a la tarde, la víspera de fiesta,
y se estaban allí
–invisibles y ciertos como ausencias–
escuchando la música que la banda ensayaba,
las viejas partituras

Con el eco se fueron los viejos habitantes,
se fueron con el eco de aquella tarde quieta,
invisibles y ciertos como ausencias.

(de Algún interminable mérito, 1998)






Se resiste a morir la flor de la mostaza.

Cada año asoma, menuda, sonriente.

En los campos, qué hermosa,
papelitos blancos, puñados amarillos.

En el jardín, donde crece medido
el boj, y se cultivan
las petunias, begonias y anémonas,
no cabe.
Se resiste a morir,
cada año promete no volver, pero
[nos miente.
–No salgas más de nuevo, terca mostaza,
a este jardín cercado.

Te arranco, y te lanzo a la muerte,
a los campos soñados y libres,
abiertos, vivientes...

(de Algún interminable mérito, 1998)


ESTUDIO:
Poética y poesía de Pedro Antonio Urbina

"Dolencia de amor es lo que deja en mí esta tu rara ausencia tan presente". P.A.URBINA: Las edades como un dardo

PRESENTACIÓN

La obra poética de Pedro Antonio Urbina supongo que tendrá tantas valoraciones como lectores y tantas interpretaciones como sensibilidades. Para esta aproximación a su poesía he seguido una falsilla que, salvo torpeza personal, creo adecuada, me refiero a Filocalía o Amor a la Belleza (Editorial Rialp. Madrid, 1988) ensayo en el que Urbina ofrece una entera teoría de la creación artística. Sean, pues, las ideas principales del ensayo junto con la agradecida amistad las que vertebren este comentario.

Los apartados que se establecen no se han de considerar como compartimentos estancos, sino como ámbitos realmente conexos y conformando un todo que se manifiesta poliédricamente, según el punto de referencia elegido. Importa aclarar este aspecto pues así se concibe la creación literaria en Filocalía sólo que, a efectos metodológicos, nos obligamos a establecer apartados. No es fácil sintetizar la teoría poética en los límites de esta sección de Perkeo, pero sí advertir tres núcleos o líneas de fuerza que, en un movimiento de dentro hacia fuera, desde la realidad íntima de la creación hasta su percepción como un acto de solidaridad con todos los hombres, pueden marcar los puntos clave de la concepción poética de Pedro Antonio.

Primero, la índole realista y ontologista de la concepción de la belleza frente a todo sicologismo. Nos encontramos ante una concepción metafísico-platónica del arte. La Belleza radica en el ser, y no en la emoción, ni en el sentimiento, y, menos aún, en las sensaciones. Por tanto, la belleza artística será tal cuanto más participe del Ser. En este proceso esencializador el camino será el del amor no el del placer, que vendrá a identificarse con la apariencia. A la Belleza se llega por el amor y, en esa medida, el artista alumbra algo profundamente suyo, a la vez que da noticia de la realidad de su persona. Arte, por tanto, de la persona entera, no de la persona fragmentada. En Pedro Antonio su vida y su literatura no se daban separadas: sus libros son "él"; no en el sentido argumental de hechos que sucedieron, sino en el sentido fuerte de identidad. Quizá esta unidad vital sea lo que atrajera primeramente de su persona y creara en su entorno un ambiente de tensión positiva, de convivencia con lo bello.

En segundo lugar el problema del lenguaje poético. Aquí no cabe la discusión académica de forma y fondo, es otro el asunto. El lenguaje es la expresión única de ese contenido poético. La palabra no es meramente referencial sino que debe ser nueva para decir de modo pleno y absoluto; esta palabra nueva, si lo es, se convertirá en materia poética. Por ello Pedro Antonio dice sí a las imágenes y pareciera que negara categoría creativa a las metáforas, símbolos o comparaciones; la palabra no sólo ha de comunica, ser índice, sino ser. El arte verdadero no puede ser figurativo (simbólico o referencial) y se encuentra en los singulares: en lo sensible y concreto como encarnación de la Belleza aquí y ahora. Ahora bien, esta literatura requiere un lector que vibre en la misma longitud de onda y esto, lo sabemos bien, es infrecuente porque, hoy, los lectores estamos adormecidos, amodorrados, por una literatura de asentimientos, de reconocimientos, pero no de descubrimientos: la belleza está fuera. Es cercana, pero exige traspasar la frontera del "yo" y pocos están dispuestos a pagar este peaje.

Por último, y tercero, una concepción solidaria del arte como consecuencia de su hacer. La intención del artista —ser social—, es desvelar la Belleza, pero intención opuesta a intencionalidad, sea esta moral, política, social, etc. Para Urbina, el ámbito de la creación artística excluye directamente el tono político o de compromiso y el tono intelectual o de conocimiento meramente racional: tesis. En estos casos nos encontraríamos con un arte menor. Cabe encuadrar aquí también la literatura moralizante, pues no está en el orden de la Belleza, sino en otro orden, en el del Bien o la Verdad.

El artista no debe preocuparse por expresar la actualidad: aunque todo hombre lo es en la historia no se agota en la historia. Pedro Antonio distingue muy bien que no se trata de estar al día sino de "ser en el día". Este planteamiento tan exigente, ese no dejarse arrollar por la noticia, dota a su literatura de calado. Y en esa medida, lejos de los vaivenes de las olas de "losmásvendidos":

"¡Oh y de cuántas cosas debo hablar,
y sé, lo sé, es así,
que mi éxito será no ser leído..."
(Mientras yo viva, pág. 15)

Ahora bien, este modo de hacer no supone negar las características y modos del momento, es más, el artista ha de innovar para decir de modo nuevo y evitar las formas antiguas que, aunque pudieran ser bellas, habrían perdido en la actualidad validez significativa; no se puede confundir Belleza con gusto exquisito ni con antigüedad. Junto a la negación de intencionalidad bastarda en el arte, como se apuntaba arriba, hay que unir también la exclusión del arte por el arte, el mero esteticismo.

Se establecen tres núcleos temáticos en este breve estudio. El primero tratará sobre "la concepción de arte", el segundo sobre "el lenguaje" y, el tercero, sobre "la poesía y los otros". El desarrollo teórico se va apuntalando con frecuentes citas que lo ilustren.

CONCEPCIÓN DEL ARTE

Mejor que cualquier elaboración teórica, traigo aquí el "EXORDIO" que abre su libro Estaciones cotidianas. Pienso que se puede tomar como una declaración de intenciones poéticas. En estos veros se expone con toda sencillez y con toda claridad cuál es la raíz de su existencia y de su obra artística: Dios. Es una fe vivida como conocimiento: el sentido de su vida es el descubrimiento de Él en todas las cosas. ¿Quiere decir esto que Pedro Antonio es un escritor "católico"? No, nada más lejos de su obra y de su intención que las etiquetas. Pedro Antonio es un hombre que busca apasionadamente la Verdad y que rastrea sus pasos en las cosas. Dispone de, o procura, una mirada original, de origen, intuitiva.

"TODAS las cosas son huella;
ninguna irradia luz propia.
Cada vez que vuelvo a casa, traigo
de la calle imágenes, espejos...
Al golpe de mi trabajo
saltan estrellas.
Y en mi jardín cotidiano
se suceden las estaciones.
Con todo enciendo, en esta noche,
la luminaria del alma,
que es apenas luz
ante la luz que yo sé.
Nada me atrae sino esta luz;
y si miro una huella,
si en mis bolsillos traigo
espejos, e imágenes en mis cuadernos,
si tengo estrellas en mis manos,
si contemplo las cuatro páginas
cambiantes de mi cotidiano jardín...
sólo deseo acercarme a la luz.
Esto escribo;
y os acerco mi deseo".
(Estaciones cotidianas, p. 7)

Realidad frente a sicología

El término realidad ha de entenderse en su significado primero y más radical, aquello que tiene entidad fuera de mí, que es por sí. Y así concibe Pedro Antonio Urbina la realidad, y por extensión el arte, como un ente autónomo con el que me relaciono, al igual que puedo hacerlo con cualquier otro no-yo. 

"Dirán que voy perdido,
que tropiezo en las cosas;
y es que te busco en ellas,
yo sé que estás detrás:
del libro, de la hora,
de la cuenta, el teléfono..."
(La rama, p. 25)

La obra de arte ha de ser verdad y no apariencia, porque el arte es verdad y no simulación, la simulación es menor que la verdad. De esta forma supera los planteamientos sicologistas en los que al receptor queda reducido, en el mejor de los casos, a revivir en sí las mismas emociones que se provocaron en el artista. Esta distinción real y no meramente de perspectiva es una nota constante: la realidad, la verdad, tiene su propio estatuto, no se lo otorga el observador. Por tanto, importa descubrir la verdad que hay en las cosas, porque es ahí, objetivamente, donde se refleja la belleza.

"No te quejes
si me dejo perder en cada cosa,
si me voy
con todo el que se va.
Los confundo contigo".
(La rama, p. 22)

¿Cuál es el arte ideal? Con expresión fuerte lo afirma: aquel que logra encarnar la Belleza, pero —y aquí radica la tragedia del artista— sólo Dios puede crear, encarnar, lo puro, y el resultado ya ha entrado en la historia de los hombre: Jesucristo. Para Urbina sólo cabe hablar de belleza en la medida que participa de la Belleza divina. 

"Vi que Tú eres todos,
vi que me lo decías,
lo vi, sí, vi el sonido de tu indicación".
(Mientras yo viva, p. 29)

En la medida en que el artista va reflejando este Modelo, la obra de arte es máximamente creadora y de la imitación del resto de modelos: naturaleza, sicología humana, etc., resultarán obras menos creadoras en la medida en que el modelo se vaya separando de la Belleza.

El camino del amor

Urbina afirma con gran seguridad, y con mayúsculas, que el Arte se gobierna por la ley del Amor y, en este sentido, todo arte propiamente dicho es místico.

"...Tú sí que acaricias con tu aliento cálido, sol. Tú que haces lo bueno y
lo eres, amor, y todas las cosas..., ¡pronto, danos vida! [...]
sed todo, ¡sed todo!, amor, sed amor".
(Los Doce Cantos, p. 27)

El arte expresa amor y, en definitiva, esto es la persona: amor. Entender la persona como amor explica que sólo le contente la Belleza y en su consecución se gaste enteramente. El hombre, la mujer, cuando se saben y se comprenden enteros, no fragmentarios, necesariamente no se conforman con saldos de temporada que cubren parcialmente exigencias de la sensibilidad, su emoción, el gusto… porque permanece desnudo el núcleo de la persona, que sólo se "cubre" —en su doble sentido: tapar y engendrar—, alcanzando la Belleza y alcanzado por la Belleza.

"En el alto aire los dos, en un nuevo encuentro y distinto
existir. Sobre el mar más amplio del vivir contigo sin ti,
del vivir sin mí, ¡del morir! Los dos más de nuevo en más
hondo origen..."
(Hojas y sombras)

Se afirma, aunque aquí no profundicemos por razón de la brevedad, que ontológicamente sólo se ama lo que tiene realidad de ser, y en su grado más alto se encuentra en el espíritu, no en la sensibilidad o en la emoción. Y el estar poseído por la Belleza es el único modo de poder trasfundir su espíritu en una materia, el poema, y hacer arte.

"Lo he dicho ya, lo he dicho:
mi deseo se extiende sobre todas las montañas.
¡Hoy estoy primavera reventando de polen y de semen de amor!"
(Mientras yo viva, p. 21)

Se lee en Filocalía: "El acto creador exige auto posesión plena, saberse persona y serlo. Estar en orden, en armónica paz, consigo mismo, con el universo y con su Autor" (pág. 189).

"Céfiro, Fuego helado, Amor, Amigo…,
¿cuándo podré dormir —alma doncella—
de noche, con luz de pétalos, aurora,
mi alma rendida entre tus brazos?"
(Mientras yo viva, p. 24)

Siempre la persona

El artista, al igual que cualquier otro ser humano, está hecho para trabajar, y su trabajo, así se podría describir, consiste en "hacer belleza", en la medida en que lo logra será artista. Para ello dispone de dos ámbitos, como se ha indicado más arriba: debe ahondar en sí mismo y ahondar en toda la realidad.

"¿Y qué debo decir?
He aquí otra cuestión: tengo tanto en mí y tanto vacío
que mi mejor expresión sería el silencio,
pero no puede ser: me obligo: quiero expresarme,
¿quiero ser útil? No sé, no lo sé..."
(Mientras yo viva, p. 14)

Para Pedro Antonio, el artista –como persona que es- guarda su integridad mientras mantiene la relación con su Creador. Cuando se rompe el tándem criatura-Creador se rompe la persona del poeta en cuanto destruye la capacidad para "oír y ver las Personas Bellas", y pierde la Imagen de la Belleza. Se encuentra lejos de esa visión romántica del escritor como genio paralelo al Creador y de la visión contemporánea, individualista, del escritor como microcosmos. Urbina, se verá más abajo, concibe al hombre en una doble relación: con el creador y con lo creado.

"Qué de lejos viene su voz;

y yo no te entendía,
rojo ardiendo en la luz.

Qué cerca:
desde el eterno vienes,
geranio junto al agua
al sol...

...aquí,
para mí".
(La rama, p. 30)

Hablar de la obra de arte en sí misma es una ficción, sólo tiene sentido como acto plenamente humano. "La obra de arte o es plenamente humana o no es nada" (Filocalía, pág. 43). Y al decir plenamente humana también hay que entender hecha desde el hombre enteramente considerado, no desde alguno de sus fragmentos. No es una razón que ordena artísticamente una materia, eso sería filosofía escamoteada; es una luz en la inteligencia que, mientras permanece, le permite descubrir la belleza en la materia y ésta aparece comprendida: es bella, es arte.

"Gotas de agua de lluvia
traspasadas de luz,
¡oh, amor, qué gritos das!"
(Estaciones cotidianas, p. 38)

Y es que la luz deslumbrante desborda los límites de lo racional, de lo común, y apunta hacia el misterio. Este desbordamiento de verdad, de ser, no está expresado con palabras, no está elaborado intelectualmente, está pre-sen-ta-do: 

"Mi corazón no basta
para albergar tu noche,
tanto sol no le cabe
a esta leve luciérnaga;
cómo harás que ella sea
sol y noche, y la luna
y estrellas..."
(La rama, p. 21)

EL LENGUAJE

Imagen: palabra no dicha

El arte es verdad, no apariencia ni simple representación. Y por tanto no debe reducirse a lo referencial o simbólico: el arte tendrá entidad en la medida en que el agente principal sea la Belleza; si esto es así, irá perdiéndose, decayendo, en la medida en que el artista se vaya alejando del Ser.

"Sé que no hay dioses ni otros señores, y que fuera de ti es
todo nada, y que si algo es... es huella de ti sólo; hermoso huella,
como las uvas y el pájaro y la parra, y el blanco cielo amanecido,
huella de tu eterna aurora, más que blanca".
(Los Doce Cantos, p. 45)

Habría que hablar de una "intuición espiritual" de la belleza que transforma y capacita al artista para transformar la materia junto a la más común "intuición sensible". Tomado en términos absolutos, sólo el hombre espiritual será capaz de hacer arte. Viene a decir que sólo el espiritual podrá advertir que la belleza se manifiesta en lo singular y en lo espiritual, no en abstracciones o en los universales del pensamiento; los conceptos, como tales, no tienen belleza, son filosofía.

"En la noche azulada,
tapiz de seda,
carros de estrellas,
caricias de terciopelo inmenso..."
(Estaciones cotidianas, p. 31)

El artista verdadero hace, encarna, por ello necesita un lenguaje nuevo, distinto del "significativo-común". Pedro Antonio, de manera consecuente, expone que la mayor expresión de la Belleza es la imagen; no la comparación, que implica razonar; ni la metáfora, que supone la reflexión; ni el símbolo, que es un sustitutivo. Pero que la palabra sea creadora es una difícil realidad:

"Iba a hablarte y se me van las palabras como locas sin
decir nada. Si supiera decir una, sólo una, y ya
estuviera... Si yo fuera una palabra sola, y decírmela
bastara..."
(Hojas y sombras)

Ahora bien, si se entiende la imagen como encarnación de lo infinito y casi se identifica con la misma acción creadora. La novedad del lenguaje poético está "no en significar belleza, sino en serla", en elevar aún lo menos "poético" porque la poesía no está en los poetas, estos sólo la descubren:

"No puedo decirlo como me lo dijiste Tú,
quisiera llorar porque no sé".
(Mientras yo viva, p. 30)

Urbina define la verdadera imagen como "presentación de Belleza y no bajo forma figurada, sino en figura, en objetos visibles" (pág.211). Este planteamiento implica que el poeta ha de saber advertir la belleza que está fuera de él, pero las alertas sólo saltarán en sí mismo si tiene relación personal con la belleza: 

"Ocultabas tu rostro
y no sé si me hablabas;
pero yo al responderte
he mirado las rosas".
(La rama, p. 74)

"Niebla [...]
humo mojado que viste a los árboles de ausentes".
(Estaciones cotidianas, p. 39)

"¡Hoy estoy primavera,
soy verde de almendruco y por dentro agua...!" (Mientras yo viva, p.22)

Armonía sin retórica

Necesariamente se ha de hablar de armonía en la obra de arte bella, y‚ esta deviene de la significación de la Belleza en la obra. También en este aspecto Urbina es coherente con su planteamiento del arte como expresión de la realidad: al artista le vienen impuestas leyes desde la propia Belleza, y al seguirlas logra su objetivo: hacer Arte.

"Ya lo sé, sí, ya lo sé;
voy a procurar no hacerlo:
voy a contarte las cosas... así...
como vayan viniendo..."
(Mientras yo viva, p. 36)

Hay que hablar por tanto de leyes, sí, pero no autónomas ni propias del artista ("Ni el hombre es imagen por sí mismo ni es semejanza por sí mismo"; Filocalía, pág.225). Cuando éste impone las suyas, inventadas, producto de la razón, la obra de arte no perdura, pues la Belleza no es manipulable, no acepta interpretaciones.

"Estoy de verdad dormido, como entonces...,
¿ves? no lo sé decir.
Quisiera decirlo como me lo dijiste tú, y no me sale".
(Mientras yo viva, p. 30)

Urbina afirma que toda racionalización de la norma es inútil, y hablar de métodos de creación artística es una futilidad, pues la creación es personal: "en cuanto se razona la norma y se programa, se desvirtúa y muere el acto creador" (Filocalía, pág.199). "La técnica adecuada surge del mismo proceso creador, no le viene de fuera" (Filocalía, pág.226). El mismo autor ha de estar abierto a diferentes modos y estilos según requiera la inspiración en cada instante creador. Incluso romper de raíz con el tono del poema:

"Me horri... pila...
(¿significa poner con horror los pelos de punta?) [...]

Es broma: yo soy una mierdecilla de pájaro mal colgada en una rama;"
(Mientras yo viva, p.40)

Tanto el artista como el lector descubren personalmente, en su espíritu, la belleza de una obra. La sensibilidad o la impresión, por sí solas, no son normas objetivas de belleza, ni para la creación ni para el goce artístico, sólo el amor:

"Por eso vivir no es cumplir,
es del todo morir,
la norma no es fondo, el fondo es el amor".
(Mientras yo viva, p. 56)

LA POESÍA Y LOS OTROS

Poesía, sin adjetivos

El arte es Arte, la poesía es Poesía. En el acto mismo de adjetivar ambas palabras dejarían de ser Arte y Poesía para convertirse en "arte o poesía para". Estaríamos en órdenes distintos. Si se hiciera una literatura comprometida, de tesis o moralista, abandonaríamos el de la Belleza para recalar en el de la Política, la Filosofía o la Ética.

En la base de esta concepción utilitarista del arte hay una sobrevaloración metafísica del Bien y la Verdad sobre la Belleza, propia de la cultura occidental que asienta sus bases en la filosofía aristotélica primero y, posteriormente, en los racionalismos e idealismos de las épocas Moderna y Contemporánea. Rompería la unidad de la obra de arte el partir de un "pre", ya sean ideas o técnicas; es más, sólo se logarían repeticiones y amaneramientos.

De aquí no se concluye que en la obra de arte no aparezcan el bien y la verdad, que lo estarán, pues el Ser es uno; sino que aparecerán reflejados en las cosas sencillas, en la naturaleza, es el esplendor de la Belleza. Pero la manera directa y propia del Arte para hablar de la Armonía universal será expresar Belleza. De modo que todo el Arte es religioso, independientemente de su tema, pues dirá, remitirá a la Belleza de Dios. 

"Pero... ¡qué blancas tus flores!
alma azul,
qué rompientes de olas bien bordadas;
se vuelve tu abanico
blanco
un despliegue de aire y verde leve.
En el fondo del cáliz de alegría,
un amable recuerdo del pasado,
malva".
(Hojas de calendario) 

Arte solidario

Rechazar la intencionalidad en el Arte no excluye un arte intencional; es más, el verdadero arte siempre conlleva una intención social: desvelar la Belleza. Pero que se encuentra en las antípodas del utilitarismo moral, político, social, etc.

Urbina entiende la real solidaridad del Arte como un compromiso radical del artista con los hombres: al comunicar algo nuevo (ese misterio desvelado que es la Belleza) está cumpliendo el deber impuesto por ésta de escribir para los demás. El modo será distinto: dionisiaco, apolíneo o apocalíptico, depende de la manifestación de la Belleza como vida y alegría, como orden o como grito y condena de los males.

"Mírales cómo van por las aceras,
cómo miran, tristes, los escaparates
con los ojos caídos.
Oh hueco, cuenco, ámbito..., cuándo,
cuándo la voz ha de hallar
la respuesta y no el eco.
¡Y no el eco, el eco no!
Están ya tan cansados..."
(Estaciones cotidianas, p. 15)

Un escritor pendiente de seguir las modas a la hora de escribir, estará desvirtuando el arte en su raíz. El artista no ha de contraer compromiso con la política, con el dinero, con el favor del público, ni siquiera con la verdad y el bien, pues debe servir sólo a la Belleza. 

"Almas que buscáis el picaporte,
la barra del autobús divino en que manteneros de pie,
almas mareadas como la tuya y la mía,
escuchad".
(Mientras yo viva, p.59)

Urbina, también en esto, habla de su experiencia, ya ha aprendido a buscar la belleza en el aquí y ahora, en la esquina de al lado de casa…

"Dirán que voy perdido,
que tropiezo en las cosas;
y es que te busco en ellas,
yo sé que estás detrás:
del libro, de la hora,
de la cuenta, el teléfono...,
oculto tras las ramas
y las hojas;
y al viento que las mueve
no le dejas
descubrirme tus ojos".
(La rama, p. 25)

Y en este desvelar, el poeta va abriendo camino con su persona. Su entrega, su obra, es un acto solidario con el hombre.


Libros de poesía de Pedro Antonio Urbina: Los Doce Cantos, Ed. Algar (Colección Única de Poesía). Madrid, 1979.
Mientras yo viva, Ed. Oriens (Colección Arbolé). Madrid, 1979.
Estaciones cotidianas, Ed. Rialp (Colección Adonais). Madrid, 1984.
La rama, Asociación Prometeo de Poesía. (Colección "Puerta de Alcalá"). Madrid, 1988.
Hojas de calendario, Publicaciones Librería Anticuaria El Guadalhorce (Colección Cuadernos de Raquel). Málaga, 1988.
Hojas y sombras, Ed. Andrómeda. Madrid, 1990.
Las edades como un dardo, Ed. Endymion. Madrid, 1991.


Francisco Andrés 
Miembro del Consejo Editorial de Perkeo. Licenciado en Filología Hispánica. Profesor de Lengua y Literatura Española.






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