domingo, 15 de agosto de 2010

451.- ANA EMILIA LAHITTE


Ana Emilia Lahitte. Escritora argentina. Nació en 1921 en La Plata, Buenos Aires, Argentina., donde vive. Ha publicado 23 libros (poesía, narrativa, ensayo, teatro y periodismo). Su actividad sociocultural es incesante, proyectada prioritariamente al interior de su país o auspiciada por países extranjeros. Becaria de la OEA en México (l966) y del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid (l969, 1972 y l975); invitada por Inter Nationes de la República Federal Alemana; por el Ministerio de Prensa de Austria, el Ministerio de Educación y Cultura de Bélgica y por Italia, su labor específica se extiende a toda América Latina, donde ha difundido y difunde la poesía argentina contemporánea. En 1995, recibió una Beca del Fondo Nacional de las Artes (Creación) por “Cinco Poetas capitales: Ballina, Castillo, Mux, Oteriño y Preler”. En 2001, ha sido designada Ciudadana Ilustre, por la Municipalidad de La Plata. Ese mismo año su Taller de Poesía y el Grupo de Hojas y Cuadernos de Sudestada cumplieron 20 años con más de 300 publicaciones editadas con su sello y por “El cuerpo” recibió el Gran Premio de Honor y Puma de Oro de la Fundación Argentina Para la Poesía, entre otras numerosas distinciones recibidas a lo largo de los años. En 1997 publicó “Summa” (l947-l997), poesía, obra completa, edición de homenaje de Municipalidad de La Plata, que se reeditó en 2001.



EL PADRE MUERE

Es la riqueza
del estar muriendo
la que engendra destino valedero.
Perdurable
es el fuego que entrega
sus criaturas
y libera la luz
sin que por ello deje
la luz
de sernos despojada.
Cuando la angustia talla
las tinieblas —murales de diamante—
en el asombro-
se están puliendo gestos
anteriores.
Nuestros muertos
son esa
plenitud,
ese universo
que sólo ven los pájaros,
que el niño
celebra entre sus límites
secretos.

("Al Sur de marzo", 1969)




CETRERÍA

Liebre, venado, faisán.


No me atrae la caza
ni me gusta alinear la carne roja
en bandejas de plata.


Pero el halcón
acaba de traerme tus ojos.


Amo la cetrería.


Mañana
ha de traerme tu mirada.





Algunas Maneras De Ensayar El Adiós

1

Cada latido,
pendular, descalzo, regresa al universo.

2
Somos lo que no vemos.
Somos lo que ignoramos. La sombra es la única constancia
del aún estar después de haber huído.

4
Amo
el temblor radiante de mi propia intemperie.

5
La desnudez
fue siempre mi guarida secreta.

6
Costó tanto
inventarse, cavarse, mutilarse,
antes de regresar al fondo del espejo.

10
Lo importante es la sed.
Ser un mismo desierto.

13
Fascina
Este límite
Donde el haber vivido se desprende
como la piel de una serpiente.

18
Sí,
las heridas son el mejor manuscrito.

32
Envejecer es esto,
recordar vagamente la piel de los amantes.

37
Sólo creo
en los ángeles heridos,
en su examen de luz en los infiernos.

38
La duda es un extraño paraíso
donde Dios puede al fin dejar de ser eterno.

42
Amo secretamente el casos que me ama.

44
Es difícil morir.
Más difícil aún saber si estamos vivos.




Altri Tempi

Las salas enfundadas como inmensas corolas. Y un secreto soleado:
el país de los patios. (Se decía glicina, heliotropo, diamela,
como hoy se dice ADN, sidaico). Aquel cielo privado,
con chicos y canarios y huertos y murales de macetas pintadas,
era de veras cielo. (Entonces lo ignorábamos).
Nunca imaginamos que lo fuese, hasta ahora, en que hemos
cumplido nuestros propios infiernos. Aquellos cielos
bajos, a ras de tierra, humanos. Todavía a salvo. Allí donde ser niño
era tener abuelos en la casa y amarlos,
dejándolos vivir libres de vaciaderos de viejos:
adiestrados espectros que siempre se demoran demasiado
en morir y dejar limpio el mundo,
que ya no tiene patios, ni destino, ni tiempo.

Ser niño era pedirles que nos dieran la mano, porque teníamos miedo.
Y volver a pedirles que nos contaran cuentos, (que eran verdad,
ahora lo sabemos). Y llorar junto a ellos penitencias y encierros:
?había que educarnos…? (Se decía señor y plegaria,
respeto, con manso olor a incienso y a sopa obligatoria,
a almidones y ungüentos).

Se decía Maestro y en el cuaderno único cabía el universo.
El padre, con arrestos de patriarca doméstico, tenía ?autoridá?.
Y la madre, dulzura (por amor o por tedio).
Lo cierto es que la casa nunca estaba vacía
(la mesa familiar, otra inútil reliquia) y la abuela, el abuelo
?una especie de puerto del buen regreso?
eran sencillamente viejos: con todos los derechos a morir
en su casa, en su cama, en su llaga, en su pulso, en su tiempo.
Sin adiós intensivo. Sin pactos terminales de abandono y silencio.
En fin, sólo fantasmas de cielos y otros tiempos.




Amantes Clandestinos

Uno
va internándose
en la fatiga horizontal que llega
a seducir los huesos
y el silencio
como si fuesen huéspedes fugaces
o amantes clandestinos.
Y un día
nos sorprende descubrirnos
dueños de una morada
abierta a la intemperie de toda soledad.

Vamos tendiéndonos
junto a nuestra sombra arropándonos con ella.

Hay un cambio de piel
que nos desnuda.

Y la fatiga invade.
Murmura otros idiomas
que no son extranjeros pero emplean
sin voz
otras palabras.

Para no herirnos.
Para no decirnos que hemos comenzado
a habitar el adiós.




El Cuerpo

A Jorge García Sabal y Alfredo Veiravé

Asumo
en huesos frágiles
el esplendor del ser y su destierro
mi médula salvaje
mi ambigüedad
tajeada por las uñas de Dios.

1

El cuerpo.

Sólo somos
su huésped transitorio.

Su más desheredado habitante
mortal.

2

Desde
el alba del hueso
la carne
es un latido anterior a sí misma.

3

La carne
sólo piensa cuando el pulso vacila
y en su lugar se instalan
los enigmas.

4

Cuando la carne aúlla
o se desangra
el hombre resplandece en su verdad
de sed
de lumbre y brama.

5

Entre la carne altiva
y sus jirones
un cielo sumergido todavía
sin playas.

6

La carne.

Su batalla
entre la seducción y el desengaño.

De lo humano
hereda la imprudencia y el goce
de exponer su intemperie desnuda
ante los astros.

Como único escudo
la piel.

Ese milagro.

7

Mis pieles sucesivas
obsesivas
fueron aniquilándome
devastándome
al parecer en apariencia
y rescatarme luego
en carne viva.

8

Nuestros pequeños universos
huyen
como huyó todo lo que sombra tuvo
y fue
bajo la piel.

9

Llevo
en carne abierta
los trofeos
de la resurrección y el desarraigo.

Y en los cuerpos ajenos
el gran riesgo
de amarlos.

10

Amo
esta carnadura
que sigue contemplándome
debajo de mis párpados.
Amo
esta muerte viva
clandestina
que siempre se me muere antes de tiempo
y siempre resucita.

11

Quizá
tras evadirme de las venas
y el tiempo
sueñe volver a ser junto a mi sombra
el reverso del fuego.

12

El fuego.
Siempre el fuego.

Nadie
podrá jamás avasallar
su llama
sin apagar el mundo.

13

La carne
es una amante
que hasta el fin se desnuda.

En ella
hasta el dolor se asemeja
al deseo.

14

Los instantes
son ya evanescencia.

Si nos desintegramos
es para asir mejor la madera
infinita.

15

Agotado el combate
la soledad nos nace como una herrumbre
estéril abierta impredecible
en su aire de piedra.

16

Como zona de riesgo
elijo el espejismo de mi primera
eternidad.






El Suéter De Fedorio

En los bordes raídos del suéter
de Fedorio
se arremansa la vida y sus historias.

Jamás
me atrevería a proponerle restañar
esos hilos desgastados
reavivar los colores
las zonas percudidas como un abecedario
para ciegos.

Quitárselo
sería desollarlo.

El suéter de Fedorio
es una hogaza
un libro de bitácora un sol un campanario
alguna melodía que se canta
sin que nadie la escuche.
Su intemperie
anuda cuanto ha sido algo más
que un adiós
menos que un llanto
algo que sólo cabe en el hueco secreto
de la mano.

Si otra piel respira
debajo de mandala de su suéter gastado
será sólo el sudario
que busca convertirse en el revés cereal kkkkkk
de esa coraza
hilada por los pájaros.





Exorcismos

(La realidad, sí, la realidad
ese relámpago de lo imposible
que revela en nosotros la soledad de Dios.”
Olga Orozco)


Cerebro
el exorcismo
del regreso a casa.

Pero ¿quién vuelve en mí?

¿Aceptarán los muros
la soledad
baldada?




Génesis

Después de Dios.

Después
de padecerlo en la humana versión
de sus sosías
vislumbramos un dios que se transforma
en soledad de dios
luego de serlo.

Sólo resta
dejar en paz y firmes las heridas.

Desnudarnos de Dios.

Y contemplarlo.
Desnudo.

A nuestra propia semejanza.





Huida

(a Elizabeth Azcona Cranwell)

(”la verdad que se busca se pierde,
se hace libre” Edgar Bayley)

Con la mitad de mi cerebro
hice un ala de sol para la noche.

Guardo la otra mitad
celosamente: así podré creer
que ya no existo.

Desde el adiós
un ciervo echa a correr
llevándose el vacío.




La Inadvertencia

(a María Rosa Lojo)

Hemos hablado de los hombres y de cuanto les ocurre a los hombres,
como si la humanidad fuese un planeta inmerso en nuestra sombra.

Hemos creído despoblar el silencio
nombrando cada cosa, encadenándola y encadenándonos
a su significado.
Sin advertir que cada ser genera mundos breves que huyen hacia la libre
prisión del universo.




La Jaula

Quién soy,
sola de mí, para violarme
con verdades ajenas
si aún las propias no han sido
deslindadas.

Quién se interna en la palma de mis
manos
luego de cercenarlas.

Quién me vacía, huye y no regresa
sin despojarme de la amarra.

Quién seduce mi cólera,

penitencia incendiada.

Me atrevo a liberar en mis arterias
los ángeles salvajes
que fueron propiedad natal del alba.

Enclaustrada
en una libertad que me condena
a su sed cavernaria
abruman las respuestas.

Entreabro la jaula.




La Niña Extraña

Tenía un grillo entre las sienes
y sabía decir mariposa.
Lo demás lo ignoraba.
Un día descubrió que Dios no era una alondra.
Otro día
les dijo a las simientes
que sería más lindo brotar alas.
Al fin
se convenció de que en el mundo
hay demasiadas cosas sabias.
Y se fue despacito,
caminando,
caminando hasta el alba.



Oficios De La Muerte

La veo
trabajar en cal pensante
como si su lujuria de tinieblas le permitiese
inscribir en tierra todos los nombres
de la soledad.

Pero aún no pudo enterrar
mi sombra.

Tampoco
la ración de sangre sola
que cada muerto cava en humildad.





Posdata

La toma de conciencia
de haber sido burlados a destiempo
llega después
cuando el morir se ha vuelto
un latido obsesivo.
y acompaña los pasos.




Señales

Aquellos
padres hondos
de que habla Valery
siguen interrogándonos.

Nuestra orfandad
responde desde su alta mudez.

Eterno diálogo.

Quizá el más cercano
de nuestros habitantes sin rostro
el más cauto
sabe que traficamos con la idoneidad
de un Judas
que sonríe a la hora de los pactos.







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