jueves, 19 de agosto de 2010

545.- HORACIO ARMANI


Horacio Armani. Poeta, traductor, narrador y ensayista argentino. Nació en Trenel, La Pampa en 1925, pero reside en Buenos Aires. Fue jefe de Extensión Cultural de la Biblioteca Nacional, realizó estudios de literatura italiana becado por el gobierno de Italia, trabajó en la Biblioteca del Congreso de la Nación y durante varios años tuvo a su cargo la sección bibliográfica del diario La Nación. Distinguido con premios literarios como el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la poesía, el Primer Premio Nacional de Poesía, y el Premio Internazionale Eugenio Montale, su dedicación a este arte le valió la condecoración con el grado de Comendador de la Gran Cruz de la Orden al Mérito otorgada por el Gobierno de Italia. Recordado traductor de la poesía italiana al español, sus versiones de Montale, de Pavese y de otros poetas italianos forman parte de la memoria cultural de los argentinos. "Esta luz donde habitas" fue su primer obra poética, que incluye "El gusto de la vida" (1974), "Verano lento" (2003) y "El sueño de la poesía" (2008), entre otros títulos.


EL VIEJO POETA

Quizá lo supo alguna vez: adolescente, despertando
a los tumultos de la melodía;
joven, luchando con las trampas de la palabra;
maduro, minado por la decepción y la ironía,
intuyendo en períodos extremos, la belleza
despojada de todo, aislada y alta
como el propio fracaso,
honor de la poesía.

Lo supo alguna vez: su destino era un cuarto
encadenado al triunfo del moho y las arañas,
habitación de triste hotel, desorden
de ropas arrojadas, comedero
de polillas, cárcel perfecta
para el antiguo lobo de las musas.

Si hubiera enloquecido, como Hölderlin,
pudo haber sido su vejez un éxtasis
de sí mismo,
un agua musical que completara
el orden matemático, la poética pura
que admiró en Valéry.
Pero la timidez y el orgullo le forjaron
esos últimos años, sin libros, sin amigos,
mochuelo que en la nada nocturna acostumbraba
su andar de desterrado hacia la muerte.
Alguna vez lo dijo: Yo lo quise,
preparé mi destino, logré mi libertad,
mi ironía fue dardo que ahuyentó complacencias,
la pereza, una herrumbre que detuvo mi obra.
Natural que el rencor de los otros desdeñara su canto,
el puñado de versos memorables que hirieron
a intervalos sus días.
Y raro que hoy lo invoque (hoy que empieza a crecer
la hierba del olvido
sobre los arrasados paraísos de Orfeo),
porque también como ellos sólo supe ignorarlo
aunque a veces sus versos volvían a mis noches
repitiendo su coro de belleza y de sombra
para escuchar la vida, para encender los sueños
y el corazón, señor de la miseria.

¡Poesía, triunfo errátil, no olvides a tus siervos!




EL SUEÑO DE LA POESÍA

Las grandes antologías están muertas, cementerios
de poetas, osamentas de poetas, fantasmas
de poemas amados emergen de sus páginas:
el tiempo ha consumido para siempre sus versos
que están muertos y han muerto su recuerdo
y el mar de sus palabras
y ruedan por las hojas infinitas sus cánticos
sin destino en el tiempo, tan solos y tan muertos.


Millares de poetas escribieron para nadie sus versos,
para el olvido, para la nada donde nada el tiempo y
están secas sus sílabas flotantes en el polvo del tiempo.


Poetas, las palabras
terminan con nosotros, las palabras que un día
creíamos eternas en el delirio que une la belleza y el sueño,
el dolor y la sed, la pasión del misterio.
Y nosotros yaceremos con ellas en el polvo de las antologías
cada vez más remotos, más solos y más muertos.


Pero la poesía -inasible victoria- debe continuar
aunque el sueño de la poesía haya acabado.



NO SABER

Salir, irse a la lluvia,
a la luz, a la espléndida
marea del verano,
a tanto cielo abierto en la dulzura,
al color obsesivo de la vida que canta
salvajemente en torno nuestro.
Sí, de nosotros salir, irnos echando
la rabia lenta de aquel beso, el roto
fantasma del recuerdo,
saludar ya vencidos los miedos a la muerte,
los miedos a la vida,
descubrir en un pétalo tanta pasión creciente.
Qué luna, qué regalo,
qué albricias inocentes, qué tibiezas tan niñas
recobrar en el juego del viento y sus delicias.
Un día, un día abierto como un dios desvenado
salirnos de nosotros para amar esa nube,
esa pluma de pájaro que desciende y eriza
la ternura del mundo.
Sería tan sencillo... Y sin embargo
basta el grito de un niño, la mirada
de una mujer mendiga
para caer de nuevo en la obediencia,
para llorar más solos que nunca la desdicha
de no saber por qué todo nos mata,
de no saber por qué somos esclavos,
de no saber por qué seremos siempre
humillados, oscuros, desolados, poetas.




VOZ BAJO UNA PARRA

Mi madre está en el patio y canta todavía
mientras lava la ropa. Ha empezado el verano
y la parra la envuelve con su sombra liviana
que baja hacia los brazos felices. Por las hojas
se filtra el sol a veces hacia sus ojos verdes
donde el rayo se irisa cuando la espuma salta
en pompas de aire lúcido. Y canta todavía.
Mi madre es inmortal. Un día hundía los brazos
en el agua del tiempo, tan fresca como el tiempo
que llevaba su vida más allá del espacio
a un país inocente. Y la heredad secreta
que anida en las penumbras fluyentes del recuerdo
llamaba desde islas inasibles, le abría
otra región de olvido para mirarnos siempre.
¡Ah la envolvente ráfaga mortal
que la arrastró en su vórtice! Los días
están quietos en el ayer y empañan
la memoria de un patio que ya no es más, que tiembla
bajo las ruinas del recuerdo.
¡Canta, madre, en tu patria desértica, bajo la lluvia de oro
de los grandes racimos fantasmales
donde están nuestros rostros
brillando entre las pompas irisadas!
Un día fuimos eso: tu voz bajo una parra.
Y todavía nos faltaba amarte
más allá del recuerdo, del olvido.




La doble imagen

Cuando me iba pensé en ti:
en la mirada de tu ojo triste
y en el temblor de tu ojo alegre;
porque cada pupila es la mitad de tu alma
y tu alma llora y ríe alternativamente
y nos dice que sí, que no, que sí,
y para cada instante tiene
una lágrima dulce y una lágrima amarga.

Al regresar pensaba en ti:
en la desesperada sonrisa de tu cuerpo;
tu cuerpo, una mitad tan niña y mitad tan mujer
-posibilidad de pasión y certeza de infancia-;
tu cuerpo, aún inconsciente de ser tan sólo tu cuerpo
cruzado y recorrido por arterias, por miedos,
por hoyuelos graciosos y gestos perdurables;
tu cuerpo, que en sí mismo se refleja y reclina
con el alma del agua mirándose a un espejo.

Al despertar aún pensaba en ti:
pensaba en el milagro desigual de tu voz,
belleza cuya niñez permite comprender tanta espera,
comprender que no es vana la pasión de escucharte,
que todas las palabras dichas por ti hasta ahora
son la mitad tan sólo, son el claro hemisferio
de este mar silencioso que aún en ti permanece
creándose y oculto para un día clarísimo
donde voz y silencio serán dación de gracia.
Ay, sonido que nace como un mimado sueño,
¿con qué temblor mereceremos
esa fluencia absolutoria?

Cuerpo, voz y mirada que son mitad tan sólo
de un designio más alto que este destino nuestro:
la miseria no podrá derrotarlos; la desdicha
no ha de usurpar su lento continuar azulándonos,
porque al dolor y al miedo
vencieron simplemente existiendo,
y la mitad de su alma, la mitad de su sangre,
la mitad de su vida
son la justificable persuasión de la gracia:
rosa con que engañamos
a nuestra sombra en la tierra,
camino que elegimos para andar hasta Dios.

****

Quisiera
vivir mi vida entera aquí, quisiera
morir mi vida entera aquí, morir mi muerte entera
y sin destino, mi muerte coronada
como lo único purísimo,
lo único seco y solo con su fruto salvaje,
la herrumbre de algo que debió ser espléndido
y para cuya edad me creí concebido

De: “El sueño de la Poesía”



SOBRE UN TENUE REFLEJO

Un recuerdo a tus ojos volvió
cuando moría la luz en los álamos
y brilló en el tiempo
como un agua fina,
suave en la viva quietud
del pasado perdido.

¿Era yo esa memoria?
¿O fue la infancia tuya que volvía
desde una isla remota
donde nada era tenue
fugacidad o todo era
fugacidad eterna repitiéndose
en cada parpadeo,
hálito de la nada que asediaba tus días?

Mujer: una pasión nos une
pero también el resplandor de imágenes
que fueron descubriéndonos la vida,
conduciéndonos a un solo sueño:
la belleza naciente.

Aquí, solos, sabemos
que lo que dimos era
ilusión, lo que amábamos era
la única inocencia,
su indecisa promesa repetida
en la luz inicial de cada día.

El camino que hicimos…La esperanza
de encontrar en los cielos huyentes
un resplandor inédito en el tiempo.
Aquí las hojas
se deshacen bajo el pálido viento
sin saber la verdad…
Y algo vibra en la luz desde muy lejos.-



CANCIÓN DE LO QUE VALE

Vale la pena
esperar el verano
para ver una rosa.

Vale la pena
morir todas las muertes
si nos queda la vida
y hay una mano amiga.

O sentir el momento
indefinible y único
en que nace el poema.

Y vale más la pena
despertarnos y ver
dos ojos que nos aman.-






ESPECTROS

Cuando en el lento sacrificio
de la tarde
nuestras voces cedieron al silencio,
indecisa en el tiempo
la misteriosa realidad
se estremeció como si no existiera
o fuese expectro de la nada.

No era la porcelana que en la mesa
vivía opacas transparencias,
ni el té, ínfimo lago en que se ahogaba
pasivamente el día.

Quizá un reflejo vago se cruzó
con la mirada suspendida en ondas
de dolor compartido, una pavesa
que turbó la inocencia del instante
y lo volvió desnudo,
o fue la mariposa del pasado
revoloteando en la penumbra.

Algo que no sabíamos vibró
y renació en el tiempo, un ademán
parecido a la ausencia, demorado
en el latido de la tarde: allí vivimos
la suerte de una historia
diluida en el aire, igual al día
que era solo derrota, espacios, nada.-

Fantasmas congelados en un vago
rincón de la memoria
que regresan cada vez más lejanos ,
sabíéndose
perfectamente inútiles,
sin destino, flotantes,
en la olvidada nada,
sobrantes como todo
lo que pudo haber sido.



Llama vívida

Ahora que gira en círculos la historia
de aquel verano, fugaz sobreviviente
de otras memorias,
verde te siento, lenta y recogida
en ávidas desdichas.
No puedo recordar. No es este viento
el que empujó a los pájaros hacia un mortal
crepúsculo

en plena alba de vida. Ni esta luz
la que nimbó cabellos como soles
y era granada roja rezumando
en cada grano púrpura su muerte.
El tiempo es cruel. Un día es una nada
y los relojes tensan las agujas
sobre un círculo inmóvil que ignora mediodías
noches y auroras en un mismo giro.
¡Adiós, llama vivida! Hemos pasado.
Ahora hierve el amor en otras bocas.





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