jueves, 26 de agosto de 2010

MARÍA DO CEBREIRO [671]



María do Cebreiro 

Santiago de Compostela, (A Coruña, ESPAÑA. 1976) es escritora e investigadora en el ámbito de la Teoría de la Literatura y Literatura Comparada.

Obra poética

O estadio do espello (Xerais, 1998)
(nós, as inadaptadas) (accésit do XXI Premio Esquío de poesía en lingua galega; Sociedade de cultura Valle-Inclán, 2002)
Non queres que o poema te coñeza (gañador do II Premio Caixanova de Poesía 2003; P.E.N. Clube de Galicia 2004)
O barrio das Chinesas (O Correo Galego, 2005)
Os hemisferios (Galaxia, 2006)
Cuarto de outono (Sotelo Blanco, 2008)

Non son de aquí (2009) y Poemas Históricos (2010), en colaboración con Xosé Carlos Hidalgo Lomba.

Ensayo
Es autora de los ensayos As antoloxías de poesía en Galicia e Cataluña (2004), Premio Dámaso Alonso de Investigación Filológica, As terceiras mulleres (2005) y Fogar impronunciable. Poesía e pantasma (2011). Antologó canciones de mujeres afroamericanas (Damas negras, 2002) y tradujo al gallego la obra Tres vidas (2006) de Gertrude Stein.



(INTENCIONES)

No llevo té en las palmas pero tengo

unas yemas que pueden estallar
de uno a otro momento.
Viajo a la prehistoria de todas las raíces
y mis dedos ensayan la caricia sólo porque
no pueden arañarte.
Con el agua del grifo
preparo una infusión de finísimas hierbas
y el verde lleva un nombre proscrito de mujer,
de maría, de mí.
También quiero casarme pero no llevo ropa.
Por eso a veces pienso en el jabón,
en la que se avecina, madre mía:
enjuagar otra vez la falda con la que iba por ahí
(soy de las que se visten por los pies).
Primero desayuno malas hierbas
hasta un fondo llamado última gota
y así friego la loza, así, así,
mezclando la memoria y el deseo en la lengua.
Imito la voz de isolda,
lamento mi destino mucho más torpemente
que luisa
insisto (siempre insisto) en preguntar,
con mis manos tan blancas
sumidas en los platos más profundos.
Podía demorarme en restregar la carne
contra todos los cuencos
por recoger los restos de un poso
tan amargo como inútil.
Pedí jugar a beso, verdad o consecuencia
pero no me dejaron.
Así planchaba, así, así
con la traición ajena incendiándome
el pulso,
y emprendía reformas en el cuarto
que por desgracia todos llevamos dentro
o tapo las goteras de un altillo
que ardió siendo yo inmediatamente anterior
en el orden del tránsito.
El brasero y la decadencia personal
son casi la misma cosa.
Me sorprendió en los dedos la aurora
de un rescoldo
porque me supe lúcida pero sentimental
después de todo.
Así grité por fin, así, así,
solicitando asilo, piedra pómez o cualquier
circunstancia respirable.

El estadio del espejo, 1998




FORMA Y CONTENIDO

Que la sangre golpea, que me acuestas.
La mazorca en tu mano, en mí la fuerza.
Yo me dejo caer. Sobre la mesa el cuerpo
da con la dimensión que le faltaba.
No busco la caída sino la permanencia
(quien come pan encima de la mesa
ignora esta consigna. Me acuesto nada más
con quien sabe dejar los versos
para el postre. La carne es lo que resta por decir).

El maíz gana peso en vertical
y el sudor pierde el miedo sobre el cuerpo.
Pero no llevo escudo, nada más la dureza
del mármol sin las vetas.
Su frío sin las vetas por detrás.
Que el cuerpo luche a muerte
para hacer de ese mármol su invierno decisivo.
Los nombres entre el pan rompieron el papel:
el humo que no trago,
la ceniza no pudo olvidarse del fuego,
la borra del café en el fregadero
el maíz levantado, caliente entre tus dedos.

Esta vez la escritora apenas se censura.
Dejará que el poema siga su propia forma,
que es el de la ropa desvistiéndose.

Las fisuras abrieron euros en la pared.
Se hincha la madera, el mar explota,
crece mi propio suelo, te humedeces.
La nada entre tus dedos, yo en la punta.

No quieres que el poema te conozca, 2004.



María do Cebreiro
(Traducción al castellano de la propia autora)



POESÍA ERÓTICA

Con la inteligencia, ahora. 
No con las manos. 
La lucha a veces se gana en la mente. 
Las mujeres escriben. 
El poema tiene cuerpo. 
El amor no tiene medida. 
Nadie ha hablado de amor en este poema.

Del libro Los hemisferios, 2006






Eran hojas pequeñas, 
podrían ser de roble, 
no lo sé. 
Aparecieron juntas 
en el río. 
No igual que una 
ofrenda, pero tiernas. 
Me hicieron recordar 
aquel consejo: “no 
te olvides del cuerpo”. 
Como si la inteligencia 
fuese el único obstáculo 
que debía 
vencer. (Sin duda, 
no era el único.) 
¿Pero cómo se hace 
para que las palabras 
se abran como hojas? 
Si lo supiésemos, creo 
que no escribiríamos. 
Porque no hay 
talento para 
la rabia, sino solo rabia. 
No hay sensualidad, 
sino cosas sensuales. 
Lo que dijo él entonces 
no puede transmitirse 
y en el espejo del río 
no canta nuestro amor.

Del libro A queima, inédito




EUROPA (CUARTO REICH)

Este es el tiempo 
en el que las mujeres ruegan 
que sus hermanos 
suban a la superficie, 
el tiempo 
en que al fin conocimos 
en su rostro la huella del carbón 
(y fue indigno mirar), 
el tiempo en que 
seguimos amando 
el color del vino, y cada noche 
seguimos deseando 
regresar 
a nuestro propio cuerpo 
y su cuerpo 
está lejos. 
Este es el tiempo en que 
cada uno de nosotros 
se quedó contemplando 
sus propias manos, 
y quiso preguntar: 
¿para qué sirven? 
(¿Para qué sirve la lluvia?) 
Eso no lo sabemos. La nuez 
del tiempo aún no ha sido 
abierta. En este otoño, 
en el que solo lloverá 
de vez en cuando, 
pero con mucha 
fuerza, como dentro del alcohol, 
como en el desamor 
del borracho de Bajo 
el volcán. (Y si el libro 
pudiese salir de ti, 
¿cómo nos hablaría?). 
Esas cosas importan, 
como quiero pensar 
que todavía hay algo dentro 
de los últimos poemas, 
que seguimos 
aquí 
porque nuestra conciencia 
es temporal 
y porque estamos vivos 
y el trabajo de las manos crece 
en nuestra mente 
para poder entrar en el corazón 
del mundo.

Del libro Poemas históricos (2010)





POESÍA ERÓTICA

Coa intelixencia, agora.

Non coas mans.
A loita ás veces gáñase na mente.
As mulleres escriben.
O poema ten corpo.

O amor non ten medida.
Ninguén falou de amor neste poema.

Do libro Os hemisferios, 2006





POESÍA ERÓTICA

Eran follas pequechas,
se cadra de carballo,
non sei ben.
Apareceron xuntas
ondao río.
Non igual ca unha
ofrenda, pero tenras.
Fixéronme lembrar
o seu consello: “non
esquezas o corpo”.
Como se a intelixencia
fose o único obstáculo
que debía
vencer. (De certo,
non era o único.)
Pero como facer
que as palabras se abran
coma follas?
Se o soubésemos pensó
que non escribiríamos.
Porque non hai
talento para
a rabia, senón só rabia.
Non hai sensualidade,
senón cousas sensuais.
O que el dixo daquela
non pode transmitirse
e no espello do río
non canta o noso amor.

Do libro A queima, inédito





EUROPA (CUARTO REICH)

Este é o tempo
no que as mulleres pregan
para que os seus irmáns 
suban á superficie,
o tempo
no que á fin coñecemos
no seu rostro a pegada do carbón
(foi indigno mirar),
o tempo no que 
seguimos amando
a cor do viño, e cada noite
seguimos desexando
regresar
ao noso propio corpo
e o seu corpo
está lonxe.
Este é o tempo no que 
cada un de nós
quedou ollando
para as súas propias mans,
e quixo preguntar:
para que serven?
(Para que serve a chuvia?)
Iso non o sabemos. Aínda
non foi aberta a noz
do tempo. Neste outono,
no que só choverá
de cando en vez,
pero con moita
forza, como dentro do alcol,
como no desamor
do borracho de Embaixo
do volcán. (E se o libro
puidese saír de ti,
como nos falaría?).
Esas cousas importan,
como quero pensar
que aínda hai algo dentro
dos últimos poemas,
que seguimos
aquí
porque a nosa conciencia
é temporal
e porque estamos vivos
e o traballo das mans medra
na nosa mente
para poder entrar no corazón
do mundo.

Do libro Poemas históricos (2010)





LA MEMORIA ES EL ESPACIO
DE LA REAPROPIACIÓN

La memoria es el espacio de la reapropiación.
Vivo para contarlo. Guardo todas las fotos
para las que me pidieron que sonriera.
Me acabo de dar cuenta de que nunca
prescindí de los trazos, de lo impío.
Pues la caligrafía consiste en la ilusión
de que no nos torcemos.
Ni los cuadernos rubios podrían ocultar
que el carbón nos ensucia
y la mina se clava con frecuencia
en el páncreas del enemigo.
Salvo en el tuyo. Te arrancaron los ojos
y eso te hace inmortal.
(entonces ella cae, postrándose
por tierra y se dirige a él:
¿por qué encontré la gracia de tus ojos
para fijarte en mí, siendo como yo soy
una extranjera?)



LOS LACRIMALES IRRIGAN LOS ÁRBOLES
MÁS ALTOS DEL PARAÍSO
(fragmentos)


Los lacrimales irrigan los árboles más altos
del paraíso.
En tus jardines colgantes (retina desprendida,
cristalino)
me escondo de mi padre.

Hasta hace poco tiempo yo era la hija
más pequeña de caín.
No resisto la ascensión, me hace consciente
de que nací desnuda, sólida y extranjera
como todos los recién admitidos en el régimen
totalitario del aire.
La inspiración es la primera de las fronteras
extensas que separan la llanura
del mundo submarino.
También a mí las olas me cercaron.

Podrán esos ojos liberarme del crimen,
de la defensa.

Evoco mientras tanto el edén artificial,
lentes convexos,
lugares en que el soplo cobra voz.
Allí las almas que aspiran a rozarse
siegan troncos gemelos y ascendentes:
cosas que sólo conoce
el que les puso el rabo a las cerezas.
Con las membranas intactas
de otras primeras veces
parto y reparto la fruta: el corazón envuelto
en las hojas del sauce.
Rompías la madera sobre la piel de los venados.
Tú, que coges el aliento por la mano,
puedes aproximarme
a la exacta duración de la primavera.

El pulso es la única dimensión posible
de los árboles frutales.
Alguien me hablaba de ellos
como sobrevivientes
en la tragedia del clima.




(ADIÓS)

No hay mar en la ciudad, si acaso ciertas vísceras
que quedaron prendidas en la espuma del viento.
Los canteros recortan una piedra para que quepa
intacta
en los ojos del extranjero.
Hay torres con la hechura de sus ojos.
Reconstruyo hércules o
ba-
bel
(no vaya a ser que todo se haya dicho)
y vuelvo a derrumbarlas.

En la ropa de los ingleses ella escribía
el nombre del contrario
porque en cada llegada puede ver la guerra
desatándose:
maría va a recordar (de una vez para siempre)
su genuina naturaleza.
No tener parte en el amor.
Ser de una ciudad a la que se llega.

Ya todos descubrieron que maría, heroína,
no defiende los muros de esa ciudad abierta,
sino más bien las puertas de ese lugar de

escogido entre tantos posibles como cárcel.

En cada firma maría cierra el nombre.
No da cobijo a los que huyen y se mueren
de un disparo cualquiera por detrás
o cantan en la ducha (mira que eres linda).

Dejé de practicar la escritura en espejo,
prefiero la confusión.


(Del libro o estadio do espello, 1998)






SIN NADA QUE PERDER PEREGRINAMOS

Sin nada que perder peregrinamos
en dirección a delfos, y en delfos
cultivamos asfodelos
y otros euforizantes
sin marca comercial.
Las sombras desdoblaban el perfil
de las campanas,
nunca el de nuestro cuerpo
No había, por eso, puntos de referencia
ni tampoco de apoyo: mundo que remover.
Después nos enredábamos
En la serpiente bífida, el alma, sus misterios:
dígame cuál es, pues,
la causa de su tristeza.
El abismo dista metros de las paredes
del templo
y las hiedras disfrutaban apresándonos.
Allí comprobaremos cuánto de purificación
e cuánto de lejía había en nuestros hálitos
abrasivos,
letales.
Abriremos sin miedo
la caja de pandora: qué injusto, la esperanza
por único atributo.
Sin fe, sin caridad deambulamos por delfos
y también sin las tres
virtudes teologales: alma, corazón, vida.

Queríamos tener, por descontado,
alma (para conquistarte)
corazón (para quererte) y sobre todo vida
(para vivirla junto a ti). Pues las inadaptadas
huimos del infinito que llevamos en nosotras
y a veces sospechamos
que la vida reconoce como constitutivos
de su esencia
más de tres ingredientes.
Serán pues los caminos del señor realmente
inescrutables.

Por eso era tan fácil que nos abismáramos ante
la bendita inconsciencia de tanta finitud.
El acabamiento marca
los últimos principios de lo real.
Y nos enamorábamos de apolo, o mejor de tiresias
porque tiene dos partes
y varias dimensiones. Y juntos ingerimos fluoxetina
para elevar el ánimo,
en busca del secreto de los seres infinitos
dentro de un mismo ser, del efecto causado
por los alucinógenos. Confundimos después
la parte más externa de la vista
con todos los cristales de colores.

Recuerdo aquella vez que yo te conocí.

Pero olvido, por contra, lo de menos:
en las cortas distancias
los lobos asaltaban pobres niñas
vestidas de encarnado
pasando por encima del árbol de la sangre.

Soy la mujer de rojo,
la de sangre siniestra y temeraria,
la víctima primera de un arte corporal
que consistía en tener
anfibios apresados en las rodillas.
Una palabra mía te podría curar,
a ti que no precisas salvación.
Por qué fuera del cuento nunca
se sana
sana.
Ni tan siquiera hamlet, armado con su paz,
con mi buril.
hamlet de dinamarca,
a quien mi solo amor hizo inmortal.





SI NO CRUZAS LA RÍA...

Si no cruzas la ría, nunca tendrás ni niebla
ni presencia
en mi trono de abismo. Esa es, ni más ni menos,
la primera de las órdenes que le di
para probar su atrevimiento.
Al cruzar la barca le dije al barquero:
las niñas bonitas no llevan dinero,
por eso tú me invitas con frecuencia
y te meto en la lengua una moneda vieja de metal
y otra nada más de chocolate.
Y cruzamos los ríos de la memoria,
y como legionarios a punto de la conquista,
llamados por los nombres desde la otra ribera
seremos inmortales, confundiremos
la savia y la saliva de los árboles, das árbores que somos.
O como combatientes dispuestos a morir
defendiendo los símbolos
pasaremos el mar por nuestra criba a la busca del oro,
desmenuzando el trigo, viendo el grano en tus ojos
y el cereal en los míos, sin expurgar.
Porque hay siempre un residuo de vida recordada:
la vida coincidente. Velocidades hubo en la otra orilla
que dificulta el impulso de los reactores
y estas gotas de lluvia llevan incorporado
el olvido, disolvente del alma,
lágrimas anteriores que utilizo para inundar la pluma
y escribir al dictado de mis dioses
que el barquero no muere
sin dar antes razón de su existencia.

Lo triste siempre supo defenderme del mar.


(Del libro (nós, as inadaptadas), 2002)




PARA LA HABANA

Toda isla es terrible. Por eso me contengo
y devoro la llamada de este sollozo oscuro.

La muerte por el agua ahora le sobreviene
al viajante que llega
en barca desde el sur. Al balsero que vuela
en aire de un neumático pinchado.
Al que moja la espalda y comprueba en el tránsito
que la angustia es la respuesta de los valientes
al mar de los estrechos.

Qué difente, en tanto, la muerte del turista,
cayendo hacia las aguas
desde el cielo
como dicen a veces de los ángeles.

Irlandeses del mundo, Billie Holiday
canta años después
vuestro Gloomy Monday. La voz de Lady Day
convierte toda técnica
en una imagen de la muerte, masiva desde el siglo.
Y la reverberación de su micrófono
repite hasta el infinito:

Ilanda era una torre dividida,
Irlanda era la mente de las locas
en la isla de Salpêtrière. El capital tardío hizo estallar,
de pronto,
la mente de la enferma. Se vuelve esquizofrénica,
ella que disponía tan sólo de una arteria
para cada pasado. A no ser que al cambiar de
compañía cambie también el tiempo,
y haya varios presentes simultáneos.
Podemos suponer que los amantes ausentes
viven en un decorado que alterna con la pantalla.
No es que nos abandonen, sino que se mudaron
a la habitación de enfrente,
donde las paredes hablan porque son
la vida que contamos la mano.
Pobre, despedazada, nunca tocará tierra
la costa diseminada de la mente. Caso perdido, al fin.
Sabemos, desde hay tiempo, que el mal de corazón
tiene carácter político. Fronteras escindidas:
he ahí, quizás, hoy
el punto de juntura. Ni Synge con su flauta
de médula de vaca
podría representar esta gran elegía
espongiforme. Y lo absorbemos todo,
como atentos discípulos.

Incluso al epitafio
de Keats

que nos entierra a los muertos
en la cal viva del agua.


(Del libro pérfida erín, 2001)





IN THE MOOD FOR LOVE

Recordaba el papel pegado a las paredes,
sobre todo las flores recortadas,
el azul de los pétalos, la humedad de los tallos
y aquel cielo rasgado por único telón.
- Allí, me señalaste, porque antes yo había
dicho en otra lengua
"todo es siempre anterior para el que lo examina"
y siempre cabe la posibilidad
de que la escarificación nos tome por objeto
no como cuerpos, sino como ciudades
que el fango deposita en nuestra piel.
Una ciudad, te dije: sólo lo que se ve
por dentro de las gotas,
convertido en reflejo
o en residuo.

Las orientales arden sin mirar.

Quiero decir que entonces
todo lo que era oscuro se me posó en los muslos
y tuve tentaciones de descorrer mi falda,
como quien echa abajo un paño falso.
La escena sería esta:
ojos que perseveran dentro de otros
allende el aguacero,
siempre más tornadizos que constantes:
la lluvia transversal
de mi país.

Me sorprendió no verte reír de frente,
como si en ti la risa
sólo pudiera ser una sombra chinesca,
a medio proyectar en el temblor del día,
y pensé que ese modo de mirar es simultáneamente
un modo de desear: las caídas de párpados,
la piel ensimismada en su tersura,
un cuerpo que se inclina, como el círculo
enamorado de su mismo centro. Así en nosotras
el deseo:
un círculo. Así el tiempo en ustedes:
una flecha.

Sólo que en la película nat king cole
canturreaba en castellano
aquellos ojos verdes y yo envidiaba
del vestido de ella no la seda salvaje,
no los brocados tristes, no las flores deshechas
sino su modo simple de anticiparse al tiempo.
No estoy hablando sólo de climatología,
de cómo transportaba un cántaro metálico en la mano
como quien acaricia su deseo haciendo confluir
el agua apresurada de los ríos,
el agua detenida de los pozos,
el agua recursiva de las fuentes.

Hablo principalmente del modo en que el vestido
parecía un calendario,
más que una argolla para la delicia
de la mirada ajena,
más que un pañuelo para enjuagar la breve
humedad del placer,
más que un suspiro apenas sostenido.

Como si el cineasta hubiera precisado indicadores
para probar que el tiempo del encuentro es,
por encima de otras consideraciones
que no vienen al caso,
arqueológico, lo que quiere decir que para concebirlo
hace falta contar con todo cuanto es
denso. Su táctica consiste en
hacerle vestir un traje en primer plano,
el vértigo apretado de un traje de mujer
bajo lente de aumento.

Y así describirán las damas de hong kong
órbitas planetarias,
como si los duraznos fueran minerales
de clavar en la sangre.

Siempre nos intrigó el beso frotado
de los esquimales:
¿y cómo en la nariz, nos preguntamos?
Pero es que a lo mejor se puede arder
sin mirarse de frente.

Así el abrazo tiene, al menos si se da
con todo el cuerpo,
la indudable ventaja
de tapar rostros difuminados,
apenas violentos

(en el bosque de la habana
una china se perdió,
y como yo era un perdido
nos encontramos los dos).





BODA EN LA CATEDRAL

En la frontera las lenguas se olvidan de su nombre
y quiere esto decir que hasta

"el olvido olvida”.

Sobre la paellera tintinea el arroz
como rosas deshechas sobre un tul, a la puerta.

“Sentía que aquella muchacha veía con extrema
claridad su carácter y su vida, porque lo amaba”

(No es lo mismo decir “me dueles”
que “me duele el estómago”)

...y no me quedarán sino las huellas.







LONJA DE LA SEDA

He aquí una experiencia posible
de lo sagrado,
donde Dios se transforma en libre comerciante
y mi temblor avanza como azúcar
que no le di a la taza.

La taza también bebe,
pero en el sobre dejo el mejor resto.

O cerramos los ojos
para que en el sabor
no haya nada más que ese sabor.
Ojos de la nariz.
Cosquillas de la lengua.

Dios maneja la seda
y cuenta las monedas que caen en la fuente
para tintinear entre naranjas.


(Del libro Atlas, 2003)




FORMA Y CONTENIDO

Que la sangre golpea, que me acuestas.
La mazorca en tu mano, en mí la fuerza.
Yo me dejo caer. Sobre la mesa el cuerpo
da con la dimensión que le faltaba.
No busco la caída sino la permanencia
(quien come pan encima de la mesa
ignora esta consigna. Me acuesto nada más
con quien sabe dejar los versos
para el postre. La carne es lo que resta por decir).

El maíz gana peso en vertical
y el sudor pierde el miedo sobre el cuerpo.
Pero no llevo escudo, nada más la dureza
del mármol sin las vetas.
Su frío sin las vetas por detrás.
Que el cuerpo luche a muerte
para hacer de ese mármol su invierno decisivo.
Los nombres entre el pan rompieron el papel:
el humo que no trago,
la ceniza no pude olvidarse del fuego,
la borra del café en el fregadero
el maíz levantado, caliente entre tus dedos.

Esta vez la escritora apenas se censura.
Dejará que el poema siga su propia forma,
que es el de la ropa desvistiéndose.

Las fisuras abrieron euros en la pared.
Se hincha la madera, el mar explota,
crece mi propio suelo, te humedeces.

La nada entre tus dedos, yo en la punta.





EL ALMA DE LA LENGUA

Las cuentas de coral que echaron en el río
para que no les diesen mala suerte.
la olorosa pantera de la que habló Ferrín
y alguien antes que él, y alguien después.

Y la noble sortija de carey
que se dejó olvidada en Mondoñedo
(a ella se la había dado una mulata
hija del cobre, triste).

Y su collar de vidrio con reflejos dorados.

Y el color del olivo cuando enferma.

Todo aquello brilló, al mismo tiempo
mientras alguien hablaba de otra cosa.
Es el sol, que desde la ventana la saluda
y acaricia la punta de la pluma.

Ese día volvió a escribir con mayúsculas.


(Del libro Non queres que o poema te coñeza, 2004)





ENSAYO Y ERROR

El poeta se quejaba: “Tengo el corazón trabajado
como el de un hombre que escudriña un secreto”.
Por detrás de la ventana los árboles en flor
partían en ocho mitades el esqueleto de la tarde.

Era su humilde forma de caber
en los ojos de la bibliotecaria,
acostumbrada a educar su vista en contra
de las horas del día.
¿O hablamos de los árboles porque
no tenemos tiempo?

¿En qué territorio los árbores dejan de ser
una semilla que sólo crece en la boca
y enraízan en el aire de la noche, en los dedos
de quien cava?

Pero este no es un poema ruralista.
Alguien dejó escrito
que es preciso caminar mirando al cielo,
hacia todos los árboles.
No porque el techo fuese mejor que el suelo.
Siglos hay que otros perdieron esa guerra
(la tierra sólo enmudece cuando la pisan).

Pasó por entre los árboles, nunca había visto
algo así,
y le dijeron: tú que todo lo entiendes
y no vienes: ¿qué hace esa palabra
acostada en tus labios?
¿dónde florecerá si no la sueltas?
¿por qué no te perdiste en aquel robledal
de mis primeros miedos?

Tantas eran las causas interpuestas
que la mujer quedó sorda, quedó ciega.
“Una noche os daré
el collar de esmeraldas de mi sangre”,
y abría con cuidado su piel blanca.

Y si los árboles tuviesen el corazón en el centro,
¿a quién desearías transplantarle
la médula del espino?
Y si el cuerpo del hombre fuera, desde el principio,
dividido del cuerpo de la mujer
¿que hacían ellos, a esa altura,
alimentando con su carne los errores del otro?

Él se atenía a los hechos, le hablaba de la guerra,
pero lo que la conmovía no era su relato
sino el modo en que la historia
era laboriosamente evocada para hacerle saber
cómo llegara a ser lo que era ahora.
Mucho tiempo después ella entendió.
Los hechos pueden ser una caricia,
sobre todo si somos imprecisos
y también algo menos (como cuando la luz declina
hacerle un sitio al tacto: al sentido del tacto:
a su sentido). El cerezo en el espino:
un injerto de la historia en nuestras simples vidas.

Los datos eran lo único que podían compartir.

Cuando el rey se acercó, le dieron una piedra
y con ella erigió todo el idioma.
Ordenó que lo cercasen con un muro
para que los traductores hiciesen su guarda.

El poema es la red donde todas las criaturas
imaginarias caen.
Un puede recoger la red o estenderla
pero en el suelo de pizarra del papel
lo que fue nuestro muere. “No me interesa nada
de lo que cae en el poema sin romperlo”.

Los sabios se equivocan en la mente.
Los demás precisamos el barro para errar.

Y el negativo de las horas, ¿quién lo revela?
¿Quién se atreverá a entrar en el cuarto oscuro de los días,
ver rendirse otra vez lo que olvidamos
y perder el reverso de la experiencia,
- su tacto algo rugoso- a cambio de la vista?
Di tu, rey sin corona, oye cómo el error
viene de muy atrás
(copos en la llanura, juncos bajos, arcilla,
lugares donde el tiempo prepara su sordera.)

Y el resto es soledad:





EL MANZANO


Este era nuestro cuento, escrito antes de tiempo
igual que lo que ocurre en el poema.

(Escrito antes de tiempo, así nosotros).

Y decirte “manzano”, esa palabra,
justo antes de dormir,
cada uno de nosotros debajo de un dosel
de terciopelo rojo
(tú y yo que no podemos
ya ser reinas).

Decirlo, “mi manzano”, contra aquella promesa.

Nunca más hablarás de aquel lugar,
del hombre que te hizo
de los sabios:

si es vergonzoso que el hombre no pueda
ayudarse con su cuerpo, sería absurdo
que no pudiese ayudarse con sus palabras,
puesto que ellas son más propias del hombre
que su cuerpo.

El problema, en el texto, es la palabra hombre.
El problema en la cama, debajo del dosel
cuando vienen los reyes de noche y nos visitan.

Yo digo “mi manzano”, mientras tanto,
con todos sus sonidos.

No esa carne impar de la cereza que falta,
de la que ayer canté sin resultado.
¿Pensaste alguna vez en lo mucho
que queremos las cosas
que quedan desparejadas para siempre?:
un pendiente, una manopla, el calcetín de un niño.

La cereza que pierdo existe para la nada,
existe sólo para que sepa que una vez hubo dos.

Guardo lo que no sirve nada más.

Tampoco la naranja, que cuando es flor anuncia
algo muy diferente de todo lo que ofrece,
algo mucho más blanco.

Al día siguiente, me senté en el café,
y por el solo modo de quedarse la taza tan vacía,
la cuchara de lado, tampoco abandonada,
sino imposible de percibir en todos sus límites
supe que la anterior ocupante
tenía los labios pintados de rojo.

Fue allí donde empecé a escribir este poema.
Fue para ella, que pudo leerlo antes en mis ojos,
cuando nos cruzamos en la puerta del café.
Fue para ella,
porque me vio pasar e ni siquiera sé
cómo eran sus ojos.

Fue para ti que escuchas lo que no sé decir.

Ese era mi secreto,
metí mi cuello en el tronco de aquel árbol
y dije: “mi manzano”.
No momento en que lo digo, el árbol que plantaron para ti
le da al suelo su fruto, el de color más rojo.

En el oído izquierdo el rey escucha un eco
y una lágrima confluye con el agua del río.

Tu padre trae simientes,
se las promete al suelo del jardín.

Cada hermana escoge un árbol.
Equivoqué la fábula:
las manzanas que eliges no son rojas.
Lo descubrí cuando me contaste
que alguien había llevado un cesto lleno
y mientras te escuchaba, todo el cuarto
se llenó lentamente de ese olor.
Entonces supe que eran amarillas,
de las que amargan algo
y dejan en los dedos su fulgor.

Fue entonces cuando vi
que podía confiar en tu manzano.

Pongo las manos en la corteza, con cuidado,
van quedando grabadas las cosas que me dice.
Tardaré veinte siglos en entenderlas todas
(siglos que yo no tengo, pero el tiempo
comienza a romper dentro de mis ojos).
Las frutas me hacen ver
que la piel que separaba en dos a las cerezas
es la misma que ahora nos une por las manos.

Las vírgenes no bailaban arredor
de aquel árbol para protegerlo,
sino para protegerse. Y también el naranjo,
después de tú leer esto,
verá morir en la hierba su flor más elevada:
ella que era perfecta unida a las ramas.
No para demostrar que hay un hilo invisible
entre muerte y belleza, sino para que sepamos
que la desintegración de los cuerpos
no es un accidente,
sino una suma que la flor más blanca,
deshecha ahora en nosotros,
hiciera de memoria desde el aire.

Yo creía que le estaba contando
al manzano mi secreto,
y era ella la que iba escribiendo sus cosas,
una a una,
en todos los anillos.
Los leñadores buscan ese texto
pero así, por la fuerza, no puede descubrirse:
porque está dentro de ellas,
abiertas sólo pueden
hablarnos de su edad, y no de su infinito.

Y así vemos, hendidas con los árboles,
que la vida esconde su misterio en círculos concéntricos,
para que siga creciendo. Y cuando creemos entender
ella nos brinda un número, una nota, una imagen.
Porque su piedad no consiste en hacernos
creer que podemos comprenderla
sino en ayudarnos a no comprenderla
nunca por completo.

En lugar de decirte el nombre de mi rey,
digo el nombre del viento, tú ya sabes.
El sabio enmienda el texto.
Los hombres también duermen debajo del dosel.








MARTE

No hay sexo entre iguales, dijo el filósofo
y levantó su índice.
¿Era una acusación?,
preguntó la mujer en voz muy baja.

El joven se limita a prestar atención.
Deja pasar un rato. Después dice:

El futuro, en principio, no me interesa mucho.
El futuro es un orden de esperanzas.
Pero el pasado, añade, el pasado está ahí.
El pasado lo hacemos entre todos.

¿Y por qué no inventamos
el futuro?,
le dice la mujer y alza la voz.

¿Por qué no hacer lo mismo, pero con el futuro?

Él lee ciencia ficción, resuelve enigmas:

Los geólogos no saben cómo era de profundo
ese supuesto mar, ni siquiera si fue sólo una charca.
Y tampoco saben si estos depósitos de aga salada
existieron en otras zonas de Marte,
ni cuándo surgieron, ni cuándo desaparecieron.

Como el vaso tiene vino,
tenemos tiempo.

La visión del infierno desde arriba:
el calor en el cuerpo,
los mares por debajo.

(En Marte el Paraíso también quema).

Toquemos al demonio,
está en las cosas.

El lobo abre la boca,
pero sabe pararse
justo antes de morder.

Ella asiste a simposios, escucha conferencias:

El límite es el verdadero protagonista del espacio.
El presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo.

¿Tú crees que nos podremos entender?
¿Dónde?, preguntó él
con osadía.

Antes de dar la vuelta, ella pensó:
“La eternidad, estilo del deseo”.






VENUS

El libro no tiene sexo. El libro es un árbol.

Ella era como el hielo antes del alba.

Él llevaba un anillo en el dedo pequeño.

No quiero derretirte,
yo quiero ver la hierba
debajo de tu cuerpo.

Si tenemos ideas
es porque vendrá el hielo
a rescatarlas.

¿Qué hecho parte en dos nuestro pasado
si no somos historia, sólo un verso?

No recuerdo la infancia.
Voy quedando dormido.
La cabeza pequeña, encima de la mesa,
mientras los demás hablan.

¿La lengua de los muertos,
la lengua de tus muertos?

No, y bajó la vista.

La lengua de la escuela,
la lengua de las máquinas.

Íntimo es una palabra que se aplica
a lo que está muy adentro.

Los poemas que guardo son los que no se cierran.

¿O los que no se abren?

Busco lo que perdí.
La lengua me precede.

Si escribo ocupo espacio.

¿Como los astrounautas?

Casi igual, casi igual,
pero sin la bandera.

Sin cravarla en el suelo,
sin izarla del suelo.

¿Ni la que lleva un río
atravesado?

Ni la del fondo negro.

Lee. La voz le tiembla.
Escucha. Vierte el vino en la mesa.

La vibración, el ritmo del deseo.







POEMA DE AMOR**


¿Cómo se extiende la mancha?

(Igual que el amor)

Negar el azul es más que nombrarlo.
No voy a hablar del mar: ya no se puede.

Para abolir el azar, dados redondos.

Los viejos y los niños se detienen en los surcos.

Luego la piel tacha la piel
para esconder las partes vulnerables
o va posando blancos por donde nadie sabe.

La mujer de las redes abre las palmas.
Quiere enseñar las grietas.
El negro sólo llega
para hacer este daño más visible.

Las contracciones del parto
repiten la frecuencia que se escucha
detrás de las estrellas:
un ruído de fondo, lo no creado.

Fuera del mundo el tiempo abraza al tiempo.

Cuando explotan las naves el universo duda.

Las pisadas hacen cálida la luz de la luna.
Las galaxias se expanden.

Algunos agujeros negros aprenden a hablar.

La conquista del espacio es reversible.
Los imperios no tienen interior.

El azul sólo tiene lugar fuera del tiempo.


**Amor: pequeño conjunto de asteroides
que viajan a menos de 1,3 u.a. del sol.
Existen alrededor de 500. La probabilidad
de una colisión con la tierra es de 0,001
por millón de años”.
( Poema escrito para Alma de beiramar,
libro colectivo surgido como respuesta
al hundimiento del petrolero “Prestige”
en las costas gallegas, en noviembre de 2002)










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