lunes, 4 de julio de 2011

4076.- JUAN RAMÓN MANSILLA



Juan Ramón Mansilla nace en la localidad de Tribaldos (CUENCA, España, 1964). Profesor de Historia. Además de ensayos históricos (Poder y mando en el reinado de Felipe II: una aproximación historiográfica; Las agitaciones de abril de 1919. Un motín de subsistencias en la época del movimiento obrero), es autor de los poemarios Los Días Rotos (El Toro de Barro, 2000), El rostro de Jano (Aristas de Cobre, 2001), Posdata (El Toro de Barro, Cuadernos del Mediterráneo, 2003) y Fugaz (Añil, Toledo 2008) así como los relatos C-501 (Baluerna, EACSA, 2002) y Tu voz, la mía (Ed. Revista Malena, 2007). Antologado en Mar interior (Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 2002), edición a cargo de Miguel Casado, poemas suyos han aparecido en diversas revistas, tanto de formato tradicional como electrónicas. Ha codirigido la revista “El Timbre” y, con el poeta y editor Carlos Morales, el suplemento cultural “El juglar de la Frontera”. Presente, además de con obra propia, con artículos y crítica literaria, en diversos medios, entre ellos Hablar/Falar de Poesía, Prima Litera, o en los formatos electrónicos Portal de Poesía (http://www.portaldepoesia.com/), Poemas del Alma (www.poemas-del-alma.com/blog/), Los Noveles (www.losnoveles.net) o Palabras Diversas (www.palabrasdiversas.com). Ha obtenido el I Premio “Astrana Marín” de ensayo sobre El Quijote, el I Premio “Luis Rius” de poesía, el accésit del III Premio de poesía “Ángel Crespo” y el I Premio de Relato Corto “Asociación Pedro Heras”.



HILOS DE ARAÑA

Cariño, anoche soñé que la noche
me envolvía con hilos de araña,
invisibles, pegajosos, semejantes al encaje
de tu saliva en mi piel.
Demasiada labor para la noche.
Ahora estás atrapado,
susurraste, igual que una mosca.

Podrías haber cortado los hilos
pero dijiste que a lo largo
de la vida habría siempre
una mosca convulsa
y una araña que apresta el veneno.
Así de simple, ley de vida.

Anoche lo soñé cariño
y no puedo decir que fuera
terrible, que ni siquiera sudase,
más bien resultaba agradable estar así,
leve pero firmemente sujeto
por algo que era más que un destino
mientras tú me mirabas inmóvil.

Anoche, sí, anoche.
Un sueño que cortó la mañana.

Acabo de tomarme el café
y fumar el primer cigarrillo.
Es curioso cariño las vueltas
que dan las cosas:
hay una telaraña en el techo,
parece frágil (debió
de tejerse durante la noche),
y una mosca cautiva.

Estás atrapada,
le he dicho, igual que yo estuve.

Sus sacudidas iniciarán pronto
la secuencia: la araña asoma
por un ángulo, se acerca
con calma, observa, hay tiempo
hay tiempo y aún falta
lo más complicado:
inocular la ponzoña,
envolver a su presa.
Una función de un solo acto,
ser el comensal o la vianda.
Una vez y otra
hasta que la historia concluye
y alguien aplaude
y vuelve a su casa.
Así de simple.

Podría romper la tela,
burlar a la parca,
dejar sin cliente al barquero;
pero como dijiste, cariño,
a través de la vida
siempre habrá otros hilos,
otra araña y una mosca.



FUGAZ
Juan Ramón Mansilla




Nubes

Junto al amigo contemplar el poniente,
sus luces veladas por el humo
del tabaco. Hablar de cosas
malgastadas, viejos proyectos.
Sentados frente al mundo,
pequeños y solos, figuras
de Friedrich, negras hojas
que oscilan sin viento.
Hacer acopio de signos
como quien el invierno previene
y llena de pan la despensa
para cuando deje la lluvia
sólo limo en los campos.
Instantes para callar y reír,
retener e ignorar.
Oteando las nubes ajenos a los cielos.







Panorámica

Ni una nube, ni una mancha del día
en el cielo, ni delgadas líneas
de cisura entre campo y horizonte.
Una grúa entre pinos como un pino
más, apenas diferentes las casas
de la maleza que floreció allí
y allí estará muchos años después.
¿Y este empeño por hacer, transformar?
Vanamente se llena
el paisaje sino con el paisaje.
Lomas donde tender el cuerpo,
arroyos más sonoros en la noche,
árboles con el agua del verdor.
Rocas, barro, fuegos
que nos suplican no malgastar la poesía
en cálculos estériles sobre la eternidad.






Primicias

Con cuánta inquietud preguntamos en las rudas
noches de enero y dejamos calentarse
las manos al rescoldo de tardías respuestas,
con qué docilidad pasamos las páginas
y escribimos ficciones al dorso,
cuánta respiración, cuánto silencio,
cuánta renuncia antes de tener
las primicias de mayo de nuevo en la boca.








Arte poética

Por la noche, mientras duermes,
haciendo de las suyas los fantasmas,
los relojes parados para luego,
un murmullo del que apenas sabes,
versos te vienen en el sueño,
pugnas por despertar y recordarlos,

hallar un papel donde queden bien
sujetos para la tarde siguiente.

Pero, siempre es así como sucede,
tiene tu amanecer esa amargura
que producen las mañanas,
acaso por la sensación de haber
perdido, y ya van tantos, el mejor,
el único de los poemas.












Ante un paisaje de Ma-Yuan

(Tinta sobre papel, siglo XIII, dinastía Song)


Ni el agua que transcurre torna a su manantial
ni la flor desprendida de su tallo
vuelve jamás al árbol que la dejó caer,
escribe Li Po,
quien según la leyenda se ahogó en una noche
de curda tratando de abrazar la luna
en el río.
Quizá él sea la figura que demora
su paso en una senda de montaña.
Un arroyo entre los riscos,
un cerezo da las primeras flores.
Las aves se elevan y desaparecen
como con las nubes las sombras.
Silba el viento del norte
acordes de mandolina, lejanos
tañidos de campana,
largo sonar de un mundo transitorio.
De pie, entona una canción
para las cimas que el añublo desvanece
en el equívoco sepia de la tinta.
Bien sabe que el despertar agosta
los racimos y bayas que maduró la noche,
y un cauce de agua hace
dudar de cuál es el curso verdadero.






Delta

Demasiada belleza para hablar de belleza,
demasiado silencio para hablar de silencio.
Mira el paisaje: Nada en él es blando ni duro,
nada en él calla si aún vibra una última nota
del eco de los pasos por el delta callado.
¿Cómo decir lo inefable sin contradicción,
clasificar lo irreductible a categorías,
dividir lo infinito sin hallar infinitos?
Mira el río: nunca es el mismo, se nos ha dicho,
creyendo más por comodidad que por análisis
que su solidez viene del agua, no del cauce.
¿Y el agua? Lo contingente, sí, tu contingencia
que desemboca en el mar y olvida
plantar en la orilla un ciprés por cada difunto.









Otra noche para Konstantinos Kavafis

Con cierta parsimonia el viejo poeta
toma la pluma y para nuevas estrofas,
¿en yambos o espondeos?, ¿elegíacas,
satíricas?, medita un asunto ¿sobre un sabio
sofista vituperado o falúas como ibis
en el delta?, ¿acerca de ventanas que no
existen?, ¿de la orquestina de un café o las ingles
de Antonio y Patroclo? ¿Marinos
devueltos por el mar, más jóvenes y bellos,
¡ah! sí, azules, azul zafiro, años después
del naufragio? ¿De Esmirna, Atenas,
Antioquía? ¿Del ágora o los suburbios?
¿Acaso de los días de 1903, rojo vino
todavía en el cáliz?
Pero algo, ¿una mano, una voz,
un sueño?, interrumpe sus reflexiones...
Y aunque ya la edad no concede
el vigor que el cuerpo le exige,
las noches alejandrinas son demasiado
salaces para perderlas con unos versitos.








La mariposa de Chuang-Tzé

Es cálida esta tarde de febrero
y los almendros visten la franela
malva de todo lo naciente.
Por unos instantes la realidad
nos exime de ser algo distinto
a nosotros según las leyes
falsas de la vida.
Hace calor, demasiado calor
para fechas semejantes. El clima,
como los abrazos, es relativo
y puede traer los fríos pasados
aunque en el plantío las rosas vayan
a abrirse a quemarropa.
No, no nos equivoquemos.
No es la primavera que se anuncia.
Cada estación tiene sus flores y su sed
y ésas son de las que dejan su olor
muriendo pronto.








Gusanos de seda

Por mucho que sus años transcurrieran
lejos de allí de la casa de las voces
familiares por más que una ciudad
tras otra fue teatro de sus idas
bar tras bar y cuartucho por cuartucho
nunca dejó de llevar una caja
de zapatos con gusanos de seda
Los prodigios con frecuencia
suceden al alcance de la mano
y nada como el cartón de la caja
para comprender el milagro
de la metamorfosis aunque al abrirla
huyeran en vuelo las mariposas








Clase de música

Ludwig van (Beethoven, se entiende),
sin oír ni el silencio ni el aplauso
abandona el pentagrama a su ventura.
Poco significa un acorde más
si entornando los ojos puede escuchar un sueño.
Ser joven, estar allí, volver
a lo que ya nunca se repetiría.

¡Si la añoranza fuera solamente sonido!
Pero no dice nada. Lee en los labios,
mueve la mano queriendo atraparla
cerca de su boca.
Notas de deserción, sonidos de clausura.
Él -algo habitual en los sordos- las oyó.
Su cadencia fue la de un postigo que se cierra.








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