miércoles, 9 de marzo de 2011

3312.- GÜNTER EICH


Günter Eich. (Alemania). Nació en Lebus (Brandeburgo), 1 de febrero de 1907 – Murió en Salzburgo, 20 de diciembre de 1972. Poeta, dramaturgo y compositor de obras para radio que fue miembro del Grupo 47. Estudió en Leipzig, Berlín y París.
Fue hecho prisionero de guerra en la segunda guerra mundial. Cuando fue liberado, fundó en 1947 junto a otros autores el Grupo 47. Por su libro de poemas Abgelegene Gehöfte ganó el Premio Literario del Grupo 47, destinado a jóvenes escritores.
Publicó prosa, poesía y obras para radio a lo largo de su vida. En 1953 se casó con la escritora austriaca Ilse Aichinger. Murió en Salzburgo en 1972.
Un compendio de su obra fue publicado en cuatro volúmenes en 1991.
James Dickey comienza su poema “The firebombing”, que trata de un bombardeo nocturno sobre la ciudad japonesa de Beppu, con el siguiente fragmento de Eich:
Denke daran, dass nach den großen Zerstörungen
Jedermann beweisen wird, dass er unschuldig war.
Traducción:
Piensa que después de tal destrucción,
cada hombre demostrará que era inocente.



INVENTARIO

Esta es mi gorra,
Este mi abrigo,
Aquí mi máquina de afeitar
En la bolsa de lino.

Lata de conservas:
Mi plato, mi copa;
He rayado mi nombre
En la hojalata.

Lo he rayado con este
Clavo único
Que oculto ante
Los ojos codiciosos.

En la bolsa del pan hay
Un par de calcetines de lana
Y algunas cosas que no
Se las cuento a nadie.

Así de noche le sirve
De almohada a mi cabeza.
El cartón aquel, colocado sobre el suelo,
Me separa de la tierra.

La mina del lápiz
Es lo que más quiero:
De día me escribe los versos
Que de noche imaginé.

Esta es mi libreta de notas,
Esta es mi lona,
Esta mi toalla,
Este mi hilo.







Agonía de verano

¡Quién quisiera sin el consuelo de los árboles!

¡Suerte es que participen también en la consumación!
Ya se han recolectado los albaricoques, las ciruelas se pintan
Mientras el tiempo muge por los ojos del puente.

Confío mi desaliento a las aves de paso
Que miden impertérritas su opción de eternidad.
Sus rutas se reflejan en el follaje
Como una oscura coacción
El batir de sus alas colorea los frutos.

Cumple tener paciencia. Pronto han de desprenderse
Los sellos del mensaje cifrado de las aves
Debajo de la lengua se cata ya el sabor del óbolo.






DONDE YO VIVO

Cuando abrí la ventana,
entraron peces en el cuarto,
arenques. Parecía
que pasaba un cardumen.
También entre los perales jugaron.
Pero la mayoría
se detenía aun en el bosque,
sobre los viveros y los guijarrales.
Son molestos. Pero más molestos aun son
los marineros
(también grados más altos, timoneles, capitanes)
que a menudo vienen a la ventana abierta
y piden fuego para sus malos tabacos.
Quiero mudarme.




Fragmento

Nubes trepan como animales a la montaña del cielo,
los atardeceres oscurecen demasiado temprano, y de todas
las lámparas gotea el otoño.

Conoces esto, es noviembre,
vastos son los prados y los olores del bosque.
Cuando eras muy pequeño, cazabas mariposas.

Todo se disipó como un hálito pleno de viento.
Entre los días se interponen eternidades.
Oyes, cómo bajo la lluvia un niño sopla una armónica.
Los árboles se herrumbran y
como un vuelo de patos silvestres aparecen en el cañaveral las escuadras de estrellas.





Tumba, cerca del río

En verano una nube a veces
por pleamar de un cielo azul llega arrojada,
de mi túmulo en la rompiente se desvanece
y sabe amarga, y sabe a mar y muy extraña.

Sólo es el río a veces el que crece,
cuya voz se hace oscura, intensa y vasta;
más sonoro es que el arce que sobre mí desciende
y que es rugoso y tiene el rostro de las montañas.






En octubre por la Holledau

De lúpulo espalderas
peladas tras las praderas,
con los declives boscosos
que me alabó el otoño.

Los abetos siguen verdes,
las chimeneas vacías.
Que un humo me apareciere,
desde dónde no sabría.

Alambre de la espaldera,
la porción de tierra estuosa,…
¿ha andado una persona
aquí, que yo conociera?

Los abetos siguen verdes,
la luz sigue despejada,
pero los bosques silentes
no se acuerdan de nada.







Cortijos apartados

Las gallinas y patos pisotean,
convirtiendo en verdosa inmundicia, el corral.
Los campesinos en la casa rezan.
Se desmorona el revoque del tapïal.

En el fondo del valle hay trazados meandros
hasta el interior de sus praderas.
El sauce alberga a Alejandro,
a César, de ortigas la pïedra.

Incluso donde las arañas tejen,
del lulú el ladrido delata a los mendigos,
en el campo de nabos, siguïeron vivos
de este mundo los nombres eminentes.

En el sótano se oye de ratas el silbido,
se cierne un verso en luz de mariposas,
las savïas del mundo avanzan más presurosas,
el humo se eleva como un poema encendido.







Al atardecer, junto al cerco

Al atardecer huele la manzanilla más
dulce, desde la linde del campo. El guardia insufla
una canción a su ocarina. La voluntad
de Dios en el brillo de véspero se consuma.
¡Cuántos están ahora para siempre en paz,
que de estrella y canción gozaron la fortuna!
Ahora están ellos mismos dentro y la voluntad
de Dios, en brillo, aroma y de la hora tal paz,
se efectúa.








La pluma del arrendajo

Estoy donde el arrendajo
pasa por entre las ramas,
a un misterio más cercano,
que a la conciencia no alcanza.

Pulmón, corazón me oprime,
brusco el aliento me quita,
y aunque mi lengua lo siente,
no hay palabra que lo diga.

Yo no sé cuál de las cosas,
o si el viento lo contiene.
El rumor de ala que roza,
¿del mundo el sentido entiende?

Azul tiró el arrendajo
su pluma en la arena.
Como una astuta respuesta
ella está ahora en mi mano.


(Traducción: Héctor A. Piccoli)


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