martes, 15 de noviembre de 2011

JAIME GARCÍA-MÁIQUEZ [5.166]


Jaime GARCÍA-MÁIQUEZ




(Murcia, 1973). Aunque nacido en tierras murcianas, como su hermano Enrique, se trasladó pronto a El Puerto de Santa María (Cádiz). 

Licenciado en Historia del Arte, se doctoró con la tesis "La pintura de tema vitivinícola en las colecciones del Museo del Prado". 
Ganó el premio Luis Cernuda con su obra Vivir al día (Ayuntamiento de Sevilla, 2000). Poco después, fue incluido en la antología Once inicial. Última poesía en Cádiz (Fundación Municipal de Cultura, 2002). 
El mismo año que publica el cuaderno de haikus La isla del tesoro (Los papeles del sitio, 2004), debuta con éxito con su heterónimo Fernando López de Artieta obteniendo el Premio Arte Joven de la Comunidad de Madrid por Jugar en serio (Visor, 2004). En el año 2006 se hizo con el Premio Arcipreste de Hita gracias a su poemario Otro cantar (Pre-TEXTOS, 2007), En 2012, publica, Oh, mundo.

Compagina su labor poética con su trabajo como restaudador en el Museo del Prado. En este ámbito profesional ha participado en el volumen Luis Meléndez: la serie de bodegones para el Príncipe de Asturias: estudio técnico (Museo del Prado, 2004). También ha escrito los textos para el catálogo Ángel Luis Iglesias. La mirada apacible (Diputación de Salamanca, 2009). Además de la citada, su poesía ha sido seleccionada en numerosas antologías de poesía contemporánea como Los 40 principales: antología general de la poesía andaluza contemporánea: 1975-2002 (Renacimiento, 2002), Poetas del siglo XXI: crítica de urgencia (Llibros del Pexe, 2002) o Sombra hecha de luz: antología de poesía andaluza actual (1950-1978) (Unam, 2006). Escribió un prólogo para George Frederick Watts, de G.K. Chesterton (Espuela de Plata, 2011). Ha colaborado en revistas como"La Ronda del Libro" o "Nadie Parecía".





MI HORA

Entre el crepúsculo y la noche
hay algún tiempo en que la luz no cede
a deslumbrar o a derramarse en sombra,
que no golpea sino que rodea
la materia, la abraza con un amor platónico.
Y al quitarle a las cosas su contraste
de tosco claroscuro,
las perdona de no sé qué pecado
mezquino, las absuelve
volviéndolas más ellas,
y embelleciendo a todo el que las mira.
Es esta luz con la que Dios ve el mundo.

de Otro Cantar (2007)





La belleza es sagrario

Bajo una encina enorme en lo alto de Abantos,
rogué por ver el rostro de Dios, sólo
un instante de luz,
misterio, miedo y fuego, como un rayo.

Más allá del paisaje no vi nada
como podéis imaginaros todos,
pero de pronto un pájaro
se posó entre las ramas y cantó sobre el árbol.




La canción de las lluvias

A. Necati Cumali


La lluvia de enero
sirvió como abono,
y la de febrero
cimentó los lodos.

La lluvia de marzo
se enraizó más hondo.
La de abril produjo
frutos luminosos.

La de mayo vino
como agua de agosto…
La lluvia de junio
se lo llevó todo.





Pan duro

La madre de mi madre se tomaba
el pan del día anterior o el de hacía dos días
para desayunar, con su café manchado.
Era como un gorrión. Emocionaba ver
a aquella señorita de Alicante
con más de ochenta años de ternura
nutrirse despacito igual que un pobre
cartujo, allí sentada en su butaca.
Mi madre sonreía al verme sorprendido
contemplando a su madre, en una casa
cuya despensa inmensa
se parecía a un bodegón de Snyders.
Y alguna vez, para explicarme aquello,
me dijo llanamente: es por la guerra;
no te preocupes, Jaime, es por la guerra.
Dos décadas después, y a casi un siglo
de la Guerra Civil, ahora soy yo
el que coge el pan duro
y lo besa despacio
y se lo come haciéndolo migajas
con un café con leche.
Mi mujer no da crédito, y se queda
alucinada cuando le contesto
completamente en serio que no le dé importancia,
que lo hago por la Guerra.






JAIME GARCÍA-MÁIQUEZ, ORTÓNIMO

No debería pasar desapercibido este poemario, aunque, publicado en una minoritaria editorial, es de temer que ni siquiera llegue a las librerías. Sin embargo, Oh, mundo resulta de lectura imprescindible para cualquier amante de la buena poesía y ha sido señalado ya por lectores atentísimos como José Luis García Martín, Andrés Trapiello, Ángel Ruiz o Julio Martínez Mesanza. 

Su autor, Jaime García-Máiquez, ya no es, sin embargo, y como habrán podido juzgar por los enlaces, un perfecto desconocido. Autor de Vivir al día (1999) y Otro cantar (2007), sin contar la producción de su heterónimo Fernando López de Artieta (Jugar en serio, de 2004 y Grosso modo, de 2011), este tercer poemario, Oh, mundo, le confirma como una voz personal y auténtica.

Para nosotros, el primer valor del libro, el primero por orden de aparición, radica en el prólogo. Albergamos el tozudo prejuicio de que un poeta que no sea capaz de escribir buena prosa tampoco será capaz de escribir buenos versos. En su prólogo, García-Máiquez nos pone en suerte su verdadero malditismo: "el destino me ha concedido un insólito regalo: ser maldito, pero de verdad... Me bastó con contar los versos con los dedos, escribir sonetos, creer en la rima y en Léon Bloy, descreer de esa dictadura basada en la publicidad: la democracia, no hacer feos a la belleza, ir a misa y rezar el santo rosario. No me canso de darle gracias a Dios."

Y como un himno de acción de gracias podría entenderse este poemario en el que un don nadie, un cualquiera que es eso, un cualquiera, fuera del recinto del Museo del Prado, alguien que por no tener no tiene ni siquiera eso tan fácil, una opinión, entona su cantar de caridad hacia los verdaderos desheredados de este mundo. Y entonces sucede el milagro:

Yo soy ellos, y ellos
han dejado de ser esos anónimos
hombres que pasan, para ser hermanos
de sangre y alma, hijos misteriosos
de un misterioso amor que nos embarga,
de un amor que lo llena de amor todo.

Algo más que aseados versos hay en este libro. Algo que si no es la luz, se le parece muchísimo.



Mi casa me desprecia. Me insultan los amigos.
Trabajo sin descanso. Escribo necedades.
Me rechazan los libros los tardos editores.
Humillan a mi Dios. Lo crucifican.
Persiguen a su Iglesia como lobos hambrientos.
Mi existencia es estéril. Nada tiene sentido.
Oh, vida, cómo dueles. Oh, tiempo inexpugnable.
Oh, amor insoportable como el fuego.

Mis instrumentos de trabajo son el asombro y los días.
¡Oh, mundo cruel, qué suerte haber nacido!








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