jueves, 17 de marzo de 2011

HENRI COLE [3.484]




HENRI COLE 


Henri Cole nació en Fukuoka (Japón), en 1956. Pronto se trasladó junto a su familia a Virginia, desarrollándose por completo su formación en Estados Unidos. Su obra se  inició en 1986 con The Marble Queen; en 1989 añadió la publicación de The Zoo Wheel of Knowledge, a la que se sumaron The Look of Things en 1995, The Visible Man en 1998, Middle Earth en 2003 y Blackbird and Wolf en 2007.

Henri Cole ha impartido clases en diversos campus 

universitarios como los de Columbia, Harvard y Smith College.

Actualmente, imparte clases en la Ohio State University. 

Su poesía se ha visto favorecida por diversos premios y reconocimientos públicos entre los que destacan el Premio de Poesía Kingsley Tufts y el Premio de la Academia Americana  de Berlín. También ha sido finalista del Premio Pulitzer con Middle Earth. Su último libro, Blackbird and Wolf (Farrar, Straus and Giroux, 2007), ha recibido el Premio de Poesía Lenore Marshall 2008. Este galardón lo concede la Academy of American Poets al libro de poesía más importante publicado en Estados Unidos el año anterior.







NECESARIO E IMPOSIBLE

Es un país que nace del pensamiento en paz,
que no tiene fantasías de omnipotencia,
ni Dios sino naturaleza, ni la obligación de una promesa,
ni rincón oscuro de los pobres, ni redoblar del odio,
ni jerarquías de poder, conocimiento o amor,
ni surtidores de agua impura, ni enjambre de moscas contaminadas,
ni vertederos de hormigón, yeso o vidrio,
ni falsa misericordia o verdades enterradas bajo excrementos,
y en este país de hombres y mujeres,
ningún rostro en el espejo refleja más oscuridad
que luz, más lucha que amor, ni más lucha
que en mis manos ahora, mientras, sentado en una roca,
desmenuzo pan para las carpas rojas y blancas,
atrayéndolas desde su elemento hacia el mío.

De su libro Middle Earth de 2003




Quálea Editorial
Título: Mirlo y lobo
Autor: Henri Cole
Colección: Poesía, 6
Traductor: Eduardo López Truco





Paseo por la playa

Encontré una cría de tiburón en la playa.
Las gaviotas se habían comido sus ojos. Su garganta sangraba.
Sobre las conchas y la arena, parecía menor de lo que era.
El océano lo había desollado por dentro.
Cuando le pinché en el estómago, la oscuridad brotó en él,
como agua negra. Luego, vi a un chico,
excitado y eufórico, haciendo señas desde una duna.
Como yo, estaba solo. Algo pasó entre nosotros
sin apenas emoción. Pude ver el color rosa
de sus ojos: “Me he perdido. ¿Dónde estoy?”,
preguntó, como quien le debe algo a la muerte.
Presioné mi cara contra sus arpones.
Caemos, caímos, estamos cayendo. Nada lo impide.
El oscuro embrión muestra sus dientes y seguimos adelante







Zarcero muerto

Cuando abro tus pequeñas alas góticas
sobre mi cómoda emblanquecida,
casi me asustas, como si hoy fuese mi funeral.
Poco a poco, las enzimas convierten
tu vida en una especie de licor mortuorio.
Dos moscas, como forenses, investigan tu plumaje.
Mi reloj es tu obelisco, desde que esta mañana
irrumpieras en mi habitación, extravagante como Nerón,
y entonces, sin verte en el cristal resplandeciente,
te golpearas. La noche, ¿qué luces la despejan?
Cae la lluvia. El cielo está triste. Todo lo que respira sufre.
Todavía las aguas de la aflicción nos purifican.
El soldado herido convalece. Hay vino joven y aceite.
Ahora, acepta mi pañuelo como tu mortaja.






HIMNO

Tras una noche de tormenta, con truenos,
salí a tomar un café y encontré a una mujer
en una carretilla, hablando en voz baja
a nadie en particular, el es de su vida
totalmente arrancado, su cara, una vez hermosa,
petrificada en un triángulo, y pensé:
"Lo que uno desea, ser una persona que ama plenamente,
parece tan concentrado y puro". El sol no había salido.

Los seres vivos volaban alrededor. La ciudad se movía
como una brizna verde salida de un abismo que desprendiera
penachos de vapor. Toda la gente del mundo
parecía desviar la mirada, mientras las gotas de agua caían sobre nosotros
desde los aires acondicionados y un terrible instrumento
se abatía desde un cielo azul poco profundo.




CERNÍCALO AMERICANO

Te veo sentarte erguido en mi escalera de incendios,
rasgando las vísceras de un ratón para tu cena,
como cuerdas rojas de un arpa, atragantándote un poco
con la venosa carne azulada y la cola sangrienta.
Con tu perfecta máscara de ladrón en blanco y negro
pareces un ave disecada en una vitrina,
en algún lugar entre la vida humana y la animal.
Qué lejos queda la palabra amor. ¿Puedes verme?
Soy un hombre. Nadie tiene lo que yo tengo:
mis grandes manos limpias, mis labios tristes. Ésta es mi casa:

guau-guau, grita el perro con miedo del vacío,
como yo, por eso mi alma se aferra a las cosas,
intentando crear algo ni confesional ni abstracto,
como la luna asomando entre los pinos.





AFEITADO

Estirado en la bañera, como un hombre en una tumba,
me paso la cuchilla por la cara y el cuello.
El baño está inmaculado, vacío, aparentemente
sin ningún problema; eso me gusta. Las células de mi piel
se dan calor entre sí, como racimos de uvas.
En el plateado espejo de mano, mi timidez
juvenil se ha ido ya. Me pongo de lado, acostado,
pero abierto, receptivo. Fui duro contigo;
lo sé porque me lo dijiste, pero lo
sobrellevaste bien. Árboles, mamíferos, fuego, nieve:
son como las emociones. A través de nuestros ojos
nos llega el sufrimiento (me lo dijo el doctor),
pero ¿cómo se va, si tú miras hacia adelante
y yo estoy mirando atrás, con mi grande, desagradable
(así la llamaste) y calenturienta cabeza, finalmente estremecida?





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