miércoles, 13 de octubre de 2010

JOSÉ LUIS PUERTO [1.498]






José Luis Puerto 

(La Alberca, SALAMANCA  España; 1953). Poeta, traductor y editor español.
Licenciado en Filología Románica por la Universidad de Salamanca. Realizó el servicio militar en Pontevedra y Orense. Fue secretario del poeta Rafael Alberti. Actualmente desempeña la docencia como Catedrático de Lengua y Literatura en un instituto de enseñanza secundaria de León. Antes, fue profesor en Sevilla y Segovia.
Ha participado como conferenciante o como recitador de su obra en importantes instituciones, como los cursos de verano de El Escorial (de la Universidad Complutense) o el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Colabora con frecuencia en revistas y publicaciones literarias con trabajos de creación y críticos sobre San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Leopoldo Alas "Clarín", María Teresa León, Eugenio de Nora, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda, Antonio Colinas, José Jiménez Lozano, etc.
Poesía

Libros

Ha publicado El tiempo que nos teje (Diputación Provincial de León, 1982); Un jardín al olvido (Rialp, 1987. Accésit del premio Adonais); Paisaje de invierno (Amarú, 1993. Premio Ciudad de Segovia 1990); Estelas (Aguaclara, 1995); Señales (Visor, 1997. Premio Gil de Biedma 1996); Las sílabas del mundo (Prames, 1999); De la intemperie (Calambur, 2004); Proteger las moradas (Calambur, 2008) y Trazar la salvaguarda (2012).


Plaquettes

Visión de las ruinas, Torrelavega (Cantabria), col. Scriptum, 1990.
Variaciones sobre un paisaje de invierno, Málaga, Ángel Caffarena, 1990.
Suite de Zurbarán, Málaga, Ángel Caffarena, 1992.
Señales, Valladolid, P.O.E.M.A.S., 1995.
De la intemperie, Zamora, Cuadernos Poéticos La Borrachería, 1998.
Para invocar la memoria (Ofrenda), Logroño, Ediciones del 4 de Agosto (Planeta Clandestino), 2006.
Antologías
Memoria del jardín (Antología poética, 1977-2003), Salamanca, Diputación Provincial de Salamanca, 2006. Introducción de Ángel L. Prieto de Paula.




(dolmen)

Nada dice la piedra
De vosotros,
Los muertos míos, aunque nada sepa
De lo que fuisteis ni de lo que sois.
Sólo erige su calma,
Su quietud, su silencio
Para acogeros en
Este espacio sagrado,
En esta cista entregada al cielo,
Que si es concavidad no es abandono.
Nada dice. Y está
En esa plenitud
Que lo acabado tiene.

Decidme cómo dirigir mi súplica
A este espacio vacío
¿De vosotros?





(badajoz)

Allí en la altura, en la
Devastación
De edificios y espacios,
Donde ya la alcazaba y sus murallas
No son capaces de
Convocar ni siquiera sugerir
Pasado ni esplendor alguno
Ni erigirse en defensa frente al tiempo,
Los traficantes bajo el sol de invierno,
Cargados de sustancias,
Esperan la llegada
De quienes compran dosis
Que transportan a la aniquilación,
Ajenos a las aguas,
A la belleza antigua de ese espacio
Hoy devastado, en ruinas,
Zoco ya sin memoria





(trevejo)

Las tumbas en la roca
Ya vacías de cuerpos
Recogen hoy el agua de la lluvia.
El granito excavado
Muestra la anatomía en su oquedad
Y ya ni huesos quedan ni cenizas.
Las nubes en el agua
Entregan lo celeste a su reflejo
Como si sepultado
Se fuera a recoger, cuando se escapa.
Del hombre sólo el hueco
Formado en el granito permanece,
De su labor ya nada
Sino sillares del castillo en
la derrota del monte




(adrenalina)

Hervía allí en el cazo
La jeringuilla de cristal usada
Y asimismo la aguja
De una labra dorada sin fulgor,
Para inyectarse adrenalina.
Era el juego del frasco y de la ampolla,
Del polvo blanco convertido en líquido
Que se aplicaba con el pico al brazo.
Después siempre brotaban
Unas gotas de sangre
Sobre la piel aún tersa,
Que manchaban de vida el algodón.
También era otro juego
Del aire y de su ausencia,
Del asma y del ahogo,
Esa dificultad que entorpece vivir.

Abuelo, no se apure




CABALLOS

QUE vuelvan los caballos
Del tiempo a mi jardín,
Que pasten en las hondas
Praderas de mi pecho.
Nutre como la sangre
La roja hierba de mi corazón.
Siento aún el galope velocísimo
De esos latidos que me llevan siempre
A aquel jardín lejano,
A aquel espacio virgen
Lleno de castañares, de granito
De enciclopedias que atesoran
Los enigmas del tiempo.
Que vuelvan los caballos,
Tengo caminos para su galope
Que llevan a un jardín, a mi jardín
Con rosas de inocencia, con aromas
Que atraen las caracolas del recuerdo,
Tengo praderas en el mapa mudo
De la niñez,
Allí qué pastos hallarán, qué arroyos
En que abrevar felices,
En que calmar la sed
Del pasado, tan lejos;
Aún tienen hierba mis laderas prístinas
Y el agua de la vida aún las riega.
Que vuelvan los caballos
Del tiempo a mi memoria,
Que traigan los recuerdos
En alforjas de magia;
Hace tiempo que espero su galope
Por las secretas vías de mi infancia,
Hace tiempo que esperan mis oídos
Escuchar su galope;
Están de mi jardín las puertas bien abiertas
Y en las altas planicies de mi pecho
No existe ningún muro
Para impedir su paso.
Si vienen les daré las rosas de mi sangre.

(De Un jardín al olvido, 1987, pp. 46-47)




(reportero francés)

Dejó Ouvert la nuit de Paul Morand
En la pensión en la que se alojara
Del oeste español
Y unas notas de hoteles y de citas
En la hoja de respeto.
Sabemos en qué página
Quedó de su lectura
Y los bordes del libro
Hablan de las mochilas y macutos
De quien cubre la guerra como corresponsal.
En un fuego cruzado
Murió en Beirut
En la guerra del Líbano.
Se llamaba Jean-Marc.
Acaso nada quede
De su existir sino los datos
Que estas líneas recogen
A partir de unas huellas
Que aún se hallan en un libro
Perdido u olvidado
En pensión española




(betilo)

Piedra sagrada,
Déjame reclinar mi rostro en ti,
Dura almohada sin tiempo;
Deja que al centro acceda
Desde mi orilla, margen tan precario;
Déjame ser Jacob
Y que acceda a ese sueño
De la escala de ángeles,
Cordón umbilical
Entre el cielo y la tierra.
Necesito fundar
Un reino donde el daño
No teja los sudarios del dolor,
Un reino que restañe
La pena de la herida.
Piedra sagrada, déjame
Reclinar mi cabeza
En el consuelo limpio de tu espacio.

(De Proteger las moradas)





Melodías
José Luis Puerto



1

Calla y contempla
Cómo todo desiste y se retrae.
Tiempo de la matriz,
Melodía de adviento
Y la fraternidad como aventura
Que salvará la tierra.
Sigue su curso el río.
Las alas de los árboles
Descienden al dolor de la caída,
Melodía que calla.

De los cielos distantes
Ya no acuden los signos



2

Estas nubes de hoy,
Como si fueran ángeles.
El fulgor de los grises
Y todo lo que esconden
Los espacios celestes,
Melodías de un reino inalcanzable
Que avivan nuestro anhelo
De otra vida más alta.

Y nosotros aquí
-Surcos, semillas, tierra-
Ahora que llega el frío



3

¿Cómo habría de ser lo que buscamos?
La mirada no acierta, se equivoca,
Se desdibuja el trazo
De todos los caminos.
No es protección lo que tejemos,
Es solo melodía
Que no encuentra acomodo,
Más bien largo lamento

Pues se halla tan lejano
El tiempo de la gracia



4

Nunca quiso dejar
De ofrecer lo pequeño
En el ara invisible de los días:
El gozo compartido de un instante,
El hallazgo imprevisto,
Ese descubrimiento
Del pájaro en la rama con su trino…
Melodías de un Dios
Que quisiera anunciarse.
En el ara del mundo
Depositó su ofrenda,
Melodía callada de su ser,
Apenas un granito imperceptible

De alguna inmensidad
De la que forma parte



5

Dos transeúntes hablan
En árabe, abstraídos, por la calle
En la mañana limpia.
Su lengua, para mí ininteligible,
Me susurra no obstante melodías
De la chanson arabe,
El lienzo tan querido de paul klee
Que, a su vez, me transporta
A la blusa rumana de matisse.
Las melodías leves de lo extraño,
De aquello que no es nuestro.
Y sigo mi camino
Al tiempo que se alejan las palabras…

Siempre lo más hermoso
Es aquello que no nos pertenece




6

La madrugada de la luz
Y nuestra melodía que se ofrece
Y se hace entrega en la primera hora.
¿Qué oración o qué salmo
Podríamos decir,
Cuando el Dios se halla lejos?
¿A qué vacío entregar la súplica?
Estamos aquí solos
A merced de los vientos,
Perseguidos por fuerzas invisibles

Y no oye nuestra voz el Dios lejano


7

Corazón en que late la ciudad,
Esta plaza también es melodía
De mis últimos años;
Canción terrestre
De un tejido invisible de caminos;
Canción de tiempo
Que recoge alegrías y tristezas,
También cartografía de unos seres
Que me conocen y me desconocen
Lo mismo que yo a ellos

La dádiva constante de la luz
Nos santifica a todos


8

El acordeón de la precariedad
Bajo el arco del mundo.
Las melodías pobres del invierno,
La vida, pentagrama
De un desamparo antiguo.
Y nada nos protege,
Ni esas notas
Tristes y barojianas,
Ni aquella melodía
Que escuchamos de niños
De pobreza y misterio


9

Amar la melodía de los seres,
Amar la melodía de las cosas,
Entregarse y estar
Disponible hacia todos.
Traza la luz la forma de las cosas,
Esa belleza frágil de su estar
Ofrecidas, sin nunca pedir nada.
Así nosotros,
Ofrecidos por siempre en la patena
De la fraternidad,
En silencio, dispuestos
En esa melodía
Del mundo que es morada







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