miércoles, 22 de septiembre de 2010

1216.- JULIO CÉSAR ARCINIEGAS


JULIO CÉSAR ARCINIEGAS nació en Rovira, Tolima, Colombia, el 6 de junio de 1951. Obra publicada: La ciudad inventada; Color de Miedo; Números hay sobre los templos. Ganador del Premio Nacional de Poesía Porfirio Barba Jacob con la obra Abreviatura del árbol. En su ensayo El laberinto del poeta es un campo de batalla, sobre el libro Números hay sobre los templos, afirma Gabriel Arturo Castro: “…Su escritura, se pronuncia desde la tensión, la lectura interiorizada y la imaginación móvil. Su palabra no es directa, tal vez porque el autor está convencido de que el lenguaje poético se distingue del cotidiano por la perceptibilidad de su construcción, por el interés y el deseo de moldear un objeto artístico… No importa que el escritor al final no resuelva el acertijo, la adivinanza, la cosa intrincada, porque deja planteado su interrogante a los lectores, su virtual extrañeza que los llevará a la actitud inquisitiva, a la producción de secretos y pensamientos. A pesar de las imágenes tan herméticas y demasiado contenidas, las iniciales preocupaciones del escritor, sean metafísicas o religiosas, se han literaturizado con la intención de crear un objeto poético. Su naciente raigambre es de tipo intelectual, surgida no de la exclusividad del buceo en lo más íntimo y personal. Las inquietudes que expresa son consecuencia de la lectura variada, recreada y asimilada desde el recogimiento. La poesía viene a ser aquí una posibilidad de ruptura de la inalterable realidad cotidiana, hecho que, por lo tanto, permite la intrusión del misterio en la vida real. El poeta se encuentra ante lo inexplicable, de cara a la presencia de mundos y de potencias insólitas…”


LA RUINA

Soy yo, a quien grabaron bajo el peso de los adivinos,
la que apenas conoce las pendientes y las distancias,
el reino de la sílaba, su veneno de papel blanco,
el desatino del poder, su estruendo,
la desnudez del ángel caído, la inmensidad de la piedra,
el pretexto del infierno, el umbral de los serviles.
Ni siquiera mi avaro reloj ve la oscuridad de tanto delirio,
ni el abismo de la carne o la cicatriz que traigo conmigo.
Desde mi origen hay menos árboles y más cadalsos,
matas oscuras y miserables mesas de lodo, pizarras y
maderas arrancadas, muros caídos, un jardín roto y mudable,
tapiales y bancales arrasados, velas cortadas en tres pedazos,
veredas de sequedad, cardos, venas de espinos enlutados,
flores mudas, piedras que muerden la sangre del tedio
y una insólita siembra de pájaros que se esparce por la
tierra santa de los caminos.
Los mendigos recorren la erosión con la alforja al hombro,
los ancianos de la vieja alameda pisan los ásperos ramajes,
los suspendidos astros, la pesada hacha, la ceniza.
Estoy fija a la piedra, al escombro, al ocaso, al quebranto,
conozco el lugar exacto de la corrosión de un cielo ya vencido.






SALMO VERDE

Alguno de los salmos oscilaba verde
y usufructuaba la luz de las encarnaduras.
El árbol y su obra tañen los deleites,
los duendes del aire, los aventureros,
los elementos del verdadero rostro,
las deidades rejuvenecidas del jardín.
Aún después del saqueo, del arrepentimiento,
de la discordia del fruto y sus guerras,
el árbol asciende por sus vértices,
y amanece
.






MANGO

Cumpliéndose en su forma,
habitado de luz como una sortija difícil
de comprender,
en la secreta fuente de su semilla,
no escuchaba el reino de los rendimientos,
la raíz indefinida.
Porque no es bueno que el fruto sea sordo
a los raudos gendarmes, a sus propias holguras,
al ruido de los gusanillos que saborean su hondura.

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