sábado, 12 de febrero de 2011

CARLOS KURAIEM [3.003] Poeta de Argentina



Carlos Kuraiem

Buenos Aires, Argentina 1956
Poeta, Escritor, Músico (compositor, guitarrista y songster)


La mirada y el vértigo
Obra poética 


Perfiles

SU OBRA abarca poesía, novela y canciones, comprende la producción de cuarenta años (1974-2014), completada, acrecentada y perfeccionada continuamente por su autor. Con el título La mirada y el vértigo, se reúne por primera vez su Obra poética. La acompañan fragmentos de recuerdos, observaciones, cronología, retrato del poeta, notas y comentarios, apreciaciones y críticas sobre Kuraiem, recogidos de las palabras y de los escritos de sus contemporáneos más próximos.

SU VIDA es uno de los relatos más dolorosos de este tiempo. RECLUÍDO a los diez años en un hospital de curas, se fuga varias veces.  PIERDE LOS CINCO DEDOS de su mano derecha a los quince años trabajando en una carnicería. USANDO UN UÑERO en lo que quedó de su pulgar, exploró nuevas formas y técnicas de digitación para sus propias composiciones. EN 1974, sorprende cómo ataca las cuerdas y el grito agudo en un tema dedicado a su amigo Luis Ángel Ramos, que muere de un disparo en el pecho mientras cumplía el servicio militar. A LOS DIECIESIETE, rechaza la seguridad de un empleo y se inclina a su vocación artística. IMPEDIDO DE ESCRIBIR narra a dos amigos los primeros borradores de El Hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores... Al mismo tiempo hace anotaciones de puño y letra en un cuaderno hasta dominar la grafía y sigue solo desarrollando su obra. GOLPEANDO LAS TECLAS de una Olivetti con un solo dedo, el índice de la mano izquierda, pasa en limpio la nouvelle. RESILIENCIA porfió su vocación a la desgracia ganándole la partida. Le torció la intención al destino buscando a profesores que llamaron locura a su obstinación, la que sostiene encendida e inalterable su obra, en la elipsis del tiempo.

EL HOMBRE DEL TRAJE A CUADROS DE DIEZ COLORES QUE LLEGÓ EN LA CARROZA DE LOS DÍAS PATRIOS Escrita entre 1978 y 1983, esta obra nos muestra en acción al narrador, mientras elige, ordena, distribuye sus materiales, y se apega a su idea, durante el forcejeo de la invención. Kuraiem incursiona en el género lírico y en el dramático, prácticamente cada uno de los breves capítulos son verdaderas escenas teatrales. Desde el título, desafiantemente extenso, la obra ya aparece como yuxtapositiva, complementada y descriptivamente generosa. Esta novela impacta por la vigencia de sus contenidos, mostrándonos secuencias de este presente problemático en donde todos los poderes están enfrentados, con sus divisiones, sus resentimientos y sus odios. En los macizos Cuadros del Agasajo vuelven a escucharse expresiones como “los de arriba y los de abajo” y la Casa Negra, que no es menos siniestra que la Casa Rosada, que ya desde sus orígenes lució una pintura teñida de sangre. Hay frecuentaciones al “balcón” y uniformes y jerarquías, y comerciantes y Consejeros, y no falta el General Plenipotente (que nos transporta a la Guerra de Secesión de los EEUU), ni los golpes, las luchas de ascensos, la “leña”, el aniquilamiento. Mister Black es una máscara de la opresión, Oligarzo, Despotín y Monseñor Papirillo son un acto de justicia poética, servidores del poder, puestos en evidencia por la pluma despiadada de Kuraiem que se toma revancha desde la palabra. La reacción del poder es borrar la historia de Solista, silenciarlo, prohibir su nombre, que ni los carteles queden como recuerdo. La narración está enriquecida por un excelente manejo del léxico y por una hábil capacidad perifrástica que sustituye la metáfora tradicional, como en el caso de la descripción de Los próceres. Hay asimismo pensamientos de hondura y trascendencia universal.

EL POETA SALIÓ A PELEAR LA REALIDAD Entre los días 2, 3 y 4 de abril de 1982, escribe con toda la sangre revuelta, bajo el fuego de dos bandos estos poemas alegóricos, emblemáticos, con el estilo implacable que esgrime en sus versos. El poeta abre la realidad observada desde ciertos ángulos de riesgo de la conciencia, pero no retrocede y su valor aumenta: “... y veo con los ojos de mi tiempo”, “esta guerra es una llaga/ que hay un invasor que invade adentro / y otro invade desde afuera...” Bajo el título Que los tengo a mis pies, Kuraiem escucha y traduce el ultrasonido del peligro, y nos deja conteniendo la respiración mientras perfora los bordes oscuros de ese tiempo: “¿Qué viven probándose los zapatos de los demás? / ¿Qué todos los números son de ellos?/ ¿Qué se prueban mis zapatos?/ ¿Qué pisan la tierra que piso?/ ¡Que los piso!”. Contrariamente a otros poetas, Carlos Kuraiem propone el diálogo en la cultura, en el arte, en la literatura y, en particular, en la poesía, y muestra la realidad, su realidad, para depositarla en el espacio del intercambio, y también la “pelea”, que descontextualizada de la cruenta Guerra de Malvinas, manifiesta en el impecable verso “el poeta salió a pelear la realidad”. Kuraiem  ve “con los ojos de su tiempo”. En él no hay reveses, su discurso es frontal y sincero y, a veces, arriesgado: “que los poetas en esta tierra/ mueren apenas nacen”.

OLVIDO es el poema que marca la impronta en el film Rutz. Kuraiem solo, libre, melancólico, pone la voz y declara: “Mi país es de otros/ no le pertenezco.”

AL ESCRIBIR EL HILO DE ARIADNA, confesó: “En un instante perdí guitarra, amigo y amor”. Utilizó su inteligencia mordaz, su vocación y sus cualidades para ubicar su potencia lírica, su hálito creativo por encima de condicionamientos y tragedias. En “¡Ay Carlos!”, sorprende el nivel de cita y la originalidad de la enunciación. Real, irrefutable, duro, doloroso, audaz, evocativo, atrapante, equilibrado, honesto…y sin puntos. TRADUCIDO AL ITALIANO  se aprecia una nueva sonoridad para la palabra y la música de las palabras de Carlos  Kuraiem,  en un idioma bellísimo, altamente sonoro y alegre, pese a lo que diga. Pudo ser este libro de Kuraiem, un poemario persa o hindú, o quizás, pudo estar compuesto para haber sido acompañado con el sonido de los crótalos  árabes, o ser parte  del Cancionero de Juan de la Encina, o de los Madrigales del Marqués de Santillana,  o  estar incluido entre los audaces versos del Arcipreste de Hita. Tal vez pudo ser un cuestionamiento del romancero eterno, o un decidido planteo romántico.  Por qué no una manifestación de las vanguardias… Quizás pudieron movilizar estos sentimientos los versos homéricos o acompañar en su viaje a Dante por el Infierno, probablemente con esta misma pasión se escribió la Canción desesperada de Neruda.

KURAIEM, EL GUITAR PLAYER se alza en la destreza de un furioso bluesmaster que mantiene su toque impecable en la progresión de acordes, en la invención de conversaciones rítmicas, en el timbre de su voz que se instala en un ámbito de fuerte ligazón emocional y sus letras que tienen todo el peso de lo cotidiano y real. La serie musical conformada por I am blues, Guitar solo y Crazy horse (off-key blues) es demoledora al oído, una inconfundible fusión de blues, jazz y flamenco con pasajes clásicos y metálicos. Sus canciones están reunidas en los discos I Am Blues, Folk Fusion Lyrics y The bridge. En sus inicios, al solo acompañamiento de su guitarra, cantó en teatros su legendary song libertaria, donde combina balada, rock, beat, el country, folk y la milonga como géneros transitivos. El cambio entre las partes está acompañado por un cambio en el estilo musical y junto con él, con otros parámetros como velocidad, métrica, rítmica y carácter. Este punto está también influenciado por el texto original. Introducción: comienzo de la obra como lamento, rock, balada: momento reflexivo  y calmo (en el final, con liberación) rock and roll: momento revolucionario repentino, “se dice “¡basta!”.

LA POESÍA es inherente a Carlos Kuraiem y tan ineludible como la realidad misma. SU ESCRITURA, un delicado universo de simple apariencia y compleja construcción. SUS IMÁGENES casi imposibles. DESARROLLÓ UNA ORIGINAL capacidad para trasgredir el lenguaje y penetrar las armaduras de la indiferencia. 

LA RAMA INQUEBRANTABLE “Su poema para la eternidad”, lo escribió a los 28 años, pulseando el reto con un poeta amigo. Que cada uno descifre el mensaje de la dedicatoria, lo cierto es que su nombre, que no se dice, está escrito en las líneas de la vida.

EL CANTO DEL GALLO ROJO Un grito contra toda forma cotidiana de opresión. No intenta quedar bien con nadie. Ni la escuela -último pilar del viejo estado- se salva. Sin embargo hay un gesto de ternura. Lenguaje coloquial pero no chabacano. Cuidado. Formas propias de la intriga que pueden chocar contra la poesía entendida como arte del silencio. Hay una vuelta a la vieja costumbre de contar. Es un desafío que intenta apresar en el fluir de la acción la maravilla de las percepciones y los movimientos interiores del lenguaje involucrados estrechamente con el pensar lo cotidiano. Busca la complicidad, la solidaridad del lector no de forma pasiva sino  desde el nivel de las expresiones y no simplemente del contenido.

RETRATO DEL POETA: “Kuraiem, gitano y negro,  anda,  y túnicas amplias caminan con él. Terrible boca su amor. Gitano avieso, con mucho de mujer.  Estará siempre lejos de los hielos, la rúbrica, la estética sin tiempo ni lugar -a veces se agita un pobre viejo en él-. Es sol quemando inopias, simiente de oscuro corazón.”

LOS AMIGOS atribuyen a Las Lomas  el don de su honda visión de las almas humanas y la habilidad para ordenar las constelaciones a su antojo, pero su espíritu solitario y su magnetismo tienen otras génesis. 

SU GUITARRA la ciruela encantadora con cuerdas entorchadas, se la robaron cuando iba a un ensayo, después de dispararle dos tiros que no acertaron.

KURAIEM dice: “Nací en un hogar sin libros ni guitarra.” 
SU PADRE, Alfredo Kraeme, un obrero que tendía cables de teléfono. SU MADRE, Eufemia Surace, una calabresa a la que le gustaba andar descalza por la casa, le contaba historias y entonaba canzonettas con su dulce voz.

LOS “KURAIEM”. Adoptó el nombre “Kuraiem”, rescatando su apellido original que sufrió las deformaciones de Kreiem y Kraeme en los distintos registros oficiales. Sabía de la existencia de familiares en Brasil que lo conservaron, a diferencia de su abuelo árabe, quien con su abuela Nazza Abud se radicó en Santiago del Estero. Una antigua fotografía habla del carácter de ese hombre que andaba con revólver a la cintura y atendía “La Media Luna”, su almacén de Ramos Generales, y que pidió dar la última pitada a su cigarro antes de morir. De él se cuenta que mientras apostaba a los caballos, mandó quemar la forrajería para cobrar el seguro, y que dejó a su nieto la herencia de un carisma que se impone provocando la antinomia de ser el “gorrión de lesbia” para unos o el “árabe maldito” para otros.

DE LAUDES Y MISTOLES. En él está la vibración de una rodaja de luna sobre las cañas. El poeta se muestra solitario y melancólico en una primavera que no parecía prometedora. Todavía lo apesadumbraba la muerte de su padre, se consiguió una libreta de almacenero de lomo grueso,  con tapa negra y brillosa, que cabía en un bolsillo y no se separó de ella. Leía y escribía todo el tiempo, ahí volcó los versos que componen este libro  donde roza casi el canto original de la memoria. El extenso poema que le da el título lo escribió de un solo impulso y recorre un periplo franco, preciso y sentido de sus antepasados y su familia primera: Tilo, Emilia, Rosa, Romelia, Lucy, Cadio, Cristina “La pelada”. En un lenguaje capaz de restituir el peso de la presencia, la Obra poética de Carlos Kuraiem opone a las tropas virtuales su mano, su gesto y una sombra que se proyecta sobre la realidad y la ilumina. A lo largo de toda su evolución, su poesía es una muestra de profundidad reflexiva, sin mecanismos efectistas, poesía que no saca los pies de la tierra, visualización de los juegos cotidianos que conducen al des-cubrimiento de la geografía humana, su abnegación y sus dolores tan profundos como antiguos. Replegado sobre  sí, en De Laúdes y Mistoles, aumenta la densidad de la sangre. Pero el poeta mira, no puede dejar de mirar, y sigue la huella. Kuraiem detecta el fluido aromatizado que deforma el presente, contamina el futuro, impone la creencia de “lo inevitable” y prevenido confiesa: “Nada ni nadie/ me sacará / de esta soledad buscada/ con la vana promesa/ de cumplir uno solo/ de mis sueños/…”. Poesía de quien sabe habitar el silencio, la Obra poética de Carlos Kuraiem es un acontecimiento del que se nutren los sentidos y se revitaliza el pensamiento, no ante la imagen conspicua de “la verdad” sino ante la provocación de lo que está siendo verdadero. 

LA MADRE, LA LOCURA, EL HERPES, LA MUERTE La locura de sus hermanas, Rosa y Mabel, se agudiza tras la muerte del padre. Desatendida la madre, enferma de herpes y pasa a su cuidado hasta que un día se escapa, tropieza en la calle y a los pocos días muere.

OTRA PÉRDIDA Alejo, el hijo que murió antes de nacer.

LA CANCIÓN DEL BORRACHO La estoica soledad del personaje que no precisa de ningún auditorio para contar su historia. De hecho, ya la contó mucho antes de que apareciera el supuesto público. Son  poemas que sugieren un mundo real y potente. En una carta al autor se define el impacto de esta obra. “Querido Carlos: Hermosísima La Canción del Borracho. Hacía mucho tiempo que sólo leía novelas o cuentos y me devolviste el encanto por esa muchacha bien torneada. Más allá del tema o más acá, no sé, me zambulliste en la forma, ese ritmo tan particular que tenés para hilvanar e ir contando o cantando o entonando. Uno se mete de cabeza en la intimidad de su propia desolación, en un clima que hace aparecer escenografías de la nada, piecitas del Once, olores, sillas desvencijadas, sacos oscuros y mugrosos. Y, sin embargo, la belleza, las ganas de que los números sigan para seguir leyendo...”   

LA ORIGINALIDAD tal vez no sólo resida en la particular manera de calibrar la guitarra y la voz sino fundamentalmente en la asociación que hace de la poesía y la música. En este sentido su recorrido se orienta hacia el acervo popular de la poesía, la música y el arte.

PRESENCIA Auténtico, expansivo, insoportable, fascinante, por donde pisa siembra una estremecida y comunitaria emoción. EN ESTA EFERVESCENCIA constante se afirma su trayectoria, se gesta y crece el Kuraiem que disuelve ideologías. UN AUTOR que escribió siempre al fragor de las circunstancias que relata.

LA VIDA DEVALUADA Una obra de tono audaz y develador, sumamente original por su estructura y profundamente significativa. Al tiempo que va exhibiendo la historia personal de su autor, con pinceladas a veces muy vivas y otras más difusas, ingresa en el significado  y en el valor y mérito de la palabra, del poema, de la poesía /canto que parecen ser en él una unidad. Kuraiem allí, en la altura de la palabra poética sin los artilugios del lenguaje, poesía pura que todo lo redime, que todo lo sublima, que todo lo incorpora como energía nueva.
Son muy interesantes las diferencias de extensión de cada capítulo de esta nouvelle y encierran una razón que constituye un desafío a desentrañar en futuras lecturas. En efecto poetiza, describe, narra. Las piezas componen un conjunto distinto y tan real... Es una trampa que atrae como un abismo. Es naturalmente convocante. La novela es ÉL mismo, es Carlos Kuraiem, aunque no hubiera aparecido un solo YO. 
Celebremos su camino de salvación, que ha sido de protección y lucha, a través de la palabra. 





La vida devaluada
nouvelle


Carlos Kuraiem
Buenos Aires, 1956
Poeta, Escritor, Músico (compositor, guitarrista y songster)



La vida devaluada

La vida devaluada, el ladrido silenciado de Muelques, Pablo y su repentina soledad, los que excluyen la poesía, la desaparición de Mabel, Nazareno al que la religión volvió loco, el ronroneo de la gata que se fue, y mi guitar blues que mece a Gretchen como un huracán en un paisaje ausente de trenes, sin negros en la estación ni campos de algodón, contra los afinados del mundo… 
La realidad cojea en la pierna de Don Ernesto.





Extranjero 

Atravieso la historia con el aliento de quien recién llega y mira las cosas de una manera nueva. La lluvia es un film sonoro.




Recluso

Desde la terraza divisé la cúpula de Don Bosco. Antenas, chimeneas, tendederos, zapatillas colgadas de los cables. La obra en construcción, el Tanque de Boca,  ventanas encendidas, luna, ladridos. El Lungo, mi vecino bruto, se balancea. El campamento del circo. La difusa arboleda. Olor a zanja, grillos, mi medio pan. Voces.  Vi estrellas. Un fuerte dolor en la rodilla me inmovilizó la pierna. Mi papá, que reparaba las rajaduras del techo con alquitrán, soltó la lata y el pincel embreado y, sujetándome con su brazo, me bajó por la escalera empinada y enclenque hasta el vaciadero del patio. Mamá cocinaba, gritó mi nombre asustada y, delantal en mano, corrió. Al otro día, me internaron en un hospital, donde me tuvieron recluso más de un año y sufrí insólitas crueldades por parte de los curas. Una vez, llegó al lugar un grupo de jóvenes que recorrían Hogares llevando distracción a los enfermos. Uno de ellos traía una guitarra criolla, que yo le pedí y él dejó en mis manos. Apenas se fueron los visitantes, el Hermano Ángel pasó recolectando los regalos. Yo resistí abrazado al instrumento. “¡Soltala, Gitano!”, gritó el religioso y en el forcejeo tiró de la guitarra con tanta furia que la golpeó y le abrió la caja. Juré vengarme algún día. Después me llevaría de carnada a recorrer los chalets de las familias pudientes de Ramos Mejía, para conseguir buenas donaciones, en la rueda del té. Recuerdo el loquero por Luján, a la Señorita Graciela y a los compañeros que venían a verme, al Padre Benito que me obligó a tomar la comunión convencido de que así me iba a reformar, a los médicos que deliberaban alrededor de un enorme quiste. Mi padre que se había negado a mi encierro estaba ausente, mis hermanas borrosas entre mi mamá y mis tías llegaban con paquetes de refrigerios y los ojos clavados en mi inocencia, la muela picada me hacía retorcer por las noches. Salidas en camioneta al mercado, jaulas de verdura para abastecer. Aire, cielo, ruidos, música, aeroplanos sobrevolando mi claustro. Recuperado de la operación en mi pierna, trepé los alambrados, el castaño testigo, la torre del campanario, comí los kakis prohibidos de la China y me castigaron con Fe. Una mañana, de tanto extrañar el barrio, me escabullí, me fugué con el piyama puesto. Pasé despacio junto a los convalecientes que dormían: Samaniego el rengo con muleta y Hugo que tenía la mitad de su cuerpo paralizado por una bala. En un rato más estarían todos tomando el mate cocido con leche. Bajé las escaleras de mármol, llegué a la entrada sin ser advertido. Por el frío de las baldosas me di cuenta de que estaba descalzo. Pensé en el Mono, Gallareta, la Tetona, Dientudo, el almacén de la Sorda, Pomelo, Conejo, el Gallego, Huevo, un tal Montaña y el Orejón. A través de la puerta vidriada vi a un guardia de seguridad, el jardín, los perros y la vereda desolada. Se me cruzó la sala de cirugía y cinco encapuchados de negro presionando con sus manos la máscara colocada sobre mi cara intentando dormirme con la anestesia mientras yo lanzaba patadas. Me escondí detrás de unas macetas gigantes, la silueta de una sombra se deslizó por el pasillo hacia el ascensor. Tomé impulso, crucé la puerta y corrí sin parar hasta la reja. La trepé y salté del otro lado. Oí la alarma del hospital dando aviso de mi escape. Al llegar al cruce de vías pedí unas monedas al guardabarrera para viajar. El colectivo iba repleto. Yo era un niño acurrucado entre la gente que se dirigía a sus trabajos. Brazos colgando del pasamano. Algunos leyendo el diario de parado. Bolsos, sombreros, llaves, sacos, radios, zapatos. Perdido lloré. Algunas voces me consolaron. Pusieron billetes, monedas, vueltos, en mi mano. “San Martín y Mosconi”, gritó el chofer. Alentado por todos, salté desde el estribo. Reconocí la farmacia de la esquina y caminé buscando mi casa entre el pasto crecido y el flojo dintel. Mirada desde aquel hospital la vida daba pánico.




Me contradigo

El desmantelado cuarto donde me siento a escribir. Hogar sin libros ni guitarra,  tardes de fuego. Ilustración. Mi vida sostiene su armonía en nada. Mi madre, lo cruel que fui con ella. Extrañado. Perdido. Me quebré. Aprendí. Fraterno. Me salvé. Cobré lo que no era mío. Cirujié. Un tango me alegró. Mudo, indiferente, me afirmo y contrapongo. Desprecio las armaduras. Aún escucho a Rosa pedaleando en su máquina de coser y las burlas de Vito el funebrero. Tiemblo. Me despejo. Me avergüenzo insondable. Discuto. Intrigo. Desbordo. Toco la belleza. Rocé el conocimiento. Caí. Rodé. No vuelvo. Me contradigo y escribo a pesar de todo.





El mirador del fuego

Tendré que subir y bajar tantas veces como sea necesario. Medir la inclemencia de una copa a otra de cada árbol; de una frente a otra de cada hombre. A ras del suelo, salir a caminar, ganarme el día, pero, ¿dónde?, ¿cómo? Tendré que estar a la altura de las estrellas, trenzar la luz en cada mirada y tirar la línea lejos. En medio de la guerra, suelto un tierno mugido por Alejo. Deambulo por una tierra sembrada de tachuelas, que puede ser cualquier país del mundo. Parece fácil ver cómo se va formando la mañana, pero ¿cómo se hace una mañana? ¿De cuántos disímiles sonidos se crea el canto? ¿Qué Dios o Demonio con cara de cerdo nos gobierna? ¿Quién lo puso ahí para nuestro castigo? ¿Quién lo sentó a la mesa a comerse a nuestros hijos? Algo, no sé bien qué ni quién, quiso que mis ojos se entristecieran. Estoy poseído, arreo en mi fuego el dolor de todos.




Entre maderas y diamantes

Bajo las cenizas resiste el fuego. La poesía me elije entre todos. De puro animal gimo un sueño que no se vende, una canción que nadie compra. Tengo el corazón y mis zapatos. Dejo que el mundo me asombre, que ella me desvista insaciable sin interrumpir el devenir. Escalo un pie, beso una mano, toco un rostro. Yo, herido entre maderas y diamantes, los abrazo con mi airada melancolía. Nada más necesito. Yo con mi voz chillona que me delata, ELLA con su susurro imperceptible acariciando las sílabas que me nombran. Sueltos, tocándonos. Juntos a veces, separados otras. Descubro mi perfil y soporto a cada paso las embestidas de los hombres yermos.  





Un hombre de silencios se envuelve en palabras

Rompo el cristal, desalojo las palabras de su lecho cálido y seguro y las llevo a mi terreno donde sé usarlas hasta aturdir. Después callo. Recuesto mi espina en el sol de una pared. Cabizbajo espero. Leo, miro, escribo, río. Hay un mundo en mí que rueda hacia todos. Soplo, tomo aliento. Con tono fuerte construyo un ejército invencible. Avanzo entretenido con mi canto descarnado y amoroso. Vibrante guitarrear. Apuesto. Armo historias carcelarias, hogareñas, barriales, purísimas y crueles de amor inaferrable. Yo escribo desde el desdén de una humanidad que me cachetea y me condena cuando intento decirle un piropo, darle un beso o simplemente abrazarla.





La mirada, la  sangre, las palabras

Cruzo la fábrica de remaches, zigzagueo por el íntimo jardín de Enriqueta, cavilo en la cocina donde lloraba la Alemana, salto el tenso tejido y entro en el galpón embrujado. “Este se quebró la rodilla jugando al fútbol y empezó a escribir”. Ella pasó toda su infancia atacada por el asma que la persigue de por vida. Andrés, al que le regalé Las Rubaiyatas y vislumbró el destino. Ricardo, hijo único de padres extranjeros que no conocieron los libros. Leonardo, que vivió en una villa y escribía una novela. Omar, siempre malhumorado, de palabras duras y manos de tornero. José, pescador de bajura y maître d'hôtel. Susana, el amor por las letras y su inconsolable pena. Centelleos. Murió la belleza de María. Yo paso ocultando en la manga de mi túnica, el alimento de todos atrapado en mi red.





La seducción de las palabras

Yo sé de la seducción que tienen las palabras y las elijo cuidadosamente en el barullo de la feria, las cargo de sentido, las trastoco, las invierto, las dejo circular libres, orgullosas y desafiantes. Nací en un mundo de versos desiguales. Discurro del lado de mi perfil más sarcástico. Esas lápidas son mi propia sombra. Las tallo para que no olviden la lección: la poesía es justiciera. Soy un espíritu carcomido. Urdo mi monólogo, tramo mi discurso desde la simulación, actúo en el espejo antes de salir a escena con mi mejor traje, ensayo el tema, el hallazgo de cada frase, el ritmo quebradizo, la magia, el clima de suspenso, quiero demoler los oídos. Yo juego a romperme en la entrega, a desarmarme. Pruebo la integridad de la poesía en cada palabra.





De la manzana de Newton a mis gravitaciones

Esta historia se gesta en el universo de la sangre y la memoria. Por lo ancho de una calle mi padre y yo y sus años de soltero en el barrio de Versalles. Dejo caer el peso de una confesión. Trueno y relámpago, mi decir y el deslumbramiento. Hablo de mi vida contemplada como un hogar ajeno. Yo visto a las palabras de mascotas para la soledad, de emboscadas para los incautos. El paisaje es hostil, el cuerpo vulnerable, quebradizo, fugaz entre las sábanas. Me siento un personaje extraño, un espíritu que gravita sobre el dolor que lo atrae. Mi padre agoniza. En su boca la noche espuma estrellas.





Cambios 

Cambio de vientos, de posición, no de ideas, cambio de caminos probados; de esas palabras que ya no me expresan. Me salgo de esta silla, de esta llave que ha extraviado  su puerta, de esta pena por otra que me duela, de este tiempo por otro más seguro. Mudo de mis dientes, de la gente y los anzuelos que me tienden. Mudo de la vida hacia la muerte, de la casa de mis padres, que aquí se quedan con mi ropa, mis muebles y mis pobres amigos. Jamás me iré del todo para mis vecinos. Mudo de estas cuatro paredes en las que todos me creían sepultado. Cambio de cajones mis poemas.



Deslizándome

Mis temas, el enamoramiento, los hijos del corazón y su leche, los desatinos del pueblo, la vecina de al lado. Mi voz, sonora e irreverente. Mi verso, brusco y desaliñado aunque carnal, atractivo y sanguíneo. Siempre deslizándome en el filo contestatario de un gesto o una palabra. Cuando no explico, seduzco, es casi inevitable escuchar mi reclamo.




Mi pie sin horizontes

Frente a lo brutal del momento, no vacilo; aunque mis imágenes partan del dolor, no lo busco ni lo justifico. Estoy cruzado por criaturas que siempre están llegando o a punto de partir, las descubro con la mirada y las sostengo en sus fantasías, maltratadas, confundidas, indefensas. Sin estar ajeno a esa realidad, tocado por el desaliento, no caigo nunca en la desesperanza. Emprendo el viaje de lo cotidiano a lo íntimo, de la piedra a la arena desasida; del río que pasa a las manos juntas, donde abrevamos.




El Chupatijera

La escopeta de Don Franco recostada a un lado de la mesa. El tufo del agujero en su pie. El hijo tartamudo dice algo. En el tubo del pasillo un mural pintoresco. Vino, mazo de cartas, insultos. El aparato a todo volumen.  Pascual que asiente y fuma. La gorda Mirta se asoma con el vestido mojado. ¿Y esas criaturas a las que él mantiene presas? Mueren de sed y hambre, abandonadas hasta el otro día y ese macho forzudo, humillado,  tratando de quebrar entre sus bíceps un palito. El Chupatijera despliega  toda la crueldad de su mente asesina delante de una platea que lo festeja, empala perros y con cables pelados picanea en su taller mecánico a las pobres criaturas que no hicieron nada, que no tienen culpa.





Una mezcla de sangre, huesos y realidades

Sin complacencias, sin amiguismos, canto lo que me hiere, amor o bolsillo. Voy uniendo. Desafío de mirarnos a la cara. Soy una mezcla de sangre, huesos y realidades. Un mal ejemplo de pureza, lo sé. No puedo dejar nada quieto, nada en el lugar en que otros lo ponen. Me trenzo, me duelo. Quiero saber más. Levantar los ojos y contemplar de arriba abajo. Estar, salir, comprobar hasta dónde soy libre. Ser feliz a propósito. Alzo mi voz bordeando el río sucio donde viven las sirenas. Entre bultos de pastos altos, cardos y estrellas, me pongo a caminar con el sueño bajo el brazo. El paisaje humano es mi compromiso. Mi voz un papel. El Poema una melodía conocida.





El puño cortado del arquero

Yo sigo escribiendo. Emotividad. Acción. Continuo cambio de escenarios. Instantes engarzados. Lugares. Las piernas de una mujer me pinzan. Secuencias. Unos brillan amables, otros, sombríos o cómicos. Enfrentamientos. Yo, el protagonista inquieto, viajero, camuflado en las hojas de un libro. Mi niñez feliz y lastimada. Mi desencuentro en la escuela.  La vez que me descubrieron infraganti. Desnudo. El primer trabajo mal pago. La vida devaluada y el puño cortado del arquero. Desde ese día, ELLA y yo, carne y fuego, y el largo beso que nos damos. Yo sirviéndome de la mesa solitariamente. Mis cortinas de hilo peruano y el rollo del fotógrafo esotérico. Desparramo mi mundo. Sostengo mi andar desprevenido, alucinado.  Yo, Carlos, apenas llegué a descubrir algunos pasajes de este laberinto enmarañado donde practico ser bueno. Erguido, me aventuré en el sueño y la sangre, me perdí para siempre. Toda vida en su interior contiene un poema, un diario y un cuento.




Recortes

En este lugar donde las piedras son el camino, canto. 
Una pala ancha como un corazón se arrastra por el piso. José maldice el dinero, se entrega al trabajo por un vino y sueña morir al pie de su montaña. Las cañas siguen creciendo bajo el cielo, otros ladrilleros son enterrados en una huella y por encima pasan carretas cargadas de piedras. Tiempo de fogaratas, mucho antes de que mi amigo Popey me llevara a trabajar en la fundición de vidrio y de que Doña Blanca llorara a sus hijos muertos. 
Uno está solo cuando se queda sin canto y el camino pasa a su lado y no lo lleva.
Música es el beso de mi madre, la tintorería de Lorenzo, mi tío Armando a quien perseguían los espíritus y le gustaba bromear; el gesto de Don Romero, el canto del gallo rojo, el carro de Blas entrando de culata y el grito brutal que ordena, Panga y el camión de los repartos, la calle Perú donde nací, la hermana del turco que murió quemada y las luces del Arca que marean. 




Estar conmigo

Me queda estar conmigo en total desacuerdo o en armonía de guitarra afinada con el canto de los pájaros. Los caminos que nunca pisé, los poemas que escribí y no mostré, los que rompí, los que ahora voy rumiando. Me queda un buen recuerdo, para qué más. Las veces que me repetí, los días que quemé en un descampado. Los hijos de un amor, los amigos. Evito largos discursos que estropean la voz. Estoy en los libros donde me pueden encontrar a cualquier hora.




Escucho la música de la materia y el sueño

Yo, el de la abultada cabellera y los numerosos recursos, convivo bajo mi techo. Absurdo sentencio, fabulo alegórico, bíblico, escribo cartas, contesto. Amante del envase y el contenido, investigador y coleccionista del rico abecedario, rindo culto en los antros del lenguaje. Indago. Mi historia es un cigarrillo que se prende con el pucho que otro está por apagar. Procesión colorida, vicio, adoración de imágenes. Me perdonarán la vida, después de muerto. Excéntrico, hermético, concreto, surrealista, prosaico, raro, novelesco, lleno de escondrijos, de infinitas puntas, suspendido y rancio. Un día me palpo y estoy hablando con espectros. La despensa de Cata, el reparto de Ardilla, la carpa de los gitanos, el médico que me inventó un dedo, el equipo de Don Ocampo y yo jugando solo de wing izquierdo. Soy un engranaje trabado, casi perfecto. Todos miran como diciendo y se esfuman en el peor de los desiertos. Ironías, risas, nunca un final feliz. Escucho la música de la materia y el sueño. Me bajo, abandono a tiempo. Los paisajes, los plafones, los decorados de esta vida devaluada se tiñen de alucinación y fantasía. Todos desfilan con un gesto de pesarosa incertidumbre. Tal vez no se escribe porque pasan cosas, sino para que empiecen a pasar.




Yo, tan silvestre me deshojo en tus manos

Soy pura expresión. Inocente. Irónico. Juego. Descubro. Pongo de manifiesto algo que era secreto. Un estado de confusión y complicidad envuelve al mundo. Me asfixia.  Yo, tan silvestre me deshojo en tus manos. Descifro los sonidos. Palabras. Penumbra del lenguaje subterráneo. Vivo en este estado en el que me encuentro. Un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas. Me tensiono. Provoco. Me contengo. Espero la reacción del otro. Me deslizo travieso, curioso. Perturbo. Desfilan otros personajes raros. Los japoneses de la plantación de frutillas y su jugoso bistec. La del lunar que le afeaba la cara y el trágico final, el acordeón de Banko, la viuda que hacía de las suyas y Mario que atropella con su camión. Me enamoro. La luna me pone su perfil triste. Extiendo mi brazo.  La envuelvo en mi palma y me la llevo. Magistral lección para mi pecho. Soy  un nombre, un símbolo, una ansiedad. Surjo. Me agito. Me expongo a las amenazas de las criaturas destructivas y voraces, y conozco los círculos de los castigados: la prepotencia de Salvador, la vileza de "Bolita" en el taller de encolado, la curandera que se quedó con el anillo de mi padre,  el aguijón de Don Emilio, la mordida del perro de la carbonera, la lengua de Aida, el odio de las bibliotecarias y, en la escuela de música el resentimiento de Santos. Soy una compañía, un niño movedizo. Mi aspecto es desaliñado. Mi filosofía, la ingenuidad. Astuto, dependo, sobrevivo. Sé que el lugar más seguro es mi imaginación.




Reparto mis pedazos

Mi camisa leñadora que ella remendó, mi perro Sultán, mi hacha, mi rifle. Un día que nunca usé. La calle, una escuela para ingenuos.  Las veces que robé y no me vieron, las que caí solito.  El  1º C, un frasco de cucarachas. Mis tías calabresas, un enjambre de avispas africanas. Fui un ciego. No fui soldado ni profesor. Los mil golpes por hora que di en el balancín de Rubén. Las mentiras que dije, el amigo que perdí, el libro que no volví a leer. El tordo azabache, el cardenal que solté ayer como tu vida. Minga, Gina, Gloria, Yoli, Elsa, Nilda, Mirta, Beta y Hugo, Horacio, Aurelio, José, Néstor y Daniel. Una pirámide de sueños y despojos. La navaja de Godoy, los días que comí solo. El pesebre de Miguel... Su banco de carpintero era el camino hacia Belén. La última vez que vi a mi padre, olor de ramas recién cortadas. Mis hermanas, su locura que ahora me salpica. Mi madre sofocándose. Mi guitarra, mi uñero de carey. Horas irrepetibles, rimero de versos. Reparto mis pedazos: la alegría del tiempo, la tristeza del mundo, la espada legendaria de Excalibur, las Mil y Una Noches, las hojas de Whitman, el alfabeto fenicio, el río Amazonas y otras miniaturas. Mis hijos en el brillo de mis ojos y en mi voz firme y clara. Despejo negros nubarrones y cierro el paraguas seguro de mis manos.




Respiro de este aire hasta el límite

Escribo sobre un enorme territorio de palabras franjeado por un largo poema. Mis ideas en rojo y negro. La vida cruje, mientras la muerte es un FAL apuntando a la cabeza de todos. Miro increpante. Bultos o cuerpos luchan y sufren, asentados, derritiéndose otra noche más en su cubil. Estalla la luz por los resquicios. Esos ojos preguntan el porqué de tanto odio. Intervengo, digo por mi cuenta sentencias y presagios. Yo que rechacé un trabajo seguro. Y hay más. Lo marginal está ahí, en ese punto de inflexión. Rapiño y devoro el hígado de esta sociedad despiadada. Su estandarte es el abandono, y su ley, la tierra y la propiedad. Juego a encestar monedas en el sombrero volteado de San Martín. Yo, el oscuro, el converso. Yo, inexorable, respiro de este aire hasta el límite de cada vida que imprimo.




Ventura

Mis largas tribulaciones. Mi palabra ligada al clan. Mis diálogos agudos y tendenciosos. Mis suspicacias. Mi venganza. Mis juegos de seducción y engaño. Mis andanzas. Aturdido entre el sueño y el recuerdo, escribo, corrijo, leo ocasionalmente en voz alta mi vida. Amo el desafío. Me alejo, a pie como siempre.  Insospechado. Lógico. Complejo. Inexpugnable a las heridas. Solo me aventuré a estas orillas. Corto los candados y libero a la joven prisionera. Mi médula expuesta. Mis emociones. Mi oscuridad. Mi final iluminado. 







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