domingo, 5 de diciembre de 2010

2302.- DAVOR ŠALAT


Davor Šalat nació en Dubrovnik. CROACIA, en el aňo 1968, pero siempre ha vivido en Zagreb. Estudió literatura comparada, español y literatura en la Facultad de Filosofía y Letras en Zagreb. Trabaja en la Radio Croata como periodista. Publicó estas antologías poéticas: Unutarnji dodir (Roce interno, 1992), Sanjarije krhkoga sunca (Los sueños del frágil sol, 2002), Košulja tišine (La camisa del silencio, 2002), Uspavanka pod pepelom (Canción de cuna bajo la ceniza, 2006), Murmullo sobre el asfalto (con Lana Derkač, editado en México, 2008), La explicación del invierno (Tumačenje zime, 2009). Entre los libros de críticas literarias y ensayos destacamos Odgođena šutnja (El silencio postergado, 2007). Tradujo la poesía de Juan Ramón Jiménez Vječnosti (Eternidades, 1999). Ha sido el ganador de varios premios literarios. Es miembro de la Sociedad de Escritores Croatas, de la Sociedad de Periodistas y el redactor en jefe de la revista The Bridge/Most. (El Puente). Colabora con varias revistas literarias, participó en diferentes festivales literarios. Sus poemas han sido traducidos al español, inglés y lituano.


Traducción de Željka Lovrenčić
Corrección de estilo: Lucila Rajković




abro la ventana
y aquello que era vidrio
se vuelve luz

las cortinas se esparcen
en la blancura de las paredes
y grandes anillos de sombras
desaparecen en los rincones

nada más se revela
y puedo sólo presentir
mis manos entrelazadas
detrás del lienzo tembloroso

las torcidas paredes inundan el espacio
y las manchas que quedaron detrás de las cosas
lentamente se disuelven en lo inmóvil



* * *


el cuaderno se vuelve a las manos
y se mete bajo el lápiz.
todo es silencioso
como si escribieras
letras ya escritas.

las manos se escapan del sol de la ventana
y en un momento logran apuntar lo olvidado.
las imágenes no se repiten
y las palabras quedan de una
más ligeras que la luz.


* * *


en la descuidada mesa
otra vez pescado y flores
y ninguna lluvia
en la ventana
sólo algunos toques
para palpar el reflejo
de las nubes en la pared
y algunas palabras
que tranquilizan la lejana
tronamenta
pájaros imaginarios
llevaron las migajas recogidas del suelo
y todo se calmó lentamente
con velas apagadas


* * *


¿de quién es el tiempo que
murmuran las agujas del reloj?

¿ qué reloj
mide lo inmedible?

¿las palabras apagadas
se hunden en el mutismo?

invitadas en sí mismas
¿al oído de quién aún hablan?


* * *


se meció la lámpara,
la flauta se enojó.
la noche desnuda las manos.

si el cuerpo cambia de ropa
será la luz lunar,
si los pies se desnudan
resbalaremos a nuestro lado.

se meció la lámpara,
la oscuridad nos quiebra los vidrios.
cuando empezamos a hablar
somos cueva sin resonancia.



* * *


La luz se derrama por sus mejillas. Anciano dorado. Las manos en movimiento inconciente, rompen el aire estremecido. Los recuerdos arrugan su rostro, sus ojos son agudo espejo de amigos perdidos. Es eterno y cada vez más frágil, lo raptó el tiempo enceguecido. Se empuja hacia la muerte, no… la luz recuerda su frente endurecida por el crepúsculo.


* * *


se cambian las máscaras del verano,
detrás de las peñas
las cosas saltan con nombres imaginarios.
arañarían el cielo
para bajar a sí mismas,
pero a nuestra vista
se derriten bajo el sol amenazante.

la playa se encadena
con pasos en vano,
todos estamos aquí para superar
las piedras, y para que el mar nos sepulte.
el manojo de silencio no es el camino
a la oleada eternidad,
es verano, y sólo el verano del otro lado
nos salva del círculo.



* * *


el interior de la castaña se entregó
al paladar agradable,
cubrió todos los sabores supuestos.
la hambre está cansada de la abundancia,
el otoño se festeja
en el derroche de follaje.

¿dónde estaba el hombre?
ahora la tierra es seca
y rotos los árboles
que caen a través de desierto.

y el irreal
se oscurece en los castaños,
por el sabor pregunta a la garganta
que no ha tragado,
en sí aprieta la mecha
que se apagó en la niebla.



* * *


Todo lo que no es la noche es demasiado diminuto para nuestra ciudad. Apenas somos perceptibles, pero cuando se apagan las lámparas, nuestros corazones huyen por las praderas. Y nuestros ojos son estrellas que nos enseñan a pensar: revolverlo todo para escapar del revés. Las palmas son apenas el comienzo de la noche. Regresamos a la ciudad sin casas, casi triturados en el universo.


* * *


Ciudad marginal. Resto de ojos negros que soñaron cúpulas en las nubes. ¿Inclinarme bajo estas casas que se derrumban y curar el revoque que se desmorona en los pulmones demasiado rápidos? ¿Qué música puede unir estos vidrios quebrados? En verdad, no somos nosotros los que caminamos, astillas solas se separan por las calles. Pero, la ciudad se construye en nosotros, humilla las miradas avaras. Nosotros somos sólo el idioma con el que empezará a hablar sobre los pájaros.


* * *

El perro es la noche que ladra. El silencio no advierte a los que escuchan. Siempre el oído se inclina hacia los claros gritos del universo. Todo lo esencial en esa lengua que no presiente el sentido de su ladrido.


* * *


Los labios tiemblan de incapacidad. El universo les toca por las mucosas, no, no puedo agarrar ni una sílaba de la oscuridad original. Que no es traducible a la palabra, quizá apenas a la música. Los dientes mastican el silencio, muerden el velo de la oscuridad. Si la boca es más adecuada a la oscuridad, hay cada vez más estrellas interiores, ojos rápidos que observan las que vienen. Pero, a esta puerta mucosa ya nadie vivo toca, a través de esa ventana ven sólo los muertos. Las flores que recogemos tras de los vidrios son mortíferas. Las olas nocturnas nos proponen que vayamos con ellas, en la espuma sin bordes y sin murmullo.


* * *

El mar es demasiado fuerte para la piedra. Jadea más profundamente que los poros del pedernal. Las olas hacen que florezca el pensamiento en el cerebro más enredado. Iluminan los sesos con espuma inocente. El mar se enorgullece ante nuestro deletreo. Lo silabeamos lentamente, alegremente incapaces.


* * *

Es suave el sonido de esa separación. De imperceptible paso hacia el abismo. ¡Cómo tienes que separarte de la hierba más cercana y desenfrenar los tambores interiores! La desesperación se la dejaste a los árboles, tú, viajero a la voz fina que nadie escucha. Ya crece tu abismo, se alegra de tu pie cansado.


* * *


La gente creció. Las cejas les ocultan los horizontes. Conocedores de la llama cotidiana, metidos de prisa en la tribu burladora. ¡Y el hombre, qué nombre derecho! Pero, su ojo todavía anhela la luz que se va a escondidas a través de las conchas. Ojo, esa última transparencia, ese vocero sin nombre que hace su nido dentro de sí mismo.


* * *

El agua nos respira. Cuando crece, nos besamos; en nuestros labios se humedece la nueva noche. Cuando se acorta, la muerte está cerca. Los ojos hacen al corazón vidrioso y las cataratas envuelven todo lo recordado. Es el momento de la verdad: ¿qué queda de nosotros? ¿Qué espuma sobrevive la desolación?



* * *


El testigo inseguro. Serpentea entre los árboles y no sabe describir esa delgada membrana que rodea todos los pensamientos. Sin embargo habla sobre el río que le petrifica la casa, pero él queda indiferente a sus ojos y su boca. A veces se le convulsionan las mejillas, indaga los profundos centros que las mueven. Generalmente, los rostros lo cubren con hierba, pero son inexplicables, evidente clave de los conflictos nocturnos. ¿Cómo desde esta oscuridad atestiguar de las almas ahitadas que gruñen en la noche? Como que al mismo tiempo ve menos y más agudamente que los demás, pero cuando se mira en el perezoso espejo del río, lo asalta una inseguridad más grande. El perfil de la imagen está hundido en el barro, el azul de los ojos que no saben nada de lo azulado.



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