sábado, 25 de diciembre de 2010

2658.- GIORGIO BARBERI SQUAROTTI


Giorgio Barberi Squarotti nació en Turín (Italia) en 1929 y desde 1967 enseña literatura italiana en la universidad turinesa. Ha publicado innumerables libros de crítica literaria, ocupándose principalmente de Dante. Desde 1959 se dedica también al Grande Dizionario della lingua italiana de la UTET, del que es director.

Entre sus libros de poesía, pueden destacarse: La voce roca (1960), Nel tempo delle metamorfosi (1962), La declamazione onesta (1965), Finzione e dolore (1970), Labirinto d'amore (1973), Il velo (1976), Notizie della vita (1977), Il marinaio del Mar Nero e altre poesie (1978), Ritratto di intelettuale (1980), La donne delle Langhe e altri fantasmi (1980), Faust e altri errori (1983), Da Gerico (1983), Dalla bocca della balena (1986), Un altro libro (1988), In un altro regno (1990), La scena del mondo (1994), In vista del porto (1997) e Il terzo giorno (1999).




Traducciones de:
Marian Raméntol



NO LA HE VUELTO A VER

La he vuelto a ver (me parece) una tarde
de sombrío viento y nubes enrojecidas,
mientras descendía por un cerro calvo,
salpicado de piedras destrozadas, de ramas
amarillas y de cráneos. Estaba con otras mujeres
jóvenes, con largos vestidos turquesa
y verdes, los rostros jadeantes y brumosos.
¿Malograda, entonces? Oh, todavía era bella,
los ojos oscuros que siempre iluminaban
el ocaso que no tenía fin,
como si en aquel día el Dios
creador hubiera olvidado
encender las farolas y apagarlas
como al principio había establecido.
Pero en cambio estaba intacta su gracia
pura, el óvalo intacto, el paso rápido
de quien sabe dónde ir más allá de la tiniebla
vencedora, al bar dónde quizá encuentre
para esa tarde vino y ajenjo.

Barcelona, 24 de abril de 2003.







LA VIRGEN DE LA ALEGRÍA

Fue la muchacha de la alegría, cuando
jugaba con el niño y con los gorriones
y las rosas, atenta a no pincharse
con las espinas y los picos, cuando ofrecía
las migas de pan y el agua clara
en la estación que ya empezaba
a agotarse, y después de su dolor
incompartible, halló alegría
en los inviernos florecidos de nieve
y calicantos, secando la extrema
lágrima de la mujer abandonada,
y así la ayudaba al largo juego
de la esperanza para los futuros amantes
y los infinitos infantes, pretendiendo
del Hijo que ellos tuvieran un destino
sosegado, si no feliz, porque
no es posible pedirle tanto
al Padre incomprensible, sabiendo
que su sonrisa era el único don
del tiempo, que ahora se ha hecho añicos
para siempre.

Barcelona, 27 de abril de 2003.






POPULI ALBAE

Ibi populi albae, y en la cuenca
entre colinas ensortijadas y nogales negros,
altísimas, temblantes bajo el viento
celeste, y transporta sus falsas
nieves en primavera por el cielo
tenue, extravagantemente, para modelo
de fatuidad y purezas: pocos álamos
han quedado con las hojas brillantes
y luminosas, en algún rincón exiguo
del monasterio que repetía entonces
innatural el candor de lirios
y arcos y agujas y capiteles erosionados
por las tempestades del invierno como
se doblan en demasía los árboles frágiles
en el sufrimiento de las ramas desnudas.
Oh la confianza entonces en que la piedra
dure un poco más que los álamos y los ocasos
ahora rojos de esperanza, ahora oscurecidos
por diluvios, ahora se dispersan las golondrinas
y las palomas cuando se os aparecen
castas y serpientes de mar, el monje
encorvado, calvo, sacudía desconsolado
la cabeza, al final de los siglos sacros,
contemplando una vez más agujas,
la serena Virgen, el espino blanco
torturado, las populosas filas
de santos y alegorías, de cisnes y gorriones
y sarmientos de uva, espigas de trigo,
manzanas hinchadas, mazorcas de maíz:
quién conoce mejor los nombres, quién los emblemas
divinos, quién las verdades festivas
e irremediables, dolorosamente,
y acariciaba con afecto el trono
alegre de las plantas repetidas
en cada estación, adelfas, rosas,
las últimas retamas.

Barcelona, 28 de abril de 2003.






PEDRALBES

No sobre los bellos rizos morenos, sino a los pies,
como por un alegre y reverente
homenaje, la gran naranja pálida
cayó del antiguo árbol del claustro
del monasterio de Pedralbes, como
otro y mínimo sol frente
al otro fulgurado en el cielo en el cenit
de la mañana de abril. La muchacha
se inclinó a recogerla, con dulce
gratitud la acarició, dirigió
los ojos a la paz del estanque,
de las ninfeas apenas abiertas, a los jazmines
azules, al perfume de las primeras flores
cándidas y puras de los naranjos, a las rosas
encendidas, al dulce sonido de la fuente
secreta, a los muchos peces de colores
con las bocas curiosas en el transcurrir
de la brisa armoniosa, se miró
y se percató aterrorizada de que estaba desnuda.

Barcelona, 29 de abril de 2003.

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