viernes, 24 de diciembre de 2010

2646.- ADRIENNE MONNIER


Adrienne Monnier (Francia) tenía veintitrès años cuando abrió su librería en el número 7 de la rue de l'Odéon de París.
En 1917 conoce a la que será su íntima amiga, colega y cómplice literaria, la americana Sylvia Beach, con la que compartirá su vida durante diecisiete años. En 1919 Sylvia Beach abre una pequeña librería inglesa en la rue Dupuytren y pronto se instala exactamente enfrente de la librería de Adrienne Monnier, en el número 12 de la rue de l'Odéon. Las librerías gemelas "La Maison des Amis des livres" y "Shakespeare and Company" serán hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, dos magníficos y célebres salones literarios que reunirán durante más de veinte años a toda la vanguardia europea y americana. Citemos sólo algunos nombres: Gide, Valéry, Larbaud, Claudel, Gisèle Freund, André Breton, Gertrude Stein, Hemingway, George Antheil; y tantos otros, y Joyce. Joyce, cuyo "Ulysses" fue publicado por Sylvia Beach en 1922 luego de ser rechazado por todos los editores y cuya primera y admirable traducción-recreación al francés fue comenzada del otro lado de la rue de l'Odéon por Valery Larbaud.
Adrienne Monnier también dirigió una revista, Le navire d'argent, en la que publicó, con su proverbial generosidad, a todos los escritores que amaba. Fue en esa revista, por ejemplo, que Saint-Exupéry publicó su primer texto literario. Por otra parte, la excelencia literaria era para ella el único criterio de selección. Entre los amigos de la casa y colaboradores de la revista podía encontrarse a los escritores más disímiles y aun opuestos: el escéptico Paul Valéry, el contradictorio y siempre fascinante André Gide, el pagano Saint-John-Perse, el ferviente católico Paul Claudel, el revolucionario Louis Aragon, el dulcísimo Apollinaire, y hasta el lejano Alfonso Reyes, embajador de México; y así podríamos seguir hasta cubrir casi todo el espectro literario y aun musical de la época.
Adrienne Monnier nos ha dejado sus recuerdos de librera y un, desgraciadamente, pequeño volumen de poemas que, a pesar del entusiasmo que provocó en Valery Larbaud, permanece como uno de los capítulos mas desconocidos y solitarios de la poesía francesa de la primera mitad del siglo XX.

Adrienne Monnier se quitó la vida en 1955.




Como la monja antigua

A Simone Guye

Como la monja antigua
Que en sí misma encontraba
La regla, y que ponía,
Con sus hermanas, casa
Entre granja y convento,
Abrí mi Librería.
¡Pero yo Dios no tengo!
Ese nombre me hiere
Muy hondo en mis raíces,
Las ganas de vivir
Me arranca, y el vendaje
Que recubre esta llaga
Que nada nos curó.

Ciertos hermanos míos
Ejercen sobre mí un poder,
Me sosiegan sus órdenes,
Para ellos trabajo,
Y olvido así mis penas,
Y también los consuelo.

Soy yo la que conduce
Al viajero perdido,
Y me caliento al fuego
Que enciendo para él,
Uniendo a sus plegarias
Mi voz llena de noche.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán






A Paul Claudel

Tu potente plegaria viene a turbar mi sueño,
Pone sitio a mi noche con el miedo y el fuego.
A mi pesar imploro la fuerza de tu Dios,
Sé que puede ahuyentar el tropel que en mí misma
Atormenta a la hija de quienes lo sirvieron.

Me verá la mañana llorando por ser débil,
Elevando hacia el sol mis manos como hojas.
Pero ya que lo quieres, ¡oh Padre!, en esta noche
Que nos trae tu orden y en la que el ala obscura
Tiembla, te encontraré. ¡Oh, que tu exilio pueda
Contener en su seno mi tierna sumisión!
Estoy contigo, sí, bajo tu voz me inclino
Como una llama vacilante,
Digo ese nombre que es la dicha
Y la alabanza de tu boca,
Mas cuya cruz hiere mi frente.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán






A Sylvia Beach

¡Te saludo, oh mi hermana nacida allende el mar!
He aquí que mi estrella se juntó con la tuya,
No fundida en el fuego del primitivo sol,
Mas viva, exacta y nueva en su gracia extranjera,
Pródiga de tesoros que recogió en su curso.

Atenta a las promesas que en los ojos del hombre
Escribe nuestra Madre, cantaba, solitaria,
El brillo y el oriente de diamantes y perlas.
Ocultaba en mi pecho como un pájaro frágil,
La esperanza medrosa que se nutre de mieles.
Consagraba al pudor, cruzados lienzos blancos,
La conciencia naciente bautizada con llantos.
¡Gracias a ti, oh hermana, puedo escapar, ahora,
A esos tormentos, a esas miserias y pesares!
Recobro ya mis fuerzas, y si amo la Noche,
Si escruto todavía sus últimos terrores
Es para madurar la paz de un día postrero.

Ya nos ve Mediodía una frente a la otra
De pie en nuestros umbrales, al borde de la calle,
Suave río de sol que tiene en sus riberas
Nuestras dos Librerías.
Tras la labor levanta Mediodía tus manos
Y las mías, es hora de almuerzo y de silencios,
Y aviva los destellos, en las señas que hacen,
De la llama que esconden aún nuestros países.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán






He aquí que tu hijo ha crecido...

(fragmento del segundo canto del poèma Las Virtudes,
dedicado a Philiberte Monnier , su madre)


He aquí que tu hijo ha crecido, María, y que ahora te mira con ojos extraños. De él lo sabes todo, pero, ¿cómo podría él conocerte? Vete antes de que te odie. Hay que dejarlo actuar solo y que crea olvidarte, como el corazón en su pecho. Es necesario que te domine si quieres que te iguale. Déjalo crear un dios a su imagen para que conozca el gusto de la nada en la que tú no estás, y para que un día vuelva a encontrarte en el desgarramiento del alma, como tú lo hiciste en el desgarramiento de la carne. Sé una mujer entre las mujeres, funde tus palabras en el ruido de las olas, sube al cielo, Estrella de la Mar...

Nuestra Señora, Corazón de las Ciudades, de corazón siete veces atravesado, el cielo por entero te corona, el mundo palpita bajo tus pies. La Iglesia es tu pesado manto, al abrigo de sus pliegues, guardas en secreto los reproches y llevas a la perfección de la indulgencia los doctrinales de tu Hijo. Basta con que levantes tu meñique para que el infierno se aleje, la sonrisa de tus ojos transforma en luz la muerte.

La leche de María fluia en las palabras de Cristo, pero él maldijo la higuera que no daba higos, insultó a los fariseos y echó a los mercaderes del Templo. — No eran buenos ejemplos. — Tomó los pecados del mundo, pero lo cargó con su cruz.

El Hijo nos incomoda, abrazaremos su miseria, sufriremos con él, enjugaremos su rostro y con nuestras economías conservaremos para él un fuego hasta lo más obscuro de la pena. Fue al querer tocarnos que se atravesó a sí mismo, sus brazos extendidos y clavados se abren hacia nosotras, ¡Inhumanas! Seremos su humilde madre de infinito consuelo. Fingiremos obedecerle, mientras esté cansado de su reino, nos creerá sus súbditas, hará de nosotras sus virtudes, sin ver nuestras verdes profundidades.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán







James Joyce
Irlandés


¡HOMBRE DE PECADO!
Bajo tu peso, abre
La tierra sus honduras,
He aquí su vientre lleno
De escombros y de larvas.
Lentamente atraviesas
El espesor que crece.
Como un juego de espejos
Los muros en que resbalas
Multiplican sin fin
Ángulos sin salida,
Y al principio reúnes
Tus inútiles fuerzas
A fin de atravesarlos,
Luego, al saber, ¡suspiras!
Quieres tocar el fondo,
El extremo...
Lo encuentras en el punto
Más frío de ti mismo,
Ausente del recuerdo.
Retornas al presente
Y vuelves a ver todo,
Y la extensión del tiempo
Se ajusta a los estados,
El círculo se ensancha,
Sales a cielo abierto...


¡HOMBRE DE CÓLERA!
¡Vuelve impaciente a interrogar el olvido!
¡Huye de tu padre y de tu isla, arranca tus raíces!
Viaja como extranjero, hay que tocar aún el fondo.
Hay que saber, hay que colmar el vacío.
¡Que la virtud de un movimiento nuevo
Te sea dada! ¡Vuelve impaciente!


Se adensa y se endurece la sombra
En torno al fuego de tu rapidez.
¡Haz crujir la corteza, trueno!
¡Con el talón que golpea,
Con el puño que se crispa,
Con el ceño fruncido,
Con la boca torcida,
Con el rayo de los ojos,
Con gritos y con lágrimas,
Que se rasgue la tierra!
¡Que la fuerza de tu violencia
La arroje en tu poder!
¡Abre con tu palabra el juicio!
¡Haz que, por fin, la razones aparezcan!

Este arte para la memoria aún tan pesado
Te entrega el resplandor que todo puede definir,
Pero tan pronto como tocas el punto en que consientes,
Devuelto a tu medida, en el aire rebotas...

Emoción del retorno, suaves semejanzas.

Es el tuyo el secreto de los rostros que pasan.

De los misterios nacen superficies bruñidas.

Una nube alargada da lecho a tus ideas.

HOMBRE DE PACIENCIA
Justamente llamado JÚBILO,
Has vivido siete años
En el seno de la Tierra,
Has escrito siete años
Al dictado de los hombres.
Queda hecho el testamento
De este verde planeta.
Estás ya por partir
Hacia un nuevo destino.
Que te alcen las estaciones
En sus vórtices calmos
Al fin de la esperanza
Que endurece tu rostro.


Abril de 1922.
Dos meses después de la publicación del "Ulysses"
por Sylvia Beach.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán




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