jueves, 30 de diciembre de 2010

2723.- JOSÉ ANTONIO CONDE


José Antonio Conde Lafuente (Sierra de Luna, Zaragoza 1961). Poeta y artista plástico. Ha publicado poemas en distintas revistas de creación literaria de España e Hispanoamérica. Autor de los libros de poesía La Vigilia del Mármol (Zaragoza, Prensas Universitarias, 2003), Entre Paréntesis (Zaragoza, Lola Editorial, 2004), La diferencia que cubre la trampa (Gijón, Cuadernos Cálamo, 2008) y El ángulo y la llaga (Zaragoza, Olifante, 2009).


FUEGO


I



Un susurro de espirales se despliega como clymenias hundiéndose en el pecho, hasta romper la constelación de la virtud.
No quiso aplacar la debilidad de los carmines. Entonces tuvo miedo, temor de crecer en la liturgia del incendio que se apresura a unir la tempestad en una boca ciega de enredaderas.



II


Despojados de amargas lozas donde aprendieron a morir los gritos, sobre nosotros aparece un manjar de trigonias, un dulce vaivén de relámpagos que fluye en el tragaluz de los collares, y se desliza hasta las regiones de la horquilla.
El fulgor se instala en los latidos del fardo, en la voracidad de los encuentros que libera los encajes de palomas y rompe las raíces de la seda.

(Poemas del libro La Vigilia del Mármol, colección La Gruta de Las Palabras. Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003).






El hijo de la fiebre, el inútil que sin querer ha llenado de rosas la oquedad de los hipócritas,
también es digno de tener las credenciales de la primavera.

El peregrino que se desvía de la tormenta y deja una corona de aguaceros en la empalizada de los tristes,
también es digno de tener las credenciales del incienso.

El que despierta con la llamada de Ofelia y recoge sus cabellos en la orilla de la desesperación,
también es digno de tener las credenciales de la ausencia.

Todos los hijos de la alianza, a quienes vosotros no tuvisteis en cuenta en la alegría, son los príncipes del sacrificio que renacen con sus cepos.






Algo por encima de la luz, envuelve la mirada de los árboles, ese testamento de bosques que lleva la permanencia de tus manos, que derrama el sueño en un paisaje repleto de dulzura, de esa dulzura herida de escarcha y auxilio, de silencio honrado, donde todo es horizonte de párpado, cielo intacto.

Algo por encima de la luz nace entre la hierba, y no es ceniza de nieve o blancura detenida, no es páramo de espejos ni suspiro de piedra, es un remanso de ocres que amanece en caricia, en tierra recién hecha.



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