miércoles, 1 de septiembre de 2010

798.- MARTA DACOSTA


Marta Dacosta Alonso (Vigo, 1966) Poeta y licenciada en filología galego-portuguesa. Ejerce como docente en Ensino Medio, ha publicado en revistas y colaborado en publicaciones colectivas. Entre su vasta obra encontramos los libros: Crear o mar en Compostela que obtuvo el 1º premio de poesía "O Grelo" en 1993 (publicado en 1994 por la Deputación de Lugo); Pel de ameixa, 1996 y gracias a haber ganado en 1995 el premio González Garcés de poesía, convocado por la Deputación Provincial da Coruña; Setembro, premio "Martín Códax" 1998 (editorial Galaxia); En atalaia alerta, accésit del premio de poesía Esquío 1999 y As Amantes de Hamlet (2003, Edicións Espiral Maior). Asimismo ha participado en las publicaciones colectivas: Intifada, oferenda dos poetas galegos a Palestina de la Fundación Araguaney, 8 e méio de Edicións do Dragón, O entrelazado das palabras y en las antologías Para saír do século, nova proposta poética (editorial Xerais), dEfecto 2000 (Letras de Cal), Novas Voces da Poesía Galega, del Consello da Cultura Galega, A poesía contemporánea a partir de 1975, antoloxía (colección A Nosa Literatura, editorial A Nosa Terra), 25 años de poesía galega 1975-2000, (Biblioteca 120, La Voz de Galicia).
También ha publicado las series de poemas Fragmentos, el 3º premio Rosalía de Castro da A.C. de Cornellá (revista Lúa Nova, nº 20); O meu nome é Antígona, (revista Grial, nº 160, año 2003) y A princesa na torre, en la Biblioteca Virtual Galega, www.bvg.udc.es. La guía de lectura Con pólvora e magnolias, X. L. Méndez Ferrín, así como estudios sobre lengua y literatura en Cadernos da Lingua Galega, Eubalaena, Diario 16, A Peneira y A festa da palabra silenciada.
Actualmente es colaboradora en diversas revistas y periódicos: Castrellis, Olisbos, Dorna, A festa da palabra silenciada, Congostra ... y en el periódico A Peneira. Desde 2003 colabora como columnista con el semanario A Nosa Terra.
Se dedica a la actividad sindical en la Confederación Intersindical Galega (CIG) y forma parte de la Directiva de la Asociación de Escritores en Lingua Galega (AELG)



Un poema de sangre no nace en un minuto,
como guerra que estalla, se engendra tras los años,
los dolorosos golpes arrancan del granito
de las manos, las líneas que denuncian palabras.

Cada palabra un golpe y cada letra sangre,
cada paso adelante es un siglo de ira,
cada muerte de hombre, esperanza prometida
con base en el viento que le llevó el habla.

Y estos los pilares de la débil poesía;
estos los cimientos en que no construímos nada;
para que estas vigas de pesados cadáveres,
para que ser hijos de guerras acabadas.


(Del libro Crear o mar en Compostela, 1994)

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Hubo un miedo de azul que estallaba en la aurora
y moría inmediato o relámpago de viento.
La isla se iluminó de pánico y fundió
la llegada del alba a un silencio perenne,
el lamento de los muertos, la mentira de la historia.
Sobre el negro petróleo flotaba aún una hermita,
apartándose constante de la playa que entonces
fuera corredor cierto, navegante seguro.
Alzóse en lazareto y después en mazmorra,
fue cárcel de hombres custodiados por ratas.
Sólo había una gamela de eunucos
que llegaba en aquella aurora ciega
de inexistentes días.

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En una soledad de guía telefónica
nace la aurora de la ciudad.
El frío es falso
porque en las cajas de madera se pudren los melocotones.
Un cascabel de hierro vuela sobre el asfalto
y la luz es verde, es amarilla, es roja.
Agosto no existe.
En la cola del supermercado agosto no existe.
Y las latas son arena en el mar de la estantería,
una playa callada
en que ahogar los sueños.
La oferta de aceite es la mejor lectura
para 365 días de consciencia.


(Del libro Pel de ameixa, 1996)

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Con el aceite poníamos secretos,
palabras, charlas,
y la olla reventaba hirviendo de impaciencia.
Mas la vida seguía
después del aceite ajo, cebolla, pimiento
(mejor de color rojo)
y siempre removiendo un cubierto de madera.
Y así un día y otro fueron haciendo costra,
sartenes, cazos, ollas,
no hubo nunca agua que arrastrara esos años,
ni jabón que lavase tanto empeño diario.

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Si me paro un instante en el vértice de la espuma
recupero mi cuerpo contra el viento salado
y también la consciencia. Consciencia de la tarde.
Al otro lado de la playa aún está la casa
y no puedo saber como he llegado aquí,
donde las rocas esperan el final de la marea.

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Y estaré allí, en el valle que os oculto,
encrucijada de colmenas y castañas
en que el río se esconde y hay molinos
poseídos de hiedras y de helechos.
Al calor de otros ojos, de sus ojos,
al cobijo de la cocina y el hollín,
por entre tantas cosas de a diario,
sin libros, sin poemas y sin voces.
Entera, en silencio, en la certeza,
con un gato inseparable y con sus besos,
las almendras de sus ojos y esa fuerza
de ser pequeño y grande al mismo tiempo.
Donde el sol nos fermenta y hay “hervilles”,
“feixóns, cabazos, cidras” y “sabogas”*,
donde soy capaz de alzar el mundo
sin palabras, con tierra, sólo con tierra.



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Hoy estoy en silencio recorriendo el pasado,
mientras veo llegar andando a la abuelita,
que aún es tan pequeña como yo la recuerdo
y sigue allí en el viejo paseo Alfonso XII.
Eran cien escaleras las que nos separaban,
la ciudad en su mundo vencido de ruídos,
la placita de piedra en que aún hay un pozo
o la casa pequeña de la indómita Manuela.
Recupero la memoria de Pepa silenciada
por la peste de la gripe al empezar el siglo,
y el misterio de la vida en botellas de barro
y algodón por Gonzalo, que nació antes de tiempo.
Recupero el frío y la sal del mar en la noche
y la lancha ahogada en la otra ribera,
a mi madre tirando carbón de la buhardilla
o atada a una silla de hablar en castellano.
Y siento que soy hoy las que entonces me fueron,
Saladina, Manueliña, Rosa o también Pepa,
y la misma Teresa que nos habla incansable
mientras el tiempo va rodando por la tarde.

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Quisiera abrirme y ser
palabra
documento,
no por llegar a todos,
para hablarte a ti,
para unirme a tu parto
y dolerme contigo.


(Del libro Setembro, 1998)

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Bajando sin parar los escalones
llegamos a la puerta candente que aguardaba
con la exacta precisión de un día calculado.
La tarde era apacible, sin viento, luminosa,
un oasis de sol en el otoñal aguacero,
finalmente la tarde que fuera señalada.
Es cierto que quizás el descenso empezó
en los días que sin tregua me habían dado la forma
y las dimensiones exactas de este pozo sin límite.
Me di cuenta que ya no había retorno,
que la puerta estaba abierta al final de los pasos
y la tarde corría como todas las tardes
anunciando la rutina del inferno que llega
para invadir las horas y soñarnos las noches
tiñendo este silencio con dolor de derrota ...

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Ya sabes donde estoy
en ese espacio inexacto en que el espejo es delirio
y la geometría ordena el lugar de los objetos.
Siempre me pongo aquí
sosteniendo el equilibrio de lo que se precipita.
En esta hora en que la luz olvidó la distancia
es posible que vuelva a la pausa que no tengo
y olvide cada ley física omnipresente.
Es posible, ya sé que nunca pongo treguas
y llevo imperturbable el equipaje de la mente,
por eso siempre vuelvo a la terca geometría,
al equilibrio que lucha con leyes que nos dominan.

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Me enseñaste a odiar a las hermanas de la babosa,
deshilaste ante mí sus vísceras viscosas
para que viese como exhalaban inmundicia.
Aprendí así la ciencia del odio más perfecto
y fuy docta en la materia, odié desde lo más profundo de mi ser,
odié infinitamente durante un tiempo interminable.

No entró la luz en el claustro inexistente de mi cuerpo.

Supe que era mujer y me salvé así de esta locura,
descubrí mi sexo con vergüenza y con el miedo atroz de lo deshonroso,
tardé noches enteras en recojer aquello
imprescindible y justo para el final viaje
y atravesé fronteras y lagunas oscuras para siempre paradas
y encontré la mar, el sabor de la sal, la razón del aire.

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Es imposible entender el tiempo,
este tiempo que nos llevó desde los charcos silenciosos
por el camino de una escuela alejada,
en ese lugar distante
al que no volveré.
Son pocos los recuerdos que guardé de entonces,
y aún menos los que vinieron más tarde,
prácticamente no hay memoria,
sólo un caracol enorme que persiste,
un ciruelo y el perro
que murió con la infancia
precipitándose a un tiempo de soledad.


(Del libro En atalaia alerta, 2000)

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Como Ofelia somos blancas
y atravesamos el río del silencio
con la esperanza
de atrapar un tiempo propio
un lugar de luz en que detenerrnos
para no sentir como se quiebra el cristal de nuestros huesos
y nos abre las heridas
que el parto dibujó
entre horas de sangre y de salitre.

Como Ofelia callamos y pasamos
sin dejar que adivinen qué camino
tiene la señal que buscábamos
ni que flores precisan las guirnaldas.

Como Ofelia
el río que nos lleva no se para
y acaba por borrarnos sin saberlo.

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(de las mujeres desnudas)

I
llevamos los cabellos extremadamente largos
y los cuerpos desnudos

los pies descalzos heridos por la arena
nos llevan al mar
imperturbable

nunca nos ven los rostros
sólo imaginan el agua, también, en nuestros ojos
los cabellos al viento, banderas desatadas
cuando ya no hay nada
entre la espuma y la carne

quedarán los poemas
los poemas atroces de las amantes de Hamlet.

II
cuantas piedras para este muro inmenso
para este camino, para la casa
la casa que abriremos a las mujeres desnudas
que llegarán del mar procurando el árbol
y la fuente

guardamos el calor y guardamos la fuente
el naranjo sostiene sus frutos dorados
es nuestro deber para un tiempo sin dioses
que nunca ha sido el nuestro

como señal llevamos el sexo descubierto
los pechos y el cabello al viento que nos hiere
y esperamos pacientes
su paso de agua a nuestra casa abierta.

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Ordenemos el universo
recojamos constelaciones y órbitas
saquemos brillo a la Polar
y a todas las que nos guían.

Descolguemos las nubes,
lavar, doblar, guardar,
sus extensiones inútiles,
incómodas para el viaje.
Yo soy Penélope
y rechazo telas e hilos
no te voy a esperar.

Ordenemos el universo
lavemos la cubierta y echemos por la borda
tanto lastre inútil,
y así, sin peso,
con el universo ordenado
dibujemos un mapa para el viaje.

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Prefiero ser la hija del pirata,
la niña imposible que no peina el cabello,
la misma que salta y corre
o vence un ejército.
La que rechaza bellezas improbables
y se rinde ante la libertad
para echarse a volar,
sin lastre, sin prisa, sin equipaje.
La que indaga en los ojos de los que pasan
y descubre almas y cuevas,
pozos y estrellas
con que hacerse a la mar.


(Del libro As Amantes de Hamlet, 2003)

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Vuelvo al mar
encuentro la sal del aire con pereza
con los ojos inmensamente abiertos y con el cabello atado.

Atrás queda el continente
y las islas son un oasis de sol
para la memoria,
una gota de agua para la quemadura
que bebe sedienta negándose al final.
Si me abandonáis
haré mío el sueño de las mujeres desnudas,
adelantando mi cuerpo al camino del futuro,

que no es para mí la crueldad del abandono,
sí el hilo y la memoria
el deseo de salir del laberinto.


(De la serie O meu nome é Antígona, Revista Grial, 2003)

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SISARGAS (*)

Desde aquí
a la izquierda del arenal de Seaia
sentid el grito que nace del fondo de la tierra,
del mismo centro del planeta.
Es un grito espiral,
un aroma imposible que nos abre la memoria,
que nos trae la esperanza de luchar contra las serpientes,
como ayer
la liberación de la tierra
en las manos del ser humano.
Mirad As Sisargas,
en sus piedras nace la risa.
Vedlas,
no son islas, son
un tesoro escondido,
un arca heredada por nosotros
habitantes de esta tierra prestada.
Un arca,
un arca para la risa del océano
y las centáureas,
una piedra magnética
que marca el extremo sur de un camino imaginado,
inventado y andado por las lobas del mar,
las pequeñas exploradoras del Atlántico,
las hijas de Ith, que vuelve.
Hoy no es un día más,
hoy es otro día
en la lucha contra la serpiente,
la descomunal serpiente negra de la mentira,
la hedionda serpiente negra del capital,
la despreciable serpiente negra de los desarraigados.
La misma serpiente negra que lanzó contra las rocas
el cuerpo vivo de la ballena
envenenada.
Aquí,
en los acantilados y las piedras de As Sisargas
no estará el arao,
sacrificado en el nombre de la codicia,
por eso aquí,
a la izquierda de Seaia,
donde los delfines sueñan un mar de pezes,
cuando la mañana camina hacia el sur,
debe continuar la lucha
contra la serpiente y el veneno,
contra la serpiente y el veneno,
contra la serpiente y el veneno,
ahora.

*Poema escrito para un acto de repudio a la catástrofe
del Prestige.
As Sisargas son dos islas situadas frente a Malpica
(A Coruña). Forman parte del Parque Nacional das Illas
Atlánticas y son una reserva representativa de la Costa
Atlántica. Dice la leyenda que San Adrián (Santo
Hadrían para los gallegos) expulsó los ofidios
del continente y estos se refugiaron en As Sisargas.
Frente a las islas, en un paraje hermosísimo,
se encuentra la hemita de Santo Hadrián. También
aparece Ith, el hijo de Breogán que abandonó Galicia
para ir a Irlanda y que, aún queriendo hacerlo,
no regresó. El poema hace referencia de modo
explícito, o no, a muchas especies animales
que se vieron afectadas con la marea negra
provocada por el Prestige.











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