martes, 6 de septiembre de 2011

CARLOS JUÁREZ ALDAZÁBAL [4.640]


Carlos Juárez Aldazábal 



Nació en 1974. Es de Salta (Argentina). Su primer poemario, La soberbia del monje, se publicó en 1996 gracias a un subsidio de la Fundación Antorchas. A ese libro le siguieron Por qué queremos ser Quevedo (1999) y Nadie enduela su voz como plegaria (2003). Entre otros, obtuvo el Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación y el Primer Premio del Segundo Concurso "Identidad, de las huellas a la palabra", organizado por Abuelas de Plaza de Mayo. Colabora con suplementos literarios del país y del exterior. Es Becario del CONICET, docente universitario y periodista. Su blog es www.elpimentero.blogspot.com





POEMAS DEL LIBRO 
"POR QUÉ QUEREMOS SER QUEVEDO"

1-Infancia.



La hamaca.

Para ser del árbol
había que convertirlo en mecedora
columpiarse en sus hojas
acuchillarlo
estarse quieto
como chicharra fósil
aturdida
emparentada a la corteza
atada al tallo
para ir y venir en pertenencias
chupando de la savia
que suplicaba
la poda de la cuerda
para dar frutos.




Febrero


A mi hermana

le crecían nubes en las uñas
cuando el carnaval se acercaba
al tumulto de las siestas.
Ella conjuraba el agua
para que las ondinas expresaran
su contento desde el aire
que chicoteaba la ventana
para asustar a los duendes
arañadores de techos
y de tejas.
Yo me escapaba con los duendes
porque aborrecía
que las ondinas
me lamieran los huesos con sus lenguas de agua,
porque aborrecía el sudor de boca
que reverberaba en las sombras
escalofriándome el ánimo.
Al instante
mi hermana se enojaba
y un duende arrepentido
resbalaba en el llanto
y el rito se cumplía
por el carnaval atrapado en las lágrimas,
por las ondinas graciosas
transparentadas en sol
que acariciaban la nostalgia de la brisa.
A las siete de la tarde
ya estábamos adentro, merendando,
imaginando el destierro
del patio y de sus seres, del carnaval
y el momento amenazante del olvido
que se cernía sobre la ciudad
como la certeza de la noche.
A Adela


2-Concepción paterna.

...Y aunque la vida perdió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.
Jorge Manrique


Cuando murió mi padre nació su olvido.
Miguel Ángel Bustos




I

Padre mío,
que estás en alguna parte
de mi sangre emplastada,
santifica mis glóbulos blancos,
ven a mis vísceras, mis úlceras,
haz que mi voluntad te olvide
y págame las deudas, los miedos, los pecados.
Con palabras
no me libres del mal
a menos que se pueda.



II

"Heredarás la tierra", me dijiste,
y me entregaste una pala
para cavar la tumba.
"Heredarás la tierra",
y me dejaste el aire
con un tatuaje negro
atravesando el almanaque,
atravesando el nacimiento de mi fémur,
el fétido principio de tu muerte.
"Olvidarás la tierra", decretaste entonces,
y me clavaste un poema suspendido
sobre el vértice achatado de mi espalda,
entrecortando las quimeras que crecían
y revocando la ausencia
de la tierra heredada.


III

El bronce que te escupe
en la madera lustrada
me mira burlón desde la neurona,
desde el recuerdo inventado,
desde la televisión,
desde mi infancia inmolada
en el diamante,
carbonizada sobre el césped,
sobre el humus,
sobre
el bronce que te escupe
en la madera lustrada,
que me escupe,
burlón,
como si nada.




IV

Ese cactus
que compartimos
hace mucho
se parece a este obelisco
que lastima mis manos
con sus púas
y su espacio robado
al nuestro.




La soberbia del monje

Y es que para crear
hay que llevar un cuerpo donde asirse,
un par de piernas, largas como cintas,
un vientre de papel garabateado,
un ojo en el terror, bocas distintas,
y la belleza múltiple de un coro de tiranos,
torturadores leves de masas voluptuosas,
despellejadores del sueño en que vivimos.
Y es que para crear
hay que escupir un mundo.




Arte poética.


Contemplar el fresno,
atacar la hoja
y después morir
cuando el poema
nos tritura la aorta
con pirañas.




Cotidianidad.


Solemos charlar con mi sombra,
dar un paseo, comer manzanas,
sentarnos en un bar a transcurrir el día,
sobornar a mendigos para que nos delaten
al sacro tribunal de monjas moralistas
que suelen acecharnos.
Solemos caminar con mi pereza,
salimos a correr por valles encantados,
lugares venturosos repletos de figuras,
de pieles tersas,
imagen de animal que espera agazapado
a que la comunión se haga presente.
Después ellas se van
y yo, a las once,
acudo a la lectura
cuando la soledad ya se ha firmado
al pie de mi destino.
("El martes hay parcial",
repite la sentencia,
"para saber quién merece ser la víctima
de la doctrina inerte
de la nada.")




El canto.


La tierra está licuando las raíces
que en el silencio fueron nuestros cantos.
La tierra nos destroza.
Hay canarios sagaces
que aún persisten en trinos,
canarios congelados en el fuego,
canarios rencorosos.
Ellos beben el aire
y excretan el polvo con su canto,
el canto que se pierde en la saliva,
en la rabiosa imagen del futuro.
El silencio es el profeta del olvido,
por eso los canarios se meten en sus fauces
y hablan en su lengua.
La esperanza: un canario
devorando al silencio.




Informe meteorológico.


En zonas de clima húmedo la soledad se amontona en las articulaciones de los ancianos.
El fenómeno afecta también a individuos jóvenes provenientes de otros climas, con la diferencia de que en éstos el cuadro sintomático se agrava al incidir en sus músculos un diluvio de cisnes -ignorado por los ancianos- que trasmite la tristeza a sus órganos respiratorios.
Empeñados en detener los efectos nocivos de la humedad, los especialistas recomiendan a las personas mayores el uso de mascotas.
A los individuos jóvenes provenientes de otros climas les sugieren, además, las siguientes soluciones: una mujer dispuesta a temperatura ambiente, una postal del suelo que han dejado, un ventilador filoso con uñas de cuchillo para secar la soledad y las entrañas.

http://lainfanciadelprocedimiento.blogspot.com/2006/11/carlos-jurez-aldazbal.html





Sufragio

Un plebiscito para esculpir el sueño del triunfo,
modelar la pasión con un temblor alcohólico.

Celebro la música de las letras unidas,
                                       la convicción,
la empecinada astucia del adverbio,
la reunión del asesino con el caso animal
           que lo motiva
                                 lastimar el papel.

Celebro el plebiscito de lo inútil,
por eso la derrota:
                 voy a votar en blanco.

Pronto, cuando abran las urnas,
cenizas de mi cuerpo,
de mis letras.




Escena

Foca de circo.

Con su nariz empuja las preguntas,
la pelota de sangre.

En el acto final
toca el tambor.

Pescados del recuerdo
le crecen en los dientes.





   Variaciones sobre un tema de Piazzolla



   1

Las lágrimas llenaron
los vasos del tiempo,
el llanto corrosivo, llanto de tango.
(Ahí está el dolor,
tortuga que camina por la arteria,
caparazón con púas).

Si lloro es por el viento:
los álamos se agitan cuando pasa
y yo soy ese piano torcido y esmirriado
al que no toca y de lejos le silba.

Clorofílicas, piñones en la hierba,
lágrimas derramándose en vasos,
vasos a los que el tiempo olvida
como el viento
              se olvida de los pinos.


   2

No se trata de llanto.

Se trata de ablandar la digestión.

La entereza de saberse perdido,
estatua en algún parque.

El destino del bronce
con el brillo mojado
             que le ensucia la cara.





   Los derrotados


Algunos perdimos.
Pero no tanto como la sangre
caída en el Bermejo.
No tanto como el Bermejo
con sus peces cansados,
dormidos en la costa.

Boca tendida al Occidente.

Brújula del miedo.

Algunos perdieron
la intención, otros la calma,
pero no tanto como la sangre
caída en el Bermejo
no tanto como el rumbo.

Llega hasta el monte el día,
llega el hachero,
llegan los carpinchos y las plumas.
Y la boca tendida comenta la derrota,
que el monte siempre gana:


la brújula marcaba el Occidente
y los peces se ahogaron en la tierra.



Comúnmente

Esta costumbre de vivir con tantos gestos,
con esas expresiones de amanecer nublado,
no es más que consecuencia del oficio.

Mis amigos comerciantes
emprenden la jornada adormecidos,
apilando monedas en cajones,
   o mejor dicho,
      tratando de que la muerte se lleve las monedas
      y no la esperanza que los salva del tedio.

En el barrio se hace lo posible
por conservar la indiferencia entera,
por eso somos pocos los que nos saludamos.

Pasa que el comercio es un mal hábito
y en esta vecindad no hacen otra cosa
que proseguir con esos gestos
                   que les nublan,
                                   para colmo,
          la poca humanidad que por ahí les amanece.














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