DOLORES ETCHECOPAR
Dolores Etchecopar nació el 4 de julio de 1956 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Cursó estudios de filosofía en la Universidad de Ginebra (Suiza). Fundó y coordinó los Ciclos “El Pez Que Habla” y “Santo Cielo”. Dirige “Hilos Editora”. En 1998 se editó el volumen ensayístico “El pensamiento mágico-sagrado de Dolores Etchecopar” de Ruth Fernández (Editorial Nueva Generación). Obtuvo la Faja de Honor de la SADE Sociedad Argentina de Escritores en 1989. Fue incluida, entre otras antologías, en “Se miran, se presienten, se desean. El erotismo en la poesía argentina” (con selección y prólogo de Rodolfo Alonso, Ameghino Editora, 1997), “70 poetas argentinos” ((1970-1994) con selección de Antonio Aliberti), “Poesía argentina de fin de siglo” (Tomo IV, Editorial Vinciguerra), “Unidad variable, Bolivia-Argentina. Poesía actual” (con selección de Laura Raquel Martínez, en Bolivia, 2011), “200 años de poesía argentina” (con selección de Jorge Monteleone, Editorial Alfaguara, 2010) y en el Nº 54 de “Gramma”, revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad del Salvador. Poemas suyos fueron traducidos al francés, inglés y portugués. Entre 1982 y 2010 publicó los poemarios “Su voz en la mía”, “La tañedora”, “El atavío”, “Notas salvajes”, “Canción del precipicio” (1989-1993) y “El comienzo”. La Editorial Ruinas Circulares dio a conocer en 2012 una antología de su poesía: “Oscuro alfabeto” (con selección y prólogo de Enrique Solinas).
(de “La tañedora”, El Imaginero, 1984)
A una ciudad que se lleva en la sombra
Hay muertos en la calle desierta
hay muertos en el puente y en el bar
hay muertos con una sola mano
en la lenta esquina de la noche
hay muertos en la gran hoja del cielo
y en el rocío sujetan la luna morada de los días
los niños vuelven de las plazas
con una niebla de caballos
en los ojos de los muertos
los insectos devoran el agrio vestido de la hierba
hay muertos que cantan una canción de ramas
hay muertos que andan descalzos por un jardín roto
y no les importa el suelo ni el árbol que grita
en el fondo del aire
(de “El atavío”, El Imaginero, 1985)
travesía
pasábamos a esa luz del mar
sin barca y sin nombre
abrigados por una paloma
en el umbral de la nada
el borde amenazado de la luz sobre la piel
nos llevaba a reír remaba
en la piedra de otro reino
De "Notas salvajes"
Editorial Argonauta, Buenos Aires 1989
Carta a
y ahora que un gran fuego de palabras
mueve la campana del desierto
(mientras unos niños agitan banderitas
en los patios lanzados por la memoria hacia la noche)
ahora locamente
te esperamos
yo y la cerda chillona
aquí donde sólo cantará aquel invierno
en mi boca desaparecida
Notas salvajes
si tu lengua apoya las cacerías del silencio
sobre mi lengua
hablar
montaña oscura
madre clavada en la nieve
madre clavada en el ángelus de la caverna
en la vidriera en la rueca de los cuentos
en la tonada de mi tonada puesta del revés
que no puedo sacarme sin muerte
palabras lentas de mi cuerpo en otra parte
palabras fuertes mis enemigas
raspan la noche el sol que me embarazó
sumergida campana que cruza
los caminos y los huesos
me pusieron por nombre una raya roja
en la ingle
alegría
antes que el otoño fusile a las mariposas
estaremos en el fondo de las pudriciones
caballo blanco
tubérculo que brilla en el regazo
y arroja el oro de los muertos
sobre el recién nacido
el sol su cadera móvil y simple
pasará frente al lenguaje
y hablaré
alguien corta los hilos del bosque
y deja los ojos de mi madre
en el suelo oscuro
puestera del silencio
yo vi una luciérnaga
y las llaves que solo cierran
el alba y los ojos
adiós dije adiós a las palabras
voy a dormir sobre el sexo de un color
el agua que yo tuve en la infancia
está dentro de tu boca
la lentitud abre sus muslos de colores
y me separo de la muerte
con algo que la luna mece en mi cadera
muchacha que saltas a la soga
sobre la vereda caliente
o la caída de las hojas
o el miedo
feroces mandíbulas te educan
puestera del silencio
la camisa planchada y doblada
los ojos de mi madre en el suelo oscuro
adiós dije adiós a las palabras
la basura decora mi piel
como un relámpago
Destino
la verdad ha sido sacudida una y otra vez
en las telas del universo
ahora mi vida custodiada
por el traslado de los cerdos y los cánticos
empuja la música del sol
ahora la muerte es el velo
que esgarran las corpulentas aguas del amor
El sacrificio
ella murió
pero pudieron salvar
al primer resplandor del océano
que se abría en el iris de sus ojos
El resplandor
tú en la madera
quiero que vivas en la madera del violín del desierto
alguien da órdenes a la luna
pero nada resplandece
si me muevo es de noche
si no me muevo es de noche
en el silencio están cavando un túnel para matar
no me calma la sonrisa ni su fijeza
en los dientes cada vez más blancos
de las Azafatas y de los Ministros
ciudades amarillas negras me arrastran
de un cuerpo a otro de un tren a otro
de un hospital a otro
(las enfermeras traban mi corazón
y me recortan en forma de mano que grita)
no puedo reunir mi alma
carteles luminosos titilan crímenes
se está borrando del suelo
el leve tatuaje de la aurora
esta ciudad tiene muros
y hombres muertos en la niñez de los árboles
yo me hechizo con los agujeros del fin del mundo
pero tú en la madera
quiero que vivas en la madera del violín del desierto
qué sonido furioso mientras hablo
expulsa al narrador de la pradera
qué lanas durmientes abren ese cuento
comido por la nieve
hablo con el motín de los perros del silencio
y las rodillas nucleares de la aurora
hundidas en el agua de los secretos
pero tú quiero que vivas
en la clarividencia del furor de las hierbas
dotado de alegría
y de un habla de emergencia para calmar
el fondo de la noche
ahora que escuchas a una mujer
que cruza con sus medias de fuego
el aire cada vez más oscuro
ahora que incubas por última vez
el llanto de todos los hombres
a la memoria de Andreï Tarkovski
Redención
una mesa
el ruido de un tren al irse una ciudad
una mano
no sabe cómo se entra
pero abre tus lágrimas
y vuelve con tu rostro a la tierra
(de “Canción del precipicio”, Grupo Editor Latinoamericano, 1994)
vacilación de los árboles y de los muertos
a Amalia Rodrígues
no me dijeron que hacía frío
que apenas se sostienen mis oleajes de fuego
aquí donde mis días contados yo canto
en el frío brillante
mientras se están moviendo nuestros nombres
hacia el fondo
a medianoche
el mar se acuesta sobre mi rostro
mis viejas alas negras
me dijeron que aquí no he llegado
que deambulo con la cabeza decorada
por el sollozo de mi reino
desde que me sentaron en las rodillas de la luna
frente al mar
para que yo cante hasta que pueda
hasta que nadie me encuentre
en el precipicio de mi voz
hasta que apoye sus profundas alas
mi corazón
perforación de la extraña voz
nuestro lenguaje es muy simple
sólo hay que soplar un barquito
sobre los lagos de la muerte
vacilación de los árboles y los muertos
allí he dormido mientras caía
un árbol lleno de hombres
he dormido llena de fuego
en un jardín
junto a ellos
los patos
y el lodo
las moscas
como oscurísimos alfabetos
recorren el misal del asesino
pronto ejecutarán al caballo
amable boca
pronto caerá la que camina
sobre los tambores de mi lengua
amable amable despeñada aurora
amable fuego
amable tú amable él
amable útero conocimiento estertor estrella
amable violencia flores marinas
amable ciudad verdor exterminio
la luna brota de las piedras estoy sentada
amables teorías cacareos valles
(alguien llora en la sala de música)
amable amable ferocidad
amables ustedes olvidados en un parque
donde la luz habla y habla con la muerte
(de “El comienzo”, Hilos Editora, 2010)
5
cuando empecé a escribir
el poema a mi padre
vino mi madre
me tocó el hombro
no pude verla y seguí escribiendo
el poema del padre
el padre que escribía frente a la ventana
tampoco la vio
desapacible en la cornisa
ella abrió las manos
soltó el corazón de mi padre
soltó el mío
y no la vimos
8
tu muerte y mi vida
están sucediendo juntas
se extrañan
se crían
9
¿de dónde sopla el viento que abre
las pequeñas jaulas
de la memoria?
el mar está prohibido dijo una voz
que salía del mar
el mar de las desapariciones
vivíamos allí
¿se puede?
a ciegas tanteo esa sustancia oscura
que atraviesa mi cuerpo día tras día
¿dónde estoy?
ahora levanto uno de sus miles de brazos
y para esa mano más fría que el mar
que me tienden desde la costa
sólo tengo la mascarilla
de la Madonna de los gritos
13
hay palabras preciosas
gemas que se abren misteriosamente
cuyas facetas destellan algo que se quiebra
antes de completarse
así es la palabra aquiescencia
difícil de pronunciar
esquiva como un hilo de agua
que fluye entre las aristas filosas
de la palabra no
14
cuando yo tenía tres años
en el dibujo que coloreaba
siempre quedaba una punta
que se salía del contorno
todavía falta volvías a decirme
condenando el defecto
cada vez que te mostraba mi dibujo
(eras mi hermana dijeron)
durante años estuve borrando
lo que se pasaba de la raya
pero fue inútil
vuelve a brotar insistente
perdurable el defecto
aunque ya no hay nadie allí
donde sigues señalando
el defecto avanza por su cuenta
resquebraja los muros
como una briosa maleza
que ya no quiero arrancarme
tengo para él
otro alimento
otros parientes
18
en mi casa algo grave le sucedía al silencio había hielo
en un ojo un jardín aterrado era el otro
en la oscuridad nevaba los pasos de mi padre
rápidos llegaban en un día a todas mis edades y entraba
esa luz en mi oído esa luz que quieren los árboles
para tocar el día más allá de sus ramas
más allá de sus frutos heridos por el hielo
yo quería tocar la mañana de esa ciudad
que se iba en los trenes
27
tuve un hermano en la terraza
en el tilo de infinitas ventanas
tuve un hermano
en la nieve
en el ruido de los caballos
en el silencio asustado de las puertas
tuve un hermano
no sé cómo ocurrió
en la soledad de mis manos
tuve un hermano
quise decirle apartar de su hombro
la casa negra como una cruz
y ya no estaba
pasaron tantos años sin saber yo nada
hasta que un día nombrándolo
él se puso de pie dulcemente
en mi pecho
cuando pregunté por él
me respondieron sus jardines
los claveles del aire
la flor de seda
la corona de cristo
las bromelias que florecen
donde no llega la luz
30
ya casi nadie usa papel y tinta
espero que tu carta me llegue de otro modo
que se lean tus palabras
en mis manos
cuando las miro
porque dejan de aferrarse
¿o son mis arrugas tu escritura?
te escribo en la cruz de la puerta
que atravesaste
cuidáme del frío de las palabras
que te envié hace mucho
y ahora me devuelven sin abrir
52
mi hijo se muda en invierno
hay cosas que no entran en la caja
donde él puso sus zapatos y sus lápices
quedan partituras dentro mío
de una pieza inconclusa dolorosa
agradecida
¿pondré un bonsái en el cuarto vacío?
¿será para huéspedes su ausencia?
la puerta de su cuarto no sabe
si quedarse abierta o cerrada
es un telar la escalera
que subo y bajo desaforada
tejiendo con mis pies
lo que mi boca no llega a decirle
mientras él guarda sus estampas budistas
adentro de un diccionario
cuando él se vaya
se quedará el invierno buscando las hojas
de los árboles
mi hijo se muda esta tarde
lo encomiendo al ángel que creció
de la dulce costumbre de sus pasos
por la casa
de El cielo una sola vez, Hilos, Buenos Aires, 2016.
mi vida como liebre lleva una bala
está en apuros y mira
entre las margaritas aplastadas y el granizo
cómo levanta el día sus alas de la hierba
en este punto de la llanura que desaparece
entre el miedo y la luz
donde el árbol solista canta muy despacio
*
y si ya no fueran sustento
estas flores por desventura
si el temblor de las hojas del tilo
ya no fuera sustento
si a partir de ahora
el aire que respiro
solo se desconsolara no se encaminara
al canto de salutación
si así resulta
si nada cuenta como abrigo
a la fragilidad de una gramática
si el rumor del bosque
da muerte a su animal
si así fuera perder pie
el pie iluso
y el otro sin nacer
pasos que desafinan el mundo
sobre una casa anegada
si así fuera vivir
un viraje en mi respiración
de allí me arrancaría
por amor a un sonido
primero y último sonido
de un alfabeto que insiste
en mover la arena de los vestidos
donde un niño ha llorado
de allí me arrancaría girando mis almas
hasta vaciarlas de toda espera
hasta el vacío que renueva
los tesoros sin habla de la noche
*
acaban de llegar tres palabras
como tres pájaros se detienen
sobre la página blanca
miran a su alrededor por si algún peligro dictara huir
yo tomo la distancia necesaria para no espantarlas
las escucho crepitar de una nada a otra nada
tres palabras respiran fuera de alcance
lo que dicen se escabulle en el temblor de la tarde
premura de vida y muerte tienen sus alas-sílabas
la exacta velocidad del colibrí mientras liba
el néctar de su abismo
*
al alba mataron una oveja los palos de la casa
tan pronto dimos a luz el grito
dentro de él comenzamos a vivir
se mataba cerca del agua que bebían los pájaros
¿te acuerdas?
algo imperioso que no existía
una gota de odio
descendió
horadó la gratitud
vimos las patas del poema
quienes por un instante caminamos
sin defendernos del secreto infinito
quienes vivimos allá
en el viento
en su breve misericordia
¿te acuerdas?
vivíamos
con algunas moscas
y un silencio en el corazón
que provenía de los caballos
*
una vez
escuché a la niña inca detenida en la montaña
sostuve su pequeña mano en la mía
su mano tocaba la hierba de un reino
y la posé sobre mi pecho
cada cosa anhelada irradia un silencio que protege
me fue concedido sostener una pequeña mano
en las sombras de la montaña
y cantar lo inusitado lo breve de un cielo
que se espanta con el pensamiento
*
el hachazo no se vio
entró por las hojas y los pájaros
el grito destemplado del chimango
durante años y sin darse a conocer
alguien le dejó su sangre intranquila
es mujer dijeron
sorprende que así
toreada por la muerte
se sostenga
su balido de oveja negra urgido a salir
por la boca del matarife
.
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