sábado, 29 de octubre de 2011

5034.- VICENTE SABIDO RIVERO


Vicente Sabido Rivero



(Mérida, Badajoz 1953 - Murió el 4 Septiembre 2013)
Vicente Sabido, Doctor en Filología Hispánica, es Profesor Titular de la Universidad de Granada. Sus estudios se encaminan en general hacia el periodo del XVIII. Ha publicado muchos artículos y poemas en revistas y antologías de ámbito nacional.
Su primer libro, Aria, recogía los poemas escritos durante 1972 bajo la influencia de la música anglosajona y algunos clásicos como Quevedo y Shakespeare, según dice el autor. Es un libro entre surrealista y coloquial, muy subjetivo. “Un libro confuso, juvenil y entusiasta”.
Miguel D´Os en el prólogo de su antología Los cuarenta principales dice que “en Sabido coexisten un intimista elegíaco neorromántico, un poeta descriptivo, un lírico metafísico, un poeta social y un autor metapoético”. Y no resultan contradictorios, sino que se van alternando. La temática de los poemas de Sabido se ha ido enriqueciendo, pero la memoria, la infancia irrecuperable, la crónica, el tono social y la metapoesía aparece en todos sus libros.
El estilo de Vicente Sabido tampoco ha cambiado a lo largo de los libros, esta bien definido desde el segundo: sencillez expresiva, tendencia al coloquialismo, imágenes surrealistas o al menos sorprendentes, fruto de su interés por la poesía irracionalista del 27. En algunos poemas emplea un estilo prosaico, incluso llega al poema en prosa.
Sus influencias literarias son variadas, desde la poesía barroca de Quevedo, hasta los poetas del 27, Machado, Baudelaire y los simbolistas, Eliot, etc. A ellas se ha de añadir la cultura pop, a la que hace frecuentes referencias, explícitas o encubiertas (soñábamos submarinos amarillos). No se puede decir que esté dentro de la estética de los novísimos, aunque participe de algunas de sus características, como la intertextualidad, la cultura beat, etc. En contra, Vicente Sabido, se aleja de ellos al intentar recuperar el sentido clásico del poema.
Si el primer poemario era producto de la juventud, el segundo libro, Décadas y mitos, es más maduro, ensaya los metros clásicos, y se construye con la referencia clara de La tierra baldía de Eliot, lleno de citas culturalistas se nutre de la memoria, de referencias históricas, de reflexiones más profundas.
Sylva está mejor estructurado, aparecen imágenes tan logradas como los grillos de cristal, el aroma pequeño del jazmín, el rumoroso vals de las constelaciones, otoño era un estanque de luz dorada y vieja... Es un libro heterogéneo en el que se juntan la memoria, la autobiografía, la crónica con tintes de crítica social y aparece ya el interés por la historia, anunciado en los anteriores libros, pero que en éste ocupa un espacio importante del libro.
Adagio para una diosa muerta es un poemario distinto, centrado en la historia, como homenaje a su ciudad de nacimiento, Mérida. El libro hace un recorrido histórico de la humanidad-Mérida, comenzando en la prehistoria y llegando al momento actual. Quizá por el intento de objetivar la historia, el libro es interesante pero carece de la emoción que tienen los demás libros del poeta. El título del libro pertenece a un poema aparecido en Sylva, por lo que se supone que este Adagio... es una continuación de aquél.
Aunque es de noche es un homenaje al sur, como lugar de la infancia, de la luz y del cante. Poemario profundamente lírico y quizá melancólico, al menos nostálgico. La historia se hace todavía más presente en el libro. El título lo toma de un verso de San Juan y en él dice el autor que “persisten la obsesión, elegíaca, el recuerdo de la infancia, así como lo intimista y lo amoroso; hay algún poema de crítica social...”
F.J.J.B.

Bibliografía
Aria. Granada, Universidad de Granada, 1975. ( Premio "García Lorca para Estudiantes" en 1974).
Décadas y Mitos. Granada, Universidad de Granada, 1977.
Sylva. Granada, Diputación de Granada, Colección "Genil", 1981.
Adagio para una Diosa muerta. Editora Regional de Extremadura, Mérida,1988
Antología Poética. Excelentísimo Ayuntamiento de Mérida, 1990.
Aunque es de noche. Editorial Renacimiento, Sevilla, 1994.





Sylva, de Vicente Sabido.




1940


Entonces
las veigas entre niebla,
las vacas con carbunco,
el hórreo verdinegro y las panochas
bajo los cielos gasas.


0 tal vez
llanuras de molinos incendiados,
meses de polvo y mosto,
senderos de herradura adormecidos
que huellan el arriero y las urracas.


Entonces el pan duro y las cebollas
podridas, el quinqué de queroseno
apagando las noches,
las viejas enlutadas y la polio,
la taba, la peonza, aquellos dulces
de pascua.


Pues naciste en un tiempo memorable
de llanto, vino tinto y gabardinas
sobre un millón de muertos recién muertos.















DEL TIEMPO VIEJO


Aquellas noches tibias
los grillos de cristal,
las temblorosas
esquilas, el aroma pequeño del jazmín,
ahogaban con su música


el rumoroso vals de las constelaciones.


Y las abuelas negras
en sus sillitas viejas
hablando de los muertos, las cosechas...


Los niños en la plaza
juegan al escondite.
Verano lentamente inunda,
lame, aquieta...


Bajo la enredadera
hay un clamor de risas.
Mis padres. Tía Maruja.
Limón. Agosto. Cal. Somos dichosos.


Dónde desagua el tiempo. Di. Decidme.













S YL VA
A Blanca


Andabas por las calles del otoño
calladas de humedad y el amarillo
concierto de los árboles te amaba.
Te amaba el cielo gris y los tejados
umbrosos y los pájaros humildes
y el viento oscuro y fresco de los bosques.
Te amaban las vaguadas, las colinas
sangrientas de amapolas.
Y en Mérida te amaban
los blancos capiteles, la sonrisa
marmórea de los dioses mutilados.
Te amaban las cigüeñas vergonzosas
y hasta los lapiceros que mordías.


(Lento espigaba el trigo.
Lenta el agua buscaba las raíces.
Lenta la yerba crece. Lento el hombre
echa la hoz. Y trilla. Y lento amasa
su pan con llanto y fuego)


(El tiempo no perdona
ni a la roca más firme ni a la rosa
más tierna.

El tiempo quiebra

los cielos más azules y las aguas
más tersas.

Como un cáncer

agrieta dulces sueños, da al olvido
palabras de pasión, gestos heroicos)


Perdida en el invierno.
Perdida entre la lluvia
fresquísima de enero.
Subiendo por el frío.
Subiendo por la pena.
Subiendo por el llanto y por el gozo
con tanta certidumbre.


Andabas por las calles entornadas
donde la madreselva trepa
las altas tapias blancas.
Andabas los pasillos soñolientos
del Instituto viejo, con tu risa
cristal, entre los muros
cargados de expedientes y pintadas
ingenuas sobre el sexo, y el gobierno.
(Andabas por los ojos de tu madre
marcándole el camino, como un faro
en medio de la niebla)


(La tarde es de tormenta.
Las nubes montañosas
descargan su coraje por los campos.
Agreste sinfonía
detrás de los vitrales.

Yo recuerdo

los góticos pináculos de Burgos,
en tanto la gramola toca graves
cantigas alfonsinas)


Andabas por las playas de septiembre:
almendros, sal y conchas. Conocías
el vuelo de los pájaros marinos,
las caras de la arena, los dibujos
efímeros del agua entre las peñas.


Aprendiste los himnos de las olas
cantando jubilosas a la muerte.


Gaviotas, arrendotes. Conocías
la bóveda nocturna estrella
a estrella y les dabas mil nombres misteriosos,
helados, cristalinos, ya polvo en la memoria.


(Inventa nuevos cielos.
Inventa nuevos mares. No te canses,
amada, de enseñarme como a un niño
las voces del silencio
en un jardín desierto, la caricia
profunda del crepúsculo,
la música pequeña de las lilas)


Ni siquiera sabemos qué es la vida,
para qué preocupamos del detalle:
las curvas de la rosa, el vuelo tibio
de una paloma blanca, y el azar
que trajo hasta mis ojos tu mirada.


Y yo con mis costumbres,
al margen de tus cosas,
al margen de tu cine y tus zapatos,
al margen de tu blusa y tu sonrisa,
tu tos y tus muñecas,
tu pena, tus blue jeans y tus amigas.


Y yo perdiendo el tiempo
entre los polinomios y los Beatles,
entre la bicicleta y los Urales,
las Tablas de la Ley y las estampas.


Pensar que en dos minutos
hubiera compartido tus paisajes,
tus sueños, tu rutina.
Que estabas a un suspiro de mis ojos,
a un paso de mi aliento.

Y que quedaba

aún tanto hasta el encuentro.


Tú, lejana, subiendo por el pozo
de los años, oscuro y resbaloso.
Subiendo por mis días sin saberlo.
Pasando de la rosa hasta la página
más gris de la gramática.
Pasando del latín al tocadiscos,
al chicle y Julio Veme.
Subiendo por los siglos y las simas
hasta tocar mis labios.


Pensar que por tus huellas
andaba sin saberlo.
Pensar que respiraba donde el aire
guardaba tu latido.
Pensar que tantas veces he tocado
el hueco de tu cuerpo.
Pensar que he compartido tanto abril
a un paso de tus ojos.
Pensar que te soñaba desde niño
y estábamos despiertos y tan cerca.


He dado tantas vueltas
para llegar a ti. Me he desviado
por tanto falso atajo que es milagro
tenerte entre mis brazos.

Cuántos días

Brillantes como espejos. Cuántas noches
de asfixia y alquitrán. Mi corazón
lento sangraba. Y bajo el cielo
helado, solitario, yo buscándote.


Buscándote en los chopos
de plata y en los charcos del invierno.
Buscando entre las hojas
tu dulce piel sedeña.
Buscándote, perdido, como un loco
persigue la razón en su delirio.


Perdido en el neón y las películas.
Perdido en los caminos cotidianos.
Perdido entre los libros,
y las conversaciones y las copas.
Inútil entre inútiles sin ti
Cadáver entre muertos sin tu vida.


Amor, dime el secreto
designio de las cosas.

Por qué el tiempo

nos ciega, tiende trampas,
nos pierde en laberintos.
Amor, por qué la vida
no es buena con nosotros, nos aprieta
el alma hasta el gemido

y se alimenta

con lágrimas de sangre.


Viniste como un sol amigo y tibio,
como un caudal de rosas, como un viento
de Sandro Botticelli,
como una sinfonía
de flautas de madera y mandolinas.
Te adoro en tus pupilas, en tus cejas
arqueadas y sumisas. Cómo fulge
la frente blanca y dulce en la cascada
castaña de tu pelo. Cómo vuelan
tus manos melodiosas por el aire
buscando mis mejillas. Cómo vuela
tu risa por mi pecho. Cómo tiembla
mi voz enamorada
cuando chocan mis ojos con los tuyos.


Déjame, amor mío, en este instante,
en este instante azul agazaparme
pequeño entre tus brazos,
pequeño entre entre tus labios y decirte:
escucha mi silencio.
Escucha mi silencio y mi alegría.


(El mundo es nuestro lecho y nuestra casa.
Despierta, amor. Despunta una mañana
de campos de algodón tímido y albo.
Da cuerda a la ilusión.
Volvamos al principio a cada instante.
No es tarde para nada. Nunca es tarde.
No tengas miedo nunca.

Ven.

Escucha.)













BALADA DEL AMOR PERDIDO


Porque sabes
qué tristes son las tardes de este abril,
qué tristes son los trinos,
qué tristes las sonrisas,
los niños, las muchachas

este abril

porque el amor se fue y sin paradero...


Porque sabes
que nadie es tan feliz como pregonan
los discos del momento,
la prensa, las películas,
profetas, soñadores y filósofos,


en este abril tan rosa y tan cereza,
en este abril sin mitos
que ocupen los lugares donde el amor estuvo.


Porque sabes
que nada sabes, nada.
Que toda tu sapiencia
son unas letras grises que el tiempo va borrando.


Porque sabes
que aquí estuvo el amor.

Y que se ha ido.









Adagio para una diosa muerta, de Vicente Sabido.



UN CAZADOR


Negra cae la lluvia
sobre los campos negros,
sobre el oscuro miedo
de unos ojos cerrados.


En la vaguada truena
un rayo amoratado

y el aullido

del lobo centellea
famélico, amarillo.


Famélico, amarillo
y oscuro, el hombre estrecha
contra su corazón helado
un hacha de diorita.













TABELLA DEFIXIONUM
(Tablilla funeraria)


124 d. d C.


Todos preguntan
por ti, Priscila.
Preguntan la escalera,
el atrio, el pajarillo, todos, todos


Priscila, te reclaman: los geranios
pequeños, los macizos
de fucsias y de rosas,
el arcón de los lienzos, las ajorcas
cerámicas...


Todos te lloran, sienten
el hueco de tu risa, la canción
de tus tobillos finos.

Y qué hará

sin tu latir agosto

Y qué será

de las campiñas secas sin tu aliento.


Qué será de tu esposo,
de tu joven esposo,
del infausto esposo que te arrojó al Guadiana.







Décadas y mitos, de Vicente Sabido.




LA CASA SOLARIEGA


Mansión, mansión,
con tus doncellas núbiles o amargas o quién sabe,
con tus estancias quietas las tardes del estío,
con tus estancias quietas,
donde arabescos rotos de escayola
amarillecen, lucen en cansancio.


Mansión, mansión,
donde el rincón alberga un polvo que me es dulce,
que lo quiero así, porque requiero
que los esbeltos fustes derrocados
me sean dulces.


La realidad, la vida. Y tan incierta
como mansión que fue y ahora es despojo,
como mansión neoclásica que un día
supo albergar la vida y es ruina.


Y que es ruina, sí, escoria en que me tiendo
Para cantar al mundo mi reinado.
Donde me tiendo y clavo una esperanza
Que me mantenga en pie aunque hay despojo.















RAINAND TEARS
(Lluvia y Lágrimas)


Y tú, querido Alberto,
que un día yo envidié por evadirte
de casa de los viejos
en busca de la dicha por las playas
calientes, andaluzas,
contéstame qué se hizo de tu orgullo
si Torre de Babel perpetuamente
confusa y rutilante
o apenas el llorar ceñido al cuenco
pequeño de las palmas.


Gozabas de visiones sociomíticas:
hembrajes en furor quemado rimmel
a Diana Cazadora y Afrodita
indistintamente.


Cuando en las horas muertas
soñamos submarinos amarillos
¿pensabas en amar o en la tristeza
que hurgabas en tu adentro?
¿pensabas en azules singladuras
donde arropar tu ilusa hipocondría?


Ahora que lo pienso
(detrás de los cristales lluvia y llanto)
y endulza mis oídos
la música inefable del sesenta,
a ti te lo pregunto:
adónde fue tu orgullo.
A ti, querido Alberto,
con dos palmos de tierra sobre el gesto.











UN LEGIONARIO
5 a.d. C.


Con los ojos cansados
mira morir el sol tras las colinas,
mira la primavera
caliente y olorosa
que no esperaba ya. Mira las golondrinas
volar, volar. Y entre las hojas del emparrado
siente bullir la vida breve
de las avispas.


Ya sin pesar, y casi alegre,
va remembrando luces y penumbras:


las noches densas de marcha por los feroces
bosques de Lusitania,
los altos mediodías, el rugido
del sol en los escudos,
el bronce, los piojos, el hedor
de las ciénagas, la frescura
de aquella niña griega.


Ya casi ciego,
moja en el vino amargo su impaciencia.


Una moneda guarda para el tránsito
del río Leteo hacia la Vida.








Aunque es de noche, de Vicente Sabido.



AMANECER (1956)



Del sueño al sueño voy. Los almacenes
oscuros del invierno
huelen a pimentón y lento aceite.

Un carro en la memoria o en las piedras
va a la labor, quedo, tranquilo.

En el luciente hogar la leche humea
y el sol tímido trepa frescas tapias.

El día se llevó los negros chopos
de la noche pequeña.

Soy niño. Soy feliz. Feliz me espera
mi heroico caballito de madera.















RECUERDO INFANTIL (1958)



Libro de pastas verdes, con grandes hojas y selvas
y en tus ojos oscuros, abuela, se refleja
el ruido de la calle.

Y el patio al que regreso
con lágrimas furtivas.
El patio con arriates y mimosas
plantadas en bocoyes.
El patio, el patizuelo
que a mí se me antojaba en las felices siestas
profunda, verde fronda, más que la de tus libros.

Qué densa soledad aquellas tardes
el tiempo me ofrecía.
Que mágicas andanzas tras los perros,
los gatos y las latas.
Que oscuro microcosmos de grandeza
los viejos torreones, las campanas.

(Tras la persiana verde, abuela, tu universo
de espejos y de encajes)

Espacio de la dicha que no ha de regresar
pues sólo en mí existía.
Dónde estará. No logro adivinarlo
cansado de mirar
sin inocencia.















LEYENDO A UN ROMANTICO INGLES


Oh noche, qué suave
bajaste la ladera. Qué brillantes
pusiste los arroyos y brocales
de los pozos.

Oh noche melodiosa
de estrellas y susurros.

Oh noche, pues ahora
toda la casa es
como un claro de luna,
vela conmigo, quédate,
bésame lenta y dulce:
no me dejes a solas con el dolor del mundo.

Porque la casa está
como un claro de luna
y los objetos cantan en quietud
un himno de alegría:

quédate, lenta, tú,
oscuro adagio, tú...

Pues el dolor antiguo parece aletargado,
parece que se ha ido para no volver nunca.
















OTOÑO


Dorada sobremesa del otoño
en el albergue viejo.

Un libro junto al fuego rememora
algún instante muerto.

Escuchas los susurros de las hojas
en el silencio seco.

Alegría de chopos amarillos
y jóvenes cerezos.

Un cuco canta afuera, tan lejano
como si fuese un sueño.

Y la luz es de miel, como aquel día
de tu mejor recuerdo.

En el fondo del bosque centenario
dormitan los misterios.

Pasado y porvenir en el olvido.
Es el presente. Eterno.

No somos. Es el mundo. Y eso basta.
Después ya nada espero.

La tarde lentamente desvanece
un imposible cielo.














GUIA PARA INICIADOS


He de revelaros un secreto: hay
en Granada sitios,
lugares donde el tiempo se remansa
como el agua en los pozos.
Por ejemplo, Plaza de las Pasiegas
donde el alto frontispicio de la catedral
da sombra a algún mendigo;
calle de Niños Luchando; recoleta
Plaza de San Nicolás, con acacias
y la Alhambra soberbia recortándose
contra el azul o el pálido lechoso
de la Luna; Carrera
del Darro donde el tiempo
discurre embovedado.
Y en mi corazón,
tantos años ya en la recta
final de soledad.







Vicente Sabido

VIERNES, SEPTIEMBRE 06, 2013





Me conmovió ayer —como a Álvaro Valverde— la llamada de Blanca Domínguez Cadenas para comunicarme la muerte este miércoles 4 de su marido, Vicente Sabido Rivero (Mérida, 1953). Profesor de literatura española de la Universidad de Granada desde 1977, era uno de los buenos poetas extremeños de la diáspora que nunca perdió el contacto con su tierra, ni en lo personal y familiar ni en lo literario. En el contexto universitario en el que estudió y comenzó a trabajar, publicó sus primeros libros: Aria (1975), Décadas y mitos (1977) y Sylva (en la Colección Genil de la Diputación de Granada, 1981). Pero su inclusión en la antología Abierto al aire (1984), de Álvaro Valverde y Ángel Campos Pámpano, lo situó en un mapa literario extremeño en el que luego publicaría Adagio para una diosa muerta (1988), en la colección La Centena, y en 1990 una Antología poética a cargo del Ayuntamiento de su ciudad natal. En 1994, su compañero de generación Abelardo Linares le publicó en Renacimiento Aunque es de noche, que para mí es su libro principal. Tuve ocasión de reseñarlo en las páginas del primer número de la revista cacereña La ronda de noche, que ideó Julián Rodríguez. Allí escribí: «'No hay otros paraísos que los paraísos perdidos' escribió Borges para cerrar su poema «Posesión del ayer», de Los conjurados, y esos paraísos únicos y perdidos se recrean en el libro de Vicente Sabido y en gran parte de su producción poética hasta hoy. Todo se basa en la sucesión del tiempo y en la situación del poeta en el curso de la rueda. Cante amor, cante historia o intrahistoria, circunstancias, cante la canción o la tierra, el poeta, siempre, intenta fijar el tiempo en el poema». Ay, el tiempo. De 1975 a 1994 ocupó otra antología que apareció bajo el título de Los cuarenta principales y con prólogo de su amigo y colega Miguel D'Ors en la colección Maillot Amarillo de la Diputación de Granada en 1999. Quien quiera conocerle mejor puede leer, además, una recopilación de sus prosas y ensayos a la que puso el borgesiano título de La lluvia de Cartago (Editora Regional de Extremadura, 2006) y de la que también pude dar mi lectura en la revista Clarín (núm. 69, mayo-junio 2007), de su paisano y valedor poético José Luis García Martín. Y el puñetero tiempo ha sido poco para que disfrute del reconocimiento editorial de otra antología de su poesía publicada por Renacimiento titulada Amor, de la que solo tenía noticias y de la que, por ahora, solo he podido ver una muestra en el escaparate virtual de Casa del Libro. El tiempo. Es significativo que en los últimos años solo podamos hablar poéticamente de Vicente Sabido a través de sus recopilaciones y recuentos, como si él hubiese tenido la necesidad de compendiar y la imposibilidad de crear. Este julio pasado supimos del agravamiento de su cáncer de estómago complicado con una metástasis en el hígado desde finales de año, por las noticias que él mismo nos dio a principios de este 2013. Seguía en la lucha, nos dijo al comienzo de este verano. Muy a principios de septiembre de 2004 estuvieron Blanca y él en Cáceres. Comimos juntos en El figón y les enseñé la Facultad en el nuevo campus que no conocían, y el Servicio de Publicaciones. Vicente se mostró muy cercano, con muchas ganas de congeniar con el relato de algunos íntimos padecimientos que le acompañaban, me dijo, desde hacía treinta años; y que sobrellevaba mejor gracias a Blanca, siempre con él, y a que había dejado de fumar después de la muerte de su padre por un cáncer de pulmón provocado por el tabaco. Eso me dijo. Septiembre. Septiembre su nacimiento —el día 18 habría cumplido los sesenta. Septiembre su muerte. Septiembre nuestro último encuentro. Septiembre también, de 1978, en Mérida, un poema realmente representativo de la persona de Vicente Sabido, «Adagio para una diosa muerta», de Sylva, y que luego dio título a otra de sus obras: «Morimos los humanos. Ella nos sobrevive / y exhibe una ruina que es nuestra, sólo nuestra. / Sólo la imagen rota que nuestros ojos rotos / vislumbran en la niebla de un tiempo sin raíces». De Vicente Sabido. Esta tarde, a las 20.30, en la Basílica de Santa Eulalia de Mérida, una misa funeral le recuerda.



PUBLICADO POR MIGUEL A. LAMA 

http://malama.blogspot.com.es/2013/09/vicente-sabido.html




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