lunes, 30 de agosto de 2010

745.- DANIEL SAMOILOVICH


El nacimiento del poeta, traductor y periodista argentino Daniel Samoilovich se produjo en Buenos Aires (Argentina) el 5 de julio de 1949.

Sus primeros pasos en el plano periodístico los dio en 1964 (dos años después de haber ingresado al Colegio Nacional Buenos Aires) al sumarse como colaborador al equipo de “Esta generación”, una revista dirigida por Pedro Pujó, uno de los tantos estudiantes que asistían a la mencionada institución.

Cinco años después de esa experiencia, ya recibido e independizado, Daniel es contratado por el diario “Clarín”, medio en el cual publicó una serie de artículos que, en 1972, le permitirían obtener el Primer Premio Para Periodistas Culturales.

Sin dejar de lado su actividad periodística, Samoilovich comenzó a ocupar su tiempo con otras tareas, tales como el estudio del idioma francés y la creación de obras literarias. Para 1973, con la aparición de “Párpado”, este argentino que años después contraería matrimonio con su colega Gloria Pampillo no sólo era un reconocido periodista, sino también un flamante poeta.

En 1978, este hombre se instala junto a su esposa en Madrid, donde se gana la vida como redactor de medios como “Triunfo” y “El País” y dirige, en compañía de Pampillo, la revista “La construcción imaginaria”.

“El mago y otros poemas”, su segundo libro, aparecería en 1984, meses antes de su casamiento en segundas nupcias con la narradora Ana María Bovo. Después llegaría “La ansiedad perfecta” y, en 1995, el destino pondría en su camino a Silvina Chmielewski, quien llegaría a transformarse en su tercera esposa.

“Rusia es el tema”, “El carrito de Eneas”, “Las encantadas” y “El despertar de Samoilo” son otros de los títulos que forman parte de la producción literaria de este escritor y traductor de latín, francés e inglés que, hasta el momento, ha acumulado una gran cantidad de reconocimientos.






LOS DADOS HUECOS

Full, póker, full: pero estos dados, huecos,
a cada golpe nos llevan más lejos
de la tierra, a una órbita improbable.
Sobre la bandeja que cubierta
por una toalla apoyamos en la cama
ruedan los dados huecos. Lo que sale
parecen cinco ases. Pero no.
Como la gravedad, la suerte
está hambrienta de masa y aquí ninguna
de las dos encuentra qué comer.
(Más tarde, en la noche, la sospecha
de que esta falta de peso o negativa
o renuencia a pesar podría
ser el síntoma de una enfermedad
cuya causa apenas encubierta
seríamos nosotros o bien esta pieza
un poco siniestra de un hotel de provincia.
Nos damos cuenta que no somos ni seremos
felices juntos pero qué cretino este fantasma local
que, contra toda chance y buen sentido,
además nos hace sufrir.)






Las Encantadas



Si ronda el tiburón, si caminamos
por una calle de árboles extraños,
si el viento nos cubre de pétalos rosados
-o fichas de ruleta- y un cascarudo
chilla en la pista más fuerte que el avión,
si a medianoche me despierta la imagen
de dos que vuelven del abismo con langostas
en sendas redes de malla muy cerrada,
si un ostrero o un pinzón se avienen
a ilustrar la evolución de las especies,
¿quiere decir entonces que retornan
las islas negras, vas de nuevo a señalar
en las grietas entre la lava el pasto
amarillo que asoma,
de veras va a nacer
la vida una vez más, volver sobre sus pasos
el mar que encandila, la mañana
de los monstruos serenos, iniciales?






El islote Chatham

Romo, nada notable, por decirlo
de una vez, nada menos atractivo:
una capa delgada de basalto
atravesada por enormes grietas,
cubierta en partes por arbustos negros
que achaparrados por el sol apenas
viven. La superficie, escamosa
de puro seca, agobiada por los...

No parece - parece - no parece
parece - no parece - puro seca
escam - asuperfí - ciecá - paboca.

Recojo plantas pero apenas si consigo
algunas, tan pequeñas, enfermizas
que diríase... que parece... no parece...
Aire sucio, pesado, sofocante,
como el que pudiera respirarse
en un horno de pan en York, en Essex.
Llegamos a pensar que los arbustos
-incluso la retama- huelen mal...

No parece... parece... no parece,
parece que pudiera respirarse
con círculos, con bocas imperfectas.

No dan sombra estos árboles, parecen
no tener hojas, tardo en darme cuenta
que las tienen, y flores. Noche en tierra,
cien conos de volcanes más bien bajos,
ciento sesenta, todos rematando
en bocas imperfectas, simples círculos
de escoria roja que algo, un cemento
también rojo, mantiene amalgamados...

No parece... parece... no parece,
parece, no parece, bocas rojas,
círculos, anos, bocas imperfectas.

No más de veinte, treinta pies, alzándose
por sobre la llanura de basalto
inflada acá y allá de inmensas bolas,
sus paredes en parte desplomadas...
Aspecto sumamente artificial...
Como hornos de pan en Devonshire,
calderas de vapor en Sussex, Essex...
No parece... parece... no parece.

Dos tortugas me miran, una de ellas
se aleja muy despacio, la otra silba,
la que silba se mete en la carcaza...

Aves: escasas, de colores: foscos,
que parecen no ocuparse de mí.
Como si a los ángeles se pudiera
burlar, y a sus espadas encendidas,
y volver al Edén, y el Edén fuera
un infierno, me asalta una fatiga
horrible; y mi andar es arrastrarse
sobre esta superficie: un lagarto

también yo, pero adaptado mal:
escama superficie capa boca
anos círculos bocas imperfectas.






Como esa puta que en un puente de París
le entregó a un conde ruso la tarjeta
de un professeur especialista en sífilis,
éramos cada uno para el otro
cura y enfermedad, daño, alivio.

Bajo el cielo a veces negro, a veces rojo,
acortamos los pasos, porque pasos
más breves alargan la noche.

Te agarraba del brazo en las esquinas,
hacía falta algo fijo en el tiempo
que al caminar tan despacio dilatamos:

árboles de flores iguales
dentro y fuera de casa, laberinto del que,
si nos hubiéramos perdido real-
mente, no hubiéramos salido
impidiendo de ese modo
que la noche pasara y pasando diera paso
a las noches siguientes:

extraviarse en el espacio y así cortar
en cualquier eslabón la cadena del tiempo;
llegar al puerto, y que en el cielo enmascarado,
irradien fuegos de San Telmo
los topes de los mástiles.







Si, están volviendo, vuelven,
es sutil el origen de estas islas,
que trae la noche y vienen con el sueño.
Algo que, digamos, hubiera quedado irresuelto
en el pasado
aunque es inútil buscar, retrospectivamente,
cicatrices o indicios de angustia
en las calas cubiertas de resaca,
en el pueblo negro de iguanas
sobre la costa catatónica:
la búsqueda podría,
como un detective distraído, fabricar pistas falsas
o adulterar las verdaderas. El mismo velo espeso
que cubre lo que ha de ser cubre el pasado:
los dioses se ríen de la ansiedad excesiva
que los hombres tienen por conocer el futuro;
y peor aun que soportar su burla
es ver pasar a la ninfa Asterie, la única
a la que es dado volar hacia su infancia.
Allá va, atraviesa Sullivan Bay
y esas manchas oscuras son galápagos
apareados hace horas, los acuna
el tumultuoso mar







El mundo es como un dado
que rueda.
y todo gira con él:
el hombre
se vuelve ángel, el ángel
hombre.
La cabeza pie, el pie
cabeza.
Así dan vueltas y vueltas
las cosas
y se transforman ésta
en aquella
y aquella en ésta, lo superior
en inferior
y lo inferior en superior;
cuentas
no saldadas del Precámbrico
devienen
penas de un amor concluso,
la ansiedad
de una noche en el Trópico
cifra
del tiempo irreversible;
en la raíz
todo es uno, y en las transformaciones
algo se
redime, en algo se repara
el error
divino de haber separado
de la tiniebla
la luz, haber hecho de la idea
cosa.
En el cambio nacen
dientes,
del cambio comen
ángeles,

caídos inclusive.







La noche antes de embarcar
Toca dormir en esta casa, aquí
nos dejaron, provistos de una cita:
mañana a la mañana, en el muelle.
Por la ventana

que da a la calle se ven los mismos árboles
que en el jardín, es fácil confundirse,
adentro, afuera, el mismo color rosa
de los grandes pétalos.

Sólo un azul ......................................
........................................ este jardín,
........... una calle................................
una casa

y en esa casa un jardín, quizás éste.
Tus ojos son el ancla, cerca de ellos
estoy seguro, ellos son la casa
verdadera,

no estas paredes falsas, dibujadas
de apuro, justo antes que lleguemos
-no separan siquiera dos matices
de rosa,

ni un hemisferio de otro, ni los cielos,
enemigos, de la osa y el carrito-.
No me cubren tus ojos del rocío
ni del tiempo,

no evitarán que muera y sin embargo
ellos sí son refugio, talismán,
cerca de ellos yo me creo seguro.
O, mejor,

empieza a darme igual lo que suceda,
a no asustarme esta casa que mañana
dejaremos como un poco más tarde
dejaremos las islas, el aliento,

los huesos.
Pero es que sin vos lo mismo daría
haberse muerto ya,
y entonces lo peor, que hubiera sido
no conocerte,
vivir en otro siglo distinto del tuyo,
en un planeta
cualquiera de cualquier podrido sol,
o peor,
cruzarse con vos en la cola del cine,
en la sala
de espera de la morgue, y no avivarse
que eras vos,
tenerte delante, y, como un artista pésimo,
no verte,
eso ya no sucedió y ahora todo está bien,
ahora
lo único que quiero es no sobrevivirte.
La casa
ojalá fuera de cartón, de dulce,
ojalá
de chocolate o mazapán, y viniera
a comérsela
un ogro, y se la comiera con nosotros
adentro.

(Es por algo que el niño venusino
bajó a la tierra armado de arco y flecha,
no se trajo una pala ni una escuadra
ni ridículamente acarreó

desde su olímpica morada vendas,
lenitivos, remedios. Su tarea
es dañar, no curar, no construir nada;
si cuando te ensarta te olvidás

de la muerte, se trata de un efecto
colateral, del mismo modo que
un tipo al que le pegan un balazo
en la mano, en un hombro, en un pie,

seguro que se olvida de inmediato
de la angustia suicida, inmaterial,
que hace cinco minutos lo aquejaba:
cuando de veras pica, se transforma

en trivial el miedo a lo futuro;
el día de mañana y toda
deducción y toda prospección
y toda

reflexión, que el diablo se las lleve:
esta es la hora
furiosa y a la vez serena
del ahora

y en las manchas rojas, amarillas,
del ahora, en las islas un reino
fundado en la ley de tu mirada,
cosmos macro

donde cada accidente del terreno
corresponde a un cosmos micro:
las montañas tus pies, las lagunas tus ojos,
¿y por qué

en el infinito ensayo geológico
no podría el planeta
generar una cosa como esa?
Si fuera posible,

aquí debería ser, aquí empieza de nuevo,
a hervir la tierra,
nacen de nuevo, en las grietas del basalto,
pálidas hebras de pasto.






Como si entre "vos" y "yo",
animal y hombre y hombre y mujer
oh y ah, se insinuara
una tercera categoría. Como si hiciera falta.
¿Ama Ulises la guerra
o ama a su mujer? ¿O lo que ama es el viaje
que une la una con la otra?
Lo que nos une está, lo encontramos
aquí, quiaquí loencontramos, estas islas
peladas, perros salvajes
y dragones mansos, las ruinas
de un Palacio de Lava bajo el sol de fuego.







Puerto Baquerizo

¿Pero cómo fabrica la noche
esos pétalos luminosos, rosados?
¿Qué reservas de luz tienen los árboles
que flanquean nuestro paso?
Los pelícanos no saben geometría, las estrellas
de mar no cuentan hasta cinco: cada uno,
sin embargo,
vive en su forma, de una forma, sobre el techo
de una dársena o en el fondo del mar.
"Creo haber encontrado, creo
haber
encontrado":
y un mundo de emociones morales
se derrumba ante el hallazgo. Hace bastante menos
de un millón de años, van y vienen fichas sobre el paño
de una mesa de juego, a oscuras
hurgan los pinzones entre las piedras de la playa
adaptando su pico al alimento disponible.
Las formas mutan en un paño, un sueño,
y en ese sueño ruedan
"oh" y "ah", dos figuritas que vendrían
a ser nosotros en puertos
de nombres raros: Baquerizo,
Fernandina, Sullivan Bay.






Se hincharon las riberas, el ciclón
arrasó la selva y de nada
les sirvió su vigilia a los pájaros,
a la araña su escondite.
Las ranas se esfumaban en el barro
pero también saltaron los pantanos:
lo que era ralo se apretó, lo que era denso
o estaba atado se esparció. Por la cola
quedó enganchado
el delfín en el árbol de café
y a la cabra sus patas poderosas
de poco le sirvieron a la hora de nadar.







¿De dónde fue que vino el viento
cargado de arena y se llevó
nuestras cosas al mar? En remolino
nos llenó los ojos de roca
batida y caracoles destrozados:
el viento loco sabía lo que hacía.
Lona debía ser, libros, tal vez fueran
aletas de hombre rana, cartas, cosas:
todo lo hizo saltar, hasta el negro
cinturón de buceo con tres kilos
de lastre repartidos en seis plomos
de medio cada uno se movió
hasta caer en un hoyo que enseguida
cubrió el mar. Lo que la muerte
no puede atrapar con la mano
es lo que casi no existe,
dos casi ciegos
sentados en la playa, uno al lado del otro.






El Ombligo De Los Ángeles No Prueba
que hayan nacido de mujer
la escamosa superficie de estas islas
no puede engañarme:
estas no son las hijas verdaderas
del volcán que ardió en el Pleistoceno,
son apenas figuras que el sueño
engendró torcidas
más por diversión, por capricho de artista
que por mejor imitar a su modelo;
les paso la mano por encima
y agarro aire, si es que agarro;
si es que muevo la mano, si pudiera
moverla, si tuviera
mano:
lo cual no es obvio, lo cual no es evidente.





La Sombra De Mi Mano Derecha

La sombra de mi mano derecha
es una mano izquierda - lo que escribo
alguien lo escribe desde adentro del papel,
la punta de su lápiz contra el mío.
Me gustaría saber si ése es feliz.
Me gustaría saber cómo suenan
esos versos que corren al revés
rumbo al Oeste de un mundo inclinado.



Me Quedo Quieto, No Porque No Pueda
moverme yo sino por la parálisis
simultánea de la opacidad
y del sentido: te miro

desesperado, no parece que lo notes,
parece, no parece, me acuerdo
que acá le dicen brillos al diamante.

Como quien percibiera dormido el cuerpo
inmóvil, sin entender que se está quieto
porque uno duerme:

y le ordenara, en el sueño, moverse,
sin lograr que obedezca, estando,
como está, boca abajo, dormido:

en un cuarto feo, azul
que por suerte o por desgracia uno
no llega a ver

estando, como está, dormido,
estampado en la cama, creyendo
que se quedó paralítico, que

la cama, horizontal, es un muro
vertical, o peor, una barrera
invisible

como el cuarto feo y azul
que, por suerte o por desgracia, uno
no llega a ver

soñando, como sueña, que está
paralítico entre el rojo
zigzag.




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