viernes, 9 de marzo de 2012

YUSEF KOMUNYAKAA [6.061]


Yusef Komunyakaa

(1947, Bogalusa, Louisiana, Estados Unidos de Norteamérica).

Yusef Komunyakaa, hijo de un carpintero analfabeto e inscrito con el nombre de James William Brown, reclamó más tarde el apellido Komunyakaa que su abuelo, llegado desde Trinidad en un barco, como polizón, había perdido. Profesor en la Universidad de Nueva York, obtuvo en 1994 el prestigioso Premio Pulitzer por su libro Neon Vernacular: New and Selected Poems. Su poesía se divide en dos grandes temas: su niñez en Luisiana y su experiencia en Vietnam.

BIBLIOGRAFÍA:

POESÍA:

Dedications and Other Darkhorses, RMCAJ, 1977.
Lost in the Bonewheel Factory, Lynx House Press (Amherst, MA), 1979.
Copacetic, Wesleyan University Press (Middletown, CT), 1984.
I Apologize for the Eyes in My Head, Wesleyan University Press, 1986.
Toys in a Field, Black River Press, 1986.
Dien Cai Dau, Wesleyan University Press, 1988.
February in Sydney (chapbook), Matchbooks, 1989.
Magic City, Wesleyan University Press/University Press of New England, 1992.
Neon Vernacular: New and Selected Poems, Wesleyan University Press/University Press of New England, 1993.
Thieves of Paradise, Wesleyan University Press/University Press of New England, 1998.
Talking Dirty to the Gods, Farrar, Straus, 2000.
Pleasure Dome: New and Collected Poems, Wesleyan University Press, 2001.
The Wishbone Trilogy, Part 1, Farrar, Straus and Giroux, 2006.
Gilgamesh: A Verse Play, Wesleyan University Press, 2006.
Warhorses, Farrar, Straus and Giroux, 2008.
The Chameleon Couch, Farrar, Straus and Giroux, 2011.
The Emperor of Water Clocks, Farrar, Straus and Giroux, 2015.

OTROS:

(Editor with Sascha Feinstein) The Jazz Poetry Anthology, Indiana University Press (Bloomington), 1991.
(Translator, with Martha Collins) The Insomnia of Fire by Nguyen Quang Thieu, University of Massachusetts Press, 1995.
(Editor with Feinstein) The Second Set: The Jazz Poetry Anthology, Volume 2, Indiana University Press, 1996.
Blue Notes: Essays, Interviews, and Commentaries, edited by Radiclani Clytus, University of Michigan Press, 2000.
Slip Knot, libretto in collaboration with T. J. Anderson, commissioned by Northwestern University.


El Diablo Viene a Caballo

Aunque la arenosa tierra ya esté roja,
el diablo aún viene a caballo
a medianoche, con viejas obscenidades
en su cabeza, galopando junto al oleoducto
que transporta petróleo hasta los negros tanqueros
que van hacia Shanghai. Viajando
a través del folklore & las canciones, plegarias
& maldiciones, él es un molino de viento y antorchas
& plomo caliente, ira & saqueo, sed de sangre
& odio de sí mismo, levantándose desde las Siete Odas,
Cuervo de los Árabes. Que alzen el vuelo
& vuelen, que se alejen tropezando sobre pies rotos,
que rueguen con palabras de los no nacidos,
que rasgueen un polvoriento oud de entraña & arbusto,
hasta que el diablo cabalgue una sombra al amanecer.
Lástima de aquel que no conozca que su linaje
es la violación. Él cabalga con un corazón de niño
en sus manos, una cabeza en un báculo,
& no puede dejar de embestir el cielo nocturno
hasta que su propio rostro oscuro se convierte en cenizas
cabalgando un espejismo de desértico viento.

Traducción de Omar Pérez


No puedo sacar los ojos del desnudo

No puedo sacar los ojos del desnudo
en la ventana de un tercer piso a las tres de la mañana.
Donde ella está ya es de día
en Copenhague y la Atlántida,
y apostaría el misterio contra mi vida
que está escuchando “Bouncing with Bud”.
Contoneándose con el ir y venir de los dedos por las teclas,
ella está al borde de algo grandioso
caído ahora en decadencia y confusión.
No creo que sea un anuncio visto por la ventana
de una fachada, podría ser la modelo de un pintor
tomándose una pausa luego de estar horas
sentada en la misma pose, en diálogo con tonos de rojo
rogando que la sombra de Bud no se aleje rengueando
golpeada por bastones policiales. Me pregunto si sabe
que la floración llenó el cuarto y la dejó sola
como estoy yo esta noche bajo un puñado de polvo cósmico,
una puerta cerrada con tablas y guardada por dos leones

[Traducción: Gerardo Gambolini]



Las cartas de amor de mi padre

Los viernes abría una lata de Jax
al volver de la fábrica,
& me pedía que le escribiera una carta para mi madre
que enviaba postales de flores del desierto
más altas que hombres. Él rogaba,
prometiendo no volver a golpearla
nunca más. A mí me alegraba en cierto modo
que ella se hubiera ido, & a veces quería
incluir un recordatorio: que la “Polka Dots & Moonbeans”
de Mary Lou Williams
jamás deshinchó los moretones.
Su delantal de carpintero siempre lleno
de clavos viejos, un martillo de orejas
colgando al costado & cables de extensión
enroscados en los pies.
Las palabras salían de debajo
de la presión de mi bolígrafo: Amor,
Cariño, Nena, Por favor.
Nos sentábamos en la silenciosa brutalidad
de voltímetros & terrajas,
perdidos entre las frases...
El reflejo de una cuña de cinco libras
en el suelo de cemento
arrastraba un crepúsculo hacia adentro
por la puerta del cobertizo.
Yo me preguntaba si ella se reía
& las sostenía sobre una hornalla.
Mi padre sólo sabía escribir
su nombre, pero podía mirar los planos
& decir cuántos ladrillos
llevaba cada pared. Ese hombre,
que robaba rosas & jacintos
para su jardín, se paraba ahí
con los ojos cerrados & los puños ovillados,
escribiendo con trabajo una sola palabra,
casi redimido por lo que trataba de decir.

[Versión Gerardo Gambolini]



My Father’s Love Letters

On Fridays he’d open a can of Jax
After coming home from the mill,
& ask me to write a letter to my mother
Who sent postcards of desert flowers
Taller than men. He would beg,
Promising to never beat her
Again. Somehow I was happy
She had gone, & sometimes wanted
To slip in a reminder, how Mary Lou
Williams’ “Polka Dots & Moonbeams”
Never made the swelling go down.
His carpenter’s apron always bulged
With old nails, a claw hammer
Looped at his side & extension cords
Coiled around his feet.
Words rolled from under the pressure
Of my ballpoint: Love,
Baby, Honey, Please.
We sat in the quiet brutality
Of voltage meters & pipe threaders,
Lost between sentences . . .
The gleam of a five-pound wedge
On the concrete floor
Pulled a sunset
Through the doorway of his toolshed.
I wondered if she laughed
& held them over a gas burner.
My father could only sign
His name, but he’d look at blueprints
& say how many bricks
Formed each wall. This man,
Who stole roses & hyacinth
For his yard, would stand there
With eyes closed & fists balled,
Laboring over a simple word, almost
Redeemed by what he tried to say.


Método del ritmo

Si estuvieras encerrado dentro de una caja
en una caja, adentro, en un bosque,
sin cantos de pájaros, sin grillos
frotándose sus patas, sin hojas
soltadas por veteados árboles,
todavía escucharías el ritmo
de tu corazón. Una ola roja
de peces varados oscila en la arena,
copulando bajo la luna llena
y lo podemos llamar el primer ritmo
porque el sexo es lo que
despertó la lengua
y enseñó a la mano a tocar tambores
y adoptar las flautas
antes de que fueran
labradas de la madera y el mito.
Arriba y abajo, adentro y afuera, el pistón
conduce un sueño a casa. El agua
gotea hasta que esculpe una taza
en un bloque de piedra.
Al principio, tan pequeño
como un dedal, contiene
alegría, pero crece para medir
el ritmo de la soledad
que derrite el azúcar en el té.
Hay una razón para que las culebras
muden su arco iris en la grama
para que la langosta cante al salir del montón de bosta.
Oh sí, oh sí, oh sí, oh sí
es una confirmación que la piel
le canta a las manos. El Mantra
de la lluvia primaveral abre la rosa
y la azucena a la sombra,
y alguien las toca
hasta que se levanten y vivan
otra vez. Sabemos que el peso
depende de los silencios
a los que nos amoldamos.
Tacones altos en el alba
es el refrán más triste
si puedes ver el azul en el océano,
claro y oscuro
si puedes sentir gusanos
deslizarse por una senda
subterránea
debajo de tus huellas,
nene, tienes ritmo.


Creer en el acero

Las colinas que mis hermanos y yo creamos
nunca encontraron su balance, y les tomó años
descubrir cómo funcionaba el mundo.
Podemos mirar un árbol de mirlos
y decir cuántos de ellos habitaron sus ramas,
pero con el chatarrero
nuestras cuentas nunca resultaron.
Semanas de levantarse y gruñir
nunca aportaron demasiado,
pero no podíamos dejar
de creer en el acero.
Camiones y carros abandonados
yacen sujetos al suelo
por sólidos y nostálgicos racimos de uvas,
fuertes como una docena de agricultores
que comparten su cosecha.
Retornamos con nuestro carretillo
que se quejaba bajo una nueva carga,
aunque los lirios vivieran mejor
en su lánguida tierra de Agosto.
Entre papales y botellas,
el humo de la fundición borró los atardeceres,
y no podíamos creer que el acero
permitiera que hubiese hombres
que se inclinaran tan cerca de la tierra,
como si el bronce bajo su aliento
colocara en una pesa el cielo gris.
A veces sueño cómo nuestras colinas
se hunden en un océano de metal,
como si todo se convirtiera en un ancla
de un barco de guerra o de un bombardero,
afuera, sobre los árboles en flor,
demasiado rojos para mirarlos.

[Traducción de Gustavo Solórzano Alfaro]


Believing in Iron

The hills my brothers & I created
Never balanced, & it took years
To discover how the world worked.
We could look at a tree of blackbirds
& tell you how many were there,
But with the scrap dealer 
Our math was always off.
Weeks of lifting & grunting 
Never added up to much,
But we couldn‘t stop
Believing in iron.
Abandoned trucks & cars 
Were held to the ground
By thick, nostalgic fingers of vines
Strong as a dozen sharecroppers.
We‘d return with our wheelbarrow
Groaning under a new load,
Yet tiger lilies lived better

In their languid, August domain.
Among paper & Coke bottles
Foundry smoke erased sunsets,
& we couldn‘t believe iron
Left men bent so close to the earth
As if the ore under their breath
Weighed down the gray sky.
Sometimes I dreamt how our hills
Washed into a sea of metal,
How it all became an anchor
For a warship or bomber
Out over trees with blooms
Too red to look at.



The Emperor of Water Clocks: Poems by Yusef Komunyakaa, 
Farrar, Straus and Giroux (October 6, 2015)


Fortaleza

Empiezo ahora con estas dos manos
puestas ante mí como una bendición y  un arma,

mirlos en vuelo feroz e instrumentos
de contacto y consuelo. Esta señal significa

para, y ésta significa, naturalmente, acércate,
amigo. Dibujo un círculo en la arcilla roja

alrededor de mis pies, donde ningún espíritu impuro
se atreva  a encontrarme. En este ángulo las manos

sobre la cabeza de un niño son un techo sobre un santuario.
Soy un novato en mi fortaleza en el bosque

con  el ojo derecho pegado a un nudo de la madera.
Puedo ver un zumbido en el árbol de caqui,

su maduro desapego -una crucecita  blanca
en cada semilla. La comba de fuego de la niña

golpea el suelo. Veo la puerta trasera
de esa casa cerrarse con un lento crujido

donde un hombre borracho y enojado tropieza
a través del umbral todos los viernes.

Veo el perdón, insoportable crepúsculo,
y estas dos manotas saben demasiado

sobre los clavos y el martillo, el tablón y el cielo inquieto.
La piedra labrada y el mortero son de otro mundo,

y a veces viene primero un portón alto.
Entonces enormes barriles de madera con granos,

harina, carne salada, y cal viva ante
veintiocho ballestas sobre cuatro torres.



Caffe Reggio

Chocan sus copas de Merlot y bromean
En un meta lenguaje de amigos
Sobre el principio del otoño en un gulag
De aguadas solitarias. Entonces uno dice,
Iván el Terrible era un vampiro adolescente
Que se enamoró del arte y de los adivinos,
Y otro dice, si tan solo hubiese tomado
Una góndola a través de los canales de Venecia
Una o dos veces, se habría podido civilizar
al loco soñador de los Balcanes.
Entonces uno dice algo de que
El sentimentalismo es la muerte
De la imaginación, la metáfora y el juego previo.
Son una pequeña república de ideas,
Tres buenos amigos, y casi una sola mente
Cuando levantan la vista para recibir
A una mujer que viene del cegador
Desastre diario de la calle.
Encuentra una mesa junto a la ventana de la esquina,
Ordena un tazón de fruta y un cappuccino,
Abre una copia de Watermark, presiona
Las paginas, rompiendo el lomo.
Los tres sentados, sonreímos,
Y Derek dice, me pregunto si sabe
Que Joseph todavía recoge su correo aquí.


El día que vi a Barack Obama leyendo 
 La poesía reunida de Derek Walcott   

¿Estaba buscando que la luz de Santa Lucía
tocara su cara esos primeros días
oficiales de noviembre en que la nieve y el aguanieve 
caen sobre la pose de granito de Lincoln?

Si estuviera buscando las líneas de propiedad
dibujadas en la sangre, o una pizca
de entereza para cruzar una frontera,
tal vez pueda encontrar pistas en el sabor del buen pan.

Lo vi allí detenido, los ojos entrecerrados
bajo la luz torcida, la bruma de Wall Street
tocaba las nubes de doble conciencia,
un ojo grabado en una imagen tomada de Egipto.

Si está buscando consejos sobre baloncesto,
cómo saltar y proteger el aro,
puede que deduzca algunas teorías sobre la guerra
pero no están en El reino del caimito.

Si quiere finalmente dominarse a sí mismo,
buscando pistas para gobernar gaviotas
en el aire salado, encontrará esbirros ocupados con cerraduras
y cadenas en la calma nocturna de una goleta fantasma.

Está leyendo a alguien que no habla
de la leche y la miel, sino de mirar hacia adelante
más allá de estatuas de sal levantadas en un sueño
donde gruesos bulbos abren la tierra.

La columna vertebral del manifiesto se rompió,
chorreando escrituras, testamentos y canciones.
La justicia se puso en la piel de la misericordia,
Y la duda fue vendada y puesta a dormir.

Ahora, parece como si él quisiera comer palabras,
su sabor dulce y embriagador. Hojas de plátano
y animales, al ser y al no ser. De hecho,
sediento de sabiduría, clava los dientes en la memoria.

El Presidente de los Estados Unidos de América
pasa las páginas lentamente, va de ensueño
a ensueño, aprendiendo por qué uno envidia al pulpo
por su tinta, la forma en que la piel de un hombre
se convierte en la última página.



The Day I Saw Barack Obama Reading 
Derek Walcott’s  Collected Poems

 Was he looking for St. Lucia’s light
to touch his face those first days 
in the official November snow & sleet 
falling on the granite pose of Lincoln?

If he were searching for property lines
drawn in the blood, or for a hint
of resolve crisscrossing a border,
maybe he’d find clues in the taste of breadfruit.

I could see him stopped there squinting
in crooked light, the haze of Wall Street
touching clouds of double consciousness,
an eye etched into a sign borrowed from Egypt.

If he’s looking for tips on basketball,
how to rise up & guard the hoop,
he may glean a few theories about war   
but they aren’t in The Star-Apple Kingdom.

If he wants to finally master himself,
searching for clues to govern seagulls
in salty air, he’ll find henchmen busy with locks
& chains in a ghost schooner’s nocturnal calm.

He’s reading someone who won’t speak
of milk & honey, but of looking ahead
beyond pillars of salt raised in a dream
where fat bulbs split open the earth.

The spine of the manifest was broken,
leaking deeds, songs & testaments.
Justice stood in the shoes of mercy,
& doubt was bandaged up & put to bed.

Now, he looks as if he wants to eat words,
their sweet, intoxicating flavor. Banana leaf
& animal, being & nonbeing. In fact, 
craving wisdom, he bites into memory.  

The President of the United States of America
thumbs the pages slowly, moving from reverie
to reverie, learning why one envies the octopus
for its ink, how a man’s skin becomes the final page.

Ghazal, después de Ferguson 

Alguien vaya y dígale a Biggie que predique
lo que está pasando en la calle.

No, tener actitud no es una nota de suicidio
escrita en las paredes alrededor de la calle.

Twitter marcha en el lóbulo frontal
mientras esperamos por una brecha más allá de la calle,

pero sólo el día es testigo
en la caja de resonancia de la calle.

El trueno de Grandmaster Flash dice
que él no es el gran jurado de la calle,

Dice que no le importa si eres grande o pequeño
el miedo puede matar a un hombre en la calle.

Tomemos la noche. Llevemos las
cámaras y micrófonos de Killjoy a la calle.

Si estás sosteniendo la mano golpeada por el rayo
Te vas a encender a millas de la calle

donde una subida de tensión de la silla eléctrica atenúa
todas las luces del condado más allá de la calle.

¿Quién va a salir a hablar de las leyes
del movimiento y la relatividad en la calle?

Yusef, esta mañana demuestra que un cuervo
es el único suero de la verdad en la calle.

(Traducción realizada por Giselle Rodríguez Cid)




Valparaíso México y Círculo de Poesía han publicado recientemente el libro Dien Cai Dau del poeta norteamericano Yusef Komunyakaa.
La traducción es de Juan José Vélez 


CAMUFLANDO LA QUIMERA

Nos atamos ramas a los cascos.
Nos pintamos las caras, y los fusiles,
con el fango de la orilla del río,

colgamos manojos de hierba de los bolsillos
de nuestros uniformes de camuflaje. Nos
fundimos con la selva
contentos de que los colibríes se fijaran en nosotros.

Nos ceñimos a los bambúes y luchamos
contra el viento que venía del río
arrastrando nuestros fantasmas

desde Saigón a Bangkok,
acordándonos de las mujeres
que habíamos dejado en América.
Apuntábamos a los pájaros de cantos ominosos.

En nuestras paradas sombrías
los simios de las rocas intentaban delatarnos
lanzando piedras al anochecer. Los camaleones

trepaban por nuestras espaldas, cambiaban
del día a la noche: del verde al dorado,
del dorado al negro. Pero esperamos
hasta que la luna se convirtió en metal,
hasta que algo se rompió
dentro de nosotros. Los Vietcong
se movían por la ladera, con sus vestidos de seda negra,

transportando equipos pesados por la hierba.
Allí estábamos escondidos. El río fluía
por nuestros huesos. Los animales pequeños se escondían
al notar nuestra presencia; contuvimos la respiración,

listos para llevar a cabo la emboscada
en L, mientras que el mundo daba vueltas
debajo de nuestros párpados.



LOS MUERTOS DE QUANG TRI

Esto es peor que contar piedras
en caminos que no llevan a ninguna parte,
como cuando un tigre intenta cazar y retrocede
al oler su propia sangre en el suelo.
El que se arrodillaba junto a la pagoda,
¿te acuerdas? Capitán, no vamos
a hablar de eso. El niño budista
que se ponía en la puerta y a quien le frotábamos
la cabeza afeitada para que nos trajera suerte
brilla ahora como una luna blanca.
¡Está muerto para siempre, maldita sea!
La hierba que pisamos se levanta;
cuchillos amenazando
nuestras partes más preciadas.



HANOI HANNAH

¡Ray Charles! Su voz
nos llama desde la alta hierba,
y nosotros nos agachamos tras los sacos de arena.
“Hola, hermanos negros. Holaaa,
Georgia también está en mi mente”.
Las bengalas florecen sobre los árboles.
“Ahí está Hannah de nuevo.
A ver si le podemos
encender la puta mecha
esta vez.” Los proyectiles
dibujan un arco pálido
en el crepúsculo. Su voz sale
de un seto a mano izquierda.
“Es sábado por la noche en los Estados Unidos.
Imaginaos qué estarán haciendo vuestras mujeres.
Creo que voy a dejar que os lo cuente
Tina Turner, soldaditos nostálgicos.”
Los obuses corcovean como una manada
de caballos detrás de la alambrada.
“Sabéis que sois hombres muertos,
¿verdad? Estáis muertos
igual que King hoy en Menphis.
Muchachos, estáis rodeados
por la división del General Tran Do.”
Sus palabras hieren
como las balas de un francotirador.
“Hermanos negros ¿por quiénes estáis muriendo?”
Lanzamos una ráfaga
de balas trazadoras. Los Phantom jets
se despliegan en abanico sobre los árboles.
La artillería dispara al objetivo.
Su voz resucita
y la sentimos hablar
de nuevo, una flor sangrante
de la que nadie sabe su nombre verdadero.
“Sois una mierda de tiradores, GIs”.
Se oyen sus carcajadas salir del suelo
como si los altavoces estuvieran
enterrados debajo de nuestros pies.



Ota Benga en Edankraal

Tal vez era momento para la matanza del cerdo
Cuando llegó a Lynchburg,
Virginia, en su espalda cargaba toda una vida,

El viejo olor de la Casa de los monos
En los jardines del zoológico de Nueva York
Retrocediendo, un recuerdo roto y abandonado.

No estoy seguro de los caminos y vueltas
Tomados, mareado en enjambre de matices
Se instaló en el jardín de Anne Spencer

Que rodea su casa,
Pero cuando ella le habló él volvió
A él mismo. La poeta tenía juba

En su voz y nunca lo llamó
Artiba, Bengal, Autobank u
Otto Bingo. Su cama de lirios

Tigre, guisantes de olor, bocas de dragón
Lo desarmó. El fino acento de ella
Convocó ríos, árboles y barcos

En una tierra lejana y él podía escuchar
Un tambor debajo de estas voces
Cerca del bosque. Él jamás habló

De la Exposición Universal de St. Louis
O del zoológico del Bronx. Lo chicos
Se reunían a su alrededor para escuchar historias

Acerca del Congo y él les contaba
Sobre cazar “enormes, enormes” elefantes
Y después les mostraba el secreto

De robar miel a las abejas
Con las manos descubiertas, cómo perforar peces
Y atrapar tórtolas cafés.

Una noche estaba él sentado en el pajar
Cantando: “Creo que iré a casa.
Señor, ¿no me ayudarás?”

Un búho ulula llamando a la luna
Atrapado en una enmarañada morera
Y él se inclinó ante el brillo de la pistola.



Ota Benga at Edankraal

Maybe it was hog-killing time
when he arrived in Lynchburg,
Virginia, several lifetimes behind him,

the old smell of the monkey house
at the New York Zoological Gardens
receding, a broken memory left.

Not sure of the paths & turns
taken, woozy in a swarm of hues,
he stood in Anne Spencer’s garden

surrounding the clapboard house,
but when she spoke he came back
to himself. The poet had juba

in her voice, & never called him
Artiba, Bengal, Autobank, or
Otto Bingo. Her beds of tiger

lilies, sweet peas, & snapdragons
disarmed him. Her fine drawl
summoned rivers, trees, & boats,

in a distant land, & he could hear
a drum underneath these voices
near the forest. He never spoke

of the St. Louis World’s Fair
or the Bronx Zoo. The boys
crowded around him for stories

about the Congo, & he told them
about hunting “big, big” elephants,
& then showed them the secret

of stealing honey from the bees
with bare hands, how to spear fish
& snare the brown mourning dove.

One night he sat in the hayloft,
singing, “I believe I’ll go home.
Lordy, won’t you help me?”

A hoot owl called to the moon
hemmed in a blackberry thicket,
& he bowed to the shine of the gun.



Nunca sabemos

Se tambaleó por un momento
entre la hierba alta, como si estuviese bailando
con una mujer. Nuestros cañones
se pusieron al rojo vivo.
Cuando me acerqué,
un halo azul de moscas volaba sobre él.
Cogí de sus dedos
la foto deteriorada.
No hay otra manera
de decirlo.  Me enamoré.
La mañana empezaba a clarear,
menos para un mortero lejano
y para algunos helicópteros que despegaban
                                         en alguna parte.
Le metí la cartera en el bolsillo
y le di la vuelta para que no siguiera
besando el suelo.


“Rara vez, por no decir que nunca, he encontrado a un poeta estadounidense con una trayectoria tan asombrosa de talento y sentido del tema en lo referente a la cultura y la moralidad; desde Vietnam hasta el jazz, desde la experiencia negra hasta el lirismo surrealista. Yusef Komunyakaa con seguridad es de los mejores entre nosotros”.

Donald Faulkner

Director del Instituto de Escritores del Estado de New York y Presidente ex-officio del comité de revisión para el Premio Walt Whitman para el Poeta Estatal de New York



Viendo en la oscuridad

Cada vez nos llega más hondo el sonido
con fritura de la película porno,
mientras que los disparos de los morteros tiñen
la noche del color de la carne. El cabo que está
en la puerta
sonríe, sus dientes brillan como perlas en bruto,
está de pie con un puñado de dinero,
contento de ver que los soldados de infantería
llegados del campo saben
más de sortear alambres
y ver en la oscuridad
que de mujeres. Están en Shangri-La
mirando embobados las imágenes desvaídas
proyectadas sobre unas sábanas.

Somos hombres capaces de hacer
el amor con fantasmas,
intentando no confundir
las caras de las mujeres que amamos
con las que vemos en la pantalla.
¿Es el saxo de Hawk
El que acompaña la siguiente escena?
Tres mujeres en una cama redonda
seducen a un pastor alemán.
Todo se torna blanco como el alabastro.
La película centellea; el proyector
se apaga y maldecimos la oscuridad
y el gemido de las cigarras.

 La traducción es de Juan José Vélez 
http://circulodepoesia.com/tag/yusef-komunyakaa/



The African Burial Ground 

They came as Congo, Guinea, & Angola,
   feet tuned to rhythms of a thumb piano.
      They came to work fields of barley & flax,

livestock, stone & slab, brick & mortar,
   to make wooden barrels, some going
      from slave to servant & half-freeman.

They built tongue & groove — wedged
   into their place in New Amsterdam.
      Decades of seasons changed the city

from Dutch to York, & dream-footed
   hard work rattled their bones.
      They danced Ashanti. They lived

& died. Shrouded in cloth, in cedar 
   & pine coffins, Trinity Church
      owned them in six & a half acres

of sloping soil. Before speculators
   arrived grass & weeds overtook
      what was most easily forgotten,

& tannery shops drained there.
   Did descendants & newcomers
      shoulder rock & heave loose gravel

into the landfill before building crews
   came, their guitars & harmonicas
      chasing away ghosts at lunch break?

Soon, footsteps of lower Manhattan
   strutted overhead, back & forth
      between old denials & new arrivals,

going from major to minor pieties,
   always on the go. The click of heels
      the tap of a drum awaking the dead.




Blackamoors, Villa La Pietra 

I was here before the blackamoors
     were photographed & cataloged,
         when they first ran up to me

& then receded into their poses,
     descendants of archival Hamites
         destined to serve their brothers

& sisters in a red baroque room,
     each silent as an iron doorstop.
         Some peered out of perches

askance, shining lanterns & sconces,
     ready to please, or eager to cast
         a guiding light among centuries

of shadows, a patina of mystery
     lost in Tuscan dusk. At least
         their attire isn’t stitched rags.

If ebony & alabaster could talk,
     Lord, the volumes of gossip
         among  gold-leafed tributes

we would hear as vinegar turns
     back to wine, driftwood to bread.
         They’ve been perfectly arranged,

& almost reveal whose sweat
     glosses their smooth skin
         in these rooms of rehearsal.

I saw one shift slightly & blink,
     or maybe it was a dark hum
         coming from the olive grove,

a feeling brought across the sea.
     They are not claw-footed props
         & furniture for drunken nights

posed to grab a hat or fur coat,
     dressed in skeins of filigree
         & false gems, offering a bowl

of  black grapes to each envoy
     or a guest holding a dagger
         behind his upright back.




Blue Dementia

 In the days when a man
would hold a swarm of words
inside his belly, nestled
against his spleen, singing.

In the days of night riders
when life tongued a reed
till blues & sorrow song
called out of the deep night:
Another man done gone.
Another man done gone.

In the days when one could lose oneself
all up inside love that way,
& then moan on the bone
till the gods cried out in someone’s sleep.

Today,
already I’ve seen three dark-skinned men
discussing the weather with demons
& angels, gazing up at the clouds
& squinting down into iron grates
along the fast streets of luminous encounters.

I double-check my reflection in plate glass
& wonder, Am I passing another
Lucky Thompson or Marion Brown
cornered by a blue dementia,
another dark-skinned man
who woke up dreaming one morning
& then walked out of himself
dreaming? Did this one dare
to step on a crack in the sidewalk,
to turn a midnight corner & never come back
whole, or did he try to stare down a look
that shoved a blade into his heart?
I mean, I also know something
about night riders & catgut. Yeah,
honey, I know something about talking with ghosts.



Believing in Iron

The hills my brothers & I created
Never balanced, & it took years
To discover how the world worked.
We could look at a tree of blackbirds
& tell you how many were there,
But with the scrap dealer
Our math was always off.
Weeks of lifting & grunting
Never added up to much,
But we couldn’t stop
Believing in iron.
Abandoned trucks & cars
Were held to the ground
By thick, nostalgic fingers of vines
Strong as a dozen sharecroppers.
We’d return with our wheelbarrow
Groaning under a new load, 
Yet tiger lilies lived better
In their languid, August domain.
Among paper & Coke bottles
Foundry smoke erased sunsets,
& we couldn’t believe iron
Left men bent so close to the earth
As if the ore under their breath
Weighed down the gray sky.
Sometimes I dreamt how our hills
Washed into a sea of metal,
How it all became an anchor
For a warship or bomber
Out over trees with blooms
Too red to look at.



Thanks

Thanks for the tree
between me & a sniper’s bullet.
I don’t know what made the grass
sway seconds before the Viet Cong
raised his soundless rifle.
Some voice always followed,
telling me which foot
to put down first.
Thanks for deflecting the ricochet
against that anarchy of dusk.
I was back in San Francisco
wrapped up in a woman’s wild colors,
causing some dark bird’s love call
to be shattered by daylight
when my hands reached up
& pulled a branch away
from my face. Thanks
for the vague white flower
that pointed to the gleaming metal
reflecting how it is to be broken
like mist over the grass,
as we played some deadly
game for blind gods.
What made me spot the monarch
writhing on a single thread
tied to a farmer’s gate,
holding the day together
like an unfingered guitar string,
is beyond me. Maybe the hills
grew weary & leaned a little in the heat.
Again, thanks for the dud
hand grenade tossed at my feet
outside Chu Lai. I’m still
falling through its silence.
I don’t know why the intrepid
sun touched the bayonet,
but I know that something
stood among those lost trees
& moved only when I moved.










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