sábado, 24 de marzo de 2012

6332.- TADEUS ARGÜELLO

Tadeus Argüello (Querétaro, MÉXICO 1983) Poeta. Becario de la Escuela de Escritores SOGEM-QRO.(2002-2004) Ex-becario del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes (2002-2003) Becario del Centro de Estudios Cervantinos "Eulalio Ferrer"(2008-2009) Libros de poesía: Versus (2002) La Patria más Profunda (2006)







El muro de los cuerpos


Repentino es el pliegue que adentra
su cauce entre dos latidos.
Rotas
mareas a su costado descienden,
pardo el arrecife que dispone de las urnas
los pálidos vestigios del alba.


Riela el verde oleaje por la sombra
casi ahogada bajo el sueño. Sólo
en el rumor la carne se despeja
en abierto latido, en oscuro recinto
que sólo al ritmo de las olas prevalece.


Negras arenas horadan el pálido entorno
que las detiene: mojados cuerpos
se repiten en caricias, en suaves
estancias que descienden de la rada.


Qué desnudez se interpone alejándose
ingrávida y fatal, en turbios anales
que ejecutan aquel sordo jadeo
en el vértice mismo de la euforia.


Asciende en su nocturno la palabra,
espuma que salpica sus raíces, jadeante
limo, inmenso cuerpo duro que revienta,
mas cada sílaba penetra los altos valles
donde fuera cascada el mismo signo,
delirio mismo los furiosos miembros.
El deseo está lleno de infinita distancia.


Es la escritura cuerpo, latido, percance,
contornos en el tacto, cuerpo solo en dos
conocido, marisma tibia que a sus pies
recoge, aumenta, se detiene en ceniza.


Llueve la vida desde lo más hondo de la carne.












Preludio de la vista


La tarde es sólo espuma en el ojo,
arrecife de la aparición,
secreto
desde la imagen misma:
transparencia;
no ver, ser la mirada misma,
opacidad
cerrándose en la cripta del párpado.








EN LO ALTO DE LA SOMBRA


Desde lo más hondo de la alcoba
intenta la memoria sus heridas. La sangre
desfila en los contornos de tu nombre;
queda al fondo la plegaria, la mentira
que invade lentos espejos,
lentos armarios donde perdura el vacío.


Rostro muerto de tanta sombra. Imposible
el ciego perfil que te reclama
su triste oleaje debajo del cuerpo:
acaso tu forma en las orillas declina.


Traza el viento la cicatriz que arde
en lo alto de la sombra. Sabes
con qué dolor mide la ceniza su dominio,
aunque poco le importa en su desnudo
morir en la caricia de tus ecos.


Mientes. Y nada impide que detengas
la humedad que asciende a la caída,
así brote en el pulso la derrota
que reconoce bajo el salitre tus pisadas.


Eres tan sólo el destierro, esta breve
palabra que circula a tientas por el aire.
que tu mirada encendida te abandone
a lo lejos, ya instante, en el cielo mortal.








LA DISTANCIA QUE EN TI SE FORMA




En el apretado pulso
de las avenidas, la despedida
corta y fugaz como los autos.


No pasa nada cuando el tiempo pasa, y tú lo dices
lejos aún de la madrugada, lejos
de la vaga sugestión de la cerveza.


Cerrado el viejo rumbo
a través del cansado sendero, la lluvia
repite aquel pasillo de cara al viento;
distancia que en ti se forma
por quien fuera mejor nunca haber visto.


Dura la noche
por las calles recién regadas. Lenta ceniza
horada el retiro de tu cuerpo,
acto que cifra la breve superficie del cansancio.


Sabes que nada perdura en su más hondo
encuentro, así el duro afán persiste
donde lo clandestino es nula entrega,
mas el infinito que padeces soporta
la calle, la noche, los astros.


¿Sabe el hombre la entrega que al tiempo
sólo es vano testigo? De estas calles
que ahondan el poniente, apenas reconoces
el instante que se agota en sombras:
la despedida aún otorga su caricia infame.












Voltaire camina por el puerto de Dover


Dentro de pocos días
habré partido hacia Londres,
sin preguntarme
por qué las aves
se desprenden del cielo en el aire.


Pienso en mis palabras.
Cómo arden los ojos
de los demás hombres
desde los gastados signos
que su miedo dispone a olvidar.


El terror que mis enemigos
les depara esos textos
que, si bien nacidos
en el ocio, vuelan
en ese arranque de página
frente a la búsqueda de la libertad ignorada.


Por eso justifico
el camino que rompo
en medio del rencor y desprecio,
la herida del agua
en la escritura de la noche,
como Tales de Mileto al estudiar
su nombre en el fondo del agua.


En el puerto de Dover
el aire es el exilio que ya nadie respira.







Cuando estoy en mi cuarto

Cuando estoy en mi cuarto
y esa niebla se contrae y se extiende sobre mis brazos,
pienso en cómo sería increíble depositar mi cadáver sobre una plancha de hierro,
así la lluvia podría arañar débilmente cristales rotos, el agua verdinegra,

la flor que sube hasta mi boca.
Así los recuerdos podrían flotar en este desorden de botellas de plástico, colillas, servilletas con semen.
Así mi nombre podría respirar como una rata alejándose de un bote con vísceras.

Detrás de estas letras que desoyen la melodía que carcome en pedazos mi nariz
yace un impostor,
un cretino que apaga la luz para entrometerse en un camastro,
mientras la noche se descompone en su cuerpo trazando un cuchillo de niebla que acaricia sus párpados,
mientras el tiempo despelleja sus sueños, imágenes perdidas que punzan en su cabeza
con un sordo tam-tam que se enreda en los músculos,
¿Penetra el aceite en cada herida donde me identifica el polvo entre las costras?
¿Es la memoria la que se repliega frente a la opaca luminosidad de la sangre?

En esta meditación borrascosa, en esta idea que sumerge instantes colgados contra mis uñas,
quiero pedir a mi silueta una paradoja menos libre a la que pueda sostenerme,
ese mapa acerca de los puntos clínicos por donde debo ayunar hasta el hueso,
aunque siga enredado a esta humedad, a estas paredes, a este ritmo donde mi cuarto sigue a oscuras, contra aquella luna espesa que brota desde las sábanas.

¿Estoy realmente en este cuarto viendo como palpitan mis plagas por el aire?
Agarro mis sucias mantas para atravesar esa comarca del insomnio,
este delirio que atraviesa las verdes estatuas de mi poema,
pero el día sumerge sus navajas siempre y cuando detenga mi nombre en su rostro,
en mi cuarto a donde nadie me llama, a donde la niebla repite este cansado monólogo,
En mi cuarto donde el día y la noche por fin desgarran sus sílabas en una plancha de hierro.

En mi cuarto el lápiz sólo escribe sombras.




Sonámbulo

En esta búsqueda a la que el cuerpo nos arroja
hunde sus pisadas esta humedad que lame los vértices de mi espalda,
mientras el smog determina los peces que caen del suelo hasta los tenues
[laberintos de la azotea.

En esta búsqueda a la que tu nombre me arroja,
obran las calles para nadar de espaldas entre los negocios cerrados,
en donde tu rostro es una suave competencia entre rasacacielos,
un trayecto insípido que va desde mi cráneo hasta la tosca circunferencia de tu garganta.

No, no hay más llamadas telefónicas de túneles sin memoria, de gatos podridos en la
[banqueta, de hombres fumando afuera de la fábrica.
No, no hay más que mi sombrero recuperándose en una vieja revista pornográfica.
No, no hay más que tu recuerdo en los recibos del telecable.



Solo, desde la punta de mis monedas hasta la lujuria del abrelatas,

camino arrancándome los números de tu nacimiento,

el escarnio de tu sombra masturbándose en mis cigarrillos,

esa lentitud de tu verbo entre las falanges de la lluvia.

¿Hay más vísceras como agujetas en los bolsillos del ahogado?

En esta búsqueda a la que la desesperación nos llama,
deja, deja que me atropelle el aroma de este boleto de avión,
con un toque sutil hasta los dedos, hacia tu garganta,
donde el aire podrido -el poema- no tiene ya que decirme.








Preludio de la vista


La tarde es sólo espuma en el ojo,
arrecife de la aparición,
secreto
desde la imagen misma:
transparencia;
no ver, ser la mirada misma,
opacidad
cerrándose en la cripta del párpado.



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